Un edificio construido por amor y venganza es hoy uno de los hitos de la modernidad que se destacan en el paisaje urbano. El Kavanagh se inauguró hace 89 años en San Martín y Florida a pedido de Corina Kavanagh, heredera de una familia de irlandeses que invirtió todo su capital (que era mucho) en la construcción de este rascacielos escalonado que fue el más alto de Latinoamérica desde 1936 hasta 1954. Con sus 120 metros de altura, también se posicionó en su momento como la mayor estructura de hormigón armado del mundo.
En una de las locaciones más privilegiadas y exclusivas de la ciudad hoy se puede respirar el espíritu de la época desde una de las mesas de Cora Café, que inauguró la semana pasada en la planta baja del edificio para rendirle homenaje a esta mujer que levantó su venganza al ritmo del art déco. La leyenda urbana dice que la aristocrática familia Anchorena rechazaba su noviazgo con Aaron Félix Anchorena Castellanos, uno de los solteros más codiciados de la burguesía que acató sin chistar la decisión de su madre de impedir la relación porque Corina no contaba con apellido patricio.
A pedido de esta irlandesa decidida a impartir revancha, entonces, la mole de hormigón se levantó justo frente a la Basílica de los Anchorena. Para eso, compró el único solar vacío que quedaba disponible. ¿El objetivo? Bloquear la vista del sepulcro familiar (ubicado en la basílica) que los Anchorena tenían desde su palacete frente a la Plaza San Martín. Hoy, en ese terreno disputado, funciona la Cancillería argentina.
El resultado final
Este amor prohibido derivó en uno de los edificios más imponentes y blindados de la ciudad. El proyecto del estudio Sánchez, Lagos y de la Torre fue declarado en 1999 Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad por la UNESCO y Monumento Histórico Nacional. Desde el principio fue concebido como edificio de rentas de lujo, uno de los motivos por los cuales los departamentos del piso 14 ocupan superficies de hasta 700 metros: en uno de ellos vivió Corina Kavanagh, que murió en 1984, a los 83 años. Luego del noviazgo prohibido, se casó tres veces y no tuvo hijos.
Como los locatarios del edificio fueron siempre muy reservados, resultó una odisea conseguir la aprobación del consorcio para instalar un café, el primer emprendimiento gastronómico del Kavanagh. Fue necesario modificar el reglamento para transformar el local de una ex joyería en un “cafetín porteño que celebra la memoria del lugar”, como dicen Martín y Facundo Olabarrieta, padre e hijo arquitectos, y además, propietarios de una de las 105 unidades. Durante más de un año, gestionaron la aprobación del local. Después de una votación encendida, donde varios residentes objetaron el café, la mayoría dio el visto bueno, aunque con una objeción: que no instalaran cocina ni usaran fuego para las preparaciones.
Así, Cora Café se las ingenia con tostadoras y un hornito eléctrico para ofrecer tartas, sándwiches prensados, tortillas, budines, tablas de quesos, tostones de palta y medialunas, entre otras delicias. “Por suerte son cada vez más los vecinos que vencieron esa resistencia inicial y hoy disfrutan el lugar, se toman un café y aprecian la transformación de este local que estaba cerrado. Tuvimos que defender la propuesta frente al comité, no fue nada fácil”, confiesa Facundo, consultor gastronómico al frente de la logística que incluye programación de eventos privados en el subsuelo. La apuesta gourmet, dicen, apunta a la calidad de la materia prima. Desde alfajores marplatenses, quesos orgánicos y té de Misiones, hasta la colaboración de Tomás Mafia, un barista que sirve café de especialidad de Puerto Blest y granos de Guatemala en tacitas de la exclusiva firma Acme de Nueva Zelanda.
Continuidad de estilo
“Quisimos darle continuidad al material del edificio, investigamos mucho esa cuestión”, agrega Facundo. Se refiere al mármol travertino que utilizaron para materializar la barra, el mismo presente en el hall de ingreso al edificio que, en su momento, batió un récord, ya que se levantó en apenas siete meses. En aquel entonces no solo generó impacto por su escala y morfología sino que también se destacó por el uso de tecnologías de punta para su época. El Kavanagh fue el primer edificio de viviendas del país en contar con un sistema de aire acondicionado central, filtro potabilizador de agua y central telefónica ubicada en la recepción. A pesar de las distintas puestas en valor, los equipos de aire originales quedaron fuera de servicio y fueron reemplazados por sistemas compactos que alteraron, en parte, la composición de la fachada de símil piedra, una envolvente sin balcones ni voladizos.
Otros detalles que hoy postulan a Cora Café como una joya que vuelve el tiempo atrás son las luminarias de vidrio que cuelgan sobre la barra y las sillas de autor, diseñadas por Ricardo Blanco, uno de los referentes más importantes del diseño argentino. “A las lámparas las conseguimos en una casa de antigüedades, son piezas únicas. Y las mesas están diseñadas especialmente por Martín”, comenta Facundo Olabarrieta.
La banda sonora de Cora Café (@coracafe.ba) es otro acierto, no solo por el volumen amigable sino por los vinilos de Miles Davis, Joni Mitchell y Leonard Cohen, entre otros, que giran desde una bandeja vintage Bang & Olufsen, que impregna el espacio de un sonido de época muy particular. Y en un estante destacado, el libro-objeto del arquitecto Marcelo Nogués, Cora Kavanagh y su edificio, donde a través de 572 páginas repasa la historia de la mujer coleccionista de arte que, “en plena depresión económica, y en una sociedad en la que los desarrollos inmobiliarios eran dirigidos solo por hombres de negocios o importantes compañías comerciales, condujo su propio proyecto cuando ninguna mujer de su posición se hubiera animado siquiera a soñarlo”.
“Tenemos la expectativa de contribuir al renacimiento de la zona, por suerte las reaperturas de varias galerías de arte colaboran”, apunta Facundo. Es que esa manzana emblemática está colapsada, de alguna manera, por la obra de remodelación del Hotel Plaza, separado del rascacielos apenas por el Pasaje Corina Kavanagh que está cerrado para el tránsito público: fue proyectado para iluminar y ventilar los locales perimetrales, pero también para vincular al edificio con el hotel por debajo del pasaje. Lo insólito es que desde el único lugar que hoy se puede ver la iglesia es desde este pasaje que bordea el edificio y que, paradójicamente, lleva el nombre de Corina, la millonaria despechada.
En plan de revitalizar ese entorno privilegiado, las galerías de la Fundación Klemm y Larreta convocan a un público que disfruta el arte contemporáneo y aprecia la arquitectura patrimonial, según Olabarrieta, que se propuso “honrar al edificio y a su ubicación”.
Con esta iniciativa, el cafetín porteño suma un integrante más a su catálogo. Cora Café es atendido por jóvenes sub-35 dispuestos a recuperar la huella del art déco porteño y por esa razón en su interior se respiran aires clásicos y modernos. La frutilla del postre para este imponente emblema urbano que en 2026 festejará sus primeros 90 años.