El reino animal (Le règne animal, Francia-Bélgica /2023). Dirección: Thomas Cailley. Guión: Thomas Cailley y Pauline Munier. Fotografía: David Cailley. Música: Andrea Laszlo De Simone. Edición: Lilian Corbeille. Elenco: Romain Duris, Paul Kircher, Adèle Exarchopoulos, Tom Mercier, Billie Blain. Duración: 128 minutos. Distribuidora: Terrorífico Films. Calificación: solo apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.

Estrenada como película de apertura de la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes de 2023, El reino animal es una película inclasificable. Al menos se hace imposible identificarla a partir de una sola categoría o género. Si una sola definición le cabe es la de un relato de descubrimiento y aprendizaje (coming of age) tamizada con suficientes elementos fantásticos como para merecer un reconocimiento como una obra atípica, distinta a todas las demás.

Este relato transcurre en un futuro posible que la memoria cercana de la pandemia se hace mucho menos inverosímil que antes. Vamos entendiendo lo que pasa a través de sucesivos detalles, apuntes e imágenes incorporadas a la trama siempre de manera fluida y dinámica, despojada de explicaciones innecesarias. Por una extraña mutación genética son cada vez más las personas que experimentan transformaciones corporales que los van asemejando a ejemplares raros del reino animal.

No vemos aquí un patrón de contagio (le podría tocar a cualquiera) y tampoco interpretaciones de científicos atribulados en busca de alguna explicación. Cada lugar reacciona como puede frente a la emergencia y el aislamiento bajo alguna figura propia del encierro es la opción elegida por los franceses. Eso lleva a François Marindaze (Romain Duris), un cocinero decidido y con la sensibilidad a flor de piel, deje la gran ciudad en la que vive junto a su hijo adolescente Émile (Paul Kircher), y viaje hacia el sur para mudarse a una localidad más pequeña y bucólica. Allí va a quedar confinada su mujer, Lana, cuya metamorfosis avanza a tal punto que condiciona cualquier comunicación.

Lo que viene para estos personajes tiene unos cuantos puntos en común con otros relatos futuristas que alertan sobre los riesgos de una nueva e inquietante configuración del mapa genético de la humanidad a partir de misteriosos y desconocidos factores. Pero lo que distingue a esta producción francesa del resto es el acercamiento (desde la fábula o una suerte de extraño cuento de hadas) a los seres que experimentan esta transformación.

Romain Duris y el joven actor Paul Kircher se lucen en sus roles

Los seguimos a lo largo de un proceso que va desde la extrañeza y el rechazo hasta la aceptación, mientras a su alrededor se va desplegando un inevitable arco de reacciones, entre las cuales se destaca la progresiva militarización del entorno y la generalizada valoración negativa que los no contagiados tienen de estos nuevos mutantes, considerados directamente (y cada vez más) como bestias que deberían ser eliminadas por su creciente peligrosidad.

La película, en el fondo, nos sugiere que la idea misma de mutación no se agota en la inexplicable transformación física que convierte a seres humanos en extrañas especies animales. En ese acercamiento nunca se esconde la opción en favor de una mirada humanista y comprensiva, que incluye por supuesto más de una perplejidad. Se dice mucho aquí sobre la incertidumbre con la que inevitablemente nos enfrentamos a este tipo de situaciones.

Cuando todo esto queda expresado, como lo hace en su segunda película el director Thomas Cailley, sin una sola alegoría o manifiesto político, el reconocimiento de los desconcertados seres que se mueven en esta realidad resulta siempre más convincente y auténtico. Es lo que transmiten los rostros de Duris y Kircher, abrumados por una nueva situación a la que deben acomodarse desde una nueva toma de posición frente al mundo y a sus más profundos afectos. Si Adèle Exarchopoulos, que suele entregarnos actuaciones de altísima expresividad, no se luce en este caso a la misma altura es porque su personaje está muy poco desarrollado.