“Me acusaban de estar detrás del atentado a Ortiz Rubio. Decían que los comunistas habíamos armado el atentado”, dijo Jacobo Hurwitz, un peruano de ascendencia judía cuya historia permaneció en el olvido hasta la publicación del libro “El espía continental”, de Hugo Coya. Estas palabras las pronunció mientras se encontraba en las Islas Marías, un archipiélago situado en el océano Pacífico, frente a la costa occidental de México.
En este lugar se encontraba una cárcel, un sitio lúgubre donde Hurwitz estuvo preso en 1932. Mientras las autoridades mexicanas proseguían con las investigaciones, el peruano fue sometido a torturas para forzarlo a revelar información sobre el intento de asesinato del presidente Pascual Ortiz Rubio y delatar a sus supuestos cómplices.
En sus primeros días en las Islas Marías, el carcelero Francisco Múgica le dijo al peruano que era un “regalón de los rusos”. Pese a que no había pruebas contundentes para respaldar esta afirmación, existían indicios que la alimentaban, como su cercanía al socialismo y al comunismo. Su afinidad con estas ideologías no se originó en México, sino en Perú, su país natal, donde creció y fue testigo de injusticias que moldearon su carácter.
Múgica no solo lo vinculaba con Rusia; varios medios de comunicación mexicanos lo calificaban como ‘el hombre de Stalin en América Latina’ o ‘el hombre del comunismo’. Estos apelativos surgían en medio de la ruptura de las relaciones diplomáticas y comerciales entre México y Rusia.
Como es sabido, en 1930, el presidente mexicano Emilio Portes Gil decidió suspender las relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética, alegando que la embajada rusa operaba como un centro de conspiración y difusión del comunismo.
En ese año, las tensiones con Rusia eran altas, por lo que un sector de los mexicanos no dudó en culpar a los rusos del intento de asesinato del recién electo presidente Pascual Ortiz Rubio. Hurwitz no era ruso, pero defendía las ideas comunistas y socialistas. Además, lo habían vinculado con Daniel Flores, el hombre acusado de disparar contra el mandatario mexicano.
Intento de asesinato de Pascual Ortiz Rubio, presidente de México
Las inclinaciones políticas de Pascual Ortiz Rubio comenzaron a hacerse evidentes en 1929, cuando se unió al Partido Antirreeleccionista de Michoacán. Ese mismo año, se llevaron a cabo las elecciones presidenciales extraordinarias, organizadas por el presidente interino Emilio Portes Gil, tras el asesinato del mandatario Álvaro Obregón.
Durante estas elecciones, Ortiz Rubio se enfrentó al candidato obregonista Aarón Sáenz y, sobre todo, a José Vasconcelos, exrector de la UNAM y candidato del Partido Nacional Antirreeleccionista. Al finalizar los comicios, los resultados dieron como ganador a Ortiz Rubio.
El 5 de febrero de 1930, asumió oficialmente la presidencia de México. La ceremonia de investidura se celebró, como era tradición, en el Estadio Nacional. Una vez concluido el acto, el nuevo presidente se dirigió al Palacio Nacional, donde presentó a su cuerpo diplomático y recibió las felicitaciones de rigor.
Mientras se trasladaba en el auto presidencial, ocurrió un evento que llevó a Jacobo Hurwitz a ser recluido en una cárcel ubicada en las Islas Marías. El incidente fue cubierto tanto por medios locales como internacionales. La Prensa, un diario peruano, lo informó de la siguiente manera.
“Se pretendió asesinar al presidente de Mejico. El señor Ortiz Rubio y los demás ocupantes del carro presidencial resultaron levemente heridos. El proyectil que hirió al jefe de Estado mexicano, penetró por el carrillo izquierdo y fue a alojarse en el maxilar derecho, habiendo sido necesaria una intervención quirúrgica para extraerlo”, se lee en la edición del jueves 6 de febrero de 1930.
A raíz del atentado, la policía mexicana arrestó a varios sospechosos, entre los cuales se encontraba Daniel Flores. “Se trata de efectuar otros de los posibles cómplices para descubrir lo que se cree una vasta conspiración de los partidarios de Vasconcelos”, informó La Prensa.
El expresidente Portes Gil declaró ante la prensa que el atentado contra el jefe de Estado había sido obra de un seguidor de Vasconcelos, motivado por la derrota de este en las elecciones de noviembre de 1929.
Aunque los medios de comunicación no señalaron a Rusia como responsable, es menester señalar que un sector de los mexicanos recordaba la reciente ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales con el país soviético. En este contexto, algunos pudieron haber inferido que los rusos estaban detrás del atentado contra el mandatario mexicano.
Lo cierto es que el propietario del hotel donde se hospedaba Flores relató que el joven había conversado con él sobre la inauguración del nuevo gobierno, especulando sobre quién podría ser el posible sucesor de Ortiz Rubio en caso de que éste fuera asesinado. Es importante indicar que Flores, al ser interrogado por las autoridades, se identificó como vasconcelista y dijo tener 23 años.
En el libro “El espía continental”, Hugo Coya relata que, en abril de 1932, Flores fue interrogado por el presidente Ortiz Rubio en el Palacio Nacional de la Ciudad de México. Al preguntarle quiénes habían planeado el atentado, el detenido respondió: “Lo hice solo”.
Las autoridades mexicanas estaban desesperadas por descubrir quién estuvo detrás del atentado, llegando al extremo de realizar intensos interrogatorios a los detenidos. La situación se volvió aún más complicada e incierta para las autoridades al conocerse que Flores había muerto de neumonía, llevándose consigo la poca o mucha información que poseía.
