“Esa angustia me abrumó hasta que una mañana, temprano y sin demasiada ceremonia, pensé que podía simplemente registrar mi vida durante un año y ver qué ocurría”. La libreta y el lápiz fueron catárticos para la artista estadounidense Anne Truitt, que encontró en el diario íntimo un paliativo emocional y una voz literaria. La publicación de Daybook, el libro que recopila aquellas páginas escritas en la década del 70, no solo ilumina al lego en los detalles de la vida cotidiana de una artista famosísima sino que remedia el tajo esquizo de cualquiera que tenga un trabajo creativo: a medida que su obra se hacía más visible, ella se volvía menos visible para sí misma.
Enormes tótems rectangulares de colores plenos, azules, verdes o amarillos: las obras de Truitt, una figura destacada de la plástica estadounidense del siglo XX, son el epítome del minimalismo, columnas de yeso de varios metros de altura que parecen vallas horizontales o zancos clavados en el piso.
La síntesis de su arte se opone al desorden de una madre separada con tres hijos adolescentes, cuya preocupación inmediata es qué vamos a cenar esta noche y no tanto “las múltiples percepciones de lo real”, según el título de un ensayo célebre en el que su obra fue analizada a través de la lente fenomenológica de Hannah Arendt.
“El peso de sostener las demandas de la vida cotidiana es otra vez un chirrido en el fondo de mis pensamientos”, escribe Truitt mientras se distancia del cliché de la escultora consagrada y condensa sus energías en limpiar la casa, lavar la ropa, plancharla, cocinar, trabajar en el taller y ayudar a los chicos con sus tareas.
Si es cierto que la humildad es más natural que el orgullo (“que para mí siempre implica una mentira”, dice), Daybook se lee como el cable a tierra de una creadora en las antípodas de la pose. “Tengo el sentimiento reconfortante de ser un miembro sin importancia de una camada, como un cachorro o un gatito”, escribió el 1º de julio de 1974: “Tengo un lugar, pero no sobresalgo de ningún modo. Es un sentimiento que siempre he disfrutado enormemente. De cierta manera sutil, me sana”.
La lectura de los diarios de Truitt puede ser un antídoto poderoso en esta época de egos inflados en que la narrativa social nos empuja a dictar opinión (“¿qué estás pensando?”, sigue increpando Facebook todos los días) y el mandato de la ambición nos obliga a dejar algo al mundo.
Aun con su genio artístico, Truitt admira a las personas que viven desconectadas de cualquier meta real más que el digno y honorable transcurrir del día a la noche. En la cama, donde escribe las entradas de su diario, finalmente descubre la lógica secreta de su vida: “Si soy artista, entonces ser artista no es algo tan sofisticado, pues soy solo yo”.
Al final del día, Truitt reconoce que el abogado y el médico ponen en práctica su vocación o que el plomero y el carpintero saben lo que se espera de ellos y no tienen que hilar su trabajo sacándolo de adentro y exponer su interior a la mirada de los otros. Pero es tarde y hay que preparar la comida. El diario de Truitt es inspirador para las generaciones que la siguieron porque ella no fue la creadora egocéntrica que solo vivió para su obra y su legado: como dijo la artista Liza Lou, “ella fue… alguien que tenía una vida”.
ABC
A.
A los 53 años, Anne Truitt empezó a escribir Daybook, diario de una artista después de dos muestras en el Museo Whitney y la galería Corcoran.
B.
Nació en Baltimore en 1921, fue enfermera, psicóloga y periodista y como escultora se convirtió en una pieza destacada del arte estadounidense.
C.
Su diario se volvió una pequeña pieza de culto y publicó dos más (Turn y Prospect); un cuarto libro (Yield) salió después de su muerte en 2004.