No fue una historia más para Paul Howard Frampton. Pero sí inesperada. Porque nunca había vivido algo así, ocho años después de divorciarse. Con 68 años. Creyendo que ese amor sería posible, en Argentina, lejos de su ciudad en la que vivía, Raleigh, cerca de la Universidad Carolina del Norte, donde este británico trabajaba a tiempo completo como científico, y donde esperaba dictar el próximo curso de “Relatividad general avanzada” para el primer trimestre de 2012. Aunque necesitaba un mínimo de cinco estudiantes para que el curso funcionara, solo uno se había inscripto. En más de 30 años en la universidad, nunca le había pasado. Aunque tampoco le preocupaba demasiado, porque tenía mucho trabajo de investigación por hacer.
Frampton era mundialmente reconocido por sus trabajos sobre cosmología y sobre la naturaleza intrínseca de la materia o física de las partículas. Pero un encuentro online en una aplicación de citas, en ese fatídico 2012, cambió sus prioridades. Es que hacía dos meses que Frampton venía charlando con Katherine Roopnarine, una joven y atractiva modelo con quien intercambiaba mails u ocasionalmente chateaban en Yahoo! Él le mandaba fotos. Ella también. Las videollamadas existían, pero no eran tan comunes: todo se hacía por fotos. Fue en una de ellas, justamente, en la que él descubrió su verdadero nombre. Katherine en rigor no era Katherine: en una marca de agua, se leía «Denise Milani».
“Le pregunté a Katherine si ese era su nombre real, y ella admitió que lo era. Busqué a Denise Milani y descubrí que era una modelo de bikini extremadamente exitosa, con una figura extraordinariamente curvilínea y un rostro extremadamente bonito. Fui honesto sobre mi edad y le pregunté por qué estaría interesada en mí, ya que soy más de 30 años mayor que ella y seguramente podría elegir a un hombre más joven y atractivo. Denise respondió que la edad era solo un número y que estaba cansada de que los hombres la miraran, y quería asentarse”, cuenta Frampton en Tricked! The Story of an Internet Scam (¡Engañado! La historia de una estafa en Internet), el libro autobiográfico en el que unos años después relató sus peripecias.
En ese 2011, Frampton y Milani siguieron chateando, dos personas exitosas en lo suyo (él, un reputadísimo científico; ella, una modelo de trayectoria internacional), pero también dos almas solitarias que habían encontrado, quizás, alguien en quien apoyarse, una oportunidad para reconocerse en el otro sin ataduras. Él, anclado en Carolina del Norte, rodeado de clases y papers. Ella, viajando por el mundo en exóticas sesiones de fotos. Pero eran dos adultos, libres los dos: decidieron que tenían que conocerse físicamente. Ella le sugirió que la fuera a ver a Bolivia, donde estaría trabajando. Él le dijo que sí, que iría a verla: los estudiantes podían esperar.
El gancho: el viaje a Bolivia y luego la Argentina
“El viaje a Bolivia iba a ser complicado. El boleto electrónico que Denise había enviado, a través de su agente de viajes, me llevaría de Carolina del Norte a Toronto, luego a Santiago y finalmente a La Paz, Bolivia, donde llegaría unas 24 horas después de partir”, recuerda Frampton en su texto. Mientras, los diálogos seguían: “Este intercambio regular de mensajes con Denise iluminaba mis días. Era cálida e interesante y, lo más importante, parecía disfrutar conversando conmigo. Siempre jugaba a contar historias sobre sus trabajos de modelo y su familia, y me hacía muchas preguntas sobre mí y mi trabajo. Le hablaba de mis estudiantes, mi investigación y mi vida en la universidad. Parecía genuinamente interesada en mi investigación en física y decía que deseaba estar con alguien que se tomara en serio su trabajo: alguien como yo”.
Sin embargo, más allá de las ilusiones del científico, nunca se encontraron en La Paz. Allí, Denise le dijo que su agente de viajes no estaba consiguiendo pasajes para ella. Pero tranquilo: “si no es aquí será en Bruselas”, donde ella seguiría con su raid laboral. Y así fue: tras una semana de espera en La Paz (en la cual sufrió los síntomas típicos de la altura, como dificultad para respirar, letargo y dolores de cabeza), finalmente le llegó un nuevo ticket que le enviaba ella para concretar el encuentro. Bruselas, vía Buenos Aires. Y de paso le pidió un favorcito.
¡No te olvides la valija!
El viernes 20 de enero de 2012, Denise se comunicó -siempre por escrito- para solicitarle un favor. Dijo que se había olvidado una maleta importante en La Paz, que tenía un gran valor sentimental para ella. “Me alegré de ayudarla con lo que parecía ser un favor relativamente pequeño. Y esperaba que confiarme su maleta significara que realmente hablaba en serio sobre nuestro encuentro. Ese día llegó un boleto aéreo para el vuelo del día siguiente, pero solo me llevaría hasta Buenos Aires, Argentina. Denise prometió que una vez que llegara allí, otro boleto electrónico me sería enviado para el vuelo a Bruselas”, cuenta Frampton en su libro.
