TÚNEZ.– Tras el ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre de 2023, se alzó un coro de voces de analistas y diplomáticos augurando que ya nada sería igual en Medio Medio. Casi un año y medio después, aquel pronóstico fue exagerado. Y uno de los lugares donde el cambio es más profundo es en el Líbano. La milicia chiita Hezbollah, que durante meses libró una guerra desigual con Israel, dejó de ser ese actor todopoderoso que marcaba el paso de la política libanesa. La elección del nuevo presidente, Joseph Aoun, al que Hezbollah se había opuesto, evidencia un cambio importante en los equilibrios de poder internos y regionales.

Casi cinco meses después de su asesinato en un bombardeo israelí, el domingo pasado se celebró el funeral Hassan Nasrallah, el líder carismático que rigió los destinos de Hezbollah durante más de tres décadas. La ceremonia tuvo lugar en el mayor estadio de fútbol de Beirut y congregó a decenas de miles de seguidores de la milicia chiita, fiel aliada de Teherán. Aunque la voluntad de Hezbollah era exhibir músculo frente a sus adversarios, el evento se convirtió en toda una metáfora de la realidad que vive la milicia islamista: el fin de una etapa y un futuro que se perfila incierto.

Los dolientes caminan durante la procesión fúnebre con el vehículo que transporta los ataúdes de los líderes asesinados de Hezbollah, Hassan Nasrallah y Hashem Safieddine, desde el estadio de la ciudad deportiva Camille Chamoun hacia el lugar de enterramiento en las afueras de Beirut el 23 de febrero de 2025.

Naim Qassim, el segundo sucesor de Nasrallah –el primero, Hashem Safieddine, murió una semana después que él en otro bombardeo israelí–, prometió seguir el camino marcado por el líder difunto, y declaró a Hezbollah vencedor de la guerra con Israel.

No obstante, sus palabras sonaron más huecas que nunca. En este tipo de guerras asimétricas que enfrentan una milicia al Ejército de una gran potencia es a menudo difícil descifrar quién fue el ganador. Pero esta vez, el veredicto parece muy claro, y no es precisamente favorable al movimiento chiita. Además, su derrota no se limitó al combate contra Israel, sino que también se extendió en el frente interno libanés.

Con su decisión unilateral de iniciar un conflicto con el Estado hebreo en solidaridad con los palestinos de Gaza, Hezbollah se quedó sola en el Líbano, algo que no había pasado anteriormente desde su nacimiento, a principios de los años ochenta. Si bien Irán fue clave en su creación y desarrollo, el régimen sirio de Bashar al-Assad fue siempre un socio indispensable. Sin la colaboración de Damasco, habría sido imposible que Hezbollah recabara un fenomenal arsenal que situó su poderío militar por encima incluso del Ejército libanés.

Sin embargo, Al-Assad ahora se halla exiliado en Moscú, y el nuevo gobierno en Damasco es hostil a Irán y a todos sus peones regionales, sobre todo Hezbollah por su participación en el bando opuesto en la guerra civil siria. Pero el problema de Hezbollah no es solo ese, ni tampoco la manifiesta debilidad económica y política de su patrón, Teherán. La milicia fundamentalista se ha quedado sin aliados en el Líbano.

El recién elegido presidente libanés, Joseph Aoun, pasa revista a la guardia de honor a su llegada al Parlamento libanés para prestar juramento como nuevo presidente, en Beirut, Líbano, el jueves 9 de enero de 2025.

Hace dos décadas selló una alianza con Michel Aoun, un histórico líder cristiano, y lo aupó a la presidencia del país. Con Aoun ya jubilado, se quedó sin otro aliado que Amal, el otro partido chiita, un apoyo insuficiente para plantar cara a todos sus adversarios: el conjunto de partidos cristianos, sunnitas y drusos, apoyados por Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y potencias regionales como Arabia Saudita o Turquía.

La cuestión clave para el futuro del Líbano es qué sucederá con el arsenal de Hezbollah. “En el Líbano, todos tenemos armas en casa, yo incluido. Pero no artillería, no las armas propias de un Ejército. Y Hezbollah no las debe tener. Estamos hartos”, comentaba recientemente a LA NACION Aziz, un profesional un suní de Beirut. En el Líbano, el consenso alrededor de esta postura es casi unánime, con la excepción de los seguidores de Hezbollah. Y el nuevo presidente, Joseph Aoun –sin parentesco con su predecesor– está dispuesto a desarmar a Hezbollah, punto central del pacto que puso fin a la guerra con Israel.

Tras su descalabro en el campo de batalla, y sin un respaldo vigoroso de sus aliados regionales, Hezbollah se quedó sin argumentos para convencer a las otras comunidades religiosas del país de que el mantenimiento de su arsenal se justifica en la resistencia contra Israel. La paridad frente al Estado hebreo de la que presumía Nasrallah suena ahora a utopía. Por lo tanto, ¿para qué puede servir ese armamento? ¿Para usarlo contra sus adversarios libaneses?.

En un país tan diverso como el Líbano y con un sistema político de contrapesos sectarios, es un lugar común sostener que cualquier medida política de calado requiere del consenso. Pero hasta ahora, Hezbollah a menudo lo forzaba a su favor exhibiendo sus armas. Así pasó en 2008, cuando en plena crisis política sus hombres se impusieron en choques sectarios a grupos sunnitas. Hace unas semanas, los milicianos chiitas intentaron lo mismo en zonas cristianas, pero esta vez salieron escaldados.

Los iraníes pasan junto a una pancarta que representa al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, mientras se reúnen para llorar en un servicio conmemorativo en la Gran Mezquita de Teherán, en la capital de Irán, Teherán, el 23 de febrero de 2025.

Ciertamente, Hezbollah continúa siendo la milicia más potente del país y puede tener la tentación de repetir la misma estrategia que funcionó hasta ahora: amenazar con una guerra civil para lograr salirse con la suya. No obstante, este tipo de órdagos nunca fueron tan arriesgados.

Quizás esta vez, sin la amenaza de la Siria del Al-Asad y con el apoyo de Washington, el resto de comunidades no se amendrentarán. Este escenario, el de un conflicto interno, resultaría catastrófico para un país que ha ido encadenando crisis durante el último lustro y cuya economía se halla en ruinas. La otra opción de Hezbollah es desarmarse y negociar un nuevo estatuto, es decir, pasar a ser actor político central, pero ya no un “Estado dentro del Estado”.

Históricamente, los chiitas han sido una especie de comunidad paria dentro del Líbano. Pero ahora ya no es así. En parte, gracias a Hezbollah y a sus recursos financieros, muchos jóvenes chiitas pudieron estudiar en la universidad y ocupan hoy posiciones de prestigio.

Fue por esta razón más que por su ideología islamista que muchos chiitas han apoyado a la milicia. Pero después de la última guerra, en la que el régimen iraní no salió en defensa de Hezbollah para preservar su supervivencia, muchos chiitas se plantean emanciparse de la tutela de Teherán. ¿Será Qassim, un líder septuagenario, con poco carisma y de la vieja escuela, capaz dar ese giro radical?.