En una plaza del barrio porteño de Parque Patricios, una tarde húmeda y calurosa de febrero, Malena Famá, de 42 años, se encuentra con Miguel, un hombre de 62 que no tiene trabajo. Tampoco tiene hogar, hace tres años que vive entre la calle y un parador de la Ciudad de Buenos Aires.
Malena le da un abrazo afectuoso, elige un banco en la sombra y se sientan. Con la mirada serena lo escucha, como suele hacer con quienes se acercan a Multipolar, la organización civil que dirige desde 2012 y acompaña a personas en situación de calle en la búsqueda de trabajo. Miguel, necesita un techo y un trabajo.
Él le cuenta que se duchó y que le dieron ropa limpia en el parador. También que no consigue un remedio para su hipertensión, que quiere estar mejor. Al promediar la charla, Malena le da un celular viejo y un cargador. Con una media sonrisa le dice: “Miguel, tres cosas: fijate que el celu funcione, escribíme y lo más importante, andá a los controles médicos”. Luego se despiden con un cuidate.
Él volverá al parador y ella se tomará un colectivo rumbo a Villa Urquiza, donde se ubica la sede de la ONG que fue forjando desde 2012 con su entonces pareja. Hoy, allí trabajan unos 28 profesionales, entre psicólogos, terapeutas ocupacionales y trabajadores sociales. Junto con unos 60 voluntarios y una red de organizaciones y empresas, acompañan a unas 300 personas en situación de calle al año y han ayudado a decenas a conseguir un techo y trabajo. En 2024, a 85.
En una charla con LA NACION, en el marco del mes de la Mujer, Malena, que es licenciada en Comunicación Comunitaria, asesora en adicciones y tiene un diplomado en administración pública, habla sobre el método que fue desarrollando para ayudar a las personas en situación de calle. También expresará una preocupación: Multipolar tiene los días contados.
Esta mujer, que suele vestirse con jeans cómodos y blusas y que tiene un blazer a mano porque también articulan con empresarios, dice que no basta con lo que llama el “buenismo”. En el nombre de la ONG se resume la explicación: el Estado, las empresas y la sociedad deben trabajar en comunidad. Pero no siempre pasa.
“Para hacer el bien, hay que hacerlo bien. Y lo lográs si trabajas con profesionales capacitados y buscás un método. Y eso es un trabajo que tiene que ser remunerado, porque el amor no paga las cuentas”.
“Nadie se salva solo”
La sede de Multipolar tiene un cartel en su puerta con la leyenda “Pan para hoy y para mañana”. Cuando una entra, huele a facturas recién horneadas. Es un primer piso en un edificio antiguo de techos altos y aberturas de madera. El aroma llega de la panadería ubicada en planta baja.
Al llegar al hall, luego subir unas escaleras de mármol blanco, Serena, la cocker de 11 años de Malena, da una bienvenida silenciosa, solo mueve la cola. Un rayo pequeño y marrón surca el piso, es Miel, un gato cachorro que escapa de Covid, un gato grande y negro. Malena vive con los tres en su departamento, que queda a la vuelta de la sede. Siempre los lleva con ella al trabajo.
“¿Cómo estás? ¿Querés un vaso de agua, comer algo?”, pregunta enseguida Malena que se asoma sonriente desde una de las oficinas del lugar luminoso. El sol entra por un gran ventanal de vidrio repartido que da al pulmón del edificio. Luego, casi sin pensarlo, pregunta: ¿Querés pasar al baño?”.
Esa última pregunta irrumpe extraña, pero es la costumbre. Así, ella y sus compañeros, reciben a cada persona en situación de calle que llega al lugar, quizás después de haber dormido en el hall de un cajero, seguramente con hambre. También le ofrecen una ducha caliente, calzado, ropa limpia y comida para que después el equipo de multipolares – como Malena les dice-, una psicóloga, un trabajador social y un terapeuta ocupacional, le preste el oído.
“Todos tenemos dignidad. Muchas veces vienen con vergüenza por cómo se ven y nosotros queremos que sientan que van a ser parte de una red de pares que los va a ayudar, porque nadie se salva solo”, dice después de cebar un mate ya sentada en su oficina del piso que alquila y en el que en los comienzos de la ONG, también vivía.
La habitación donde trabaja la comparte con dos de sus colegas. De los tres escritorios, el de ella es el colorido. Al lado de su computadora tiene una lámpara de sal naranja. Está prendida. Un pequeño afiche enmarcado dice: “Solo los fuertes saben esperar”.
Se lo hizo su madre, que tiene 80 años y vive en Bella Vista, provincia de Buenos Aires. Todos los días habla con ella y la ve los fines de semana. El cartel es un recordatorio de que debe relajarse y ser positiva, porque se encuentran con historias muy duras. “Siempre hay alguien llorando acá, nos encanta sufrir”, bromea.
