Juan Carlos Calabró dejó una huella profunda en la memoria y en el corazón de los argentinos con sus clásicos personajes como Johnny Tolengo, Renato el contra, las películas de Mingo y Aníbal y el latiguillo “gran valor”. Nació en Buenos Aires el 3 de febrero de 1934 y este año se cumplen 11 de su partida, el 5 de noviembre de 2013. LA NACIÓN conversó con sus dos hijas, Iliana y Marina, que evocaron a su papá en la intimidad de su casa y también de las grabaciones de sus programas, las filmaciones de las películas y en los camarines de teatros, porque amaban acompañarlo y espiar ese atractivo mundillo del espectáculo al que hoy ellas también pertenecen. Repasaron recuerdos y también se arriesgan a imaginar qué pensaría el actor de sus elecciones profesionales y de las historias de amor que hoy las atraviesan.

Iliana Calabró nació cuando Juan Carlos todavía era locutor y estaba dando sus primeros pasos en la televisión. “Mi primer recuerdo es mirando Telecómicos en la tele mientras mi papá me filmaba con la Súper 8 y yo lo señalaba, porque ahí trabajaba él. Tendría unos 4 años. Famoso fue después, pero no me daba cuenta porque teníamos una vida como cualquier familia así que estaba naturalizado”, dice la actriz. “Su crecimiento fue progresivo y, de alguna manera no me di cuenta. Sabía que era famoso porque la gente quería sacarse fotos y le pedía autógrafos. Los domingos íbamos a ir a mis abuelos, a veces de los abuelos paternos y otros de los maternos. Más allá de que hiciera teatro se levantaba para estar cerca de la familia”.

Juan Carlos Calabró junto a su esposa, Coca

Llevábamos una vida tradicional a pesar de que nos veíamos menos que otras familias porque él trabajaba mucho, salía de casa antes de que nos levantáramos, después me iba al colegio y cuando volvía ya no estaba hasta a la noche; cuando mamá ponía el bife sabía que estaba por llegar papá y siempre venía a darme el beso de las buenas noches”, rememora Iliana, en diálogo con LA NACIÓN.

Marina Calabró, en cambio llegó al mundo cuando Juan Carlos ya tenía un buen recorrido en teatro, cine y televisión. “Siempre digo que nací con un papá famoso. No tengo recuerdos de tiempos en que no lo haya sido. Crecer con un papá famoso fue algo natural porque es lo que me tocó, y por otro lado mi viejo era tan anti divo que no tenía una actitud distinta a la que tenían los padres de mis amigas que eran abogados, médicos, taxistas, bancarios. Mi papá no se la creía ni un poco, no se subió a la idea de ‘soy artista’, se reía de eso y te la hacía muy fácil”, asume la periodista. “Sí había que convivir con el contacto con la gente que se le acercaba, lo saludaba, sobre todo los chicos porque siempre fue un fenómeno popular infantil además de familiar; los chicos estaban fascinados con él. Y la verdad es que me encantaba que se acercaran a saludarlo porque él lo vivía como algo muy agradable, nunca le pesó ni le molestó ni lo fastidió. Le gustaba que la gente lo reconociera en la calle, en el shopping, en la playa, y si eso no sucedía se sentía raro (risas). Era algo muy disfrutable y me parecía normal, como si le pasara a todo el mundo”, cuenta Marina, que durante toda la charla está al borde de las lágrimas.

Iliana no dudó en segur los pasos de su papá, aunque tenía un plan B por si el actor no estaba de acuerdo: si no era actriz, sería abogada y luego diplomática. No hubo necesidad de echar mano a esa otra opción. “Él siempre dijo que el actor lo había sorprendido de casualidad porque le gustaba la locución y la animación. Tenía una gran facilidad para imitar voces y así descubrió su parte histriónica, pero no porque se propuso ser actor. Yo nací y crecí en medio de los sets de televisión y cine, en camarines, y me gustaba ver todo eso. Decía que yo lo vivía de una manera más pasional y creo que tiene que ver con anhelar acompañarlo”, asegura. “Había hecho algunos cursos de teatro, pero cuando estaba terminando la secundaria hablé con mi papá y le dije que quería ser actriz. Arrancó diciéndome que era una carrera difícil, con muchos sube y bajas y decepciones, que iban a compararme con él, que no todos tenían su suerte y que era un bendecido. Sin embargo, me apoyó, le preguntó a Luis Brandoni cuál era la mejor escuela y me anoté en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Y ya cuando había terminado el primer año debuté con él en la película Mingo y Aníbal contra los fantasmas, donde también Ana Clara Altavista tenía un papel. Antes había hecho algunas cositas en Calabromas y después trabajé mucho con mi papá y me costó bastante cortar el cordón y dejar de ser ‘la hija de’. Todos esos programas fueron una gran escuela que me foguearon un montón. Fue hermoso compartir con mi papá y vivir mis comienzos a su lado. Creo que después hice revista para tomar distancia y dejar que me identificaran tanto con él; fue mi manera de cortar el cordón y así poder hacer otros roles. Debo decir que era un plus trabajar con mi padre porque solucionaba todos los problemas que podían surgir”.

Para Marina también era toda una aventura acompañarlo a las grabaciones y al teatro: “En general grababa los viernes y mi mamá me llevaba después del cole, o iba con él. Tengo recuerdos del viejo Canal 13 y del viejo Canal 9. No iba siempre, pero me divertía acompañarlo porque además pispeaba otras escenografías, otras grabaciones, estaba Pelito, Clave de sol y siempre iba a chusmear y a la vez ellos venían a chismear Calabromas y era divertido”.

