En una tarde gris y lluviosa en Madrid, Oscar Martínez se conecta vía Zoom desde su departamento. “Se terminó el veranillo de San Miguel, hoy ya estamos con frío, viento y lluvia”, comenta con una sonrisa. A horas del estreno de la segunda temporada de Bellas Artes, el actor se muestra entusiasmado con lo que está por venir, pero también se toma su tiempo para dar a conocer su mirada sobre la situación política y educativa de la Argentina.

En la nueva entrega de la serie creada por Mariano Cohn y Gastón Duprat, que se estrena este miércoles 23 en Disney+, Martínez vuelve a ponerse en la piel de Antonio Dumas, director del Museo Iberoamericano de Arte Moderno de Madrid. Con su característico humor ácido, Dumas enfrenta nuevas situaciones absurdas, a lo que se suma la incómoda presencia de su exmujer, interpretada por Ángela Molina, que desafía constantemente su visión del mundo. “Me sorprendió que amen al personaje; pensé que lo iban a detestar porque está lleno de aristas que no lo hacen nada empático”, dice con humor.

–¿Cómo te sentís con esta segunda temporada de Bellas Artes?

–Estoy muy esperanzado, muy ilusionado, porque me gusta todavía más que la primera temporada. Es más picante, más atrevida, y tiene un reparto con figuras muy grandes. Si bien en la temporada anterior estaban Dani Rovira y José “Pepe” Sacristán, ahora están Ángela Molina, Imanol Arias, Cecilia Suárez, Milena Smit, y Miguel Ángel Solá, haciendo personajes episódicos. Eso, creo yo, le otorga también un mayor interés.

–¿Es mérito tuyo que grandes figuras estén haciendo personajes secundarios porque tenían muchas ganas de trabajar con vos?

–Sí, Gastón [Duprat] me lo comentó, muy generoso. Es probable que en algunos casos sea cierto. Lo sé en el caso de Pepe y en el caso de Dani Rovira, por supuesto. Sé que Ángela, cuando supo que estaba yo, dijo que sí. Pero tanto su personaje, como el de Miguel Ángel y el de Cecilia Suárez, son coprotagonistas del episodio en el que participan. Me complace, por supuesto, y si fue así, es un gran halago para mí.

Imanol Arias y Oscar Martinez en una escena de la segunda temporada de Bellas Artes.

–Además Imanol Arias quiso sumarse al elenco porque estabas vos ¿Cómo fue eso?

–Es cierto, el caso de Imanol es distinto porque me lo encontré en un estreno aquí en Madrid, y me dijo: “Yo quiero estar ahí, te sirvo el café, lo que sea, pero quiero estar”. Entonces les dije a los chicos [Andrés y Gastón Duprat, y Mariano Cohn]: “Bueno, Imanol quiere estar, inventen algo.” Y así fue, él hace un personaje importante, aunque no protagónico.

–Sos el único argentino que recibió la Copa Volpi como mejor actor en el Festival de Venecia, por El ciudadano ilustre..

–Sí. Y tampoco hay ningún otro latinoamericano. Incluso, el único español que la había ganado, hasta hace dos años cuando fuimos con Competencia Oficial y la ganó Penélope [Cruz], fue Javier Bardem.

–Además, Bardem es admirador tuyo.

–Él me viene halagando desde hace 20 años, muchísimo, desde Art, cuando vinimos aquí a hacerla. No solo él, pero él, por ejemplo, venía varias veces por semana a ver la función. Luego íbamos a comer. En esa época ellos tenían un restaurante que manejaba la hermana de Javier, que se llamaba La Bardemcilla, Íbamos mucho a comer ahí. Y ya en esa época él era muy fan mío, algo que a mí me resultaba inconcebible, porque él es un actor monumental. Siempre ha manifestado su admiración por mi trabajo, y lo sigue haciendo, cada vez que puede.

–Y con El Ciudadano Ilustre también pasó algo especial, ¿no?

–Sí, con El Ciudadano Ilustre pasó algo muy potente. Recuerdo que estaba en Buenos Aires, cocinando en casa, cuando empezaron a llegarme mensajes de WhatsApp. Javier y Penélope acababan de ver la película en su casa, en streaming. Bueno, no puedo reproducir lo que me dijeron por pudor, pero fue muy elogioso.

–¿Algo podés contar?

–No, no, no. Pregúntenle a Javier. Él lo dice cada vez que puede, lo dice muy generosamente.

–¿Tenés pendiente trabajar con él?

–Siempre dijimos que nos gustaría, pero no es sencillo. Ojalá se dé, me encantaría, claro que sí.

