BERMEJO, (Bolivia).– El lado boliviano de Aguas Blancas tiene los colores encendidos del altiplano, la ferocidad comercial del Gran Bazar de Estambul, pero con el formato argentino de La Salada; los gritos de un remate de viva voz; el tráfico de los carritos de los changarínes de la terminal Retiro y la sofisticación monetaria que le gusta el presidente Javier Milei: vale cualquier moneda. Hay más: guisos, ollas y comida al paso, zapatillas, remeras y camperas. Cerca de grados, rectángulos de plástico transparente para que el agua no moje y una particularidad: nadie tiene ningún sistema de refrigeración.
En medio de ese calor supremo y de la humedad que nunca se retira, un laberinto de pasillos, corredores y tiendas es el lugar donde los argentinos pasan de a miles por día a comprar lo que sea, siempre que cotice barato.
Los negocios son todos iguales: no hay vitrinas en el frente, tienen tres metros de ancho, un pasillo central de un metro y dos laterales llenos del producto a la venta. Muestran un comerciante sentado y mercadería imposible de contabilizar. Todos iguales, con los mismos productos, con los mismos precios, con los mismos colores. Un verdadero emporio de la redundancia.
Después de ese lugar de abastecimiento y compra, viene la segunda parte: logística de empaque, cruce de frontera, distribución y entrega. Desde el momento del pago, lo que sigue es una cadena de infracciones aduaneras, impositivas y migratorias difícil de entender. Una situación que en cualquier lugar de la frontera, el uso y la costumbre decidió tolerar.
Aguas Blancas –el centro operativo de ese proceso–, y Bermejo –el abastecedor–, viven en esas reglas paralelas. Y su gente, también. A ningún vendedor le sonroja llamar a su pasador amigo, de confianza, para que le explique al comprador toda la cadena de secuencias ilegales que cometerá hasta que la mercadería llegue a Orán o a Aguas Blancas. Claro que a ningún comprador le importa tampoco; lo que vale es el ahorro.
Justamente en esta etapa es donde está el gran problema de la zona. Al contrabando tolerado se le suma el narcotráfico. Por eso, ahora, el Plan Güemes decidió controlar todos los paquetes y los fardos de ropa: aún se descubre droga en medio de los atados.
La gran mayoría de los involucrados son pasadores que se ganan la vida con lo único que tienen a mano; unos pocos hacen grandes otros negocios, con varios ceros más.
El gran diferencial es el precio y por eso la avalancha de gente. Si bien los textiles y el calzado son, por lejos, los productos que más se compran, los electrodomésticos, los termos falsos pero estampados con los logos de los más caros y los neumáticos para autos, motos y bicicletas, son los que seducen a los argentinos. Una heladera grande, con dispenser de agua en la puerta se consigue por $520.000 –en la Argentina es difícil de conseguir una por menos de $800.000–, mientras que un lavarropas de 13 litros, carga horizontal, tiene un valor similar, la mitad que en el país. Los aire acondicionados de 3000 frigorías, las estrellas del lugar, que en un comercio local empiezan a cotizar en alrededor de $700.000, en Bolivia se consigue entre 300.000 y 330.000 pesos. Luego, a pasar el río.
Hay dos maneras de llegar de Aguas Blancas a Bermejo, y volver. Una, la legal; la otra, la manera ilegal. A su vez, la primera, también tiene dos opciones. Se puede ir por agua, en barcos pequeños, de madera y un motor que se debate frente a la corriente del río, llamados chalanas; o por el puente internacional, paso que se puede hacer en auto o a píe. La contra es que termina a unos 3 kilómetros del centro comercial. Del lado Argentino, en los dos lugares hay un puesto fronterizo que registra la entrada y la salida.
Ir en barco, ilegal y sin pasar por ningún lado es el medio de transporte preferido, por lejos. La razón es simple: en Bolivia no hay exigencias como para entrar y salir, y en la Argentina, los trámites llevan tiempo. Entonces, se ganan muchos minutos en chalana, de costa a costa, de centro a centro. Y los que cruzan, que ganan plata por ir y venir, pues necesitan rapidez. Un dato más: cruzar en chalana sale $1000. Por esa plata y cinco minutos se pisa Bolivia sin dejar ninguna huella.
Del otro lado, el desembarco es en la costa pero, inmediatamente, hay que subir una escalera para la ciudad, que está sobre un barranco amurallado. La salida de la escalera es una bacanal de garrafas, hornallas y comida elaborada en vivo. Luego, cruzar la calle e ingresar por cualquier pasillo. Miles de tiendas. Y a comprar.
El Bermejo todo se vende por docena y se elige a medias. Doce zapatillas, mismo modelo, colores variados y en un combo que va del 40 al 45 cuesta $198.000, sin regatear, a razón de $16.500 por par. Las remeras de fútbol, siempre por 12, se consiguen a $55.000 y las de hacer deportes, entre 55.000 y 65.000 pesos. Las camperas deportivas a $155.000 por docena y las camisas, todas de a atados con una mezcla de talles, a $10.000 cada una.
En el comercio ferial de Bermejo hay una característica: todo es símil, según el diccionario, una “figura retórica que consiste en resaltar la semejanza o similitud entre un referente y otro, para atribuirle al primero características del segundo”. Pero tan particular es la zona que acá se acentúa en la segunda “í”; la palabra se convierte de grave en aguda. En esta ciudad es posible comprar zapatillas Kike –casi Nike–; chanclas Niker y zapatillas con cuatro tiras. También hay camisas Bcss –por poco Boss– y ropa interior Cdaluo Kshi –algo más alejado pero que intenta algún parecido a Calvin Klein–. En las vidrieras, el cocodrilo tiene una dentadura un poco más feroz y el caballo de las remeras, luce un trote algo difuso. Eso sí, sale mucho menos que cualquier producto textil argentino.
Detrás de este mundo de símil y precios bajos hay dos razones que explican el valor de la mercadería: los aranceles para importar muchos bienes en Bolivia y la casi ausencia de cualquier tipo de comprobante fiscal. Encontrar una factura impositiva es como ver un oso polar en el Bermejo.
Sucede que Bolivia no tiene industrias entonces compra en el exterior todo lo que puede. Y en la gran mayoría de los casos, el arancel el cero. El camino logístico que empieza en China y termina en algún comercio local, después de cruzar el río, tiene como lugar de entrada al continente los puertos del norte de Chile, Iquique particularmente. La mercadería llega con destino en Bolivia. Se despacha en tránsito, circula sin nacionalizarse por Chile, la Argentina o Paraguay y, recién en territorio boliviano, se radica. Sin aranceles, con poco paso por la autoridad impositiva, la mercadería llega a precio de regalo para los argentinos. Un ejemplo más: una cubierta rodado 14 que en el país está en alrededor de $100.000 pesos, en suelo boliviano está la mitad.
La simbiosis entre la salteña Aguas Blancas y su ciudad espejo, Bermejo, es total. Una no se entiende sin la otra; y ninguna sin la ruta 50 que termina en Orán, el centro de distribución a todo el país. Tampoco tendrían esta identidad si la Argentina no cobrara muchos de sus productos a precios que escandalizan y que están muy por encima de la media internacional. Pero eso, sería otra nota.