En el altar de La Rural, dando el discurso inaugural de la Feria del Libro de Buenos Aires, peleándose con media industria editorial, o mirando por la ventana de una traffic rumbo al Foro por el Fomento del Libro y la Lectura, en Resistencia, Chaco, para conversar con un grupo de alumnos de una escuela pública, Guillermo Saccomanno es siempre el mismo. Escritor, periodista, artista, guionista y alguna que otra etiqueta que va a parar, junto a las demás, a la misma olla, la de un trabajador, un obrero de la letras que hoy acaba de coronar: es el ganador del Premio Alfaguara de novela.
Lo que hasta ahora sabemos es que la novela se titula Arderá el viento y es una “historia sobre la degradación de la sociedad”. Más allá del prestigio del premio está la cantidad de dinero que otorga: 160.000 euros. Tras leer el texto, el jurado —presidido por Juan Gabriel Vásquez y compuesto por los escritores Leila Guerriero y Manuel Jabois, la directora de cine y guionista Paula Ortiz, la escritora y dueña de la librería La Mistral de Madrid Andrea Stefanoni, y la directora editorial de la editorial Alfaguara Pilar Reyes (con voz pero sin voto)— lo votó de forma unánime.
“Más que de grieta, prefiero hablar de lucha de clases. Y creo que la ecuación que mueve este país y este mundo es sexo, dinero, poder. Creo que este es el nudo de la novela”, dijo tras conocerse el fallo, desde la filial de la editorial Alfaguara en Buenos Aires, en videollamada con el resto de los países de América Latina y con España, donde está la sede central. De movida, sabemos que el nuevo libro de Saccomanno tiene la rabia contenida de los demás. Pero, ¿quién es este autor de perfil bajo y gran producción literaria? ¿Cómo definir su obra y cómo definirlo a él, como figura, como intelectual?
El suelo que sus pies pisan
Saccomanno llegó a Villa Gesell en los primeros años de la década del noventa. Venía de la gran Ciudad, de la Capital —porteño del ‘48, barrio de Mataderos— trabajaba en publicidad como director creativo: le iba muy bien. A la par, escribía historietas y había publicado algunos pocos libros que amenazaban con alargarse en una obra. “Un buen día decidí tirar todo al carajo y venirme acá”, dijo en una entrevista del año pasado. Iba en el asiento de atrás de un remis, rumbeando la ciudad balnearia que describe y explora en libros como El viejo Gesell, Cámara Gesell y Mirlo.
En Gesell suele pasar dos meses y después se va a Buenos Aires a visitar a sus hijas. Veinte días y regresa. Otro lugar que visita mucho es la Patagonia. Su último libro aborda ese territorio. “El paisaje no es solo el paisaje”, escribe en aquel texto editado por La Flor Azul que lleva un título simple, casi a modo de identificación de origen: Escrito en Patagonia. “La Patagonia no es sólo un jugoso territorio turístico, es además uno que debe analizarse desde una perspectiva histórica y política”, se lee después, acentuando un método: poner la mirada sobre el suelo que sus pies pisan.
A mediados de los sesentas, cuando hizo el Servicio Militar, le tocó ser “colimba en una guarnición en Junín de los Andes, la precordillera”. Quería ser escritor: tenía varios cuentos y tramaba una novela. Pero había algo que abrumaba el camino: la pretensión, la literatura. En las cartas a sus padres y en las que los soldados le pedían que escribiera para sus novias, apareció un nuevo escritor: despojado, genuino, soberano. Desde entonces, siempre vuelve. Y el libro refleja, no sólo las historias personales también las complejas desigualdades que encierra el lugar, el de “la nada patagónica”.
Artillero profesional
Artillero profesional del agite cultural, Saccomanno puso en sus libros y en sus artículos periodísticos toda su ideología política. A veces más subliminal, otras más descarnada, pero su mirada del mundo está declamada. Pero todo escaló en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires del año 2022, cuando pronunció un discurso estridente y profundo: “No creo que mencionar el dinero en una celebración comercial sea de mal gusto. ¿Acaso hay un afuera de la cultura de la plusvalía? Me imaginé en el supermercado tratando de convencer al chino de que iba a pagar la compra con prestigio”.
“Quienes me precedieron en este lugar, comprometidos con la defensa del libro, nunca habían cobrado. El uso que de estas figuras hizo la Feria en función de su propio prestigio ha sido mala fe ideológica y no se debe obviar. Por tanto, soy el primer escritor que cobra por este trabajo”, dijo también. Y más adelante: “¿Es una paradoja o responde a una lógica del sistema que esta Feria se realice en la Rural, que se le pague un alquiler sideral a la institución que fue instigadora de los golpes militares que asesinaron escritores y destruyeron libros?” Por supuesto, el revuelo fue inmediato.
Las otras pasiones
A los quince años comenzó a trabajar en una agencia. En ese momento no existían las escuelas de publicidad: no había cómo formarse más que en el práctica misma. Era la época en que la publicidad se hacía con escritores y pintores. Ahí confluyeron dos pequeñas pasiones infantiles que nunca dejaron de crecer: la pintura y las historietas. Antes, de nene, su padre lo llevaba a los Concursos de Manchas que organizaban distintas sociedades de fomento. Dibujaba paisajes porteños, pero también aviones. De pronto adquirió un ribete ambicioso y empezó a hacer retratos.
A los quince montó un taller en el fondo de su casa. Retratos en pastel. Y enseguida, a la par, apareció la historieta. Sus ídolos: Hugo Pratt, Alberto Breccia, Solano López. En las décadas del setenta y ochenta escribió varios guiones de historieta: Moby Dick, Alias Flic, El aire, Derek, Avenida Corrientes, Ángeles caídos. También de cine: Bajo bandera (1997) y 24 horas (Algo está por explotar) (1997). Siempre pintó pero en el 2022 finalmente inauguró su propia exposición: Sin palabras en la Librería Menéndez. “No hay secretos, tanto pintar como escribir es trabajo”, dijo entonces.
Pulir el lenguaje hasta que brille
En persona, Saccomanno es silencioso, discreto, apenas melancólico. Piensa en vivo, se pausa, esboza media sonrisa y lanza una idea que enciende una hoguera. Ocurre en la plática, pero sobre todo en sus libros: una página, dos, a lo sumo tres, y aparece, como un rayo, la necesidad del subrayado. Reflexiones que bien podrían ser pancartas o epitafios. La cadencia avanza, la trampa te envuelve, y de pronto nace la condensación. Pulir el lenguaje hasta que brille. Son décadas forjando una mirada del mundo. Eso aparece hoy en las vidrieras con su coronación con el Premio Alfaguara.
Ahora, y para pintar un poco su estilo, su brío y su punto de vista, se me viene a la cabeza este fragmento de Mirlo: “Terminó de despabilarme la noticia de la invención de un robot ruso que, jugando al ajedrez, le rompió un dedo a su rival, un chico de cinco años. Mientras el planeta arde, se derriten los polos, las estadísticas del hambre crece, un sinfín de guerras larvan la humanidad y yo intento concluir un libro que interroga su propio sentido. Es en este mundo y no en uno de ficción, donde me encuentro insomne, escribiéndome, interrogándome sobre el sentido de la escritura”.