Al día siguiente, debía salir al vuelo La Paz-Buenos Aires. Así que se acostó temprano. Pero a las 8:30 de la noche recibió un mensaje de texto de Denise pidiéndole que bajara a la entrada del hotel para recoger la valija. “Bajé, pero no encontré a nadie en la calle frente a la entrada del hotel. Esperé varios minutos hasta que, decidiendo que era suficiente por un día, me fui a la cama”.
“Una hora después, alrededor de las 9:30, sonó el teléfono. Era Denise, pidiéndome una vez más que bajara y recogiera su maleta. Para entonces, ya estaba en la cama y muy somnoliento, realmente no tenía ganas de levantarme otra vez. Le pregunté si la maleta podía dejarse en la recepción y le prometí que la recogería en mi camino al aeropuerto en la mañana”. Pero no. Del otro lado no aceptaban un no como respuesta.
“Por favor”, rogó, “bajá y traé mi valiosa valija, si la dejás allí, alguien se la llevará” Obedeció. Era una simple maleta negra. La abrió y no encontró nada dentro de qué preocuparse. Momentos después, Denise le estaba enviando mensajes: “¿La tienes? ¿Puedes ir a Skype y mostrármela?”. Estaba exultante. “Significa mucho para mí, eres tan amable, gracias por traérmela”, le agradeció. “Le dije que me alegraba haberlo hecho, pero que necesitaba dormir un poco”. Así fue. Había que ir temprano al Aeropuerto Internacional Manuel Márquez de León para tomar el avión.
El vuelo, con escala en Santa Cruz, llegó a Buenos Aires. Aterrizó en Ezeiza de alrededor de las 2 pm. “En ningún momento mi equipaje fue escaneado ni examinado, ni en Bolivia ni en Argentina”, aclara Frampton. Próximo destino: Bruselas, y la postergada reunión con Denise Milani.
El calvario de Ezeiza
El principal aeropuerto de nuestro país era apenas un lugar de paso. Pero, claro, para ello necesitaba el ticket que confirmara el otro tramo del viaje a Europa, que tampoco llegaba. Denise lo esperaba en la capital belga, pero sin pasaje llegar era imposible. Estaba ya un poco cansado: muchos días en Bolivia, con demasiadas escalas antes, y diálogos entrecortados. Así que después de hablar con un amigo Frampton decidió volver a casa, descansar en Estados Unidos y esperar a que el tema con Denise se acomodara: ya habría tiempo para conocerla. Ante la falta de respuestas, hasta llegó a bromear con un supuesto plan de drogas en mensajes a su amada. Denise, por fin, le contestó: un correo electrónico con los datos de su pasaje a Bruselas. Tenía que decidir. Y eligió Carolina del Norte.
Ya habría otra chance de verla en otro momento: Frampton aún tenía ambas valijas, la suya y la que ella le había encomendado con tanta preocupación. Era la excusa perfecta para concretar un encuentro más adelante. Preguntó en el check-in y le aseguraron que podía llevar una segunda valija gratis. Lo pensó por un segundo y decidió llevar la de Denise.
Más tarde, cuando estaba esperando en la puerta de embarque, lo llamaron por los altoparlantes del aeropuerto. Sorprendido, se preguntó si podría ser para cambiarlo a clase ejecutiva y se regodeó pensando en mayor comodidad. “Caminé hasta el mostrador, donde me rodearon agentes de seguridad. Me escoltaron hasta la zona de equipaje, donde me pidieron que identificara mis maletas. Señalé la mía y la de Denise. ´Esa no es mía´, les dije. Luego me llevaron a una pequeña habitación donde me pidieron sentarme. A mi alrededor había unos doce policías armados, así como agentes de seguridad del aeropuerto, todos amontonados en la habitación”.
“Convencido de que había algún malentendido, intenté explicar que iba a perder mi vuelo. Casi nadie hablaba inglés y, en ese momento, mi español era casi inexistente, así que gesticulaba frenéticamente y ellos respondían de igual manera, dejando claro que debía quedarme en la habitación -rememora Frampton-. Después de un tiempo, la maleta de Denise fue traída y abierta. En un doble fondo había un paquete envuelto como regalo, que contenía un polvo blanco. Fue pesado —dos kilos— y químicamente identificado como cocaína. La maleta parecía completamente nueva, con un revestimiento intacto, por lo que las drogas habían sido cuidadosamente ocultas”. Era el inicio del infierno.
