Claudia Alarcón es la primera artista wichi en recibir un premio en el Salón Nacional de las Artes en más de cien años. Es la primera tejedora que es invitada a la Bienal de Venecia. La primera mujer indígena que vende obra –no artesanía– en arteba. Es la primera en muchas cosas.
Vive en el Chaco salteño, casi en el límite con Bolivia y aquel premio no fue hace tanto: diciembre de 2022, por Ifwala Iha I (Resplandor del sol), realizada en fibra de chaguar y punto antiguo. En la Ciudad de los Canales integra la exposición principal, Extranjeros en todas partes, convocada por el curador Adriano Pedrosa. Debutó en arteba en 2022 y en 2023 sus obras ya se vendían a más de 3000 dólares. ¿Cuántas yicas hace falta vender para reunirlos? En 2022 mereció el Premio adquisición de la Colección Ama Amoedo en la feria Pinta de Miami por su obra El ojo de los ancestros, tejida en lana de oveja y lana sintética, exhibida en la galería Remota, de Guido Yannitto y Gonzalo Elías. La primera wichi en Miami.
Tejieron piezas grandes como banderas: “Para nosotras fue como decir gritando algo que siempre dijimos como un susurro”
No hizo esto sola. En la comunidad La Puntana, en la costa del río Pilcomayo, trabaja junto a las mujeres del colectivo Silät: Anabel Luna, Graciela López, Ana López, Mariela Pérez, Fermina Pérez, Francisca Pérez, Marta Pacheco, Rosilda López, Margarita López, Melania Pereyra, Nelba Mendoza, Tomasa Alonso, Edith Cruz y muchas más. Nació en 1989, y aprendió la labor de su madre y su abuela. La transmite ahora a sus hijas. La acompaña y asiste su marido, Eduardo Solá, maestro de escuela. Y hay un eslabón fundamental en la conexión entre el monte y el mundo del arte: la curadora Andrei Fernández.
Sin señal de celular, sin rutas pavimentadas, sin agua corriente… como antaño, como todas sus ancestras, procesan, hilan y tiñen fibras de la planta nativa chaguar. Después, hacen yicas, esas carteras que parecen hippies, donde han recogido alimentos por siglos. De la mano de Andrei entendieron que para que el mundo las viese tenían que hacerlas más grandes: en esos textiles hay –siempre hubo– ríos, lechuzas, zorros, mulitas, suris, semillas de chañar, historias. Tejieron piezas grandes como banderas: “Para nosotras fue como decir gritando algo que siempre dijimos como un susurro”.
De lo ancestral a lo futuro (okasowek makta pajkie wet tä nekie) es la primera obra wichí que se incorpora al patrimonio del Museo de Arte Contemporáneo de Salta, también de su autoría. Escribió en sus redes: “Yo siento que es ahora el momento de mostrar todo lo que viene de nuestra fuerza y formas ancestrales hacia el futuro. Hoy, empiezo a nombrarme como una artista indígena, una artista wichi. Y lo digo con mucho orgullo y sueño con que el día de mañana todas mis hermanas wichi de la costa del Río Pilcomayo puedan también ser parte de esto, de que no tengan miedo de mirar para adelante y probar cosas nuevas”.
Claudia y Andrei –siempre viajan juntas– regresaron hace poco de Berlín, donde participaron del encuentro 99 Questions como parte de la Unión Textiles Semillas. Andrei era Suluj (blanca) cuando llegó a la comunidad; ahora la nombran como Chisuk, mujer rebelde. El grupo acompaña las esculturas de Gabriel Chaile en el nuevo museo Malba Puertos. Hicieron dos muestras también en el monte, en Cañaveral y en La Puntana. Los hombres plantaron palos para montar los tejidos y que el viento los acompasara. No hicieron falta en Londres, donde por invitación de Cecilia Brunson Projects montaron la exposición Nitsäyphä. Recién volvieron de Guatemala, donde volvieron al formato yica, e hicieron una gran instalación con curaduría de Andrei, de cien bolsas, Hilulis tenkay/Yicas que son canciones.
“Yo siento que el tejido es como una canción que se va interpretando en diferentes cuerpos, pero que sostiene un mismo mensaje y que también te hace parte. Como cuando estás cantando a coro y sentís que tu cuerpo vibra junto con otro”, explica Fernández.
Todos estos logros y casi muere de dengue, Alarcón. Porque en su comunidad no hay médicos, los caminos son de tierra y se cortan con las lluvias, y no había cómo llevarla al hospital, lejano, sin vehículos ni transporte público. La vida sigue siendo dura y faltan las cosas básicas. Falta demasiado.
–¿Del Monte a Berlín?