Además, porque el proceso de ayudar a una persona en calle lleva meses. No basta con el “andá a laburar”. Primero tiene que sanar sus traumas, adicciones, después se la capacita en talleres ocupacionales en los que define sus fortalezas, aprende a realizar un currículum, a enfrentar entrevistas laborales.
Luego, se distribuye su cv a las empresas con las que articulan y toda búsqueda laboral que exista. Hay una condición: “El trabajo no dignifica si no es digno. Tiene que permitir desarrollarte, cubrir tus necesidades básicas y no básicas, que te sientas útil hasta para la sociedad”.
En una de las fotos se la ve a ella, a su hermano menor Lucas, hoy de 38, y a su papá, que falleció hace 13 años por una leucemia. Están abrazados, mejilla con mejilla. Dice que su padre era un gigante y luego habla del gen de lo que hoy hace.
El olor de las mandarinas
Se crió en San Miguel, localidad del noroeste de la provincia de Buenos Aires, en una familia de clase media trabajadora. Su madre, Constanza Quiroga, a quien le dicen Cotty, fue maestra y directora de primaria. Su padre, Antonio Famá, trabajaba desde los 18 en Segba, la entonces empresa estatal de electricidad. Allí era cajero. Los dos eran muy queridos en la comunidad.
“Male de chica era inquieta, siempre muy inteligente, mi nena de rulos despeinados. Leía mucho y siempre le importó el otro. En la calle me preguntaba ´por qué ese nene no tiene zapatillas´; ´por qué ese hombre duerme en la calle´”, cuenta Cotty con voz joven, de maestra de cuento, en una charla telefónica.
Malena recuerda su niñez así: “Era feliz, nunca me faltó nada. Iba al colegio, -público en la primaria, privado y católico, en la secundaria-. Los sábados, a los Scouts. Ahí conocí el trabajo solidario, pero desde una lógica distributiva. También conocí a mis mejores amigos, todos hombres”.
Los recuerdos tristes comienzan en su adolescencia, a fines de los 90, cuando Segba se privatizó y pasó a ser Edenor. En 2000, su padre fue desvinculado de la empresa y a los meses, en plena crisis de 2001, su indemnización quedó en el corralito.
Antonio cayó en una profunda depresión. Fue la primera vez que lo vio llorar. Ella, con 19 años, le hacía los currículums. “Yo no entendía que estaba enfermo. El mundo de mi viejo se había roto. Él proveía en el hogar, tenía un lugar en una empresa donde antes lo estimaban, los vecinos lo querían”.
Habla entonces de su odio al perfume de las mandarinas. Era 2002, ella estudiaba Comunicación Comunitaria en la UBA y trabajaba en un call center. Su padre la acompañó a hacer unas compras al supermercado, ella pagaría la cuenta.
“En un momento, ese tipo que trabajó toda su vida, que hizo que yo me educara, me pidió permiso a mí para agarrar unas mandarinas. Ahora no las puedo ni oler”, dice con el ceño fruncido, la voz campechana modulando aún la indignación.
“Aprendí a ser extremadamente respetuosa de la forma en la que hay que mirar a un tipo sin trabajo para que se anime a pedir ayuda”, dice. “El que ayuda no tiene que ser un héroe en una tarima, tiene que ser un par”.
La mirada y la confianza
“Malena fue la primera persona que después de mucho tiempo no me miró con asco. Me escuchó”, dice Marcelo Campos, que tiene 46 años y estuvo seis años en situación de calle y consumo. Se conocieron en 2020, cuando la Ciudad de Buenos Aires había convocado a diferentes ONGs para contener y asistir a las personas en situación de calle en los paradores.
Marcelo hoy trabaja en Metrovías gracias al método Multipolar. “Male me hizo confiar en mí. Ahora tengo techo, una tele, una cama, ¡soy rico!”, cuenta jocoso, en una comunicación telefónica desde la habitación que alquila en un hotel familiar de Almagro.
“Yo le digo que apunte a la gente grande, porque los pibes en calle están en cualquiera. Ella me reta, me dice que hay que darle oportunidades a todos”, dice Marcelo que siempre la saluda en su cumpleaños, y ella en el de él.
Malena recuerda la pandemia como el momento en el que sintió que Multipolar podía aportar algo a la sociedad. “Me enfermé cinco veces con Covid, pero siempre estuve feliz”, cuenta. Cuando se le pregunta si alguna vez tuvo miedo de trabajar en calle siendo mujer, dice: “Sí, tuve miedo, pero no a la gente, sino a quedar en medio de situaciones de violencia. Ahí me digo: ´¿Qué hacemos cuando tenemos miedo? Lo hacemos con miedo´”.
Claudia Zavala es la fundadora de Ser con Vos, una ONG que asiste con comida y ropa a personas en situación de calle y articula con Multipolar. “Malena ofrece un abordaje espectacular que nadie hace porque se cree que una persona en situación de calle no trabaja porque no quiere”, explica. Está entusiasmada, en abril un joven que asiste empezará con los talleres.