Sin embargo, Flores no fue el único detenido. Jacobo, que estuvo preso en la cárcel de Islas Marías, fue interrogado. A continuación, se presenta un fragmento del diálogo que Jacobo mantuvo con un carcelero, extraído del libro “El espía continental”.
—Confiesa. ¿Quiénes son tus cómplices?
—¡Qué cómplices puedo tener si ni siquiera sé de qué se me acusa!
—Todos dicen lo mismo.
—Le repito: no sé nada.
—¿Quiénes más estaban en el complot?
—No sé, no sé nada. ¡Agua, por favor! ¡Un poco de agua!
—La tendrás si dices dónde y cómo conociste a Daniel Flores.
—No lo conozco. No sé de quién me habla. ¡Agua! ¡Agua!
—¿Qué hace un peruano tan lejos de su tierra?
En otro fragmento del libro se lee lo siguiente: “Los rusos te ordenaron matar a nuestro presidente y eso acá en México se paga caro, Jacobito. ¿Y qué dicen tus amigos trotskistas de esta lista que andas paseando por el mundo ? Mella, Sandino, caray…”. Cabe resaltar que, para recrear estos diálogos, Coya entrevistó a 90 personas, aproximadamente, lo que asegura que los eventos relatados en su libro no son ficticios.
Mientras Jacobo estaba en prisión, conoció a José Revueltas, quien en ese entonces aún no era uno de los escritores más destacados de México. Dentro de una fría celda, ambos conversaron sobre Hegel y Marx.
A propósito de esta conversación, es relevante señalar que, aunque Hegel no estuvo directamente vinculado al comunismo, su concepto de la dialéctica influyó en estas corrientes. Marx, por su parte, fue una figura medular del comunismo, ya que utilizó la dialéctica para analizar las estructuras económicas y sociales. Criticó el capitalismo y abogó por una revolución proletaria que diera paso a una sociedad sin clases, fundamentada en la igualdad.
Pero no solo hablaron de estos personajes. En prisión también se mencionó el nombre de un sobresaliente ideólogo peruano. “Hurwitz disfruta especialmente de contarle detalles sobre la cercanía que tuvo con su compatriota José Carlos Mariátegui. (…) Hablándole sin rodeos a Revueltas, le explica hasta qué punto Mariátegui es un pilar de entendimiento político y cultural en su país”, escribió Coya.
Un vistazo a la vida de Jacobo Hurwitz
Los padres de Jacobo fueron Natasius Hurwitz y Augusta Zender, una pareja de judíos inmigrantes que se conoció en Perú y formaron una familia de 11 hijos. Uno de ellos fue el peruano que sería acusado de estar detrás del intento de asesinato del presidente de México. Su vida estuvo salpicada por odiseas tanto en Perú como en el extranjero.
Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, aunque no logró terminar la carrera debido a su salida abrupta del país por motivos políticos. Durante su breve paso por esta casa de estudios, fue elegido delegado de primer año de la Facultad de Letras para participar en la elección de la directiva de la Federación de Estudiantes del Perú.
En el libro “El espía continental”, el investigador, periodista y escritor peruano revela lo que ocurrió después de este suceso. “Decidió renunciar al puesto antes de haberlo asumido, para cederle su lugar a quien pensaba que, como él, acariciaba la parábola de un Perú y una América Latina mejores: Víctor Raúl Haya de la Torre”.
Jacobo también formó parte del grupo de docentes que instruyó a la primera generación de estudiantes en las Universidades Populares González Prada. Este proyecto, cuyo objetivo era erradicar el analfabetismo, una de las grandes problemáticas del país, brindó a numerosos obreros la oportunidad de aprender a leer y escribir.
En 1920, conoció a José Carlos Mariátegui y participó en las protestas de 1923 contra la consagración del Perú al Corazón de Jesús. Al año siguiente, en 1924, fue deportado por el gobierno de Augusto Leguía, justo una semana antes de su graduación.
Después de una breve estancia en Panamá, Jacobo llegó a Cuba, donde se unió al Comité Pro Libertad de Julio A. Mella. Allí trabajó como administrador de una hacienda azucarera, mientras cumplía tareas de espionaje. En 1927, debido a su creciente actividad política, decidió exiliarse nuevamente, esta vez en México. Fue allí donde se relacionó con otros militantes peruanos, rompió con el APRA y se acercó al comunismo.
Al llegar a México, Jacobo no podía prever que, además de conocer a figuras como Frida Kahlo y Diego Rivera, sería detenido y torturado en la cárcel de Islas Marías en el marco de la investigación sobre el intento de asesinato del presidente mexicano Pascual Ortiz Rubio.
En el libro consultado se desvelan los misterios detrás del intento de magnicidio, así como los eventos relacionados con los personajes involucrados, que fueron figuras reales. Sin ánimo de adelantar los desenlaces, es pertinente concluir esta nota con un fragmento que podría captar la atención de los lectores e invitarlos a explorar la novela de Hugo Coya.
—Lo último que me escribiste parecía una despedida —añadió.
—Y lo era, pero eso ahora no importa. Lo que importa es que estoy aquí.
—No. Quiero saberlo todo.
—En ese momento, querían fusilarme.
—¡Fusilarte! ¿Por qué?
—Me acusaban de estar detrás del atentado a Ortiz Rubio. Decían que los comunistas habíamos armado el atentado.
—Pero si fue ese fanático católico que apoyaba a Vasconcelos.
—Ya te contaré luego los detalles.