Con el esfuerzo como lema, su ascenso fue meteórico. De aquel pibe de Olavarría que no dejaba de correr ninguna pelota, a ser un gigante entre los cuatro mejores jugadores del planeta pádel. De dormir en un auto para ahorrarse una noche de hotel para ir a jugar un torneo, a ser uno de los jugadores que iluminan Roland Garros, el Foro Itálico, y pieza clave en la selección argentina que logró el bicampeonato mundial en Qatar. Federico Chingotto es el Super Ratón, como lo bautizaron los medios españoles.

No se olvida ni por un segundo de sus padres, Sandra y Fernando, porque ellos hicieron todos los esfuerzos para que su hijo pudiera jugar. Todos en su familia practicaban el deporte, por lo tanto, lo tuvo a mano siempre. Desarrolló una velocidad increíble y es dueño de una lectura perfecta del juego, dos características que, a los 27 años, lo transformaron rápidamente en un jugador que frustra a sus rivales. Y si alguien pensó que su estatura (1,70 metro) podía limitarlo en un universo de elite en el que la mayoría de los protagonistas están por encima de 1,80 metro, para él no hay imposibles.

Su crecimiento fue exponencial. De apenas ganar un torneo, el 17 de diciembre de 2023, junto a Paquito Navarro, a sumar cinco en un puñado de meses de 2024 junto a Alejandro Galán. El ascenso de Chingotto resultó increíble. Por eso cuando la referencia le llega en la charla con LA NACION, la sonrisa del Super Ratón es inmensa y es la misma que se le puede ver en los momentos más calientes de los partidos, porque está en el lugar por el que luchó y en su horizonte, después de sufrir tanto, sólo se propuso disfrutar. Incluso, cuando su presente esté lleno de presiones, porque es el mejor jugador del planeta pádel y conforma junto a Alejandro Galán la segunda mejor pareja del mundo.

-Pasaste de haber ganado un torneo en 8 años de carrera a conseguir cinco en menos de una temporada, ¿cómo llevás eso?

-Obviamente que fácil no es nada, pero sí que fueron resultados muy inmediatos y teníamos muchas ganas de hacerlo bien. Yo sabía que era una gran oportunidad para mí jugar con Ale, pero no creí que iba a suceder todo esto tan rápido, empezar a luchar con ellos (Agustín Tapia y Arturo Coello, la mejor pareja del mundo) así, tan rápido. Estoy disfrutando muchísimo el camino, aprendiendo, mejorando como jugador, más allá de la pareja. Tratando de absorber todo el conocimiento de Ale, de su equipo, y tratando de dar lo mejor que tengo.

-Cuando Alejandro Galán te propuso jugar con él, ¿cómo fue?

-Estaba nervioso, pero con muchas ganas. Siempre lo venía diciendo, estaba esperando esta oportunidad. Yo estaba trabajando en silencio para que me llegara, mejorando al máximo todo mi juego, tratando de explotarlo. Creo que con Paco (Navarro) había logrado sacar una nueva versión mía, que me estaba gustando mucho, pero cuando llegó el llamado de Ale, obviamente estaba ansioso y me dio alegría. Lo que más destaco es que, desde el primer momento, jamás se me metió una presión extra. Siempre trataron de adaptarse a lo que yo quería, que fuera de a poco, indicándome cositas por mejorar. Jamás sentí esa presión de ir por el número uno. Nunca la tuve, y la verdad que el cariño y el afecto de todo el grupo, cómo me recibió, es lo que destaco, porque sin duda eso también ayudó a que yo me adaptara mucho más rápido.

-Ocho finales, cinco títulos, ¿mirás para atrás y decís no lo puedo creer?

-Sí, sí, sí, a veces nos enojamos mucho cuando perdemos las finales, y en el caso de él (por Galán), por ahí sí es más lógico, porque ya venía luchando por más campeonatos y demás, pero en mi caso a veces paro un poco la pelota y digo, “pará, es la primera vez que estás pasando por esta situación de tantas finales, de haber ganado campeonatos…”. Entonces, a veces por ahí se me va la realidad y me mimetizo con ellos, entonces claro, tengo ese enojo por no ganar y después por ahí cuando freno, en frío repaso las cosas y me digo “che, perdón, pero no tengo que volar tanto”. Es que yo competía en algunas finales, pero no tan seguidas, no ganaba títulos, entonces por ahí me toca bajar un cambio y no estar tan tenso.

