La segunda novela de la ilustradora y escritora María Luque (Rosario, 1983) tiene como protagonista a una maestra jubilada, soltera y de imaginación desbordante; aliada de los pájaros (palomas incluidas), amante de las meriendas, la conversación y las flores, novia platónica de Sandro y amiga leal, Rosa vive en una ciudad que podría ser Buenos Aires o Rosario o “cualquier ciudad con un parque cerca”, dice la autora, para recostarse en una reposera o en un banco a observar la entretenida vida de las aves. Con dosis de recuerdos, ideas, asociaciones y divagues, la protagonista de Budín del cielo (Sigilo, $ 18.000) “cocina” una realidad amable.

La tapa de

Como en Corazón geométrico, de 2022, la voz de la protagonista lleva adelante la historia. Pero a diferencia de esa primera novela, hay dibujos en algunas páginas: reposeras, bandadas de estorninos, un retrato de Sandro y figuras geométricas con las que la exmaestra grafica anhelos y preocupaciones propias y ajenas. En Budín del cielo, la vida de las aves explica la de las personas y viceversa. Los gorriones se pueden comportar como chicos angurrientos y sus alumnos, como pichoncitos que van ganando experiencia lejos del nido. “Empezaron las vacaciones de invierno. No vi pichoncitos por ninguna parte. En el parque estaban todas las ramas vacías. Me entristece cuando no se siente el ruido de los chicos, todo se vuelve tan tranquilo. Estaba convertida en triángulo pero no había pájaros para mirar”, razona Rosa.

Luque habla sobre la escritura, el dibujo y el vértigo como estímulo necesario para la creación

“Hubiera sido más fácil que Rosa fuera una maestra de plástica”, dice la autora, que comenzó a escribir ficciones porque con los dibujos y las ilustraciones ya no sentía “el vértigo” de no saber cómo resolver una situación. “Con la escritura sí me pasa, no me siento tan segura y creo que el vértigo es muy necesario”, sostiene. Presentará la novela el jueves 13, en la Biblioteca Ricardo Güiraldes (Talcahuano 1261), con Ceclia Absatz. “Estoy muy contenta de que haya aceptado. Incluyó un fragmento en su newsletter Viejo Smoking y hace muchos años, cuando me entrevistó por La mano del pintor, fue muy cálida. Me encantaría presentarlo también en Rosario”, dice.

-¿El personaje de Rosa está inspirado en una persona real?

-Está un poco inspirado en mi tía abuela Roma, en las historias que ella me contaba. Ha sido maestra en su juventud, pero es otro personaje. Más que nada comparten ese oficio de la enseñanza con pasión, pero tampoco quería estar muy pegada a la historia familiar. Siento que cuando se trabaja con vínculos de la vida real a veces eso te puede poner un freno.

Maria Luque publicó dos novelas y novelas gráficas

-¿Y ella leyó la novela?

-La está leyendo; por momentos me da un poco de susto de que se hubiera sentido reflejada de una forma medio extraña, porque obviamente no se parece a ella el personaje. Por suerte se quedó con esa frase que en un momento Rosa dice sobre la ficción, que es cambiarle el nombre a los parientes. Supongo que es difícil verse reflejada a través de los ojos de alguien con ciertas cosas de la personalidad que se toman y otras que se cambian. Puede ser una operación medio extraña leerse.

-Al comienzo esa extrañeza se puede percibir como la manifestación de un deterioro cognitivo. ¿Querías ahondar en ese aspecto?

-Me gusta la idea de que no se sepa. Me interesa que se lo pueda leer así y que por ahí otra persona piense que Rosa tiene una imaginación exacerbada. Termino de entender lo que hice charlando con los demás, porque no trabajo de un modo muy analítico. Me gustaba que quedara abierto.

-La imaginación de Rosa y su relación con aves, flores y plantas evoca la literatura de la uruguaya Marosa Di Giorgio.