La familia Calabró

-¿Cómo era tu papá en la intimidad?

MARINA CALABRÓ: -Él laburaba mucho cuando yo era chica: a la mañana hacía radio con Magdalena Ruíz Guiñazú y después grababa el programa y a la noche hacía teatro y los fines de semana tres funciones, y también filmaba. Tenía una agenda laboral ajetreada y lo recuerdo muy abocado a eso. Y en mi adolescencia y juventud fue un padre súper presente, preocupado por sus hijas y por Coca, claro. Lo que más extraño y recuerdo de mi viejo es su omnipresencia y su incondicionalidad. A pesar de que era un tipo duro, bastante encriptado, poco sociable y demostrativo en el amor, de abrazos contados y de no decirte cuánto te amaba, también era de una incondicionalidad increíble. Estaba cuando lo necesitabas y también cuando ni siquiera sabía que lo necesitabas y era muy loco porque mi viejo sabía lo que me pasaba mucho antes de que yo hiciera contacto con eso; tenía mucha habilidad para captar lo imperceptible y era de invitarte a tomar un café y proponer encuentros, viviendo con ellos o ya no. Y tenía una gran virtud: era un gran solucionador, vos ibas con un problema y él te lo solucionaba; de cualquier índole, sentimental, amoroso, laboral, económico. Es una figura muy potente en mi vida. Es el día de hoy que, si tengo que tomar alguna decisión o estoy en algún quilombo, lo primero que pienso es en qué me diría o qué consejo me daría. Lo llevo tan puesto que nunca dudo en qué me diría… Después, que yo le haga caso o no es otra cosa (risas). Como cuando estaba, a veces le hago caso y otras no.

-¿Y qué diría Juan Carlos si las viera hoy en su ámbito laboral y con sus parejas?

MARINA: -Siempre me acompañó amorosamente en mis decisiones y elecciones y creo que sería igual hoy y estaría feliz de verme, finalmente, feliz. Me parece que se llevaría muy bien con Rolando (Barbano) porque también tiene mucho humor y a veces muy parecido al de mi viejo. Y además a Cala le encantaban las coberturas policiales. Es una pena que no haya podido conocer a Rolando porque hubieran hecho linda complicidad. Y también creo que estaría contento con mi carrera porque siempre quiso que yo hiciera actualidad. Entonces estaría muy feliz de verme conducir un programa con Débora (Plager), de estar con (Luis) Majul, de verme conduciendo en radio El Observador un ciclo que lleva su apellido porque cuando me llamaron para hacer el programa me dijo que estilan ponerle los nombres de los conductores; me propuso que se llame Marina 107.9 y yo le dije que no, que quería que se llamara Calabro 107.9 y fue un homenaje a él y una manera de devolverle algo de todo lo que me dio [se emociona]. Estaría contento de este presente profesional mío. Es hermoso cuando en la calle se me acercan y me hablan de él porque dejó huella y eso es muy lindo. Mi hija era muy chiquita cuando él murió y se acuerda de su abuelo Cala y también la sorprende que haya sido tan querido y popular; está bueno porque le permite a Mía tomar dimensión de cuánto quieren a mi papá… Porque a él lo único que le importaba era el amor del público y toda la vida lo buscó, mucho más que los premios y las tapas de revistas y como él decía, “pour la gallery”. Nunca le importó el show off, pero le encantó el homenaje que le hicieron en APTRA y lo vivió como una despedida de sus compañeros artistas en el Teatro Colón. Fue muy emocionante y creo que se fue en paz porque pudo despedirse de todos e irse por la puerta grande. Falleció unos meses después y ya tenía claro lo que iba a pasar, por eso le voy a estar eternamente agradecida a Luis Ventura y a APTRA y defiendo el premio.

ILIANA: -Creo que estaría feliz porque llegué a hacer el tipo de trabajo que siempre me gustó hacer, y es llegar más profundamente a través del humor, algo que permita la reflexión y Perdida mente es eso. Ahora estamos de gira, pero estrenamos en el Multiteatro que es donde estaba la estatua de mi papá y sigue la estrella con su nombre. Y con Luis (De Stefano) se llevaría muy bien porque es medio chapado a la antigua, un caballero, un señor. Me mima, me cuida, me trata amorosamente y esa forma era la de mi papá también. Mi mamá adora a Luis. No pasa día que no piense en mi papá, y si no es así la gente se encarga de hacerlo porque tanto en Buenos Aires como de gira, me traen su recuerdo a pesar de que hace 11 años que se fue. Dejó una estela de cariño en la gente, y es el mejor papá que me pudo haber tocado, buen tipo más allá de su gesto adusto, de su introspección. No era como sus personajes, era callado, muy para adentro. Quienes lo conocieron saben de su bondad, humildad y don de gente. Era un tipazo. Y en el barrio dejó muchos recuerdos de platitos, mates, piedras y cosas que hacía para regalar, y plantó un ficus enorme en el Jardín Botánico que hoy es un árbol que está en diagonal a mi casa. Hizo todo, escribió libros, porque escribía todo lo que hacía con su libretista Cacho Villar, tuvo hijas, plantó el árbol, cantó, bailó, hizo reír y también llorar con Campeones y se despidió con honores en el Teatro Colon, con sus colegas. Tuvo una vida hermosa que no se merecía la agonía que sufrió en el final. Y sin embargo esa agonía le permitió relajarse, dejarse mimar y recibir algo de lo que había sembrado.