Fernando Aguerre nació en Mar del Plata, un lugar donde el océano no solo define la geografía, sino también el espíritu de su gente. Desde joven, el mar fue su gran fuente de inspiración y enseñanza, un vínculo que iría más allá del deporte. En una ciudad que se proyectaba hacia las olas, Fernando encontró en el surf una forma de vida, un camino de conexión con la naturaleza que lo definiría para siempre.

“Con mi hermano Santiago pasábamos largos meses todos los días en la playa, metidos en el mar y entre las olas”, recuerda. A los 13 años, compraron juntos una vieja tabla de surf y dieron sus primeros pasos en el deporte que los marcaría de por vida.

A pesar del paso de los años, de una vida acomodada en California y de haber logrado una trascendencia empresarial y deportiva en los Estados Unidos, Fernando no olvida su tierra. Actualmente vive en Chapadmalal, en una casa que él mismo construyó junto a su familia, en un terreno de 100 hectáreas que adquirió con su hermano en 1999 y que ahora busca potenciar con un nuevo proyecto inmobiliario.

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Fernando Aguerre en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020

Posicionar al surf en el país y en el mundo

Fue en tiempos de dictadura militar cuando su lucha por el deporte fue crucial. En 1978, desafiante y audaz, Fernando y un pequeño grupo de surfistas desafiaron la prohibición de surfear impuesta por el gobierno de facto. Con la valentía de un joven que se atrevía a soñar, organizó el primer campeonato de surf en el país, y en 1979, logró lo impensado: liberó la práctica del surf en Argentina y fundó la primera Asociación de Surf del país. En el mundo también es reconocido: Aguerre ingresó al Paseo de la Fama del Surf, un premio que reconoce las trayectorias destacadas en este deporte. Su nombre brilla en una baldosa en la calle Main Street de Huntington Beach, en California, junto con otras glorias del surf.

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A mediados de la década de los 80, luego de recibirse como abogado, se radicó en California, en una de las casas más lindas e imponentes de La Jolla, siempre cerca del mar. A lo largo de más de 35 años en su “California adoptiva”, no solo dejó su huella en la industria del surf, sino que también se convirtió en un símbolo de la pasión, perseverancia y transformación.

Su amor por el deporte y su visión de sostenibilidad lo llevaron a construir una carrera que trascendió las fronteras de la Argentina y tuvo un impacto global. A pesar de su éxito en California, cada verano regresaba a Chapadmalal, el lugar donde hace más de dos décadas inauguró el primer local de Ala Moana, su marca de ropa de surf, y donde sigue reconectando con sus raíces.

Fernando Aguerre en la baldosa del Paseo de la Fama del Surf, en Huntington Beach, California, donde fue reconocido en 2018 por su destacada trayectoria en el mundo del surf

Sin embargo, el gran hito de su carrera fue llevar el surf a los Juegos Olímpicos. Gracias a su esfuerzo, convenció al Comité Olímpico Internacional de incluirlo por primera vez en la historia de los Juegos, un sueño que se concretó en Tokio 2020. Este logro se convirtió en la culminación de toda una vida dedicada al mar, un mar que para Fernando no solo es un deporte, sino una fuente infinita de inspiración y desafíos.

La creación de Reef

En 1984, Aguerre relató que su hermano lo llamó para que fuera a California porque “si vas a trabajar de abogado nunca más nos vamos a ver”, le dijo. Ese fue el primer paso hacia Reef. Su hermano había abierto un surf shop allá, y decidieron viajar por Sudamérica en busca de mercadería para exportar a Estados Unidos.

El surfista recordó que fueron a Río de Janeiro sin resultados. “Nos quedaba un día en la ciudad y volvimos a San Pablo, donde conectamos con fábricas y encontramos un material antiderrapante para las tablas. Empezamos con US$4000 en un departamento de 20 metros cuadrados, no nos conocía nadie… ¡Y vendimos 250.000 piezas en un año. De repente, habíamos encontrado la conexión ‘Sudamérica-California’”, comenta.

“Nosotros creamos la marca Reef en California cuando mi hermano tenía 25 y yo 26″, recuerda. La marca fue la primera del surf mundial que no había sido fundada o gerenciada por anglosajones (californianos, australianos y sudafricanos).

“Una madrugada, mientras escuchaba desde mi cama las olas romper contra el arrecife (Reef en inglés) pensé en lo fuerte que las olas rompen contra el reef. Así encontré el nombre para las sandalias con las que empezamos”, agrega.

