Perfiles en Instagram dedicados exclusivamente a ellos. Guarderías donde sus dueños los dejan durante el día como si fueran niños en el jardín de infantes y hoteles en donde los alojan cuando se van de vacaciones. Terapia y entrenamiento para problemas de conducta. Ropa para cada tipo de clima, zapatos para pasear y disfraces. Muchos disfraces. Camas y muebles personalizados; a veces, habitaciones enteras. Fiestas de cumpleaños con tortas de carne magra, cortes de pelo en tendencia y sesiones de fotos profesionales. Son algunos de los tantos ejemplos que demuestran que los animales tienen un rol cada vez más protagónico en la vida de los humanos, y que la relación entre estos es cada vez menos mascota-dueño y cada vez más hijo-papá. De hecho, muchos jóvenes deciden tener perros o gatos en lugar de tener hijos.
“El otro día estaba en la calle y veo una pareja con un cochecito y pensé: qué lindo, deben tener un bebé. Cuando llegamos al semáforo aproveché y me asomé. Y me llevé una sorpresa. No había tal bebé, era un perrito”, relata Magdalena Vera Vionnet (80), de Palermo, Buenos Aires, entre incrédula y angustiada. “En la calle se ven más cochecitos para perros que para bebés. Te juro, es ridículo”, agrega Mariana Kerestezachi (45), argentina con residencia en Miami.
Los beneficios de poner 4 hojas de laurel debajo de la almohada
Si bien hay países, y ciudades, en los que la tendencia a tener mascotas en lugar de hijos, y tratarlos como tales, está más marcada -Tokio, en Japón; Milán, en Italia y Los Ángeles y Miami, en Estados Unidos, son ejemplos-, hablamos de un fenómeno global con miles de adeptos, especialmente entre las nuevas generaciones. Los motivos detrás van desde la falta de compromiso al amor por la libertad individual, el estrés económico y hasta la conciencia social.
“Cada vez son más comunes las familias multiespecies”, observa Yulieth Cuadrado, terapeuta especializada en neuropsicología (M.N. 80468). Según una encuesta de Growth from Knowledge (GfK), junto con México y Brasil, Argentina está entre los países con mayor porcentaje de animales por familia. De hecho, según un estudio de Kantar, el 79% de los hogares argentinos tiene mascotas, y el 77% las consideran miembros de su familia.
Más libertad y menos compromiso, sin renunciar al amor
“Hace no tanto, la realización personal pasaba por tener una familia con muchos hijos. Hoy, sin embargo, las ideas de felicidad y bienestar pasan mucho más por la realización individual, ajustada a las necesidades propias”, pondera Cuadrado. En este contexto, la alternativa de tener un perro, gato o animal doméstico se presenta como una forma de conservar la individualidad, sin renunciar a la satisfacción de cuidar, criar y amar a un otro.
“Los animales no requieren tanta atención como los humanos. El cuidado es cualitativamente más simple y permite una vida mucho más flexible”, reflexiona Nicolás Andersson (31), licenciado en psicología. Él y su novia (34) tienen muy en claro que no desean bebés porque no quieren que sus vidas personales pasen a un segundo plano. Son dueños de dos bulldogs franceses, Odín y Floki, que “son como sus hijos pero con menos responsabilidad de por medio”. “El amor es el mismo, solo que no tenemos que cambiarles los pañales, levantarnos a las siete de la mañana para llevarlos al colegio, o sacrificar planes de fin de semana, como nuestros amigos con hijos”, comenta Andersson. “El mandato de tener hijos no está tan instalado como antes, y hoy tenemos más poder de elección”.
En la misma línea, Lucía Bandol (36) plantea que nunca le gustó la idea de ser madre; en primer lugar por el parto y, en segundo, por todas las cosas que implica. “Siempre supe que no quería tener hijos y siempre me dijeron que en algún momento eso iba a cambiar. Que no iba a sentirme completa como mujer. Pero los años pasaron y cada día lo confirmo más: no quiero”, cuenta. “No estoy dispuesta a poner el cuerpo para el embarazo, ni para maternar, ni para dejar de trabajar con el fin de dedicarme a la crianza”. Para la jóven adulta, que tiene dos gatos, Magnum y Silvestre, no hay que querer ser madre para querer recibir amor: es ahí en donde los animales entran en escena: “Tenemos una necesidad casi innata de dar y recibir cariño, más allá de nuestra pareja o de nosotros mismos”, reflexiona.
Cuidar y proteger son habilidades instintivas del ser humano, dice Cuadrado, y dar y recibir amor, una necesidad con múltiples beneficios para el bienestar personal. La psicóloga comparte que, entre los beneficios que sus pacientes identifican en tener animales en casa, se repite uno en particular: “calma”. “Cuando miramos a nuestras mascotas a los ojos, les hablamos o los acariciamos, nuestro cerebro segrega oxitocina, un neurotransmisor clave en diversas funciones fisiológicas y sociales, entre las cuales están la construcción de vínculos afectivos, la reducción de los niveles de cortisol y la regulación emocional”.
Según un estudio publicado en National Institutes of Health (NIH), las mascotas podrían disminuir el estrés, mejorar la salud del corazón, ayudar a las personas con sus habilidades emocionales y sociales y fomentar la responsabilidad y el compromiso.
“Podría no tener animales, pero me hacen feliz. Son empáticos y están siempre para bajarte a tierra. Creo en sus sentimientos y en los vínculos que crean con nosotros y ese amor, para mi, es más que suficiente”, concluye Bandol.
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El factor económico, en un mundo con un rumbo incierto
El factor económico es el otro elemento que inclina a varios jóvenes a preferir tener mascotas en lugar de hijos. Es el caso de Ignacio Martínez Larrea (20). “Tener hijos es caro y ganar plata es complicado”, dice. De su grupo de seis amigos, cinco opinan como él.
Los entrevistados coinciden en que la decisión de tener un hijo supone poder cubrir cuestiones básicas relacionadas con la seguridad económica, como poder costear una vivienda lo suficientemente grande (sea alquilando o teniendo un inmueble propio), una educación a largo plazo (colegio y quizás universidad), todos los cuidados médicos que sean necesarios para una buena salud, y actividades recreativas. “Aunque las mascotas sí suponen gastos, son sustancialmente menos”, resuelve Martínez Larrea.
El desayuno de la longevidad que comen los japoneses
“Conozco gente que tuvo hijos antes de poder comprar una casa propia y ahora, con todo lo que tienen que costear en la crianza, les es imposible. Se vuelve un círculo vicioso”, expresa Bandol. “Ya es difícil pensar en alcanzar la estabilidad monetaria necesaria para sustentarse a una misma, y ni hablar de sustentar a otros. El factor económico es un peso en contra muy fuerte”.
Por otro lado, existe un pesimismo generalizado al pensar en el futuro del planeta que, en muchos casos, hace que la idea de tener un hijo se parezca más a una decisión inconsciente que a un producto del amor.
“El cambio climático es una realidad. El planeta tiene el tiempo contado y no puedo concebir darle vida a alguien que va a tener que pasar por eventos cada vez más catastróficos como son la escasez de agua, las crecidas del nivel del mar, las sequías y los incendios”, argumenta Bandol. “Creo que no vale la pena traer al mundo viendo como está hoy y como pareciera que va a seguir, un hijo. Con la cantidad de sufrimiento que existe, no es razonable traer a alguien más a que también sufra”, agrega Martínez Larrea.