James Warren “Jim” Jones nació en Indiana en 1931, hijo de campesinos de origen galés y escocés

Habían pasado veinte años de la Masacre del Templo del Pueblo cuando Stephan y Jim Junior volvieron a poner sus pies en Jonestown, la comuna religiosa fundada por su padre, Jim Jones, en la selva de Guyana. Ese lugar fue escenario de casi un millar de muertes – entre asesinatos y suicidios – en un solo día. Sigue siendo hasta hoy el mayor suicidio colectivo de la historia. “Era gente cariñosa y apasionada. Esta gente no hubiera tenido que morir. Pero hacia el final, a mi padre lo consumió su propia locura”, le dijo Stephan a la cadena televisiva ABC, organizadora del viaje. “El final fue horrible, pero yo trato de pensar en lo que mi padre intentó construir”, agregó Jim Junior.

El horrible final al que se refería ocurrió el 19 de noviembre de 1978, cuando 918 personas – entre ellas unos trescientos chicos, incluidos bebés – murieron luego de ingerir veneno. Algunos lo tomaron de manera voluntaria, a otros los obligaron a hacerlo. El líder de la secta e incitador de esas muertes se suicidó al final de todo pegándose un tiro en la cabeza. Los dos hijos de Jim Jones formaban parte de la comunidad, pero salvaron sus vidas porque ese día estaban en Georgetown, la capital de Guyana, donde Stephan jugaba un partido de básquet.

Casi todos los muertos eran estadounidenses, familias enteras que habían dejado su país para seguir a Jones a la comunidad de Jonestown. La masacre se desató con la llegada del congresista Leo Ryan, acompañado de periodistas y algunos disidentes de la secta, para entrevistar a los feligreses porque se había denunciado que muchos estaban allí contra su voluntad. Ryan no llegó a ver Jonestown: fue asesinado a balazos – junto con tres de los periodistas y una de las disidentes – por los guardias de seguridad del Templo del Pueblo en el pequeño aeropuerto de Port Kaituma, a corta distancia del asentamiento.

Su plan era crear su propia congregación y la fundó en Indianápolis apenas fue habilitado para predicar. Fue en 1955 y la llamó Templo del Pueblo

Después de esos crímenes, Jones supo que estaba perdido, que no pasarían muchos días antes de que lo detuvieran a él y a muchos de sus seguidores, y entonces dio la orden fatal: debían suicidarse todos tomando una mezcla mortal de Valium, hidrato de cloral, cianuro y Phenergan disuelta en una gaseosa con sabor a uva llamada Flavor Aid. Hubo padres que les administraron esa muerte a sus pequeños hijos antes de matarse; hubo otros que quisieron resistirse y fueron obligados a beberla.

Nadie sabe en qué momento preciso se suicidó Jim Jones disparándose en la cabeza, porque no quedaron testigos, pero se supone que luego de asistir al espectáculo de las otras muertes.

Fue el trágico final de la secta del Templo del Pueblo, una comunidad igualitaria y antirracial creada por el propio Jones más de dos décadas antes y que con el paso del tiempo había devenido en una congregación de fanáticos guiada por el creciente delirio de su líder.

Un pastor “comunista”

James Warren “Jim” Jones nació en Indiana en 1931, hijo de campesinos de origen galés y escocés. Fue precoz tanto en el matrimonio como en la religión. Se casó a los 18 años con la enfermera Marceline Baldwin y, fascinado por la labor de los predicadores, apenas terminó sus estudios universitarios se unió a una iglesia metodista como auxiliar al mismo tiempo que estudiaba para convertirse en pastor. Su plan era crear su propia congregación y la fundó en Indianápolis apenas fue habilitado para predicar. Fue en 1955 y la llamó Templo del Pueblo.

Jim Jones se mostraba como un pastor de avanzada y de algún modo lo era por su prédica contra el racismo y la decisión de abrir las puertas del templo de manera igualitaria a blancos y afroamericanos.