Una escena de la segunda temporada de Bellas Artes, que se estrena este miércoles en Disney+

–Tanto en El Ciudadano Ilustre como en Bellas Artes hacés personajes que patean el tablero y dejan de lado la corrección política, tocando temas sensibles como el cupo femenino, la inmigración, el idioma inclusivo…

–El sindicalismo, la política, las cuestiones de género… Eso es muy propio de Gastón y Mariano, y de Andrés, que es quien escribe los guiones. Pero sí, es verdad que hay algo de incorrección política en casi todas sus obras. Eso tiene que ver más con ellos que conmigo. A mí me encanta, pensamos muy parecido, casi igual te diría, y nos divertimos mucho trabajando juntos. Creo que lo seguiremos haciendo siempre. Nos reímos de las mismas cosas. Y hemos entablado ya un vínculo que trasciende lo meramente profesional. Podemos decir que somos amigos, ¿no?

–De todas formas, no cualquier actor se anima a interpretar esos roles, pero vos lo hacés y el público lo recibe muy bien.

–En primer lugar, el éxito de la serie me sorprendió por su magnitud. Yo esperaba que pudiera funcionar, pero más para un coto de caza, más para un tipo de público de nicho, como se dice ahora. Afortunadamente, no es así. Otra cosa que me sorprendió fue que pensé que al personaje lo iban a detestar, porque está lleno de aristas que no lo hacen nada empático. Sin embargo, lo aman. Y creo que, no voy a hacer falsa modestia, algún pequeño mérito en eso puedo tener. Aunque el mérito mayor es de ellos, los creadores, que conciben personajes que, por la contraria, producen eso, es decir, por ser antisociales o por no seguir sometidos a convenciones sociales. Ellos son muy abiertos y muy generosos conmigo, y me invitan a participar desde la gestación de la idea hasta las líneas generales del guion y los guiones propiamente dichos. Tanto con El Ciudadano Ilustre como en Bellas Artes hicimos ese trabajo, y en Competencia Oficial también lo hicieron con Penélope y Antonio [Banderas]. Ellos les pidieron que les contaran historias, anécdotas de directores, de productores, de otros actores. Y eso es muy beneficioso, según ellos. Yo también lo veo así, porque me permite participar de un modo creativo.

Miguel Ángel Solá, otro de los actores invitados de la segunda temporada de Bellas Artes

–Sigourney Weaver elogió tu trabajo en Competencia Oficial durante los Premios Goya.

–Sí, pero tampoco quiero adjudicarme más de lo que me corresponde. Yo creo que, como te digo, no es común. Si bien cuando vos trabajás en un protagónico, el director la mayoría de las veces, por lo menos en mi caso, te consulta y te abre el material, y también se abre a que uno le pueda sugerir, enriquecerlo, complejizarlo de tal o cual manera, o simplemente dar una opinión creativa. En este caso es distinto porque, con Cohn y Duprat juego de memoria, tenemos un entendimiento mutuo que viene de muchos años. Además, tenemos miradas semejantes sobre muchas cuestiones, y entonces se arma este combo. Trabajar con ellos es muy cómodo, más allá de que la exigencia es enorme, porque somos muy perfeccionistas, y obsesivos. En este caso, funcionamos casi como un equipo.

–¿Qué tienen en común Oscar Martínez con Antonio Dumas?

–Pocas cosas. Lo mismo me preguntaban de Mantovani [el personaje que protagonizó en El ciudadano ilustre]. Son dos ermitaños; yo no soy tan ermitaño… No soy ermitaño. Los dos viven solos. Yo estoy en mi tercer matrimonio, que ya lleva 18 años. Creo que no soy tan hosco ni tan antisocial.

–Son personajes bastante radicales.

–Sí. Pero obviamente, así como [Ernesto] Sabato decía que todos los personajes de un escritor, independientemente de que sean de distintas narraciones y obras, son parientes entre sí. Yo procuro que lo sean lo menos posible, o por lo menos que se diferencien unos de otros. A veces me gustan más los personajes decididamente distintos, aunque son un riesgo. Pero seguramente algo de lo que decía Sabato es cierto. No estoy hablando de los actores que se repiten mucho, que a mí no me gustan. Hay actores muy magnéticos, a los que la gente les perdona porque va a verlos a ellos, y el personaje está siempre detrás de ellos. No estoy hablando de eso, porque eso a mí no me gusta. Pero sí de que, bueno, inevitablemente hay un parentesco. Los personajes que uno interpreta son primos cercanos o lejanos. Además, estamos hablando de Mantovani y de Antonio Dumas, que salen de las mismas cabezas.

Ángela Molina y Oscar Martínez, en una escena de la segunda temporada de Bellas Artes

No todo el mundo se anima a decir lo que piensa en el contexto político actual.

