Ni siquiera esperó a que llegaran las elecciones. El viernes pasado, cuatro días antes de la votación, Donald Trump pasó de la violencia verbal a los hechos: presentó una demanda contra la cadena CBS por 10.000 millones de dólares, con el argumento de que la entrevista de octubre del programa “60 Minutes” con su rival, Kamala Harris, había sido “manipulada y engañosa”. Además, denunció a The Washington Post por una supuesta cobertura crítica en una campaña publicitaria en redes sociales.
Otro indicio: apenas unas horas antes de que cerraran las urnas el martes, periodistas de Político, Axios, Puck, Voice of America y Mother Jones recibieron la notificación de que les revocaban las acreditaciones para el búnker de Palm Beach. En casi todos los casos, allegados a Trump hicieron saber que fue en respuesta a la supuesta cobertura “crítica”. Y el miércoles a la mañana, en su discurso de victoria, presentó a su compañero de fórmula, J.D. Vance, como “el único tipo que disfruta de ingresar en terreno enemigo”, es decir a algunas cadenas “como CNN y Msnbc”. Así: terreno enemigo.
“Mainstream media is dead” (Los medios tradicionales están muertos), fue uno de los trending topics ayer en la red social de Elon Musk, el principal aliado del vencedor, con la imagen de una lápida. El propio Musk aprovechó para mandar su mensaje: “Ustedes son los medios ahora”, dijo al universo de los usuarios de X.
MAINSTREAM MEDIA IS DEAD pic.twitter.com/zPj1VKiXUZ
— Radar🚨 (@RadarHits) November 6, 2024
Este anticipo de lo que viene no puede resultar una sorpresa. Trump nunca ocultó lo que hará con uno de sus grandes enemigos: la prensa que lo obliga a rendir cuentas.
“Para los medios, lo más importante es que el nuevo mandato de Trump es una amenaza creíble y sin precedentes a la libertad de expresión tal como se la conoce en Estados Unidos”, afirmó ayer Jon Allsop, autor del newsletter The Media Today, del Columbia Journalism Review.
La del martes fue una gran victoria de Trump. Indiscutible. Pero para muchos también puede ser considerada una derrota para los medios, varios de los cuales llamaron abiertamente a votar por su rival. Fue una derrota, pero a la vez una oportunidad para una muy necesaria introspección. El candidato que terminó su mandato con 30.573 mentiras o falsedades (según el recuento de The Washington Post) y que dijo en un acto de campaña el domingo pasado que no le molestaría que alguien le dispare a los periodistas recibió un cheque en blanco: de alguna manera, la autorización para cumplir sus promesas.
You are the media now
— Elon Musk (@elonmusk) November 6, 2024
Susan Glasser, columnista de The New Yorker y coautora del libro The Divider: Trump en la Casa Blanca junto con Peter Baker, de The New York Times, dijo que la investigación para su libro le dio claros indicios de lo que sería un nuevo mandato de Trump. Un alto funcionario de seguridad nacional con el que habló comparó a Trump con los velociraptores de la película Jurassic Park. “El momento más aterrador es cuando uno entiende que el velociraptor aprende a medida que persigue a su presa: incluso termina abriendo el picaporte de la puerta”.
Durante sus cuatro años en la Casa Blanca, Trump aprendió, se adaptó. Ahora se rodeará de otra gente. Buscará venganza sin que nadie lo frene: será el velociraptor que aprendió a abrir la puerta. Dicho en términos que pueden resonar en estas latitudes, “volverá mejor”.
Apenas amanecía el miércoles y el mapa de Estados Unidos se teñía del rojo republicano, The Guardian, Vox y muchos otros medios se apuraron a difundir comunicaciones a los lectores alertando sobre los peligros para la libertad de prensa que implica un Trump recargado en la Casa Blanca. El mensaje: necesitamos ayuda para obligarlo a rendir cuentas.
“No hubo normalización: siempre alertamos sobre el riesgo que implica para la democracia. Necesitamos periodismo valiente y con financiación independiente, no el tipo de periodismo que cede a las presiones de un propietario billonario temeroso de las represalias de un matón en la Casa Blanca”, dijo ayer Katherine Viner, editora jefa de The Guardian. Swati Sharma, editora de Vox, fue por la misma línea: “Se necesita periodismo valiente para navegar los próximos cuatro años”, afirmó en un mensaje a los lectores.