-Hace tiempo Galán reconoció que trabajaba psicológicamente y eso lo ayudó a hacer un clic, un cambio. ¿Vos estás trabajando también ese aspecto?

-Yo era un jugador que por ahí, por cómo me desenvuelvo en la cancha y demás, pensaba que no lo necesitaba, pero me di cuenta que sí. Cuando arrancás te das cuenta que te dan un apoyo fundamental en el día a día para los torneos, para los momentos malos y los buenos también. Para valorar el esfuerzo. El que pueda tener un psicólogo deportivo que lo haga, se lo recomiendo porque ayuda, eleva el nivel, te hace dar cuenta de muchísimas cosas.

-¿En qué sentís que te mejoró?

-Yo creo que, sobre todo, me ayudó a romper el cascarón de mi juego, porque por ahí me veías entrenando y yo lograba hacer todos los tiros que quería implementar en el torneo, pero en la competencia había algo que me limitaba a mi zona de confort y a desarrollar el juego que siempre tenía. Eso me sirvió hasta llegar a un lugar determinado, pero que creo que con el psicólogo (el español Alejo García) logré desbloquear esa puerta y dar un paso más. Salir del cascarón lo podés lograr a base de perdonarte los fallos, de permitirse no acertar en todas las acciones.

-Te costó mucho llegar hasta acá, hiciste muchos sacrificios. ¿Cómo recordás todo el proceso para acceder a la elite del pádel?

-Empecé sobre todo porque mi familia jugaba. De chiquito siempre estaba dentro de una cancha. Intenté con el tenis, porque era el mismo profesor que daba clases en los dos deportes. Pero mi amor fue hacia el pádel. Cuando más me hizo click fue en mi cumpleaños de 11 años. Para darme el capricho, mi madre sacó un crédito para alquilar un pelotero y festejarme el cumpleaños, entonces yo, feliz, invité a mis compañeros. El día que estaba armando la lista llamaron de mi casa desde la APA (Asociación de Pádel de Argentina) y le informaron a mi mamá que se iba a jugar el selectivo de menores y que faltaba un chico. Le preguntaron si estaba interesado para jugar los sudamericanos, los mundiales y demás. Claro, cuando me lo consultó mi mamá, no tuve ni una duda: se suspendió el cumpleaños, porque obviamente las dos cosas no se podían hacer, el cumpleaños al carajo y ahí me di cuenta lo que me importaba este deporte.

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Chingotto vive todo con mucha intensidad, por eso su relato no se detiene: “Una vez que llegué ahí y que tuve la suerte de enfrentarme a Di Nenno (Martín), a Stupa (por Franco Stupaczuk), a jugadores de una magnitud muy alta, me di cuenta que estaban a años luz, me di cuenta que tenía que entrenar más. Esa situación me permitió advertir en dónde estaba parado. De a poquito me fui metiendo mucho más. Vengo de mucho esfuerzo, de tener la ayuda de muchísima gente. Desde la carnicería que me daba la comida para el viaje para poder ahorrármela, hasta la gente que me ayudaba a hacer rifas, tallarines y así juntábamos para viajar. A veces, cuando viajaba para ir de un torneo al otro, había que ir en auto y como no me daba la economía, dormía en el auto porque no podía permitirme pagar un hotel. De esas historias tengo miles. Nunca por ahí entro en detalle, me las guardo para mí, pero fue un sacrificio muy, pero muy grande de mi familia. Sobre todo de ellos, porque a los 18 años me vine para acá (España) y aprendí lo que era vivir solo. Fue también un sacrificio, porque ellos no se daban ni un gusto para dármelo todo a mí. Así que, a día de hoy, lo que más me llena y me pone feliz es cumplirles a ellos todos los caprichos.

-¿Cómo fue la decisión de irte a vivir solo a España?

