El robo perfecto: Pantera (Den of Thieves 2: Pantera, Estados Unidos-Canadá-España/2025). Guion y dirección: Christopher Gudegast. Fotografía: Terry Stacey. Música: Kevin Matley. Edición: Robert Nordh. Elenco: Gerard Butler, O’Shea Jackson Jr., Evin Ahmad, Salvatore Esposito, Orli Shuka. Distribuidora: Diamond. Duración: 144 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.

Los que salgan a buscar en la memoria el origen de los hechos que se narran en El robo perfecto: Pantera no encontrarán nada si el recuerdo se reduce a lo visto en pantalla grande. La original El robo perfecto (2018) nunca pasó por los cines de nuestro país, aunque está disponible hoy en el catálogo de Prime Video.

No estaría mal echar una mirada por streaming a esta película si se quiere tener la perspectiva completa de una historia que, por lo visto al principio y lo que se promete al final, se convertirá en una trilogía. Recordemos que El robo perfecto contaba el meticuloso asalto a la Reserva Federal en Los Angeles con un botín de 120 millones de dólares en efectivo, extraídos de un edificio blindado y en apariencia imposible de vaciar.

El juego de gato y ratón planteado en aquel momento entre Nick O’Brien (Gerard Butler), un policía rudo y de pésimos modales, y el hábil y astuto Donnie Wilson (O’Shea Jackson Jr.) prosigue aquí con un segundo episodio que comienza en sintonía perfecta con el cierre del primer capítulo. Donnie está en Europa disfrutando de los beneficios del robo y Nick sigue con la sangre en el ojo, dispuesto a todo para atrapar a su elusivo rival.

La secuela empieza cuando Donnie, acompañado de un equipo de ladrones profesionales conocido como Panthers (de ahí el título), se apodera de unos diamantes muy valiosos en el puerto de Amberes, la ciudad belga conocida en el mundo por albergar al más gigantesco centro de operaciones del planeta dedicado a la compra y venta de estas costosísimas piedras preciosas. ¿Cuál es el plan definitivo de los Panthers? Colocar los diamantes en el mercado para instalarse allí y aprovechar esa cabecera de playa con el propósito final de ingresar en la inexpugnable bóveda del World Diamond Center, donde está el botín más grande de todos. Nick se entera de todo y a través de una vuelta bastante forzada (que incluye al pasar la mención de que finalmente se divorció y dejó de ver a sus hijos) cruza el Atlántico para desbaratar el plan y capturar finalmente al esquivo Donnie.

Para lograrlo, Nick se infiltra entre los Panthers y simula aliarse con su viejo rival. Esto significa, en la continuidad de esta historia que promete al menos un capítulo más, que El robo perfecto empieza a alejarse del mundo de Michael Mann (la película original era un pretensioso homenaje a Fuego contra fuego) para transformarse en una buddy movie y un policial Clase B de tintes más europeos, aunque con el nervio, el espíritu, el presupuesto y las herramientas (sobre todo en términos de montaje) más genéricas que Hollywood hoy pone a disposición del género.

Gerard Butler como 'Big Nick' O'Brien en El robo perfecto: Pantera

El proyecto está de nuevo en manos de Christopher Gudegast, a quien no le falta destreza para sostener la acción en sus tramos más enérgicos, dos largas secuencias directamente conectadas con el robo a la bóveda y a una persecución automovilística por sinuosos caminos de montaña. En ellas se invierte buena parte de los exagerados 114 minutos del relato.

Toda esa tensión convive con varios tiempos muertos llenos de explicaciones superficiales y giros previsibles preparados para que el espectador, en un momento, entienda dónde están los auténticos villanos (Donnie claramente no representa esa condición). Algunos de ellos sirven para atar con alambre algunos tramos de un relato al que por momentos le cuesta sostener la verosimilitud.

Más allá de todo, esta segunda parte de El robo perfecto tiene una virtud: exponer a Butler como el áspero y rebelde héroe de acción de siempre, pero ahora más viejo, más gordo y más cansado. De vuelta de casi todo. El actor asume esa máscara y dependerá de él si la conduce hacia una etapa de madurez y evite de paso transformarse de aquí en más en parodia de sí mismo, como ocurre con varios pares que empezaron caminos parecidos.