Las ganadoras de las medallas olímpicas en los 100 metros de los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín, en agosto de 1936. La del medio es la estadounidense Helen Stephens (medalla de oro), a su izquierda la alemana Kathe Krauss (bronce) y a su derecha la polaca Stanislawa Walasiewicz, también conocida como Stella Walsh (plata) (AP)

Fueron atletas, fueron rivales, las dos tenían un aspecto masculino, ambas vivieron un escándalo olímpico; de las dos mujeres se sospechó que eran hombres; todo quedó tapado porque mejor no se hablaba de esas cosas en esa época y porque aquellos Juegos Olímpicos del escándalo se celebraron en Berlín, en 1936, con Adolf Hitler exaltando el poder de una supuesta raza aria, y con el mundo afilando las espadas para la inminente Segunda Guerra Mundial.

Una de las dos atletas era polaca: Stanislawa Walasiewicz, que había nacido en abril de 1911 como Stanislawa Walasiewiczówna, y que luego sería Stella Walsh. La otra, Helen Stephens, era estadounidense, había nacido en febrero de 1918 en el rancho de sus padres, en Missouri. Las dos vivieron, a su modo, infancias agitadas. Los padres de Stanislawa emigraron a Estados Unidos antes de que estallara la Primera Guerra en 1914. Se establecieron en Cleveland, Ohio, donde la muchacha destacó en atletismo. En 1930, a sus diecinueve años, participó en los campeonatos nacionales de Estados Unidos, que por entonces aceptaban a inmigrantes entre sus competidores, y se alzó con el título en 100 y 220 yardas. Pocos tiempo después fue la primera mujer en romper la barrera de los seis metros en salto en largo. Su aspecto, un poco varonil, quedó relegado por su fama, que llegó hasta Polonia e hizo que la federación de su país natal la incorporara a su equipo nacional para los Juegos de Los Ángeles, en 1932.

Stephens también tuvo una infancia inquieta, pero diferente a la de quien sería su rival. Se había criado, un poco montaraz, en el rancho de sus padres donde aprendió rápido a manejar el rifle y a cazar conejos; sus hábitos, su ropa, su andar, habían adquirido el talante rural, áspero y algo indócil del paisaje; se metió de lleno en el básquet donde integraba los equipos de varones, y también se dejó ganar por el atletismo, en pruebas en las que enfrentaba también a varones de su edad: les ganaba a todos. Su primera competencia en la Asociación de Deporte Amateur de Estados Unidos (AAU) se dio luego de que los rumores afirmaran que Stephens había batido el récord del mundo de los cien metros llanos en una competencia colegial. A sus diecisiete años, Stephens medía un metro ochenta, era ancha de hombros, una cabeza en la que destacaba una nariz recta y un corte de pelo varonil.

Stanisława Walasiewicz estableció 37 marcas que podrían considerarse récords mundiales, pero sólo 14 de ellas fueron ratificadas por la IAAF, según la página oficial de los JJOO (Grosby)

En Estados Unidos, Stanislawa Walasiewicz había pasado a ser Stella Walsh, una chica que buscaba la nacionalidad americana. La federación de atletismo, en vísperas de los Juegos de 1932, le ofreció competir por Estados Unidos. Pero en casa de la familia Walasiewicz necesitaban dinero: la madre estaba desocupada y al padre le habían reducido la jornada de trabajo: todo aquello era fruto de la gran crisis económica desatada por el crash de 1929. El flamante presidente electo, Franklin D Roosevelt, prometía sacar al país adelante, pero eso iba a llevar tiempo y el dinero era necesario ahora.

Los polacos le ofrecieron competir para ellos a cambio de un puesto de trabajo para el padre y otro, tal vez nominal, para ella. En Polonia, Stella Walsh volvió a ser Stanislawa Walasiewicz y como tal, se alzó en los Juegos de Los Ángeles con la medalla de oro en los cien metros con un tiempo de once segundos nueve décimas: igualó el récord mundial. Fue sexta en el lanzamiento del disco y se convirtió en un emblema deportivo de los polacos. Su país, que había estado bajo dominio ruso cuando Stanislawa había nacido, no era un buen sitio para vivir en aquella década del treinta, años de ascenso del nazismo en Alemania y de presión soviética en la frontera. Stanislawa se comprometió a representar a su país en los siguientes Juegos, pero la familia volvió a Ohio y a la ciudad que los había cobijado, Cleveland. Los siguientes Juegos Olímpicos serían en Berlín, ya con Hitler como canciller y con el nazismo lanzado a dominar Europa.