En ambos casos, un tiro por elevación a Jeff Bezos y The Washington Post. El “Bezosgate”, es decir el escándalo que provocó la decisión del propietario de Amazon de quebrar décadas de tradición y no seguir la recomendación del equipo editorial y apoyar a Kamala Harris, sigue impactando dentro y fuera de la redacción de uno de los diarios más prestigiosos del mundo. Ayer, el Post era uno de los principales blancos de la furia de los propios antitrumpistas. Más de 250.000 suscriptores menos fue el golpe en la línea de flotación que aún no se sabe en qué terminará.
The New York Times, con sus flamantes 11 millones de suscriptores, puede claramente considerase el “faro” y el decano de los medios influyentes a nivel mundial. Ayer, muchos expertos (incluso citados por el propio Times) anticipaban que el medio podría experimentar un nuevo “Trump bump”, es decir, un renovado impulso en los números de su audiencia dado el interés por las noticias sobre el expresidente y la preocupación por el estado de la democracia.
Debates y polémicas
Pero ni el propio Times está a salvo de los debates y las polémicas. El sitio Semafor reveló la semana pasada detalles de un agitado encuentro que hubo en la redacción en octubre, cuando Joe Kahn, el director, fue interpelado sobre si el Times (que respaldó editorialmente y sin medias tintas a Harris) estaba reaccionando con suficiente vehemencia frente a la amenaza autoritaria de Trump. Muchos incluso usaron el término sanewashing (suavizar sus rasgos más radicalizados para hacerlo más digerible). Carolyn Ryan, la directora ejecutiva, reconoció que estaban haciendo cambios en el sitio para redireccionar a los suscriptores a artículos sobre lo que estaba en juego en la elección, incluso con una nueva sección con ese mismo nombre. Para algunos críticos, fue poco y tarde. Para otros, una señal de que el diario cruzaba una línea y dejaba de lado su tradicional objetividad.
Brian Stelter, el columnista de medios de CNN, coincidió en alertar ayer que el regreso de Trump es un momento bisagra para los medios norteamericanos. “Su triunfo plantea preguntas sobre la credibilidad, audiencia e influencia de la prensa. Pero las respuestas a muchas de esas preguntas no las tendremos en el corto plazo”, dijo.
Kash Patel, uno de los principales asesores de Trump y candidato a ocupar alguno de los cargos más importantes en el próximo gabinete, dijo sin medias tintas hace unos meses: “Iremos a buscar a los conspiradores, no solo dentro del gobierno, sino también en los medios. Iremos por ustedes”.
¿Qué margen tiene Trump para socavar la libertad de expresión, uno de los pilares de la democracia norteamericana?
“Trump gana, los medios pierden” fue el título de una sombría columna publicada en el Columbia Journalism Review por Kyle Paoletta, que enumeró todas las formas en las que Trump ha dicho que buscará vengarse de la prensa. “Será devastador”, alertó, al mencionar apenas algunas:
- Una drástica limitación al acceso a la Casa Blanca, con acreditaciones solo para medios conservadores, o incluso el cierre de la sala de prensa.
- Vigilancia de periodistas (ya lo hizo en el primer mandato).
- La politización de la regulación de acuerdos que involucran a empresas de medios.
- El uso del Departamento de Justicia y la Comisión Federal de Comunicaciones como arma, con investigaciones sobre filtraciones y secuestro de mails o registros telefónicos. El propio Trump dio un anticipo: “Cuando un periodista se dé cuenta de que terminará en la cárcel y que será la novia de otro prisionero, no tardará en revelar sus fuentes”.
- La no renovación de licencias para los canales, tal como ha prometido en al menos 15 ocasiones distintas, cuando la cobertura no es de su agrado, a pesar de que el presidente no tiene autoridad para hacerlo.
- Presión judicial o el uso del acta de espionaje contra los cronistas, como los que cubren las protestas callejeras. Durante sus cuatro años en el gobierno, 2000 periodistas enfrentaron cargos criminales por cubrir manifestaciones, según la fundación Freedom of the Press.
Todo esto, sin mencionar la posibilidad de ir contra otro de los pilares de la democracia, las leyes de difamación.
En momentos de una gran fragmentación del paisaje de los medios, una feroz competencia por la atención de la audiencia y de creciente polarización y sesgos de confirmación, la prensa sin duda se debe un profundo debate. Pero no es el momento de renunciar a uno de las bases de la república y el rol fundamental de la prensa: vigilar al poder. Con Trump, será más necesario que nunca, para Estados Unidos y para sus imitadores en el resto del mundo.