Visión comunitaria
Mira la hora porque en breve tiene un zoom con una ONG con la que articulan para recibir a personas en situación de calle. Es que ya no tiene permitido ingresar a los paradores de la Ciudad para ofrecer su ayuda.
-¿Cómo es esa relación con la Nación y el Gobierno de la Ciudad?
-En la pandemia trabajamos muy bien con ellos, nos sirvió para poder contratar a más profesionales. Pero todo se cortó en 2023, tanto con Ciudad como con la Nación.
– ¿Crees que hay una política pública para personas en situación de calle?
-Desde la Nación no hay y es alarmante que se quiera invisibilizar algo que vemos todos los días en la calle, en todo el país. En Caba sí la hay, pero es insuficiente en su estrategia y en la capacitación de sus equipos. Hay trabajadores excelentes, otros son desastrosos. Ahora estamos sin diálogo con la Ciudad, a pesar de nuestra mejor voluntad. Los contactos son esporádicos y se necesita continuidad. Las ONG estamos totalmente desfinanciadas y con riesgo de desaparecer.
– ¿Ves en la calle reflejados los índices en baja de la pobreza?
No. Vemos que las personas en calle están cada vez peor. No consiguen medicamentos porque se cortó el programa Remediar, falta presupuesto en dispositivos de atención de salud mental como el Hospital Bonaparte. Hay gente en la calle porque no puede pagar el alquiler. Si está habiendo una disminución de la pobreza no lo notamos.
En noviembre de 2024 el número de personas en situación de calle, en relación con 2022, creció más del doble, un 55%, según datos publicados por el Instituto de Estadística y Censos de CABA.
Si hoy tuviera que votar, Malena dice que no sabría a quién. Su recorrido académico en la UBA la hizo conocer las diferentes corrientes políticas. Se interesó en algunas ideas, pero siempre encontró algo para cuestionar. Su recorrido en la calle, primero dando cursos de emprendedurismo en villas, luego articulando con ONGs y empresas le reafirmó la importancia de lo comunitario.
Hoy ve que los partidos no tienen eso, una propuesta comunitaria. “Cuando urge el hacer, todo es pura chicana y ego, se insultan por X como niños, una locura”, se enoja. También dice que es más del feminismo que se hace en la calle que el de la “academia”.
“No te salves”
Trata de que el inicio del día sea tranquilo. Mientras se lava la cara, escucha un podcast que habla sobre las energías positivas y desayuna rico y nutritivo, -palta, huevo, café con leche-, porque no sabe si va a poder almorzar. Su madre está orgullosa, pero se queja de eso: “Piensa tanto en los otros que se olvida de ella”.
Cuando llega al trabajo se pone en modo directora de ONG y dice “quilombos vengan a mí”. Las tensiones las descargará en su casa, escucha su lista de canciones culposas de los ´90 que incluye éxitos como Macarena.
El tiempo libre no le sobra. Su trabajo es “full life”, cuando puede ve a sus amigas, siempre visita a su madre, intenta armar una relación con alguien. Hace tres años estudia medicina en la Universidad de José C. Paz, para especializarse en psiquiatría en adicciones, una problemática que sufre gran parte de las personas en calle.
Los últimos meses fueron difíciles. Multipolar hoy se financia con donaciones y emprendimientos productivos de regalos empresariales. Pero no alcanza, dice que puede pagar los sueldos solo hasta octubre. “Con el ´buenismo´ no basta, hay que finaciarlo”, repite. Por eso está ideando cómo pueden ser autosustentables mientras gestiona la donación de dos locaciones para ya no pagar alquiler.
Se pregunta por qué no eligió un camino diferente al emprendedurismo social, como su hermano menor que trabaja en una empresa de tecnología y tiene su caja de Navidad a fin de año. Se ríe. La impulsa saber que el método funciona.
“Las cosas se dieron así, elijo no salvarme”. Hace referencia al poema de Mario Benedetti, cuyo título, No te salves, tiene tatuado en el antebrazo. El significado es que es fácil buscarse un lugar cómodo y salvarse uno mismo, ignorar la necesidad del otro. En la otra muñeca tiene la frase “Todo Pasa”. En el antebrazo: “Un día a la vez”. Eso se lo dice siempre su madre.
Malena estará trabajando hasta las 20, tratará de que así sea. Sabe que en un momento tiene que pensar en otra cosa, caminar hasta su departamento, ver una serie, abrazar a Serena, controlar que los gatos no se peleen. Piensa cómo conseguir los remedios para Miguel. Luego se frena. “Un día a la vez”.
Cómo ayudar
- Si te querés contactar con Multipolar o apoyar su trabajo con donaciones, podés seguirlos en Instagram o entrar a su web.
- Necesitan donaciones de dinero; voluntarios que cocinen viandas o donen galletitas, budines, tortas, para que quienes asisten a la ONG puedan desayunar; y kits de higiene personal, calzado de hombre, así como celulares y cargadores ya sin uso. Miguel necesita medicamentos y un abogado voluntario, si podés ayudarlo, contactate aquí.