-No había leído a Marosa mientras escribía la novela; la empecé a leer después y me fascinó, por ese nexo muy directo con las flores y los animales, en este caso, los pájaros. Rosa tiene unas escenas medio eróticas con las flores y Marosa en uno de los libros que estuve leyendo, Misales, habla mucho de eso y pensé “Ay, esta señora ya existía en algún lado” y me parecía hermoso. Una precursora involuntaria, digamos, que empecé a leer después y me alegró muchísimo encontrar esa similitud. Esa manera de ver la naturaleza y de dar voz a las plantas y los animales existe desde siempre.

-Otra línea de lectura es la importancia de la enseñanza y el aprendizaje en distintas etapas de la vida.

-Eso me interesaba mucho. Me di cuenta también después, pensando un poco en retrospectiva, que es algo que vengo trabajando un montón en mis libros. Incluso en la primera novela gráfica, la de Cándido López, el personaje enseña a pintar. Algo de esa instancia de aprender se me hace recurrente, y vuelvo una y otra vez.

-¿En Budín del cielo qué aprenden los personajes?

-Rosa está totalmente atravesada por su profesión, por esa cuestión de no poder dejar de enseñar o de no poder dejar de verse en ese rol a tal punto de querer conducir hasta a las cotorras del parque; no puede salirse de ese rol de guiar, escribe cartas imaginarias a “padres” de pichones y estudia lo que le pasa a ella o a Norma, su amiga del edificio. Y están los momentos en que otros personajes recuerdan cuando estaban en el colegio: hay algo de todo ese mundo que me interesa y que no me canso de explorar.

-La amistad está muy reivindicada: ella es una mujer soltera, sin hijos, pero que tiene su familia de seres queridos, su grupo de pertenencia.

Pienso que la protagonista de la novela es como la señora que me gustaría ser en el futuro. Me imagino un poco así; pienso en muchas mujeres de mi generación, y en general en muchos casos de mujeres que han decidido no tener hijos, y que arman sus familias con las personas que tienen cerca en su barrio, incluso los vínculos que se forman cuando van a la verdulería o al almacén. Familias que se van armando a lo largo de la vida.

-¿Transcurre en Rosario? Por la mención al Palace Garden, digo.

-No sé si transcurre en Rosario. Hace poco hubo una remodelación en el Palace Garden, pero no volví a ir, me da un poco de impresión porque yo lo recuerdo como en los años 90, no sé cómo estará ahora. Pero en ningún momento se nombra la ciudad; la única ciudad que se menciona es Mar de Plata, cuando Rosa se va de viaje con sus exalumnos. No se sabe muy bien dónde vive. Podría ser cualquier ciudad de la Argentina que tuviera un parque cerca. Es un personaje completamente urbano.

-¿Por qué incluiste al personaje de una joven escritora en la novela?

-La verdad es que no lo fui planeando. Me sucede que la historia va apareciendo a medida que voy escribiendo. Sí estaba la intención de incluir ese poema, que es lo primero que aparece de Margarita, y que al final se aclara que es un poema de una sobrina mía, Margarita Laborde. Esa idea de una nena que escribe poemas en la escuela, con una maestra que la alienta a hacerlo y que finalmente termina convirtiéndose en escritora me parecía interesante.

-¿Al principio surgió la historia o la voz del personaje?

-Al principio fue la voz de Rosa que, por esa necesidad de despegarme un poco de mi tía abuela, fue adquiriendo atributos específicos como el interés por la naturaleza y su fanatismo por Sandro. Son todas cosas que en realidad me interesan a mí. Tuve un momento de fascinación con la naturaleza durante la pandemia, que creo que a muchos nos pasó por estar encerrados. Pasé la pandemia en Coghlan y, las primeras veces que se podía salir, me iba a la verdulería más lejana que podía y con los pájaros tuve una especie de revelación. Nunca les había prestado mucha atención y, de golpe, empezaba a reconocer a un benteveo, a ver dónde estaba su nido y que todo el día estaba en el mismo árbol. Todo eso me empezó a despertar un interés que nunca había sentido y además hubo muchas lecturas, como las de Vinciane Despret, pero sobre todo mucha observación.

Un retrato

-Rosa antropomorfiza a los aves y “pajariza” a las personas.

-Me parecía divertido que existiera ese limbo, que no se supiera cuánto de todo eso es real por la imaginación de Rosa. A la vez nadie tampoco le lleva la contraria, salvo Norma que le dice que se aburre en el “cumpleaños de cotorras” al que la invita, pero nunca hay nadie que le diga que esas ideas son medio extrañas. Quería que eso no quedara muy claro.

-¿Los dibujos fueron apareciendo en simultáneo con la escritura?

-Al principio apareció esa idea de la joroba y el triángulo: venía de una anotación que tenía en un cuadernito y de ahí surgió una señora a que le está apareciendo una joroba, que es lo que pienso que nos está pasando a todos por mirar el celular, y en mi caso también por dibujar y estar muy encorvada sobre el papel, y en ese momento pensé “qué puedo usar para revertir esta joroba que en algún momento ya no va a tener vuelta atrás” y la idea de empezar a mirar para arriba apareció en un dibujo. Después me pasaba que había veces en que no sabía cómo seguir la historia y pensaba “voy a dibujar algo sin saber muy bien qué rumbo me puede deparar”, y a partir del dibujo pensaba adónde podía ir el texto. Fue una manera nueva de mezclar estos dos lenguajes.

-¿Hacer una novela gráfica y escribir una novela requieren métodos muy distintos?

-Sí. De hecho me pasó que, como mi trabajo es dibujar como ilustradora todo el día y me pierdo en el dibujo, sentí que me faltaba un poco de emoción en ese lenguaje; creo que por eso empecé a escribir: porque no sentía ya tanto el vértigo de no saber cómo resolver una situación. En cambio, con la escritura sí me pasa; no me siento tan segura y el vértigo es muy necesario. Ahora que empecé a escribir me cuesta mucho imaginarme haciendo otra novela gráfica, algo que me encantaría; supongo que será cuestión de que aparezca una idea apropiada para ese lenguaje.

-¿En la novela gráfica qué surge al comienzo?

-En mis novelas gráficas todo el texto que hay son diálogos entre personajes; escribir ficción es otra manera de pensar el texto, porque si bien en algunos momentos hay alguna línea de diálogo, es otra cosa; es más como un pensamiento continuo. Y es bien diferente la manera de ir avanzando. Me encantan las dos y me gustaría poder hacer todo en simultáneo, pero quizás estoy siendo muy ambiciosa.

-Tu trabajo profesional es el de ilustradora.

-Es lo que más hago, trabajo para revistas, hago muchas tapas de libros y también con mis pinturas para la galería Mar Dulce, entonces estoy muy acostumbrada a pensar en imágenes.

-La novela incluye recetas.

-Me gusta mucho cocinar, así que me divertía que mi personaje también pudiera disfrutar eso; para el imaginario de lo que una señora jubilada hace quizás es un lugar común pensar que cocina budines, pero me divertía que ella pudiera generar vínculos con las personas a través de la comida, eso de invitar siempre a su vecina cuando tiene mucho budín o de prepararles empanadas a sus alumnos. Es también una manera de vincularse con los demás muy frecuente. Está la receta del budín del cielo y también describe por momentos cosas que agrega a los budines y el té con flores de manzanilla que le prepara a Norma.

-Rosa vive en un mundo mucho más amable que el que conocemos.

-Digamos que es un mundo que se ha romantizado; a mí me encantaría que todas las maestras jubiladas pudieran tener una vida así de plácida, pero lamentablemente intuyo que no es la realidad de muchas, con jubilaciones miserables, con preocupaciones que a lo mejor no te permiten ir todos los días al parque a mirar pajaritos; ojalá todos tuviéramos la oportunidad de tener una vejez así; sería hermoso, pero el contexto de este mundo es un poco más cruel, lamentablemente.

La protagonista de la novela sigue las piruetas de una bandada de estorninos en Mar del Plata

-¿Hace mucho que vivís en la ciudad de Buenos Aires?

-De manera intermitente sí, en 2021 volví a Rosario a vivir un año, pero después regresé acá. La vida cultural allá tiene otra escala aunque obviamente en Rosario hay muchísimo movimiento.

-¿Tenías una fantasía sobre el mundo del arte antes de convertirte en escritora y dibujante?

-Supongo que sí; hay cosas que una se imagina que deben funcionar de una manera y después en la realidad no son tan así. Quizás se fantasea un poco con cómo son las condiciones de esos trabajos o se piensa de una manera más alejada de lo que es: un trabajo como cualquier otro, con días buenos y malos, hay veces que tenés más trabajo o a veces que nunca te llega un mail.

-¿Cambiaron mucho las condiciones de trabajo con la “batalla cultural”? ¿Te afecta?

-Claramente me afecta; noté cambios en el volumen de trabajo. También lo hablo con colegas y veo que es algo bastante general. Estamos un poco habituados a la práctica de inventarnos cosas nuevas cada vez que hay una crisis, entonces esa gimnasia medio que la tenemos adquirida. Y está siendo súper duro enfrentarse a una crueldad total que yo al menos nunca había percibido antes. Supongo que a todos los que tenemos algo de sensibilidad nos afecta un montón. Me lo paso hablando con amigos acerca de cómo hacer para mirar menos las noticias y a la vez no estar alejada de la realidad; es un equilibrio difícil. La lectura a mí me rescata un montón de eso.

-¿Y qué estás leyendo ahora?

-Unos libros de ensayo de Ursula K. Le Guin sobre la escritura que son preciosos, como Contar es escuchar que me encantó y otros que no conseguí en español. Estuve leyendo mucho a Hebe Uhart, que es como un lugar al que me encanta volver. De hecho a Hebe, que como Rosa también fue maestra, a veces la leo y siento que estoy escuchando a mi tía abuela; tienen una manera de hablar que no sé si es propia de su generación, con un uso del humor que parece involuntario, como si no se diera cuenta de lo graciosa que es y a mí eso me fascina. Cuando necesito una dosis de un mundo más amable, me voy a leer a Hebe y me hace muy bien.

-Varios libros tuyos salieron en Sigilo.

-Me hace muy feliz que mis libros estén ahí. Hay libros del catálogo con los que mis novelas tienen vínculos como Los sorrentinos, de Virginia Higa; El taller literario, de Francisco Bitar, o el de Salomé Esper, La segunda venida de Hilda Bustamante. Me encanta leer a mis contemporáneos.

-¿Estás escribiendo y haciendo una novela gráfica?

-Estoy escribiendo y me gustaría estar con una novela gráfica. Avanzo muy lentamente en otro proyecto que no tiene ninguna prisa y después sigo pintando y haciendo ilustraciones, es un momento para tener muchos proyectos.

-¿Qué le aportó tu trabajo de dibujante a la escritura?

-Algo de la observación. Siempre me gustó contar historias desde las imágenes y hay algo de eso cuando se traduce a las palabras que se hace de una manera diferente. Se van enriqueciendo mutuamente los dos mundos. Me gusta pensar que estoy en una especie de limbo, con una patita en cada lado.

-¿Esa pasión por la geometría del personaje de Rosa es tuya también?

-Es algo que me hubiera gustado tener. No entiendo nada de matemática, siempre me tocó rendirla en marzo. Fue un desafío intentar entender a través de los ojos del personaje. Me hizo estudiar cosas muy básicas, que sin embargo me costaron mucho, como la proporción áurea, y fue un desafío pensar en esos términos. Hubiera sido más fácil que Rosa fuera una maestra de plástica, pero ese camino hubiera estado más allanado.

-¿Tus padres leyeron el libro?

-Los dos. Mi madre está muy emocionada y ya están medio mal acostumbrados a que algo de la historia familiar aparezca en mis historias. La receta del budín del cielo era de un cuaderno de una pariente de mi abuela; siempre me alimenta las idea de que esa historia pueda ser parte de mi trabajo. Y se me hace medio inestable. Me parece muy difícil que no se vaya colando algo de la historia familiar o personal en lo que uno escribe.