La historia tiende a recordar a las instituciones que actuaron abiertamente, como la Santa Inquisición, visibles y reconocidas en su ejercicio de poder. Sin embargo, omite a aquellos grupos que cometían injusticias en secreto, lejos de las miradas públicas. A pesar de sus métodos distintos, ambas entidades ejecutaban actos condenables, independientemente de la forma en que operaban.
Mientras en Lima la Santa Inquisición desplegaba su poder con autos de fe, condenas por brujería y torturas que buscaban arrancar confesiones, en los rincones olvidados de la sierra, la justicia española tenía otro rostro: menos ceremonioso, pero igual de implacable.
En más de un pueblo andino, la autoridad colonial imponía juicios inmediatos a los indígenas, quienes eran juzgados sin posibilidad de defensa. Sin esta protección, los indígenas enfrentaban sentencias tan arbitrarias como severas. Una de las comunidades donde se cometían injusticias se encuentra ubicada en el distrito de Haquira, en la provincia de Cotabambas, Apurímac.
En un punto de esta locación reposa la Cárcel de Piedra, conocida también como ‘Qaqacárcel’, una prisión colonial construida en el XVII sobre un peñón. Sus instalaciones fueron escenario de las muertes de nativos que intentaron escapar de los arduos trabajos en las minas de oro y plata de Haquira.
La Cárcel de Piedra: el escenario donde los indígenas encontraron la muerte
En 1678, los misioneros jesuitas llegaron a Haquira con el objetivo de evangelizar a los indígenas. Entre sus acciones figura la gestión para construir la iglesia de San Pedro. La llegada de los religiosos no solo impuso la fe cristiana, sino que coincidió con la ambición de los colonizadores. Al descubrir recursos minerales en la región, los foráneos tomaron la decisión de instaurar la mita.
Alejandro Guerrero, periodista, productor de televisión y catedrático, realizó un documental sobre la Cárcel de Piedra de Apurímac con el fin de desentrañar los misterios de este lugar poco explorado.
“Haquira era la capital de todas las provincias altas de Apurímac y ya se había hecho famosa por el descubrimiento de varias minas de oro y plata, lo que atraía a los españoles. (…) Los europeos reclutaron a la fuerza a miles de indígenas, sacándolos de sus casas y comunidades”, dijo el investigador.
La mita en el Virreinato del Perú fue un sistema de trabajo forzado impuesto por los colonizadores españoles, basado en la organización laboral de los pueblos indígenas. Originalmente, la mita existía en el Imperio inca como una obligación rota de trabajo en beneficio del Estado. Sin embargo, durante el periodo colonial, los españoles la adaptaron y la utilizaron principalmente en las minas de plata, como las de Potosí.
Durante la Colonia, no todos los indígenas cumplían las órdenes de los españoles; algunos se rebelaban contra la autoridad. Esto generaba severos castigos e incluso la muerte. En Haquira, varios nativos intentaron escapar del trabajo forzado. Ante esta situación, los españoles decidieron construir una cárcel.
“Como fueron muchos los que trataron de escapar o se rebelaron a esa infame explotación, los conquistadores ordenaron construir una terrible prisión en la que ejecutaban o sepultaban de por vida a los que no se sometían a sus mandatos. Esa prisión se llamaba el Castillo de Santa Bárbara, pero los indios la conocerían para siempre como la ‘Qaqacárcel’ o Cárcel de Piedra”, contó.
La cárcel fue construida sobre un macizo rocoso de origen volcánico, que se despliega a lo largo de 500 metros y alcanza una altura superior a los 40 metros. Esta roca, ligera y similar al sillar, fue trabajada durante años por cientos de indígenas, quienes cavaron bóvedas y túneles. En estos oscuros pasajes terminaron confinados, tanto hombres como mujeres.
En la cima del peñón aún se conserva el asiento de piedra del vigía principal, desde donde supervisaba cada movimiento en la prisión y en el pueblo. Las celdas presentan techos levemente abovedados, y el calabozo destinado a las mujeres se encuentra a unos quince pasos de distancia del reservado para los hombres.
Castigo y muerte en la Cárcel de Piedra
Los indígenas que llegaban a la Cárcel de Piedra no eran enviados directamente a las celdas; primero debían enfrentarse a un juicio en el que se dictaba el castigo que recibirían. En lo alto del peñón se alzaba el tribunal, accesible a través de una escalera que rodeaba el patio de la prisión.
Allí, sobre un mobiliario tallado en la roca misma, los corregidores de las minas, en compañía de religiosos, juzgaban a quienes osaban resistirse a la mita. Los indígenas considerados rebeldes enfrentaban el peso de la autoridad colonial en un escenario tenebroso.
En otro fragmento del documental, el investigador Alejandro Guerrero explicó lo que sucedía en el tribunal. “En el techo del tribunal se ve un agujero en forma de embudo que sale al exterior, por allí bajaba una soga que servía para colgar en el acto a los que eran sentenciados a muerte. Realmente esos eran los más afortunados porque ya no sufren los horrendos que se imponían a los indios que habían intentado escapar o que no cumplian con el trabajo”, relató.
En el portal web del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo, también se señala lo que pasaba en la prisión. “Terminado el juicio, los indígenas pasaban a las celdas herméticas, húmedas y malolientes, donde se ubicaban en tumbas de piedras, condenados a morir de frío o inanición”, se lee.
La “Qaqacárcel” continuó siendo usada como prisión durante la época republicana, donde ahora se procesaba a los reclusos por delitos como robo de ganado, adulterio, y desobediencia a la autoridad, entre otros. Sin embargo, en 1928 se dictaminó que ninguna autoridad podía encerrar a un delincuente en sus sombrías cavernas, sin importar la gravedad de sus crímenes.
Finalmente, es preciso señalar lo que dijo el documentalista en torno a este recinto tenebroso. “Al cruzar estas tres puertas, el prisionero entraba en un mundo terrible del cual casi nunca lograba salir vivo”.