-Fue durísimo, pero yo lo tenía claro. Desde un primer momento era mi sueño; soy hijo único, a mi familia obviamente la afectó que me fuera, pero yo lo tenía claro, estaba dispuesto a sacrificar todo. Y mi familia me acompañó para cumplir mi sueño que era jugar al pádel en el mayor circuito del mundo. Y desde un primer momento estuve súper convencido, sin miedo. Cuando llegué acá, tenía la suerte también de que vine con Juan Tello (argentino, N° 19 del ranking de Premier Padel), que fue como un hermano mayor para mí. Me ayudó a aprender muchas cosas, me guiaba, eso también colabora. A medida que pasó el tiempo me fui formando más como persona, como jugador, y aprendí a llevar mejor las distancias. Los primeros años cuestan más; además, por la pandemia del Covid pasé dos años sin volver a Argentina; eso sí me dolió. Pero también sé que ellos, mis padres, están orgullosos y lucharon mucho para que yo tuviera esta oportunidad de estar compitiendo en el más alto nivel. Me impulsaba eso, porque no les podía fallar, tenía que aguantar y seguir.

Federico Chingotto consiguió dar un enorme salto de calidad para ingresar entre los 5 mejores del mundo

-Vos físicamente sos diferente al resto de los jugadores, ¿eso te condicionó o sentiste que te limitaba la altura?

-Los bajitos tenemos un orgullo gigante. Estamos más limitados, nos cuesta más, eso está claro, pero yo lo siento como un desafío. Y por cómo soy, los desafíos me vuelven loco. Entonces, con tal de demostrarle al mundo de que es posible que siendo bajito se puede competir contra los que miden 1,90 metro, me rompo el lomo entrenándome todos los días un poquito más que el resto. Lo hago para compensar obviamente esa altura. Me enfoco en la lectura del juego y en estar más atento a todos los detalles. Pienso siempre en cómo cuidarme y porque obviamente hay que estar al 120 por ciento para competir contra todas estas personas. Disfruto mucho el camino, pero ese planteo por mi altura me lo he hecho muchas veces, en especial cuando las cosas no salían; es el momento en el que uno se pregunta si no llegó a su límite. Pero también tengo el otro lado que me dice no, que el límite te lo pones vos. Y si al final es realmente el límite, por lo menos lo diste todo y lo intentaste.

-¿Cómo hacés para disfrutar del juego cuando la competencia es tan voraz?

-Yo creo que viene un poco de la mano del psicólogo. Mirá, me pasaron muchas cosas en los últimos años; por ejemplo, el momento en el que falleció mi abuela y no pude estar ahí para verla en el último tiempo. Durante la pandemia falleció un amigo, González Arias, en un accidente de auto, y después, volviendo de un torneo, que yo también fui, falleció Elías, otro compañero, y también Agustín Peretti, que estuvo en la selección con nosotros, perdió la vida. Esas cosas me han hecho un click en la cabeza. Obviamente quiero ganar, quiero darlo todo y demás, pero al final la vida es una y tengo también que encontrar el disfrute en lo que estoy haciendo. Más allá de que es un trabajo y que me estoy jugando la vida. Esos golpes me hicieron darme cuenta que podemos ganar o perder, pero que gana uno solo el torneo y somos 248 los que lo disputamos. Lo vas aprendiendo a medida que va pasando la carrera y que perdés mucho más de lo que ganás. Empezás a aprender que te chocás con una pared todas las semanas y que tenés que saltar la pared, que hay que disfrutar del camino.

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-¿Pensaste que podías llegar a vivir del pádel?

-Era muy difícil pensarlo, es súper complicado. Siempre fue mi idea llegar a vivir del pádel, pero en Argentina creo que es súper difícil si no salís a los circuitos locales. Necesitás que cambie el premio de moneda porque si no, no podés vivir. Tenés que estar dando clases o algo así, porque no llegás a fin de mes. Incluso acá (por España), cuando nosotros llegamos, que todavía el pádel no había explotado, estabas al límite, vivías con lo justo. Tenías que dar alguna clase y hacer más eventos para poder vivir del pádel. A día de hoy todavía no es muy grande el rango del ranking de jugadores que pueden vivir holgadamente o bien. Quizá los primeros 40 del ranking pueden vivir bien del pádel. Para atrás se hace más difícil, los chicos tienen que hacer eventos, clínicas, dar clases… Pero bueno, va por un buen camino el deporte y está progresando mucho. Ojalá que pronto te puede decir que son los primeros 100 los que pueden vivir bien del pádel.

-Fede, ¿qué implica competir contra Arturo (Coello) y Agustín (Tapia), porque se transformó en un clásico?