Andrei Fernández (A.F.): –Estuvimos en Berlín participando de un encuentro en el Museo Humboldt Forum. Estamos trabajando hace dos años con un programa que se llama 99 Questions, que cura Michael Dieminger, investigador alemán, con quien venimos charlando hace varios años, desde que tuve la posibilidad de presentar el proyecto La escucha y los vientos en IFA Galerie, una galería estatal. Después pudimos traerla a la Argentina al Museo de Bellas Artes de Salta y al Museo del Barro, en Paraguay, y se marcó el inicio de este camino de Claudia y del grupo que ahora se llama Silät. Gran parte de las chicas que hoy lo integran han sido antes del grupo Thañí/Viene del monte. Con ellas hemos empezado una organización de mujeres con un proyecto de economía social para la venta de sus tejidos. Y, después, empezamos a incursionar en el mundo del arte. La primera presentación de sus tejidos en un entorno que lo nombra como arte ha sido en Berlín, en esa IFA Galerie, gracias a la invitación de Inka Gressel, una curadora alemana que nació en Perú. En 2023 armamos un proyecto que se llama Textiles Semillas, que coordinamos junto a Alejandra Mizrahi, en el que involucramos a doce grupos de tejedoras. Claudia es una de sus referentes. Hemos podido viajar a Berlín con representantes de casi todos, de diez de los doce grupos. La mayoría de las chicas ha tenido la posibilidad de viajar por primera vez.
Yo sé que nunca lo hicimos, pero lo pensamos: era hora de que la gente nos vea, somos nosotras ahí. Contamos nuestras historias en los tejidos, leyendas que se fueron perdiendo, manifestar que no tenemos agua, que ya no tenemos mucho monte, los peces, el río.
–¿A Venecia no habías podido ir?
Claudia Alarcón (C.A.): –Recién ahora, en este viaje, pudimos llegar a ver las piezas. Fue muy hermoso. Fuimos directo a ver las piezas en la Bienal y ahí nos largamos a llorar. Es muy emocionante ver todas esas piezas ahí. Ni siquiera se nos cruzó que podríamos estar ahí. Ni siquiera imaginé que podría estar un día viajando. Yo pienso que los tejidos también son un poco de esto: gritaron para ser escuchados a través de nosotras.
–Hasta hace muy poco vos estabas ahí tejiendo tranquila, sin pensar en otra cosa que vender tu cartera.
(C.A.): –Exactamente. Como tantas otras mujeres tejedoras. Como tantas otras mujeres de mi comunidad. Un gran cambio también en mi vida personal, en la de mi familia. También, la de mis compañeras. Porque viajar es perderse por ahí casi un mes. Y a veces ellas se preocupan. Me dicen que son muchos días. Cuando llego recién se sienten bien, se acercan. Es toda una preocupación del grupo cuando salgo. Porque ellas ni se imaginan, quizás por televisión ven cosas. Yo les cuento, estoy bien, estoy con Andrei y me cuida. Hay muchísima gente que nos cruzamos que son muy buenas, que nos cuidan. Lo que necesito siempre es fuerza para poder llevar todo esto. Siempre es un desafío para mí alejarme un poquito de la casa, de la familia, del monte. Estuve en mi casa tejiendo tranquila, esperando en algún momento poder vender una cartera y, de repente, ahora es estar en tu casa dos semanas y volver a viajar. Y preocuparte porque otras mujeres puedan tener ingresos.
Me toca cuidar esa alegría de tejer que no me gustaría que nos las quiten. Porque tejer siempre ha sido nuestra alegría. Y una mujer cuando está mal se nota en su tejido
–Tenés una gran misión, y lograste que tu saber esté en un museo en este momento.
(C.A.): –Sí, la verdad que sí. Yo creo que también es como citar a Margarita Ramírez que dice: perdonen mi tardanza, me costó mucho llegar aquí.
–¿Quién es Margarita?
(A.F.): –Margarita Ramírez es una compañera de Textiles Semillas, tejedora y sanadora del pueblo de diaguita calchaquí, vive en Santa María, Catamarca, y es fundadora de una cooperativa que se llama Tinku kamayu, que también es un refugio para mujeres. Vamos aprendiendo en el andar, porque no nos imaginábamos que podrían suceder las cosas que están sucediendo, que aparezcan las propuestas que aparecen y todo el tiempo es volver a pensar, ¿qué hago con esto? Entra una cantidad de dinero porque se vende una obra. ¿Qué hacemos con ese dinero? ¿Cómo se utiliza? ¿Cómo se invierte? ¿Cómo se comparte? Esto que dice Claudia, de repente tenemos la posibilidad de dar trabajo, cuando estamos con esta crisis económica tan fuerte y también con la intemperie institucional que estamos viviendo. Textiles Semillas empezó como un proyecto artístico, pero hoy es una unión de tejedoras, artistas y activistas del norte de la Argentina por el momento, pero que podría expandirse. Usar este impulso, este aliento que de repente la obra de Claudia y de Silät está teniendo, para decir que hay más tejedoras que hacen cosas increíbles.
