El diagnóstico era contundente: “Las mujeres son más proclives a la locura que los varones, pues la fuente de la histeria está en el útero”. En el siglo XIX, la “ginopsiquiatría”, una rama de la medicina que encontraba la raíz de todos los males en la intimidad de las mujeres, estaba en auge y su crueldad clínica condenaba a las “lunáticas” a las intervenciones más crueles, un sinfín de tormentos ejecutados por cuchillos, bisturíes, fórceps, escalpelos, cucharas, espéculos y pinzas. En Carnicero, la extraordinaria novela de la escritora neoyorquina Joyce Carol Oates recién publicada, la fábula gótica es el escenario para el más crudo body horror: una carnicería.
“¿Eres débil de corazón? No te acerques”, dijo Stephen King sobre este libro que fue elegido como la mejor novela del año por el diario español El Mundo, entre otros galardones. Está basado en hechos reales y su protagonista, el médico Silas Aloysius Weir, una especie de doctor Moreau en su propia isla, es una criatura inspirada por un neurólogo, un ginecólogo y el director de un manicomio que sometieron a sus pacientes a operaciones grotescas para mantenerlas lejos de la histeria: mutilaciones genitales, lobotomías improvisadas, amputaciones de miembros o extracciones de la dentadura, entre otras intervenciones sin anestesia, para someter a aquellas mujeres que desafiaban a sus maridos o sus patrones.
Detrás de los experimentos yacía el temor atávico a la vagina. “Weir parecía sentir, como muchos hombres y muchachos de su época, un asco particular por las ‘partes pudendas’ femeninas; una innegable atracción del modo en que uno se siente atraído por lo prohibido y lo obsceno, pero, sobre todo, un rechazo visceral que rayaba en la total repugnancia”, escribe Oates.
La novela es durísima en la descripción de las torturas de las pacientes y el lector sensible debería seguir el consejo de King: aun en blanco sobre negro, parece impreso en tinta roja.
Ese “agujero infernal de suciedad y corrupción” por el que nace la vida humana es el epicentro de Carnicero, la fábula que denuncia un destino femenino: las chicas que desobedecían los mandatos establecidos iban al hospital de lunáticas. Pero no únicamente las chicas.
En el siglo XIX, la fe irracional en la ciencia experimental resumía los prejuicios de etnia (“la insurrección es terrible, contra natura, que las personas de color se levanten contra los blancos, que una raza subordinada vaya contra una superior”) y de clase (“las limitaciones éticas seguro que no se aplicaban a subordinados, sino sólo a personas como yo, de la clase dirigente”). Las pruebas se hacían sobre mujeres negras, o inmigrantes, y pobres, justificadas por el credo calvinista norteamericano: la idea de que se nace en pecado y que el médico tenía la misión divina de alejar a Eva de la serpiente.
Si el sanatorio decimonónico era un depósito de enfermos más que un sitio de curación, el manicomio era directamente una sucursal del infierno. A los 86 años, Oates compuso a uno de los personajes más crueles y complejos de la literatura actual, un matasanos que en su búsqueda del bien hizo el mal, amparado en la manía de cualquier hombre con ambición de dios: “El juramento hipocrático no es lo que guía al galeno –‘no harás daño’–, sino más bien ‘no flaquearás en tu decisión, hagas daño o no’”.
ABC
A.
El personaje central de Carnicero está basado en tres médicos reales: uno es J. Marion Sims, al que llamaron “el padre de la ginecología moderna”.
B.
Otro es Silas Weir Mitchell, que se considera un fundador de la neurología actual al crear la “cura del reposo” para la neurastenia y la histeria.
C.
El tercero es Henry Cotton, director del Manicomio Estatal de Lunáticos de Nueva Jersey entre 1907 y 1930, un aberrante depósito de enfermos.