–Esta cosa de la polarización es un fenómeno global, aunque en la Argentina tiene características particulares. Es verdad que lo venimos arrastrando desde hace como mínimo 20 años. Hoy en día, cualquier persona que se atreva a hablar es demonizada o estigmatizada por un lado o por el otro. Entonces, mucha gente se cuida de decir lo que piensa.

–¿Recibís más críticas o halagos?

–Creo que recibo más adhesiones, pero también he recibido críticas duras. Sobre todo, hace algunos años, porque había un ejército de fanáticos que atacaba. De todos modos, siempre expresé mis opiniones con moderación y respeto, aclarando que me gusta vivir en un país plural, donde el que piensa lo opuesto tenga derecho a decirlo. Estaba todo muy exacerbado, había una crispación permanente. Independientemente del modo en que lo dijeras, había quienes te atacaban. Por supuesto, lo padecí, pero también mucha gente me lo reconoció y agradeció, incluso quienes no pensaban como yo. Nunca salí de manera tribunera ni militante, porque no milito, y mucho menos soy fundamentalista de ninguna causa. De hecho, me ha tocado trabajar con colegas muy comprometidos con una causa política, y no tuve el menor inconveniente; siempre primó el compañerismo y la necesidad de hacer bien el trabajo.

La educación y el país que extraña

–¿Cómo ves a la Argentina hoy desde Madrid?

–No puedo hablar porque hace cuatro años que me fui. He ido de visita dos veces en el último tiempo, a promocionar la serie y a visitar a mis hijas, a mis amigos y a mis nietos. No estuve el tiempo suficiente como para poder opinar. Además, sé que hay gente que se siente muy mal si uno habla habiéndose ido del país, así que prefiero no opinar. Me preocupa lo obvio: la intolerancia, el fanatismo, la pobreza que siguen en aumento. Yo viví en una Argentina que tenía un 2 o 3% de pobreza, pero era una pobreza digna, no lo que vemos ahora, que es marginalidad e indigencia. Era un país hegemonizado por la clase media. A pesar de la falta de calidad institucional de los últimos 80 años, que es una de las causas de nuestra decadencia, había muchas cosas rescatables. En la década del 60, cuando yo era adolescente, hubo una explosión cultural y una creatividad extraordinaria. Otro problema es que nos enfocamos excesivamente en la crónica diaria y perdemos de vista una reflexión más profunda sobre las razones que generaron la pobreza y la decadencia generalizada. No hay un solo tópico que uno pueda hoy comparar con la Argentina de hace 20 años atrás: la salud pública, la movilidad social, la calidad educativa, entre otras cosas, todo fue en detrimento.

Oscar Martínez:

–Nombraste la calidad educativa en un momento clave…

–Por mi manera de pensar, por provenir de donde provengo, por haberme construido como me construí en una Argentina, como dije, diferente, siempre privilegiaría la educación en cualquier plan de Gobierno. La educación es la base del futuro. Eso era lo que diferenciaba a Argentina del resto de Latinoamérica: nuestra clase media. Einstein estuvo en el país en el año 1957 para estudiar el fenómeno educativo de Argentina. Fuimos uno de los primeros países en erradicar el analfabetismo, hay que tener en cuenta que Europa tuvo dos guerras mundiales en el medio. Ese fue un logro enorme que trajo como resultado una Argentina próspera, culta, con premios Nobel, escritores y artistas de altísimo nivel. Así que, por supuesto, no puedo aprobar ningún plan que no privilegie la educación por encima de todo.

–El gobierno de Javier Milei, de alguna manera, plantea patear el tablero y empezar de nuevo ¿Pensás que están poniendo foco en lo más importante?

–La verdad es que no podría responderte eso. ¿En qué medida esto da origen a un embrión de una Argentina diferente, superior? No lo parece. Sin una educación, sin recuperar la calidad de la educación que tuvimos es muy difícil pensar en una Argentina superior.

–¿Extrañas Buenos Aires?

–Lo que extraño son los encuentros cara a cara con amigos. Por supuesto, también extraño a mis hijas y a mis nietos. A pesar de que estos bichitos [señala su celular] han cambiado mucho eso. Hace 20 años no había smartphones, recuerdo que cuando estaba de viaje iba a un locutorio para poder comunicarme. En cambio, ahora hablamos por videollamada. Te podría mostrar todo en vivo: “Mirá, tengo una gotera”, “mirá dónde estoy”, “mirá qué lindo está Serrano”, ¿no? Es lo que hago con mis hijas, pero obviamente no es lo mismo que estar físicamente ahí. Es así. Fue una elección que se fue dando gradualmente. Me dieron la ciudadanía, sumado a que pasaba varios meses al año trabajando aquí, y la pandemia también jugó un rol decisivo para que finalmente la mudanza se concretara.