Cuando a Ani Vedia le halagan sus alfajores, despliega una sonrisa y se le llenan los ojos de lágrimas. Hay algo en esa historia, similar a la de otros emprendedores, que la emociona profundamente. Pero la de Ani es particular, no sólo porque en pocos meses su proyecto explotó sino porque le llevó muchos años de esfuerzo para activar un deseo que tuvo desde chica: estudiar cocina.
Detalle, técnica y creatividad. Así se puede describir el trabajo que lleva a cabo esta cocinera de 39 años que, tras el paso por las mejores cocinas de Europa y de Buenos Aires, se animó a desarrollar un producto amado por los argentinos: alfajores.
Ana Paula Vedia nació en Comodoro Rivadavia y cuando sus padres se separaron se fue con su mamá a vivir a Puerto Deseado. Terminó el secundario y decidió estudiar ingeniería química a La Plata, donde se había radicado su papá. Allí conoció a Walther, su pareja actual. “Yo era muy buena en matemáticas y en física, y elegí la carrera un poco por eso”, confiesa. Pero a Ani siempre le gustó la cocina, y desde muy chica encontró en esos quehaceres un espacio productivo. “Vengo de una familia de clase media trabajadora, somos cinco hermanos y aprendimos a autogestionarnos. Me acuerdo que me pagaba las zapatillas haciendo tortas, hasta me banqué el viaje de egresados”.
En su época universitaria, Ani trabajaba en un kiosco y daba clases de matemáticas. Ya con la carrera de ingeniería avanzada comenzó a trabajar primero en una papelera y luego en una curtiembre de Magdalena. Pero, con el tiempo, se dio cuenta que su vida avanzaba con una profesión que no le gustaba.
De ingeniera a cocinera
“Siempre fue muy caro estudiar cocina; pero al fin me lo propuse. Wally (como le dice Ani a su pareja) me ofreció hacer paradas de planta (tareas de mantenimiento de las petroleras) en la empresa donde él trabaja y así fue como comencé a ahorrar para estudiar cocina”, relata.
En marzo de 2018, Ani entró al IAG. Recién recibida se anotó para ir a hacer una pasantía al exterior y obtuvo una beca para ir al trabajar al restaurante Martín Berasategui en el País Vasco, España. La pandemia retrasó todo. Tuvo que esperar otros dos años para hacer realidad ese sueño. Pero Ani no dejó de trabajar y siguió ahorrando. En 2022 se retomó la posibilidad de viajar y renunció a su trabajo. Con la liquidación, se compró el ticket aéreo.
Fue un año de experiencia en el multipremiado restaurante, tiempo suficiente para aprender técnicas de cocina internacional, además de las exigencias del servicio. Cuando volvió a Argentina, entró al restaurante Aramburu y luego a Don Julio como encargada de postres. Pero el trajín de viajar desde La Plata y las largas jornadas (volvía a su casa de madrugada) motivó a un repensar de su rutina y comenzó la búsqueda de un emprendimiento.
“Siempre me vi cocinando en restaurantes. Pero, tenía que entrar en el rubro gastronómico con un emprendimiento y dije: ¿Y si empezamos con alfajores?”, relata. A pesar de que no era fanática de estas preparaciones, Ani los había extrañado mucho en su estadía en España. Era el dulce que la conectaba con Argentina. “Además, buscaba un producto que a la gente le gustara y que al platense lo enganchara”, dice.
La primera prueba de alfajor fue un estilo marplatense (galletita de azúcar y miel, dulce de leche y baño de chocolate). “Cuando lo prueba Wally, que tiene un paladar sofisticado, me dice: vos no te das una idea lo que es esto, con esto haces estragos”.
En la vida de Ani, su pareja es parte fundamental en cada una de sus decisiones. Walther es quien la guía y la estimula a seguir creciendo. “Estuvimos un año llevando la relación a la distancia (cuando Ani se fue a trabajar a España), se banca convivir entre batidoras y masas… hasta me compró un segundo horno con su aguinaldo”, dice entre risas: “Él me acompaña en esto desde siempre, quiere verme feliz”.
El secreto de los alfajores
Ani empezó a desarrollar recetas pensando en un alfajor que pudiera viajar. “Aquel que puedas poner en una cajita y lleguen intactos a un destino lejano”, dice; “y eso me llevó tiempo… engrosar la galletita, darle en el punto justo de los rellenos, ir probando”.
Los alfajores de Ani Vedia son contundentes, de relleno generoso y con la combinación de sabores en perfecta armonía. Comenzó con tres variedades (marplatense, glaseado y el de nuez) y ahora son 12. Por semana hornea entre 35 y 40 docenas de alfajores en la cocina de su casa; su hermana Antonella la acompaña. Tal es el éxito, que a mitad de semana tiene que cerrar los pedidos porque se agotan.
Cada caja pesa más de 1 kilogramo y cuarto. Todos están realizados de manera artesanal y con materia prima de calidad. “Nosotras elaboramos absolutamente todo, desde las mermeladas con recetas de nuestra abuela, hasta las ganaches y las galletitas”, explica Ani. “Armamos los alfajores y los pesamos uno por uno, para estandarizarlos. Los que tienen dulce de leche pesan 110 gramos y los que tienen mousses un poquito más livianos, pero todos la misma altura”, explica la pastelera “y la elección de la materia prima se hace minuciosa, siempre buscando la calidad del producto”.
Ani es práctica, organizada y exigente. No lanza un nuevo producto hasta que esté completamente satisfecha con el resultado. El último lanzamiento fue el alfajor de matcha y pistachos con relleno de ganache de chocolate blanco, un producto con un sabor y color único. Los más vendidos son el glaseado y el de mousse de chocolate. También hace de chocolate relleno con dulce de leche y corazón de frutos rojos, el marplatense con dulce de leche y corazón de caramelo salado, y el alfajor oreo con galletitas caseras. Ahora está haciendo pruebas del alfajor “chocotorta” ya que planea incorporar alfajores helados para comienzos de año.
“Yo siempre dije que quería vivir de esto; con Anto trabajamos de lunes a viernes de 8.30 a 17 horas como cualquier trabajo normal”, dice la cocinera quien se encarga de todo lo que requiere emprender, desde el contacto con los proveedores hasta subir contenido en sus redes sociales.
Toma los pedidos por DM de Instagram y los fines de semana reparte. A la puerta de su casa en La Plata llegan clientes de todas partes – no sólo de los barrios cercanos-, alentados por las buenas críticas de los que ya los probaron. Su emprendimiento funciona con el boca en boca.
A futuro planea mudarse a un local y abrir una proveeduría de alfajores premium, con un mostrador que la gente quiera llevar. “Encontré un público que le preocupa comer bien, y que valora lo que hacés”, asegura. “Me encanta hacer feliz a alguien con algo elaborado con las manos de uno. Es re lindo recibir un mensaje ‘che, es muy zarpado este alfajor’, ‘me morí con el alfajorcito glaseado, me remontó a la infancia’”, dice emocionada. “Una chica me escribió emocionada que el de nuez le recordaba a su abuelo por las nueces confitadas de Catamarca.. amo ese feedback que se genera”, y remata: “Eso me da la pauta de que estoy haciendo las cosas bien, de que este es el camino”.
En Instagram: @anavedia