Cuentan que nunca nadie le vio el rostro a la mujer de la mortaja blanca. Relatan que el pálido espectro no habla ni grita, que solo llora mientras golpea las puertas del cuarto piso. Los más delirantes afirman que es la despechada amante muerta del compositor italiano Giacomo Puccini, el autor de Nessun dorma, uno de los actos de la ópera Turandot.
Y la verdad es que, de noche, en el ex edificio del diario La Prensa, donde ahora funciona la Casa de la Cultura de la Ciudad, nadie podría dormir.
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Siempre se dijo que en el antiguo palacio de la familia Paz, en Avenida de Mayo 575, ocurrían fenómenos paranormales. Y ahora que su estructura se encuentra en obra, trabajadores de la construcción y empleados de seguridad han desenterrado algunas historias solo conocidas por los fanáticos de los episodios sobrenaturales, los que no tienen explicación racional ni científica de ningún tipo.
Y entre todas estas historias, sobresale la de la difunta amante del músico italiano, famoso por sus recursos politonales como por sus capacidades amatorias.
Puccini se alojó en este emblemático edificio construido a finales del siglo XIX según los trazos de la Escuela de Bellas Artes de París. Sus fachadas corresponden al “estilo Garnier”, impuesto por el arquitecto de la Ópera de París y el Casino de Montecarlo. Destacan el balcón unificado, el reloj y la figura femenina que representa a la diosa de la sabiduría Palas Atenea.
El estilo y carácter de la edificación es único, no solo en la ciudad de Buenos Aires, sino también en toda la Argentina. No tiene igual. Las historias que se cuentan puertas adentro, tampoco.
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Un poco por los espectros y otro por las obras, así como está, en plena etapa de restauración, la verdad es que la construcción mete miedo. Por eso el gobierno porteño, encabezado por Jorge Macri, decidió restaurar el edificio, sin modificar su impronta ni sus grandes detalles, siendo fieles a su singular esencia.
Los trabajos comprenden la reparación de la fachada, el patio central, los subsuelos y el techo vidriado, mejor llamado Lucernario, y forman parte del plan de la Ciudad para recuperar y poner en valor el patrimonio cultural. “Estamos haciendo obras para que la Ciudad siga brillando con su vigorosa oferta cultural” , sostuvo el Jefe de Gobierno, Jorge Macri en la Casa de la Cultura, durante una recorrida por las obras.
La intervención abarca más de la mitad de los 12.522 metros cuadrados de la superficie total e incluye la restauración del Lucernario, que es la lucarna gigante que ilumina el patio central con luz natural. De este imponente tragaluz se están arreglando o reemplazando exactamente 1463 vidrios, además de acondicionar la armadura de hierro, respetando materiales, colores y texturas originales. También se trabaja en la instalación de un sistema contra incendios.
Se sabe, aquí también funcionó La Prensa, el diario más importante de la primera mitad del siglo XX, fundado por José C. Paz en 1869. Las plumas más destacadas del país firmaron sus artículos y su archivo fue una referencia inenudible para varias generaciones de investigadores. En la redacción había una sirena que durante muchos años sonaba cada vez que se conocían noticias que conmovían al país y al mundo. Se escuchó por primera vez el 29 de julio de 1900 con motivo de la muerte del rey Humberto I de Italia.
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Pero ahora el trajinar de la redacción se ha apagado, y lo que subsiste es un extraño pavor que se siente fuerte entre quienes transitan sus pasillos: no tiene que ver con las obras de restauración, ni con la muerte de monarcas europeos. Dicen que hay como una energía especial, como un magnetismo del que se desconocer su fuente. Que las cosas se mueven solas. Que hay movimientos inexplicables.
