NEW YORK.- El presidente Donald Trump, Elon Musk y el presidente Javier Milei de Argentina han formado un vínculo especial.
Milei fue el primer dirigente extranjero que se reunió con Trump días después de que este ganara las elecciones presidenciales estadounidenses. Trump ha llamado a Milei su “presidente favorito”. Y Musk ha estado en estrecho contacto con el equipo de reforma gubernamental de Milei desde las elecciones estadounidenses de noviembre, si no es que antes. Por eso no sorprendió a los especialistas sobre Argentina que Trump iniciara su mandato bloqueando los flujos de efectivo del gobierno y despidiendo a trabajadores, exactamente como empezó haciendo el gobierno de Milei hace un año.
En los últimos meses, Milei ha alardeado de la exportación de su modelo de reforma. Sin duda, los gobiernos deberían tomar prestadas las buenas prácticas de los otros. Pero debería hacernos dudar el hecho de que Estados Unidos, la primera economía mundial, tome prestadas técnicas de reforma gubernamental de Argentina, que ha entrado en cesación de pagos nueve veces y tiene un rezago económico de 100 años. Puede que Trump, Musk y Milei compartan la misma retórica antiestatal y utilicen las mismas técnicas, pero están llevando a sus países en direcciones muy diferentes.
La administración de Milei está reestructurando el gobierno de Argentina por una buena razón: el fracaso. A principios del siglo XX, la gente utilizaba la expresión “tan rico como un argentino”, y millones de italianos y españoles emigraron allí con la esperanza de una vida mejor. Pero poco después se impuso una política populista y nacionalista. En 1946, el caudillo Juan Domingo Perón tomó el control y su partido perfeccionó el arte de canalizar los flujos de dinero del gobierno hacia sus partidarios. Este juego acabó mal para Argentina, pues la maquinaria política exigía más y más dinero antes de cada elección, lo que condujo a un gasto excesivo y a la repetición de un ciclo de auge, caída, devaluación e impago, hasta 2020. El PIB per cápita de Argentina, antaño uno de los más altos del mundo, es ahora una pequeña fracción del de Italia y del de España.
Este es el telón de fondo en el que Milei compitió en las elecciones presidenciales, agitando alegremente una motosierra ante multitudes de seguidores. A diferencia de sus predecesores peronistas, Milei no culpó a los generales ancianos ni a los prestamistas extranjeros de los males del país. En lugar de eso, dijo la verdad. Dijo que el gobierno argentino gastaba demasiado, lo que lo obligaba a imprimir más dinero, y eso a su vez provocaba inflación y, en última instancia, la cesación de pagos. Su solución fue recortar el presupuesto, y eso es lo que ha hecho desde que llegó al poder, respaldado por un equipo de tecnócratas experimentados. Se ha ganado muchas críticas por su estilo agresivo de gobernar —a menudo utilizando decretos—, pero lo mismo hacían los peronistas que lo precedieron.
La pieza central del programa de Milei ha sido utilizar su metafórica motosierra para recortar el presupuesto en un 5 por ciento del PIB. Lo consiguió cambiando la fórmula de pago de las pensiones, introduciendo recortes en las obras públicas y reduciendo las subvenciones a los servicios públicos y el transporte, entre otras medidas. Redujo la plantilla del gobierno en unos 35.000 puestos de trabajo en 2024, con lo que recortó la fuerza laboral en alrededor de un 7 por ciento.
Encuestas
Sus reformas fiscalmente loables han ocasionado daño. En febrero de 2024, Milei duplicó con creces el precio de los boletos de autobús y tren, mientras que se calcula que una reforma de los precios de los servicios públicos en junio afectó a las familias de clase media con un aumento del 155 por ciento en la factura de la luz. El desempleo aumentó del 5,7 por ciento al 6,9 por ciento entre el tercer trimestre de 2023 y el tercer trimestre de 2024, y el porcentaje de la población argentina que vive en la pobreza subió 11 puntos porcentuales, con lo que alcanzó un máximo de más del 50 por ciento en la primera mitad de 2024.