Se mostraba como un pastor de avanzada y de algún modo lo era por su prédica contra el racismo y la decisión de abrir las puertas del templo de manera igualitaria a blancos y afroamericanos. Sus sermones hablaban poco de Dios y bastante más de las bondades del comunismo. Solo su círculo más estrecho sabía que tenía fuertes contactos con el Partido Comunista de los Estados Unidos, aunque fue alejándose paulatinamente porque no toleró las críticas que sus dirigentes le hacían a las políticas de Stalin al compás del revisionismo de Kruschev.

Mientras continuaba con su apoyo a los movimientos de derechos civiles en favor de la población negra, se centró también en crear y dirigir obras de beneficencia para la recuperación de adictos a las drogas y la ayuda a personas sin techo. Eso le valió fuertes tensiones con otros pastores protestantes, mucho más conservadores. En esos enfrentamientos, Jones endureció cada vez más su prédica. En ese marco, se escucharon sus primeros discursos mesiánicos en los que negaba la Biblia y se proclamaba a sí mismo como una divinidad al mismo nivel que Jesucristo.

El manosanta autoritario

Para 1965 tenía una congregación de alrededor de ciento cincuenta personas que lo seguían ciegamente, tanto que ninguno desertó cuando les ordenó que lo acompañaran a Ukiah, en California, para fundar una comunidad agraria cerrada al resto de la sociedad. Allí sembrarían y cosecharían – los otros, no él – al tiempo que lo adoraban y aprendían sus enseñanzas divinas.

Sin embargo, ese aislamiento comenzó a ser un problema para Jones, que entendió que así no haría crecer a su congregación. Para principios de los ‘70 volvió a mover a sus fieles, a los que dividió en dos ciudades, Los Ángeles y San Francisco, para que llevaran allí su prédica, la del Templo del Pueblo.

Aunque no dejaba de viajar a Los Ángeles para predicar, Jones instaló la sede principal en San Francisco, donde pronto se hizo famoso por sus “curaciones por la fe”. Los encuentros eran verdaderos espectáculos, en los que sanaba a supuestos enfermos con solo imponerles las manos. Los seguidores del Templo del Pueblo crecieron de manera vertiginosa, tanto que para 1974 su congregación sumaba más de tres mil miembros.

También tenía el apoyo de importantes líderes políticos de San Francisco, como el alcalde George Moscone y el concejal Harvey Milk, que destacaban la firme prédica de Jones contra el racismo y la discriminación, que nunca había abandonado.

Sin embargo, algunos de sus fieles comenzaron a rebelarse e hicieron denuncias que llegaron a la prensa. Acusaron a Jones de explotación laboral y de amenazar e incluso hacer dar feroces palizas a quienes intentaban abandonar el Templo del Pueblo. Estas denuncias hicieron que la justicia comenzara a investigar sus prédicas y sus prácticas. Jones no lo toleró y ordenó a sus fieles una nueva mudanza, esta vez fuera de las fronteras de los Estados Unidos y del alcance de sus leyes. Lo siguieron más de novecientas personas, a las que luego se sumarían algunos cientos más.

Con donaciones de los fieles el Templo del Pueblo compró un gran terreno en una zona selvática de Guyana

Delirios en Jonestown

Con donaciones de los fieles el Templo del Pueblo compró un gran terreno en una zona selvática de Guyana, donde trabajando de sol a sol construyeron la sede de la congregación, a la que llamaron Jonestown. El nombre mismo de la “ciudad” daba cuenta del avance del delirio de Jim Jones, que exigía a sus seguidores que lo trataran como si fuera deidad a la que debían sumisión y obediencia ciega.

Hicieron de Jonestown un asentamiento agrícola dedicado a frutas y verduras que llegó a funcionar muy bien, pero los delirios y el autoritarismo del líder seguían en aumento. Les confiscaba los pasaportes, les secuestraba los medicamentos y los utilizaba para consumo propio, y también los sometía a un régimen de trabajos forzados. Todo esto bajo las amenazas de los guardias que había seleccionado entre sus seguidores más fieles.