Fuentes porteñas comentan que personal de la cocina suele encontrar, en las oficinas del primer piso, vasos desparramados sobre la mesa, que no estaban al momento de la limpieza, como si un grupo de espíritus hubiera estado de fiesta la noche anterior. Esto coincide con los relatos del personal de seguridad del turno noche. Ellos afirman que son corrientes los crujidos en distintos ambientes del edificio, y que en algunas ocasiones el ascensor sube y baja varios pisos sin que nadie lo llame.
Que se sepa, nadie de carne y hueso pernocta en esas oficinas.
Como es natural, a ningún empleado de seguridad se le ocurre pegar un ojo durante el servicio. Nadie duerme. Le temen al fantasma de la mortaja, el que quizás sea el espectro de la despechada amante muerta de Puccini.
Y si bien nadie afirma que la historia sea verdadera, y todos la inscriben dentro de la literatura fantástica, por lo verosímil, los pormenores resultan atrapantes. Puccini brilló en este edificio, mas luego su luz se fue apagando.
La estadía de Puccini en Buenos Aires
Cuentan que el compositor italiano, caracterizado como el sucesor de Giuseppe Verdi, fue invitado a su primer viaje a Sudamérica por la familia Gainza Paz, propietaria del diario La Prensa. Llegó a Buenos Aires un viernes 23 de junio de 1905 junto a su esposa Elvira, a bordo del buque Tomaso di Savoia, previo paso por Montevideo, con las atribuciones de un Jefe de Estado. Y estuvo más de 40 días haciendo turismo y disfrutando de la buena vida, al ritmo de una Argentina Belle Epoque que deslumbraba a los europeos más sofisticados. Es bien conocido el dato de que el artista y su esposa durmieron en el departamento para huéspedes ilustres del edificio de Avenida de Mayo 575.
Tras un descuido de su esposa Elvira, engalanada con los tratamientos de una primera dama, Puccini habría mantenido allí, en esa misma habitación, un intenso romance con una muchacha porteña, a la que no volvió a corresponder.
Dicen, y dicen y que dicen, y aquí es donde la realidad le deja paso a la ficción, que su amante en las sombras lo maldijo para siempre.
Y que luego se suicidó.
No existen registros documentales de un hecho de esta naturaleza, cuentan en la Casa de la Cultura, pero nadie se anima a negarlo. Como sea, parece que el conjuro de la mujer despechada surtió efecto. Y cuando el genial compositor volvió a Italia, la desgracia golpeó las puertas de su estabilidad emocional.
Relata la Enciclopedia Británica que, en 1909, una tragedia sacudió al músico, que le era habitualmente infiel a Elvira Puccini. Como suele ocurrir en estos casos, todos lo sabían, menos ella. Y fue ella quien, en un descuido, descubrió la relación íntima que su marido Puccini mantenía con su criada, Doria Manfredi, una muchacha de 23 años.
Cuenta la Enciclopedia Británica que el hecho ocurrió en la casa que el matrimonio compartía en Torre del Lago, un pequeño pueblo de la Toscana. La joven criada, ante la grave acusación, que se hizo pública y notoria, decidió quitarse la vida.
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Cuentan los enciclopedistas que la autopsia de Doria determinó que había muerto producto de un suicidio, tras tomar seis pastillas de un veneno corrosivo. La necropsia arrojó un resultado sorprendente.
La presunta amante de Puccini era virgen. Y esto servía como prueba para deshechar las acusaciones de adulterio -parece que, en aquella época, las infidelidades sin acceso carnal no eran consideradas infidelidades-.
Puccini debió desembolsar una cuantiosa suma de dinero para reparar el honor de la familia Manfredi, y evitó así que Elvira fuese a prisión, condenada por calumniar a una virgen.
No volvió a ser el mismo, Puccini, y su producción artística se apagó, sostienen sus biógrafos, tanto como su apetito sexual. El autor de Nessun dorma había dejado atrás los tiempos luminosos de su paso por Buenos Aires, pero no la maldición de su despechada amante.
La misma que por las noches suele golpear las puertas del cuarto piso del ex diario La Prensa.