Pero, hasta ahora, los argentinos se quedan con Milei. Encuestas recientes muestran que su índice de aprobación se acerca al 50 por ciento. Muchos no ven otra alternativa, y la economía está mostrando destellos de esperanza. Cuando asumió el cargo en diciembre de 2023, la inflación de los precios al consumo era del 25,5 por ciento mensual. Ahora la economía se está normalizando y los precios al consumo subieron solo un 2,2 por ciento en enero de 2025. Milei también ha anunciado recientemente otros triunfos, como un superávit fiscal para 2024 y una expansión desestacionalizada del PIB en el tercer trimestre. Con el firme apoyo de Trump, Argentina parece dispuesta a obtener un nuevo programa del Fondo Monetario Internacional, mientras que Milei defendió un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Argentina en la CPAC (Conferencia de Acción Política Conservadora por su sigla en inglés) el mes pasado, evento en el que también obsequió a Musk una reluciente motosierra.
Ser el presidente favorito de Trump tiene sus beneficios. La pregunta es qué obtiene Trump —y el pueblo estadounidense— de esta relación especial. Desgraciadamente, la respuesta parece ser la teatralidad de la política antiestatal de Milei y no su forma tecnocrática de gobernar.
Al igual que Milei, Trump comenzó su mandato ordenando despidos masivos y el fin del trabajo a distancia en la plantilla federal. Pero en lugar de extraer del gobierno a políticos de poca importancia, Trump está despidiendo a funcionarios de carrera y altos mandos militares e insertando a partidarios de MAGA. Ha despedido a inspectores generales, cuyo trabajo consiste en vigilar la mala gestión federal, y dio rienda suelta a los programadores veinteañeros de Musk para que saquen información de los sistemas informáticos más celosamente guardados de la nación.
A diferencia de Milei —quien sacó la motosierra para alcanzar un objetivo presupuestario concreto para estabilizar su economía—, Trump ha estado celebrando el uso de su poder para eliminar los programas de la DEI y acabar con el “Estado profundo”. En resumen, hasta ahora el equipo de Trump está generando más titulares que ahorros presupuestarios, y haciendo un daño sustancial en el camino.
Tras tomar medidas para desmantelar la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Musk cacareó en X: “Hemos pasado el fin de semana metiendo a USAID en la trituradora de madera. Podríamos haber ido a unas fiestas estupendas. En vez de eso, hicimos eso”. Este acto vergonzoso e ilegal puso inmediatamente en peligro incontables vidas y degradó la posición de Estados Unidos en el mundo, mientras que el ahorro de costos puede ser menor de lo anunciado porque varios programas de la USAID pueden ser restaurados por los tribunales o trasladados al Departamento de Estado.
Para Estados Unidos, actuar como Argentina no tiene buena pinta. Argentina es un país deteriorado que apenas ahora está saliendo del apuro tras llevar a cabo dolorosas reformas. Si Trump fuera un verdadero reformista, habría presentado objetivos presupuestarios específicos, habría colocado a tecnócratas experimentados en puestos directivos y se habría centrado en proporcionar innovación técnica de valor añadido. En lugar de eso, nos está llevando por la senda peronista, donde la política del poder importa más que una buena política. Como nos enseña Argentina, podrían seguir 100 años de miseria si se sustituye el imperio del derecho por el imperio de un solo individuo.
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Gregory Makoff es investigador principal del Centro Mossavar-Rahmani para Empresas y Gobierno de la Harvard Kennedy School y autor de Default: The Landmark Court Battle Over Argentina’s $100 Billion Debt Restructuring. Anteriormente trabajó como banquero de inversiones asesorando a gobiernos y empresas sobre la gestión de su deuda y como asesor político principal en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.