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El surfista cuenta que, tanto él como su hermano, tienen pie plano y no podían usar las ojotas comunes, por lo que necesitaban un diseño con arco. Así, crearon sandalias ergonómicas utilizando un nuevo material de Nike, el etil vinilo acetato.

En 2005, los Aguerre tenían el 20% del paquete accionario de la marca, que se vendió al grupo VF Corp por unos US$187,7 millones, en una operación que también incluyó la transferencia a los nuevos dueños de una deuda que tenía la compañía. ”Fue una decisión personal y familiar, porque la empresa era demasiado grande y la relación entre mi hermano y yo se estaba erosionando, por la propia tensión entre las áreas internas. Decidimos venderla, para darle más tiempo a nuestras familias y al deporte que tanto amamos”, afirma.

Su regreso a Chapadmalal

Aunque su vida estaba consolidada en California, Fernando siempre sintió la necesidad de regresar a sus raíces. En 1999, adquirió junto a su hermano Santiago un terreno de 100 hectáreas en Chapadmalal. “Lo pagamos alrededor de US$2000 cuando el dólar estaba 1 a 1 ”, cuenta Fernando que hoy avanza en un proyecto inmobiliario al que llamó Olas Chapadmalal.

Ubicado sobre la Ruta Provincial 11, que conecta Mar del Plata con Miramar, y la Avenida 515 (también conocida como Avenida de Circunvalación), el predio posee árboles de más de 75 años, algo muy poco común en ese entorno de acantilados y terrenos abiertos. “Fuimos a verlo ese mismo día y lo señamos, no lo dudamos”, recuerda.

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El barrio privado

“Esta tierra era del empresario alemán Otto Bemberg, quienes la habían comprado previamente a los Martínez de Hoz, propietarios de una vasta extensión que iba desde la Avenida 515 hasta el arroyo Las Brujitas. Con el tiempo, decidimos ampliar el bosque. En los últimos 20 años, hemos plantado más de 7000 árboles, respetando la armonía del paisaje”, recordó.

Para el empresario era clave que se respetara la naturaleza. De esta forma, asegura que la urbanización se pensó para preservar la biodiversidad del terreno, que cuenta con máus de 13.000 árboles y una flora autóctona única. De hecho, pese a que la ley provincial exige que los desarrolladores dejen el 30% de la tierra para espacios comunes, el empresario decidió comercializar el 50% del lote, en lugar del 70% que permite la norma. “Podríamos haber desarrollado hasta 1000 viviendas, pero decidimos limitar la venta a 350 lotes como máximo para mantener una baja densidad habitacional”, aclara Aguerre que avanza con la comercialización de la primera etapa de 152 lotes, y se estima que, al completar su desarrollo, podría alcanzar los restantes 198 terrenos.

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Mapa de la distribución de la primera etapa de 152 lotes que tendrá el nuevo emprendimiento

Hasta el momento, entre boletos y reservas, lleva vendidos alrededor de 40 lotes que tienen entre 1500 y 1600 metros cuadrados. Como novedad comparte que quienes compran y comienzan a construir en los próximos 18 meses acceden a valores de US$100/m², lo que equivale a unos US$150.000 el lote.

El diseño del paisajismo del barrio cerrado estuvo a cargo del estudio Carlos Thays. “Además, se convirtió en el primer barrio de la zona en contar con una red de gas natural”, aclara.

Vista aérea de Olas de Chapadmalal, mostrando su integración con el paisaje costero y los acantilados

El crecimiento urbano en Chapadmalal y sus alrededores se enmarca dentro de un proceso de expansión sostenida. “A unos 15 kilómetros al sur, camino a los hoteles, se encuentra Paraíso Golf, un barrio cerrado con 40 años de historia que fue el primero de la zona. Su establecimiento marcó el inicio de una tendencia que se consolidó con el tiempo”, explica Aguerre.

En las últimas décadas, la expansión se ha concentrado principalmente sobre la avenida Jorge Newbery, que continúa la calle Alem, la principal arteria de Plaza Grande. A lo largo de esta avenida se han desarrollado ocho barrios nuevos, entre los cuales destaca Rumenco. “Este último se consolidó hace alrededor de 20 años y, desde entonces, ha crecido considerablemente hasta ser considerado por muchos como parte de la ciudad”, comentó Aguerre, aunque reconoció que el crecimiento urbano también ha llevado a algunas personas a buscar zonas más tranquilas, alejadas de la aglomeración actual.