Qué mal juega el River de Gallardo. Duele los ojos ver tanto talento desperdiciado. El 0 a 0 frente a Instituto, en su cancha, con su gente, era un alegato de su actualidad. Sin embargo, no en vano tiene un campeón del mundo. Hay otros héroes de Qatar, pero campeón del mundo con letras de molde, uno solo, Gonzalo Montiel. Tocado con la varita mágica. Juega con una sonrisa.

Mientras los demás tropiezan (todos, pero todos…), Cachete, ovacionado por el Monumental, se tira de cabeza a la salida de un córner y destraba el embrollo. Un 1 a 0 rescatado desde las entrañas, a los 44 minutos del segundo tiempo.

Gallardo lo sabe: así, no.

Atrás quedaron las quejas por el estado del campo de juego de Platense, cuando rescató un empate de la galera y con otra actuación errática, más allá del césped. “Fue un partido difícil. Intentamos hacer nuestro juego, a veces con control, a veces con más dificultad porque la cancha no estaba para jugar de la manera que nos gusta. Es complejo, el rival juega con el resultado, el espacio, nos faltó un poco más de presencia en el ultimo sector del campo de juego”, comentó el Muñeco y generó cierto malestar en el ambiente. Lógica pura: cada equipo, cada entrenador, debe jugar como quiere. O como puede.

El DT millonario fue más allá. “Cuando no se puede jugar por dentro, vas por los costados y terminas con una pelota en el área, como sucedió en el gol. Esa cancha siempre ha sido difícil para nosotros. Nos costó estar cómodos. Si no sabemos jugar estos partidos, los vamos a padecer”, sostuvo. Y ese es el punto central, más allá de Platense, en su pintoresco escenario y detrás del gris espectáculo frente a Instituto, en el Monumental, regado y a gusto del renovado paladar negro.

Aplausos, en el final, en la salida de River

A lo largo del año, River jugará contra rivales de todo tipo y en escenarios incómodos, inseguros para su capacidad técnica. En esos casos (tal vez, en la mayoría de los casos, salvo cuando juegue en su casa o en el Mundial de Clubes), debe cambiar la receta. No hay otro camino. Su propuesta debe ser aplaudida: voraz, al ataque, motivado con destrezas en los metros finales, con figuras de diverso calibre. Pero cuando no se puede (las certezas deben ser capturadas antes de cada función), hay que actuar, cambiar el pulso.

¿Qué hacer cuando es sorprendido? Por ahora, River queda excesivamente expuesto. Le ocurrió durante el primer lapso, cuando Suárez abrió el marcador en posición adelantada, luego de una asistencia de Batallini. El gigante miraba de reojo cómo movía la pelota el elenco cordobés, le hacía sombra; cuando no tiene el control global, es un partenaire. Más aún, cuando el desarrollo quedó en suspenso durante 10 minutos por la falla técnica de la TV, River jugaba ciertamente parado.

La explosión de Montiel, en el final

Y después, algo parecido. Instituto se cerró bien atrás, lo ahogó, lo dejó sin espacios. Y hasta le robó el balón. River parecía adormecido, aletargado. Y con todo a favor: el magnífico escenario, casi 90.000 hinchas, el césped regado y prácticamente todas las figuras a su disposición. Gallardo estaba enérgico, aplaudía, trataba de motivar a un equipo extrañamente apático. ¿Fue un espejismo el primer tiempo del ensayo frente a México B?

El vértigo de Meza era una señal. En una de sus tantas aventuras ofensivas, Borja también marcó en posición adelantada. Rápidamente salió lesionado el volante, como ya ocurrió durante 2024.

Tomó la posta del optimismo (algo recortado, es cierto), un campeón del mundo. Convertido en un número 7 disfrazado, Montiel representó una amenaza. La idea era romper el molde de un equipo esquemático, rústico.

Acuña, peleado con Mac Allister y con su propio desempeño

Gallardo movió la estantería en el segundo tiempo: adentro los chilenos Díaz y Tapia, afuera Pezzella y Galoppo, todo un mensaje. El zaguero, amonestado, jugaba al límite y el volante actuaba en el desorden. La parsimonia, de todos modos, se mantuvo latente. Díaz conoce todo, Tapia es una aventura: seis minutos después de ingresar, se perdió una situación insólita, prácticamente con el arco libre.

La parsimonia se mantuvo, hasta el ingreso de Driussi, que provocó cierto shock de confianza. Lanzado algo más al ataque el local, Instituto encontró espacios que parecían una quimera, minutos antes. El final, con Rojas por Lanzini, transformó al River agresivo y punzante de la teoría en un 4-4-2 ciertamente ordenado, abúlico.

Gallardo, en el centro de la escena

“Movete River, movete”, cantaba la gente, un poco de disconformismo y otro poco de vergüenza propia, por una formación millonaria que no puede superar a un equipo humilde, que juega con lo puesto.

Hasta que apareció Montiel, el auténtico héroe de Qatar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *