Altamente preocupado porque “la violencia verbal se ha instalado en la Argentina”, el politólogo Natalio Botana percibe signos de continuidad entre el presidente Javier Milei y la lógica populista “amigo/enemigo” que imperó durante el período kirchnerista. Advierte que esa marca se refleja, por ejemplo, en las descalificaciones del líder libertario hacia la figura de Raúl Alfonsín, reconocido en todo el mundo como “el padre de la democracia en la Argentina” y vapuleado por el presidente libertario, que lo acusó de promover un “golpe de Estado contra el gobierno de Fernando de la Rúa”

“El estilo del kirchnerismo no ha muerto, permanece presente hoy en la presidencia de Milei con mucha vitalidad”, afirma Botana, riguroso analista político, académico y profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), en una entrevista con LA NACION. Los ataques a la libertad de prensa refuerzan esa visión, frente a un gobierno libertario que exhibe “déficits serios” en compromiso republicano y contradicciones con la tradición liberal que a fines del siglo XIX construyó la organización del país.

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A los 87 años, Botana revaloriza los caminos de la tolerancia y encuentros, por encima de las fracturas y divisiones, como señala en su reciente libro La experiencia democrática, en el que desmenuza los cuarenta años del camino que inició el gobierno de Raúl Alfonsín en 1983. Desde esas páginas, el prólogo de Julio María Sanguinetti resume que “la Argentina nunca deja de ser una perplejidad”.

–¿Cómo evalúa las críticas del Presidente a Raúl Alfonsín?

–Es un vendaval de insultos e infundios. Alfonsín es el padre de la democracia. Su gobierno atravesó una durísima transición, en condiciones muy precarias, porque no pudo resolver los problemas económicos fundamentales, pero cortó con trascendencia el ciclo tan negativo y nefasto de los golpes militares. Cuando se retiró del gobierno, pese a la cantidad de paros de una Argentina corporativa, los tres gérmenes de la violencia recíproca que había azotado al país en las décadas anteriores estaban presos: los comandantes de las juntas militares, la cúpula de los montoneros y el artífice de la Triple A, José López Rega, que murió en prisión ese mismo año.

–¿Tiene fundamentos la acusación de que participó de un golpe de Estado contra De la Rúa?

–Es insostenible. De la Rúa cayó porque hubo un golpe, pero ese golpe no provino de Alfonsín, sino de una insurrección manejada por sindicatos y el peronismo de la provincia de Buenos Aires, que derivó en saqueos y una represión muy mal llevada adelante.

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–¿A qué atribuye las reacciones del Presidente?

–Se inscriben en un contexto más amplio. Hoy en la Argentina vivimos una recuperación económica importante. Sería absurdo negarlo. Pero veo un déficit republicano. La democracia es el gobierno basado en la soberanía del pueblo y eso lo supimos preservar, por los primeros pasos que dio el gobierno de Alfonsín. La democracia republicana debe estar controlada por instituciones, entre ellas la Justicia, y por el gran legado de los liberales fundadores de la Argentina moderna: la libertad de expresión. Frente a los gobiernos la prensa tiene una función fundamental. Como dijo Martin Baron, exdirector del Washington Post, la prensa está definiendo verdades provisorias gracias al arte del oficio, que es contrastar información y tratar de trasladar a la opinión pública la información más veraz.

–¿En qué consiste ese déficit republicano?

–El elemento republicano de la democracia tiene hoy debilidades muy serias. Porque la tradición republicana significa un estilo, basado en la tolerancia, en los buenos modales, en una conversación pública, que debe ser llevada adelante no a través de insultos, infundios y violencia verbal. Estoy altamente preocupado porque la violencia verbal se ha instaurado en la Argentina.

–¿En qué medida tiene responsabilidad el Presidente?

–Es responsable porque él lleva adelante esa violencia verbal. Hay una contradicción muy grande, porque la libertad económica, la libertad de los mercados y la salida del pantano terrible de la hegemonía kirchnerista, con todos los elementos corporativos y de corrupción que lo acompañaron, se contrasta con esta violencia verbal y la decisión de quebrar el país entre amigos y enemigos. Ellos dicen que están acompañados por los argentinos de bien, entonces los que no son argentinos de bien y no los acompañan son “argentinos de mal”.

–¿Milei busca algún rédito en la ofensiva contra la prensa?

–Tal vez esté pensando en algún rédito político, pero eso trasunta una personalidad que no soporta la crítica. Al respecto, una de las grandezas de la tradición liberal del siglo XIX es que todos eran periodistas. Como lo vemos en las agresiones a LA NACION y Clarín, desgraciadamente es un estilo argentino muy persistente. Lo mismo hacían los Kirchner.

–¿Se repite la confrontación que caracterizaba al período kirchnerista?

Estamos nuevamente prisioneros de la dialéctica populista del “amigo/enemigo”, que ya practicaron los Kirchner durante casi veinte años. La concepción de que la política es una guerra es un elemento muy dañino en nuestra práctica democrática. En el gobierno libertario hablan de la batalla cultural. La cultura es presentada como una guerra, cuando para la gran tradición liberal la cultura es el arte del pensamiento, de la conversación y la búsqueda de argumentos comunes y puntos de vista coincidentes. Se debe valorizar el culto a la palabra. Una palabra que no tiene que degradarse, sino perfeccionarse a través de la educación.

–¿En qué momento se quebró esa concepción en estos 40 años de democracia?

–La recuperación de la democracia se divide en dos períodos. El primero, cubierto por las presidencias de Raúl Alfonsín y Carlos Menem. Menem tuvo ostensibles logros económicos y presentó una faz más oscura en sus comportamientos: hubo corrupción en su presidencia y él murió protegido por los fueros del Senado, por una sentencia que la Corte jamás resolvió. En esos primeros 20 años de democracia tuvimos una visión más benigna del comportamiento político y se llegó a acuerdos, plasmados en la reforma de la Constitución de 1994. Como enseñaba Mitre, la república en los momentos cruciales requiere acuerdos y compromisos.

–¿Ese proceso se interrumpió?

–Empezó a derrumbarse con la crisis de 2001, que provocó la renuncia de De la Rúa, el ascenso de Duhalde y la victoria del matrimonio Kirchner en 2003. Allí entramos en un despeñadero, porque se degradó la palabra, se instaló la visión populista de dividir el país entre amigos y enemigos, y se impulsó el armado de una nueva hegemonía, basada en la rotación matrimonial. El kirchnerismo fue un factor divisorio muy profundo, a punto tal que se dijo con hallazgo que el país estaba quebrado por una grieta. Ese estilo del kirchnerismo no ha muerto: permanece presente hoy en la presidencia de Milei con mucha vitalidad.

–¿No hay tolerancia frente a las críticas?

–¡Lo que sufrieron los medios de prensa durante el kirchnerismo! Hoy no pasa un día sin que los medios y los periodistas sean hostigados. Desde el punto de vista liberal tendría que haber una apertura muy grande frente a las críticas. Solo existe una apertura hacia quienes consienten las políticas del gobierno.

–¿La política populista se extiende a otros países?

–Exactamente. Es un problema que responde a dos hechos históricos. El primero es la mutación civilizatoria a través de la transformación tecnológica de la revolución digital, que abre un horizonte muy complejo. El mundo se expresa en las redes sociales, que crearon un mecanismo de comunicación que ignorábamos. Es un mundo nuevo, sobre todo para quienes peinamos canas o no tenemos canas para peinar. Hace 20 años no hablábamos de inteligencia artificial y ya está instalada entre nosotros. Además, esta transformación convive con una revancha del pasado, con un ascenso de estilos autoritarios y autócratas, que imponen nuevas guerras sobre el tablero internacional.

–¿Por ejemplo?

Putin es un autócrata, los terroristas que hicieron la salvajada frente al Estado de Israel son apoyados por autocracias, como Irán. Y hay un problema muy serio para las democracias occidentales: en los Estados Unidos, que es la gran democracia del mundo moderno, hay una amenaza de autoritarismo muy serio, que se expresa en la figura de Donald Trump. La degradación del lenguaje político empezó en la anterior campaña de Trump. Estados Unidos fue históricamente una democracia ejemplar porque convergía siempre hacia el centro. Hoy, en cambio, las democracias en el mundo se mueven hacia los extremos. Milei encarna ese estilo. Las elecciones del próximo martes en Estados Unidos son decisivas.

–¿Hay contradicciones entre el discurso libertario y la tradición liberal?

–El discurso libertario supone la desaparición del Estado o su transformación en sus niveles más mínimos. Ese mundo libertario tiene influencias anarquistas muy fuertes. Con esa visión utópica a cuestas, Milei ha tenido que enfrentarse con la realidad. La tradición liberal argentina es la combinación de un trío fabuloso: Mitre, Alberdi y Sarmiento. Aunque diferían entre ellos, coincidían en la construcción de un Estado nacional. Una nación gobernada por un Estado limitado por la ley. Y promovían un liberalismo que quería instaurar en la sociedad bienes públicos para hacerla más igualitaria. Su pensamiento comprendía el principio de la educación pública. También contemplaban la importancia de la salud pública, a lo que se sumó después la protección de la niñez y la vejez.

–¿Esos valores corren riesgo de desaparecer?

–No hay una reivindicación clara y terminante del valor civilizatorio que tienen los bienes públicos en la democracia, que provienen de la tradición liberal argentina. Se desprecian la moneda y el Estado y la gran obsesión de Mitre, Alberdi y Sarmiento era un Estado en forma con una moneda legítimamente aceptada. Hoy todo eso está en discusión.

–¿Percibe un intento del Gobierno por avanzar en una reforma de la Constitución?

–Ahí está la clave de la hegemonía. En general, los proyectos hegemónicos buscan perpetuarse a través de constituciones reeleccionistas. Eso se ve claramente en las provincias chicas. Pero les costaría mucho trabajo, porque la Constitución es muy sabia y requiere de una mayoría de dos tercios de los votos de ambas cámaras. Pero la idea está, porque hoy vivimos un momento muy personalista de la política, que se engarza con una tradición negativa de la Argentina: el personalismo con ínfulas hegemónicas.

–Hoy Milei disputa el centro de la escena con Cristina Kirchner. ¿Hay espacios para el surgimiento de nuevos liderazgos?

–Es una gran preocupación. Si reiniciamos el camino de las hegemonías, estas son polarizantes. Y es claro que el Gobierno busca una polarización. Hoy el centro está pulverizado, los partidos tradicionales se dividen, el peronismo atraviesa también procesos de división y no hay democracia republicana con raíces sólidas sin un centro bien constituido. El ejemplo lo vemos en Uruguay, donde se enfrentan dos grandes coaliciones, pero ambas convergen hacia un sistema político responsable.

–¿A 40 años de la recuperación de la democracia, se revaloriza la figura de Alfonsín?

–No lo sé, porque otra característica de este mundo en transformación es que se pierde la memoria. Vivimos en un perpetuo presente. Y me pregunto si a los jóvenes que hoy tienen 20 años les dice algo aquel momento fundador de la democracia en 1983. No se está cultivando la tradición democrática. Si desde las más altas esferas del poder se presenta la historia como un western entre buenos y malos, estamos en mal camino.