Con el oro olímpico de Los Ángeles en los hombros, Stanislawa fue conocida como “la mujer más veloz del planeta”. Lo era. Sólo que tenía competencia. A Stephens también la llamaban la mujer más veloz, pero de alguna parte porque el mundo le había dado el oro a Stanislawa. Las dos se prepararon con fervor para la cita en Berlín, que es donde estalló el escándalo. Lo que la historia jamás pudo dilucidar es si las dos muchachas eran conscientes de su sexualidad imprecisa. A la luz de los hechos, Stephens no podía tener dudas, era una mujer. Con Stanislawa, todo es mucho más brumoso.

Helen Stephens ganó dos medallas olímpicas en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936: los cien metros llanos y la posta de 4x100. En ambas pruebas, para desgracia de Hitler, superó a atletas locales

El oro de Berlín 1936, con el saludo nazi en calles y estadio, con las amplias y coloridas banderas con la esvástica que ondeaban al viento, con la cineasta favorita de Hitler, Leni Riefenstahl, que lo filmaba todo para que quedara en claro que la raza superior que Hitler proclamaba era la aria, con el atleta negro Jesse Owens triunfador en las pruebas atléticas, para escarnio del racismo alemán, ese oro olímpico de Berlín fue para Stephens. Ella y Stanislawa eran diferentes: Stephens parecía más extrovertida, era siete años más joven que Stanislawa que, un poco más reservada, taciturna casi, con su grave voz emitida en susurros, aparecía casi apagada ante la simpática y sonriente Stephens. La juventud de Stephens la hacía más rápida que Stanislawa; también era un poco más ruda, sin la técnica depurada de la polaca; las dos eran buenas en velocidad, en altura y en lanzamientos, con lo que cumplían el precepto de oro del olimpismo: más rápido, más alto, más lejos.

Stephens venció a Stanislawa ya desde la primera serie eliminatoria de cien metros, que ganó con más de diez de ventaja. En las tres carreras, dos clasificatorias y la final, Stephens bajó el récord de Stanislawa en cuatro décimas, lo que era una hazaña. De hecho, ese récord se mantuvo por veinticuatro años, hasta los Juegos de Roma, en 1960. La gloria era de Stephens. Para Stanislawa fue la medalla de plata.

Fotografía de las mujeres más rápidas del mundo en la carrera de 100 metros durante los Juegos Olímpicos de 1932. De izquierda a derecha: Stanisława Walasiewicz, oro; Hilda H. Strike, plata; Wilhelmina «Billie» von Bremen, bronce (Grosby)

Entonces estalló el escándalo. Los polacos, que ya habían soportado muchos comentarios, muchas versiones lanzadas al viento sobre el aspecto masculino de su campeona, denunciaron que Stephens era un hombre. Lo hicieron también, aparte de la mala uva, impulsados por un artículo de la revista Time en la que había aparecido una foto de Stephens sobre un titular cargado de malicia: “¿Es esto un hombre o una mujer?”. El Comité de Apelaciones de los Juegos quedó paralizado: nunca antes se había dado un caso así. Los polacos sugirieron que Stephens se desnudara ante los jueces para eliminar la duda. Tal vez, en su interior, los demandantes daban por hecho que la atleta, por pudor, decidiera eludir el examen. Pero Stephens, que desde pequeña y rifle al hombro había cazado conejos en el rancho de sus padres en Missouri, no tuvo inconveniente alguno, faltaría más: se desnudó y quedó claro lo que aparecía turbio: era una mujer. La escena está registrada, o recreada con un pudoroso velado, en el famoso Olympia, de Leni Riefenstahl.

