Apenas siete kilómetros separan la rotonda de ingreso a José Ignacio del limite entre los departamentos de Maldonado y Rocha. La ruta 10 que nace en la Rambla de Montevideo, atraviesa el departamento de Canelones, se vuelve costera en Punta del Este y José Ignacio, muere en la laguna Garzón, frontera natural entre ambos departamentos. Esta laguna, junto con la del Sauce en Portezuelo, el arroyo de La Barra de Maldonado, y las lagunas de José Ignacio y de Rocha, forma parte de la Reserva de la Biosfera Bañados del Este y Franja Costera, un área protegida declarada por la UNESCO en 1976.
Hasta 2014 la costera ruta 10 terminaba en esta laguna donde dos balsas cruzaban autos y personas al otro lado, una estatal, otra sostenida por Eduardo Costantini. Demoraban cinco minutos en cruzar los 180 metros de orilla a orilla. Jorge Marcovich –Marco para los amigos, incluido Costantini– es uno de los últimos balseros. Trabajó casi veinte años uniendo ambas orillas y evoca aquellos días en que las toninas llegaban y se las podía escuchar de noche en época de cortejo. Compartían el paisaje con lobos marinos y más de treinta especies de aves, entre ellas cisnes de cuello negro, gansos blancos, flamencos, garzas blancas, chorlos, gallaretas, un abanico de variedad de gaviotas y algunos mamíferos pequeños como el ocelote.
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“El día récord fue un 15 de enero que llegamos a cruzar 1070 autos en las dos balsas. En un solo viaje cruzamos tres autos que, sumando su valor, pasaba el millón y medio de dólares,” recuerda, “y nos acompañaba siempre Marilín, la perra balsera que cruzaba a nado”.
En septiembre de 2014 el paisaje cambió. Después de seis años de estudios ambientales y controversias, finalmente el gobierno uruguayo autorizó la construcción de un puente que se inauguraría quince meses después, en diciembre de 2015. El acuerdo indicaba que solo se podría construir un 35% en la franja de treinta kilómetros comprendida entre la laguna Garzón y la siguiente, la de Rocha. El área se incluyó en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Diseñado por el arquitecto Rafael Viñoly y financiado por Eduardo Costantini que aportó casi diez millones de dólares, el puente presenta una inusual forma circular –un carril de un solo sentido para la ida a la derecha, y otro de vuelta a la izquierda–, para forzar a los conductores a disminuir su velocidad. También hay cruces peatonales para caminar por las pasarelas interna y externa.
Así quedó saldada una discusión que comenzó en 1960, cuando un primer puente quedó inconcluso por la resistencia de las comunidades que vivían en la zona. Quienes estaban en contra, decían que el puente afectaría irremediablemente el ecosistema; los que estaban a favor, insistían con que cruzar a balsa impedía el desarrollo turístico de Rocha. Las Garzas, el emprendimiento premium de Costantini está a 7 kilómetros del puente.
La ruta sigue paralela a la costa otros treinta kilómetros hasta volver a morir en la laguna de Rocha. A diez años del funcionamiento del puente circular, la franja entre ambas lagunas se ha desarrollado poco. Para muchos, Rocha comienza recién en La Paloma, donde se llega “bajando” desde la ruta 9 hasta la costa.
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Incluso en los alrededores del puente hay muy poco: el hotel flotante Laguna Garzón Lodge y unos improvisados puestos de artesanías y productos de pesca. Quien encontró su lugar en el mundo a metros del puente es Fernando Plada. Al año siguiente de su inauguración y viendo que pasaban dos mil autos por día, dejó en manos de su hermana el supermercado que tenía en José Ignacio y abrió a pulmón La Balsa Lodge y restaurante junto a su mujer Lilian y sus hijos. En una casa blanca y sin ostentaciones, funcionan un restaurante de pocos cubiertos y una terraza con mesas en forma de balsa, y tres habitaciones en el primer piso. Recuperaba así, a sus 53 años el sueño de pintor que tenía a los veinte. Con los pies en Rocha y la mirada en Maldonado, del otro lado de la laguna, Plada dice que “mi nuevo lienzo es el plato, los condimentos son los colores, la última pincelada la doy con el molinillo de pimienta, el chorrito de aceite de oliva, mi firma”
Defensor del ecosistema en el que vive, Fernando rescata los productos de Rocha, como las exquisitas almejas de concha blanca y los pescados de la zona que aparecen en tres variantes de la “pesca del día” con distintos acompañamientos. Los peces de la zona son pargo rosado, corvinas blanca y negra, pejerrey, anchoa, lenguado entre otros. Carnes y quesos locales también forman parte de su paleta: wagyu con salsa de tannat, bondiola de cerdo con butiá (fruto de una palmera típica del Uruguay), higos con quesos locales. La pasión de Fernando llega a las mesas, siempre adornadas con rosas frescas. Después, solo queda caminar por el borde de la laguna y observar el puente prodigio y reflexionar sobre el inestable balance entre lo que llamamos progreso y la naturaleza.