En una biografía del siglo VII de San Columba, un santo irlandés a quien se le atribuye un papel clave en la conversión de Escocia al cristianismo, se relata que en el año 565 D.C. un monstruo mordió a un nadador y se preparaba a atacar a otro cuando Columba intercedió ordenando a la bestia que retrocediera. Desde entonces el folclore escocés se sembró de criaturas acuáticas míticas, pero aquella primera mención de Nessie, el monstruo del Lago Ness, se convertiría en leyenda. Recién para 1934 se obtuvo un posible registro de su existencia con la fotografía icónica, conocida como “del cirujano”, que fue tomada por Robert Kenneth Wilson. 60 años más tarde se reveló que se trataba de un montaje con maderas y plástico. Sin embargo, según informes de la enciclopedia Británica, el mito sigue contribuyendo a la economía de la región con unos 80 millones de dólares anuales. Allí, a la vera del más famoso lago del Reino Unido, el argentino Pablo Martín Palacio estableció un bar, luego de un largo itinerario por el mundo.
De Merlo a Escocia: una adolescencia complicada
Era el niño de una familia grande, con abuelos y abuelas, tíos y primos, además de mamá, papá y hermanos. Martín se crió en Merlo, en la provincia de Buenos Aires. Hijo de una familia humilde de padres jóvenes. Trabajadores fuertes que construyeron un hogar donde las cosas no sobraban, pero donde nunca los chicos consideraron que les faltó algo. Tuvo la suerte de tener unos abuelos increíbles que se ocuparon de él mientras papá Sergio y mamá Margarita trabajaban. Martín es el mayor. Luego llegaron Erika y Gabriela. Como a casi todo niño del conourbano, le encantaba jugar al fútbol en el barrio marcado por la iglesia y un montón de casas que se dividían por pasillos. Cuando de chiquito le preguntaban qué quería ser, decía bombero o piloto de avión: “Pero la verdad es que no tenía un sueño concreto -explica-. Disfrutaba, era feliz”.
La adolescencia se presentó complicada. Su mamá murió cuando él cumplió 12 años y la familia se rompió. Destrozó a su papá, que pasó un año deprimido. “Tocó dejar de ser un niño y empezar a ser un hombre para ayudar un poco en la casa”, cuenta Martín. La familia ya era humilde, pero el hecho de que su papá no pudiera trabajar, los expuso a una situación aún más delicada. La familia de su papá estuvo muy pendiente y los ayudó a salir adelante. El golpe fue fuerte, pero luego su papá se repuso y volvió a salir adelante. Dejó su trabajo en Capital y abrió su propio negocio en Merlo para estar cerca de sus hijos.
El proceso de emigrar no se dio así de repente. Martín se puso de novio con quien es hoy su ex mujer. Cuando ella quedó embarazada surgió la posibilidad de irse a España. Su padre era español. “Nunca estuvo en mis planes -cuenta-, pero surgió justo antes del corralito y nos fuimos ella, la mayor de mis niñas y yo rumbo a Madrid”. Vivió ahí 13 años, en los que fue papá de una segunda hija y finalmente se separó. La madre partió a vivir a Menorca y él permaneció en Madrid. Allí conoció a su actual pareja, con la que también tuvo dos hijas, una adoptiva y una propia. “Nos quedamos mucho tiempo en Madrid -cuenta-, pero una amiga de mi esposa estaba por entonces afincada en Escocia y nos sugirió ir a probar. Nos dijo específicamente que lo hiciéramos antes del Brexit, porque después todo podía cambiar”. Viajó su pareja con la niña pequeña para ver si le gustaba, y volvió con ganas de irse. “La situación en Madrid no era mala, pero tampoco era brillante -sigue Martín-. Nunca nos faltó trabajo, pero alcanzaba para lo justo”. En un mes estaban listos para partir. Introducirse en una sociedad anglosajona fue un cambio brusco. “Los primeros tiempos fueron muy duros”, recuerda. Se radicaron en Edimburgo, donde vieron que quien tenía ganas de trabajar podía salir adelante. Martín pasó los primeros seis meses sin papeles, hasta que gracias a la ciudadanía española de su esposa, pudo obtener la residencia británica”.
Color Escocia
No fue nada fácil para ninguno de los tres. Su hija mayor, ya para entonces con 19 años, decidió volver a España y se instaló en Málaga. Marina, su esposa y Sofía Laura, su hija pequeña apostaron junto a Martín. Su primera casa estaba frente al hospital Royal Infirmary, en el barrio Little House, al norte de Edimburgo, en una zona muy bonita. “Vivíamos en unas torres altísimas, en un piso 12, con unas vistas increíbles -explica-. Más tarde nos cambiamos al sur de la ciudad, muy cerca de Cramond Island, un sitio muy turístico, cerca de los tres puentes de Edimburgo, a 10 minutos del centro. Allí estuvimos por siete años”.