–¿El mundo del arte necesita un artista, un nombre, una cara?
(C.A.): –Tengo este honor de poder llevar a conocer estos saberes al mundo. Yo a veces pienso que es mi misión. No sabemos si nuestros ancestros me eligieron, ni cómo alineó a esta gran mujer que tengo aquí a mi lado, Andrei, que me acompaña. Porque en los años, en toda mi vida, jamás vi una mujer como ella, que le decimos blanca. Llegó a nuestra comunidad y nos sacó adelante. Es muy impresionante. No termino siempre de admirarla. Te impulsa. Te acompaña, con ese amor que tiene a nuestros trabajos y esa admiración también hacia nosotras. Es muy hermoso todo eso. Y las chicas la respetan mucho, la quieren, porque sienten eso. Si bien estoy acá yo sola, detrás mío hay más de 100 mujeres en mi comunidad que me esperan. También hablo en nombre de ellas. Es un honor poder ser la que transmite todo esto. El objetivo siempre fue hacer ver el arte que hacemos nosotras. No sabíamos si nombrar arte lo que tenemos o no. Pero gracias a estos impulsos, pudimos saber que tenemos ese derecho de nombrarme artista, de nombrar a mis compañeras artistas también. Eso es un orgullo.
–Están haciendo un centro cultural en la comunidad. ¿Cómo va eso?
(C.A.): –Siempre soñando. Desde el principio nosotras siempre estuvimos soñando. Pero en esos momentos no había nada, un dibujo en la tierra.
(A.F.): –Me acuerdo una vez, antes de que empiece todo… Yo había ido a una residencia en Londres, y aparece esta galería, Cecilia Brunson Projects, y nos propone hacer una muestra juntas. Entonces yo vuelvo y empiezo a escribir en la tierra, y le decía a Claudia: mirá, si hacemos cuatro paños, después le pagamos a las chicas tanto, nos queda tanto, y entonces con esta plata se puede hacer tal cosa, mirá si tenemos ahora un montón de plata, y le señalo en la tierra el número. Y una amiga me dice: “Andrei, es solo un dibujo en la tierra”. Me acuerdo siempre de ese momento porque realmente no teníamos nada. Hemos podido llegar a hacer posibles las cosas gracias a la ayuda de muchas personas que han sido imprescindibles, nos han llevado en la camioneta, nos han alojado en su casa, nos han acompañado, nos han compartido contactos. También los coleccionistas que cuando no se sabía qué iba a pasar apostaron a comprar. No lo hicimos solas tampoco. Y cuidamos el proceso también porque no me gustaría que esto que está pasando sea algo que afecte a la comunidad y a su creación. Siempre estamos muy atentas de cuidarnos mutuamente, y que las chicas tengan conciencia de lo que están haciendo, en qué están participando, qué están aceptando, a dónde va su trabajo. Lo que veíamos que sucede mucho es que por ahí la gente encarga cosas, artistas, diseñadores, comerciantes, se las llevan y ellas no se sabe a dónde van esas cosas, no se sabe qué hacen después. Nosotros quisimos hacer otra cosa. Yo como curadora, elegí y tuve la posibilidad de estudiar arte toda mi vida, pero nunca quise usar esa herramienta, ese título, para decir “esto ahora lo vamos a nombrar como arte, no importa lo que vos pienses sobre eso, ahora esto se va a llamar arte y yo voy a afirmar que esto es arte, lo voy a legitimar desde mi lugar”. Yo nunca pensé la curaduría así, sino como un acompañamiento.
–Ahí se nota que sos mujer. Por eso están cambiando la historia del arte argentino.
(A.F.): –Y trabajamos con mujeres también. Es también reclamar un lugar. El otro día, un artista me decía “ay, qué pena que el arte se metió en las comunidades indígenas”. Y yo le decía, y le digo, no, en realidad las comunidades se están metiendo en el arte, porque entienden que tienen derecho a meterse: hay lugar para todos. No es que ahora vos, pintor o escultor o lo que sea, artista conceptual, perdés tu espacio porque entran una o dos artistas indígenas, sino que todo tiene más sentido porque si estamos hablando del arte argentino, si nos circunscribimos a los límites geopolíticos, nuestro país es multiétnico. Si bien hay una cultura predominante, hay un idioma que se impone como el idioma oficial, existen otras lenguas, hay otras culturas, hay otras memorias, está la fuerza de los ancestros y una continuidad que nunca fue derrotada, contrariamente a los relatos históricos que nosotros estudiamos. Nunca se derrotó. Yo le digo a Claudia que no puedo creer comunidades como en la que ella vive, que no tienen caminos, llueve y quedan aislados, que no tienen buena atención médica, que en la escuela no les dejan hablar en su idioma y no les enseñan a hablar el otro idioma, sino que a la fuerza se aprende, que no tienen garantizada el agua potable, viviendo en todas esas condiciones. Siendo una zona que el cambio climático está castigando especialmente, se torna casi insoportable vivir ahí del calor que hace, y sin el agua y sin la electricidad, sin internet, ahora que para todo hay que llenar un formulario de Google, les contaminaron el río y los peces… Y aun así, tejen todos los días, tejen con mucho amor. Y no solamente tejen, sino que cada vez que se encuentran con el tejido que hace otra, se asombran, se emocionan. Ojalá todos podamos conservar un poco de eso, porque yo siento que la mayoría de las personas estamos anestesiadas, realmente nos cuesta sentir, nos cuesta ver.