Ni las sorpresas, ni el escándalo habían llegado a su fin. Faltaba un encontronazo de Stephens con el propio Hitler. La americana fue la última en correr la posta 4×100, una prueba que tenía a las alemanas como favoritas. Pero una de las chicas alemanas dejó caer el testigo, el cilindro metálico que pasa de mano en mano durante la carrera, y el triunfo fue para el cuarteto americano. Luego, Stephens contó que en el palco, Hitler la había mirado “con lujuria”, la había toqueteado con algo más fangoso que una admiración deportiva, y que la había invitado a pasar unos días en su “Nido del Águila”, en Berchtesgaden, invitación que ella rechazó con decidida firmeza, que la caza de conejos no da para todo, mein Führer. Hitler dijo entonces, o dicen que dijo de Stephen, con inocultable resentimiento: “Esta mujer no pasaría un test de sexualidad”. Ya lo había pasado. Después de los juegos de Berlín, Stephens dejó el atletismo para hacerse profesional del softball y, luego, en el básquet femenino. Cuando Estados Unidos entró en la guerra, en 1941, se integró al cuerpo auxiliar de los Marines. En los ochenta, ya con sesenta y dos años, regresó a las pistas en la categoría veteranos: fue imbatible.

Helen Stephens cruza la línea de meta para ganar los 100 metros llanos en 11,5 segundos, tras superar por cuatro décimas el récord de su competidora Stanislawa Walasiewicz. Esa marca se mantuvo por veinticuatro años, hasta los juegos de Roma, en 1960 (AP Photo)

Stanislawa siguió activa. En 1938 ganó los 100 y 200 metros, fue segunda en salto en largo y ganó la posta 4×100 de los Campeonatos Europeos de 1938. Después, la guerra se llevó todo por delante. No hubo nuevos Juegos hasta 1948, en Londres, pero Stanislawa siguió su carrera en Estados Unidos, obtuvo la ciudadanía en 1947, y llegó a ganar cuarenta y un títulos nacionales de velocidad, salto, disco y pentatlón, el último ya a sus cuarenta y cuatro años. Voluntariosa, empecinada también, decidió darse una última chance en los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956. Compitió bajo bandera de los Estados Unidos en las semifinales de los 100 metros llanos: llegó tercera, pero sólo se clasificaban dos atletas. Después, le dijo adiós al atletismo y se dedicó a entrenar a nuevas generaciones.

Stanislawa vivió en Cleveland el resto de su vida. Nunca se le conoció una pareja hasta que, en 1956, se casó con el ex boxeador Neil Olson. El matrimonio duró nada, dos meses, aunque nunca se divorciaron. Ella integró varias asociaciones deportivas de la comunidad polaca en Estados Unidos. En 1975 fue incluida en el Salón de la Fama del atletismo estadounidense.

Una postal del triunfo de Stanislawa Walasiewicz en los JJOO de Los Ángeles en 1932. Luego de que se conociera la verdad sobre su historia, las autoridades olímpicas decidieron mantenerle sus medallas (Grosby)

La historia hubiese terminado en esos años, de no ser por un hecho trágico. El 4 de diciembre de 1980, Stanislawa, de sesenta y nueve años, o bien fue asaltada al salir de un supermercado de Cleveland, o bien quedó en medio de un asalto al súper: recibió un balazo en el tórax y murió en el estacionamiento del local. La autopsia reveló que no era una mujer: no tenía útero ni ovarios; tenía sí genitales masculinos diminutos, atrofiados, que la colocaba en la categoría de intersexual que define a los nacidos con una combinación de rasgos biológicos no exclusivos de hombre y mujer. Años después, se estableció que sus cromosomas XY se combinaban con otros XO para dar uno de los escasísimos casos clínicos de sexo no desarrollado. Sus medallas olímpicas no le fueron retiradas. El director de la investigación decretó: “Stella (hablaba de Stella Walsh, de Stanislawa Walasiewicz) nació como mujer, fue inscripta en el registro como mujer, vivió como mujer y murió como mujer”.

La otra protagonista de la historia supo en su retiro del sorpresivo desenlace de un escándalo que la había obligado a demostrar que era una mujer, en aquella Europa a punto de volar en llamas. Helen Stephens murió el 17 de enero de 1994, a los setenta y cinco años.