Martín y Marina se dedicaron a trabajar en hostelería, aunque en medio hicieron de todo. Hasta que llegaron a la empresa en la que están hoy, entonces como empleados ahora como socios. Él comenzó a trabajar en la compañía, la segunda más grande del Reino Unido de la industria, en la zona de Highlands (las Tierras Altas) y lo hizo allí por cinco años, pero se sentía poco valorado y decidió irse para cambiar totalmente de rubro y entró a trabajar en un taller mecánico. “Allí pasé mi primer mes muy contento, con posibilidades de progresar -relata-. Pero la empresa de la que me había ido me volvió a llamar. Nos convocó a Marina y a mi para hacernos cargo de un café que no iba bien en un pueblo que se llama Fort Augustus”. Un sitio de apenas 600 habitantes en el punto más cercano de Edimburgo para vivir la experiencia del Lago Ness, un accidente natural de 39 kilómetros de largo y 230 metros de profundidad.
Llegaron como empleados, pero al pasar un año les ofrecieron asociarse y llevarse una parte de las ganancias. “Lo más difícil -indica Martín- fue hacernos cargo de un café que estaba destruido y cambiarle la reputación. Lo logramos al cabo de tres años”. Además de que el emprendimiento funciona muy bien, Marina armó un hotel de 8 habitaciones sobre el café. “Tanto ella como yo somos de habla hispana y manejar al personal de otro lengua y otra cultura no es sencillo. A quienes trabajan con nosotros les costó adaptarse a nuestro modo. Intentamos mantener el espacio como un lugar cálido y agradable. Cuando cruzás la puerta te saludan. Siempre vas a encontrar algo de música en español… Es un sitio diferente que no vas a encontrar en el Reino Unido”.
Martín sugiere que han cumplido un sueño. Se compraron su propia casa en el centro del pueblo y su hija va a una escuela que queda a cinco minutos. “Tenemos todo lo que necesitamos -continúa-, pero fue duro para los tres poder acostumbrarnos a esto después de haber vivido en una ciudad grande. Aún así Escocia nos dejó crecer a nivel cultural y personal. Desde aprender otra lengua, a movernos en otra idiosincracia. Que nuestra hija sea bilingüe sin haber tenido que pagar ese estudio, es increíble”.
Despertar con Nessie
El Cobbs Cafe Bistró abre a las 8 de la mañana y permanece abierto hasta las 4 de la tarde en invierno y hasta las 5 en verano. Usualmente Marina y Martín llegan a las 7.30, y en verano pueden quedarse hasta pasadas las 6 de la tarde. Cuando terminan, se vuelven a su casa que queda a dos minutos del café. “Nuestra vida es muy familiar -dice-, charlamos, vemos tele o ayudamos a Marina en la cocina, cenamos juntos e intentamos tener una vida amena. Sofía suele traer amigas de la escuela a casa que pasan mucho tiempo con nosotros”.
El público que los visita es diferente cada día. Como puerta al Lago Ness, todo sucede en Fort Augustus. En la esquina de su café se encuentra el canal de Caledonia, un trazo directo entre el Atlántico y el Mar del Norte. Por él cruzan barcos por toda Escocia, con cuatro esclusas para nivelar el agua en un sistema similar al canal de Panamá, pero más pequeño.
Por el Cobbs pasa un promedio de 5.000 personas al día de diferentes nacionalidades, de todas partes del mundo. Allí sirven un menú británico, “si bien no existe ese estilo de comida como tal, tratamos hacer adaptaciones de platos de otros países para nuestros visitantes -explica Martín-. Tenemos macarrones con queso, desayuno inglés con bacon, huevos, salchichas, tomate y tostadas y mucho mucho café”. Marina es maestra barista. Uno de sus clásicos gastronómicos es el money roll, “una especie de pebete, que se puede rellenar con diferentes tipos de ingredientes -añade Martín-. Hay quien lo prefiere con bacon, otros con salchichas”.
Luego del Brexit, vivir en Escocia para Martín se asemeja a una planilla de puntajes. “Diferentes habilidades te suman a favor para obtener la residencia-sugiere-: hablar inglés vale dos puntos; que tu profesión pueda cubrir algo que haga falta aquí, otros dos. Tener un sponsor, es lo más importante, es decir que alguien te requiera para que vengas a trabajar y que se haga cargo de pagarte un mínimo sueldo que son ahora 24.000 libras al año (unos 30 millones de pesos) y se comprometa a pagarlo, suma otra cantidad de puntos. Yo recomiendo que intenten, porque mucha gente deja de probar al primer traspié y hay posibilidades en el Reino Unido, hay muchas áreas que cubrir. No hay que bajar los brazos porque nosotros lo hemos hecho”.
Martín dice que no se arrepiente. “Este es un país que te da aire para ver los beneficios de tu trabajo -justifica-. Nosotros en 13 años aquí hemos logrado el doble o el triple de lo que hemos hecho en España en 15. Siempre hay puertas que tocar y siempre hay empresas que necesitan mano de obra, sobre todo latina, cualificada, con esa hambre de progreso que nos caracteriza”.
Los sueños de Martín no paran. Esperan seguir en plan escocés por unos 5 ó 6 años más, hasta que Sofía entre en la universidad y haga su camino. “En ese momento vamos a rentar nuestra casa por Airbnb y vamos a viajar -predice-. Queremos irnos a vivir a Málaga, que es una tierra que nos encanta, donde mi hija mayor tiene una discoteca y nosotros podríamos colaborar y emprender. Ella es como nosotros, muy emprendedora, quiere abrir otros negocios y ella misma nos dijo que quiere hacerlo con nosotros”. Aquello de que la semilla no cae demasiado lejos del árbol, en Málaga, en Argentina o en el Lago Ness.