-Lo primero es que no sabíamos que iba a ser un clásico. La primera vez entrábamos a matarnos entre nosotros, pero cuando se empezó a repetir tanto, se convierte en un partido de ajedrez o de boxeo, porque pegan ellos y nosotros recibimos, después reciben ellos, nos vuelven a pegar y en el último tiempo nos están pegando bien. Han evolucionado como pareja, en juego, en todo. Es lo bonito del deporte. Sabemos que tenemos que seguir mejorando para competir contra ellos, y ellos mejoran a través de la competencia con nosotros. Entonces, en mi caso, es un desafío que tengo también personal, que me motiva mucho a entrenar más, a tratar de mejorar y de buscar la forma de poder ganarles.

La sonrisa de Chingotto; detrás, su compañero Alejandro Galán

-Todo el mundo dice que Agustín Tapia es distinto, ¿qué tiene?

-Es muy especial. Tiene todo, un talento y un gran instinto, es una locura. Y creo que cada vez lo está potenciando más. Entonces, cada vez aparece más de todo lo que tiene. Tiene una facilidad para hacer las cosas, una lectura de juego, de golpes imposibles, es increíble. Muchas veces pienso cómo c… hace para carburar todo al mismo tiempo, porque a mí no se me pasa tener las ideas que él ejecuta. Es una persona que va adelantada al resto. El pibe dice “acá voy a hacer esto” y tiene en la mano, la capacidad, el talento y la magia de poder plasmarlo en la cancha, es algo increíble. Creo que en el tiempo que llevo compitiendo acá no he visto un jugador así. Otro para mí de ese estilo es Lebrón (Juan), que también tiene talento y hace cosas con la pelota que son increíbles, pero Agus tiene algo especial, que encima también conecta muchísimo con el público por las cosas que hace. Es como que llega mucho más, porque es estratosférico lo que hace.

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-Y vos jugás con otro al que le dicen que es un “extraterrestre”.

-Para hacerte la comparación, Messi es Agustín y Cristiano Ronaldo es Ale (Galán), porque es una persona que es muy trabajadora, se basa muchísimo en su físico y también hace cosas increíbles. El otro día vi que salió el video de sus bloqueos, a él solo le sale. La volea de espaldas, eso también es un talento. Desde luego, él trabaja muy duro, es un portento físico que vuela, es un animal, pero también tiene muchísimo talento. Por eso también lo pongo en la mesa de cracks. Son personas tocadas por la varita, como dicen, y tienen un talento extra respecto del resto. Yo me siento un rústico al lado de ellos, pero suplanto eso con otras cosas, con la lectura de juego, con el físico, la velocidad y con tratar de ser muy regular.

-En el mundo del pádel aseguran que estás desplegando tu mejor juego, ¿lo sentís así?

-Creo que pude romper el cascarón del juego que tenía medio escondido. Que lo venía entrenando mucho, pero que no lo podía plasmar en un partido. Y creo que Ale ha logrado sacar mi mejor versión como jugador. Animándome, confiando en mí. Ale logró encontrar esa tranquilidad que yo necesitaba. O sea, me permite estar tranquilo jugando y estoy más enfocado que antes, lo que me permite jugar un poco mejor cada día.

Federico Chingotto se ilusiona con la posibilidad de subirse al número 1 del ranking mundial

-¿Te animás a pensar que llegar al número uno es posible?

-Es mi sueño y lo voy a perseguir hasta que se acabe mi carrera. A veces trato de bloquearlo un poco, porque al final te afecta, pero la verdad es que, con lo que logramos, veo que podemos. Entonces, como soy una persona a la que le gustan los desafíos, me motiva a entrenarme más. Pero tengo que tratar de no volverme loco, porque si no la cabeza se vuela por ese objetivo. Sabemos que hay que trabajar mucho, que no nos lo van a poner fácil, porque creo que si nosotros vamos por 13 finales seguidas, ellos (por Coello y Tapia), de 16 torneos que jugaron llegaron a 15 finales y ganaron 10. Son una locura los números de ellos. Es un nivel muy, muy alto. Ojo, los de ellos y los nuestros también. Así que hay que trabajar para hacer lo mejor posible y si no, bueno, por lo menos lo dimos todo para intentar sacarles el 1. Pasito a pasito.