Hay un fenómeno que influye al mismo tiempo en la elección de pareja, las amistades online, las relaciones familiares, las decisiones sobre a quién contratar para un trabajo, la confianza en la ciencia y hasta las recomendaciones que dan los médicos. Es la polarización política: un tema público que moldea todos esos ámbitos de la vida privada. En cada caso, la influencia está probada en al menos un paper científico.

La semana pasada, Joaquín Navajas, director de la flamante licenciatura en Ciencias del Comportamiento de la Universidad Di Tella, inauguró una conferencia titulada: “Entender la atracción de los extremos políticos”, con varias estrellas académicas invitadas. Para arrancar, citó toda esa evidencia que hace de la polarización un eje de nuestra vida.

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El momento no podía ser más apropiado. El rector de Di Tella, Juan José Cruces, lo describió en un posteo en X: “¡No busquen más: No van a encontrar una conferencia con mejor timing en toda la vía láctea!”. Ciertamente, luego de la victoria de Trump, el mundo vuelve a mirar la atracción por los extremos con interés.

En la elección de los Estados Unidos no solo se vio una campaña con retórica amigo-enemigo, sino que también aparecieron otras grietas, como la de género (las mujeres se inclinaron hacia los demócratas en mayor proporción que de costumbre) y por edad (los jóvenes se dividieron más entre ambos partidos que en elecciones anteriores). En cualquier caso, el fenómeno excede por mucho lo que pasa en Norteamérica.

“Es irónico llegar desde Estados Unidos (un país que se perdió en el populismo) a una conferencia en Argentina (un país que se perdió en el populismo), habiendo nacido en Israel (un país que…). Pero me entusiasma pensar con gente inteligente sobre qué podemos hacer”, posteó Amit Goldenberg, un investigador de Harvard invitado a la conferencia. Su trabajo muestra que, incluso cuando un colectivo político logra una victoria –como ganar una elección o conseguir un fallo favorable a su causa– tiende a compartir en redes sociales más mensajes negativos que positivos. Prefieren maltratar al contrario antes que festejar sus logros.

El investigador Federico Zimmerman presentó un trabajo que acaba de publicar una revista de la Academia Nacional de Ciencia de Estados Unidos, según el cual los usuarios de X no solo eligen “seguir” o “retuitear” a los que piensan parecido, sino que entre ellos prefieren a los que tienen posiciones ideológicas más extremas.

En la elección de los Estados Unidos no solo se vio una campaña con retórica amigo-enemigo, sino que también aparecieron otras grietas

Navajas sumó otra investigación, hecha en la Argentina, un país con una de las tasas de violencia en el fútbol más altas del mundo y con una polarización extrema entre Boca y River. Allí pudo comprobar que la aversión al rival es más fuerte en la política que en el fútbol. Las personas tienden a rechazar de plano la idea de formar pareja o dejar que sus hijos se casen con los del partido político opuesto. Pero no son tan contundentes respecto de los hinchas del club rival. En la política prima el odio al contrincante; en el fútbol, el amor a la propia camiseta.

Mina Cikara, investigadora de Harvard, presentó trabajos que muestran cómo tendemos a ver ogros donde no los hay: los miembros de un grupo político imaginan que los del grupo opuesto los odian, y eso incentiva un mayor distanciamiento. Es como ese chiste donde alguien va a encontrarse con otro y en el camino se imagina que va a ser maltratado. Se hace tanto la película que cuando llega insulta a su interlocutor directamente, en represalia por lo que imaginó. Si bien no estudia Argentina, el trabajo de Cikara recuerda las acusaciones de “odiadores” que se dedican el kirchnerismo y sus diversos antagonistas. Es la versión política del clásico de los chicos: “él empezó primero”. La arena política se parece cada vez más al arenero.