Lo que vino después
Frampton fue encarcelado en 2012, previa visita a los juzgados de Comodo Py. A la espera de definiciones en la Justicia, cambió un encuentro romántico en Bruselas con la modelo Denise Milani por una sala común en la cárcel de Devoto.
Lo recuerda como un momento oscurísimo en su vida. Dicho por él mismo: las condiciones eran deplorables, con hacinamiento, suciedad, violencia. Frampton, acostumbrado al mundo académico y a las comodidades de la vida estadounidense, se encontró en un entorno hostil y peligroso. Sin embargo, su pasión por la física y su inquebrantable espíritu lo ayudaron a sobrevivir.
Dentro de la prisión, conoció a una variedad de personajes, algunos con historias fascinantes, otros envueltos en un halo de misterio. Vito, Marco y Zak, tres reclusos con los que Paul entabló amistad. Jugaban al póker y compartían las escasas comodidades que la prisión les permitía. Alguno se las arreglaba para conseguir comida y otros bienes fuera de la prisión, utilizando el dinero que Paul le proporcionaba. También vio cómo un compañero asesinaba a otro delante de sus ojos. A pocos centímetros de donde estaba él.
La pasión de Paul por la física y las matemáticas lo llevó a conectar con otros reclusos, quienes, a pesar de sus circunstancias, mostraban un interés genuino por el conocimiento. Otros prisioneros, con diferentes niveles de educación, se acercaban a Paul con preguntas sobre física y matemáticas, lo que le brindaba la oportunidad de enseñar y compartir su pasión. A pesar de la dureza de la prisión, Paul encontró consuelo en las visitas de amigos y colegas, quienes le proporcionaban apoyo moral y material. Le llevaban libros, cuadernos y bolígrafos, permitiéndole continuar con su trabajo intelectual. Para ayudarlo, incluso algunas universidades llegaron a ofrecerle un trabajo a tiempo parcial mientras estuviera en el país. Eso también podría contribuir a mejorar su situación judicial.
Pasó casi dos años en prisión, luchando por demostrar su inocencia. En su estadía en Devoto a Frampton lo visitaron grandes personalidades. Entre ellos, el físico argentino Juan Maldacena. Desde la cárcel, con la ayuda de amigos y colegas, publicó varios artículos científicos (donde agradece el “tiempo libre” para pensar que le proporcionaba Devoto) y recibió el apoyo de la comunidad internacional, que se conmocionó con su historia. La comunidad científica se movilizó para recaudar fondos para pagar a sus abogados, porque su universidad le cortó el salario primero, y lo despidió después, por estar involucrado en una causa judicial.
Pero acá, pese a lo dilatado del proceso, las buenas noticias -dentro de las malas- empezaban a llegar: después de algunos meses, la Justicia le dictó la prisión domiciliaria: tenía 69 años. La obtuvo también porque desde hacía tiempo sufría de EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica).
La libertad absoluta
Pese a sus testimonios y sus nulos antecedentes, en el juicio Paul Frampton fue encontrado culpable en primera instancia. Fue sentenciado al término mínimo de cuatro años y ocho meses en prisión. Los abogados le aseguraron que solo tendría que cumplir la mitad de la sentencia, dos años y cuatro meses, lo que significaba que sería libre a mediados de 2014.
En la apelación, que terminó de sentenciarse en marzo de 2014, el científico tampoco fue encontrado inocente. Sin embargo, el fallo contemplaba que si bien era culpable de algo, probablemente se debía más a una tontería que al tráfico de drogas y, por lo tanto, merecía un alivio en la sentencia.
Los últimos días en el país, al no tener tutoría legal, los pasó en el Complejo Correccional de Ezeiza. Venía también de operaciones y varios problemas de salud que fueron atendidos en el Hospital Fernández. Antes de salir de la cárcel, sufrió un último destrato: todos sus cuadernos con anotaciones que permanecían en un bolso especial le desaparecieron de la cárcel.
Finalmente, dejó Argentina el miércoles 18 de junio de 2014. Fue escoltado desde la prisión por los guardias y transferido a la custodia de la PSA, que lo sentó primero en el avión y entregó sus dos pasaportes al jefe de cabina.
De vuelta en casa, Paul no se dio por vencido en su búsqueda. Con la ayuda de un amigo, confirmó que nunca había chateado con la modelo Denise Milani: las conversaciones online habían sido falsificadas y la trampa había sido cuidadosamente diseñada para convertirlo en una mula de drogas.
Al aterrizar en Atlanta, Georgia, la mañana del jueves 19 de junio de 2014, le devolvieron sus pasaportes. “Salí del aeropuerto, respiré profundamente y saboreé mi regreso a casa. Me sentí positivo y optimista. Soy un sobreviviente”, cuenta en su libro. Efectivamente lo es: en 2024, con 81 años, publicó cinco papers. Actualmente trabaja en la Universidad de Salento, Italia. Pero difícilmente olvide su paso por Argentina.