–Tu cartera que tiene colores fosforescentes: ¿el tejido es un saber ancestral, pero está vivo?
(C.A.): –Tal cual, ocupamos otros materiales, pero siempre con el diseño que sabemos hacer, ancestral, cambiando algunos materiales, las formas. Nosotros siempre hicimos bolsas, cosas chicas, utilitarias, que eran parte de nuestra vestimenta. Y teníamos que pensar cómo nos escucharían a nosotras. Ha sido como manifestarnos. Teníamos que hacer unas banderas para mostrar al mundo. Yo sé que nunca lo hicimos, pero lo pensamos: era hora de que la gente nos vea, somos nosotras ahí. Contamos nuestras historias en los tejidos, leyendas que se fueron perdiendo, manifestar que no tenemos agua, que ya no tenemos mucho monte, los peces, el río. Pensar y dibujar eso, manifestarnos por medio de nuestros tejidos como banderas identitarias, pero también de lucha. El arte nos permite ser escuchadas.
–¿Cómo es esa leyenda de que las mujeres descienden de un hilo?
(A.F.): –Se cuenta entre las comunidades del pueblo wichi que las mujeres, antes de ser mujeres, fueron estrellas. Y que bajaban a la Tierra en hilos de chaguar desde el cielo a visitar este mundo. Hasta que en un momento los hombres les cortan ese hilo. Y quedaron en este mundo como mujeres. Son historias que se transmiten desde la oralidad, hay tantas maneras de decirlo. Y también los matices que puede tener el idioma wichi, que los perdemos al traducirlos al español. La conexión con el chaguar viene desde antes de ser mujeres y cuando trabajan el chaguar vuelven a estar en contacto con ese ser estrella, con ese resplandor, con esa memoria que trasciende lo humano. Esta planta, esta bromelia, es parte del monte nativo del Chaco salteño. En otros lugares donde hay más presencia guaraní es llamada caraguatá. Una fibra muy noble que les ha permitido tejer desde tiempos inmemoriales, no sabemos desde cuándo, no sabemos cómo habrá empezado. Son esos misterios: ¿cómo alguien se da cuenta de que esa planta con hojas de espada, contorneada de espinas, adentro tiene esta fibra, que con cierto trabajo se puede transformar en hilo? Y ese hilo con ciertas torsiones y coreografías que se hacen en el aire puede construir una tela. Que esa tela puede crecer para cargar cosas y hacer redes de pesca. Historias, imágenes, colores, porque tienen dibujos que no son caprichosos. Están emulando, llamando u homenajeando a un ser vivo. Son fragmentos de seres vivos. Los diseños se llaman caparazón de la tortuga, huella del carancho, oreja de la mulita, ojos del jaguar, semillas del chañar. Eso es lo que está presente ahí. Tantos pueblos en sus tejidos están contando sus historias y son libros que saben leer. Silät, el grupo al que pertenece Claudia, significa en el idioma wichi mensaje o anuncio.
–¿Y el gran mensaje es que están vivas y lo que hacen es arte?
(A.F.): –Estas discusiones de arte y artesanía hace mucho se vienen teniendo, en realidad. Lo que es nuevo es que las personas que son nombradas como artesanas indígenas puedan participar de esa discusión y puedan disputar la posibilidad de, haciendo ciertos pasos, poder ser nombradas artistas, tal como lo hacemos quienes vivimos en las ciudades. Eso es lo que estuvo negado.
–¿Cómo te sentís cuando tejés?
(C.A.): –Yo siempre viajo con un tejido y en un huequito agarro y tejo, en todos los viajes. En los hoteles. Y cuando llego a casa, me conecto con mi tejido. Me toca cuidar esa alegría de tejer que no me gustaría que nos las quiten. Porque tejer siempre ha sido nuestra alegría. Y una mujer cuando está mal se nota en su tejido.