El punto más alto del autoritarismo con ribetes delirantes de Jones llegó con las “noches blancas”, largas sesiones nocturnas en las que mantenía despierta a toda la comunidad con discursos sobre conspiraciones gubernamentales y mediáticas que lo tenían como blancos a él y al Templo del Pueblo. Fue durante esas veladas cuando empezó a hablar de perpetrar un suicidio colectivo de toda la comunidad mediante un ritual de envenenamiento que, incluso, se llegó a realizar completo pero sin el cóctel mortal.

En mayo de 1978 algunos de los fieles lograron desertar y, gracias al auxilio de la embajada, que les dio nuevos pasaportes, pudieron regresar a los Estados Unidos. Así, las denuncias sobre lo que ocurría en Jonestown llegaron a la prensa y a las autoridades estadounidenses.

En una grabación encontrada en el lugar se escucha la voz de Jones instando a los miembros de la colonia a cometer “no un suicidio, sino un acto revolucionario”

Masacre en Guyana

Uno de los primeros en interesarse por las denuncias fue el congresista demócrata por California Leo Ryan, quien tuvo la idea de visitar Jonestown, preocupado por la posibilidad de que Jones tuviera personas retenidas allí contra su voluntad. Su proyecto era ir hasta el lugar y entrevistarse con sus miembros para preguntarles si querían abandonar el lugar. Convocó a varios de los “desertores” de la secta y a un grupo de reporteros para que lo acompañaran, entre ellos los periodistas Don Harris y Bob Brown, de la cadena televisiva NBC, y Greg Robinson, fotógrafo del San Francisco Examiner.

Los guardias de seguridad de Jones los estaban esperando en el aeropuerto de Port Kaituma, donde los recibieron a balazos y mataron a Ryan, Harris, Brown, Robinson y a Patricia Parks, una de las “desertoras” de la secta que los acompañaba. La secretaria del congresista, Jackie Speier, sobrevivió a pesar de haber recibido cinco disparos.

Con esa primera masacre consumada, Jim Jones convocó a sus fieles y los instó a matarse. En una grabación encontrada en el lugar se escucha la voz de Jones instando a los miembros de la colonia a cometer “no un suicidio, sino un acto revolucionario”. Algunos se mostraron dispuestos a seguirlo hasta el final. “No le tenemos miedo a la muerte. Esperamos que el mundo se dé cuenta un día de los ideales de justicia e igualdad por los que vivió y murió Jim Jones”, dejo escrito uno de los suicidas. Otros se resistieron, pero fueron obligados a beber el cóctel mortal.

Se contaron 918 muertos, entre los cadáveres encontrados en la comunidad, las víctimas del aeropuerto y una madre con tres hijos de pequeña edad que fueron hallados envenenados en una casa que la secta tenía en Georgetown.

La memoria y el fantasma

Hoy, en el Cementerio Evergreen, en California – de donde provenía la mayoría de las víctimas – se levanta un monumento en memoria de los muertos de Jonestown. Entre ellos figura Jim Jones, lo que ha provocado fuertes polémicas entre los sobrevivientes de la secta: mientras hay quienes consideran que debería borrarse el nombre del causante de la tragedia, otros piensan que debe estar allí, para que se pueda identificar al culpable y contar la historia completa.

Lo cierto es que el horror causado por la Masacre de Jonestown no resultó un freno para los suicidios colectivos promovidos por sectas religiosas, que parecieron escalar entre 1978 y fines del Siglo XX. En los Estados Unidos, más de 80 miembros de la secta de los Davidianos murieron en 1993 al incendiar voluntariamente su granja en Waco, que la policía intentaba tomar por asalto. En Suiza y Canadá, en octubre de 1994, 53 integrantes de la Orden del Templo Solar también fueron encontrados muertos, a los que pronto se sumaron otros seguidores de la misma secta en Francia. En marzo de 1997, 39 adeptos de la Puerta del Paraíso se suicidaron juntos en California.

El fantasma de Jim Jones pareció sobrevolar todas esas muertes.