El nacimiento de la Dotto Beach fue caótico. Se concretó “a las apuradas” y costó una fortuna en dólares. Lo más curioso: quedaba en un paraje remoto, más allá del circuito turístico, donde no llegaba la red eléctrica ni el asfalto. Pocos lo conocían.
-¿Es lindo el lugar?, preguntó el intendente de Rocha antes de firmar la concesión.
Para llegar hasta la playa donde se bronceaban las modelos más codiciadas de la Argentina había que atravesar distintos obstáculos. A saber: manejar más de una hora desde la Punta, recorrer 8 kilómetros de ripio, abandonar el auto a orillas del camino y cruzar el tramo más estrecho de la Laguna Garzón en una balsa precaria que muchas veces dejaba de funcionar. La empresa parecía condenada al fracaso. Además, como el parador fue construido a último momento, prácticamente no tuvo promoción. Sin embargo, fue un éxito arrollador de convocatoria, marcó la consagración definitiva de la marca Dotto y resultó un gran negocio para los sponsors de la agencia. Pero al manager de modelos más famoso le costó caro: lo pagó con salud (le disparó un pico de estrés que marcaría definitivamente su vida), perdió su fortuna y también a uno de los grandes amores de su vida.
Verano del 95
Pancho Dotto estaba en la cresta de la ola. Tenía a las modelos más codiciadas en su agencia, firmaba contratos millonarios y marcaba el ritmo de la temporada de verano en Uruguay. Ya había probado su poder de convocatoria en 1993 cuando estableció su “cuartel general” en La Fontana, una chacra marítima sobre la Ruta 10, en el kilómetro 174 y medio. La zona, que ahora está rodeada de casas, entonces era un paraje remoto, en medio de la nada, a mitad de camino entre La Barra y José Ignacio. “Necesitaba espacio y más seguridad. Ya éramos muy conocidos. Mucha gente venía a merodear, a mirar las chicas. Estábamos muy expuestos. Los periodistas me decían que estaba loco, que nadie iba a ir hasta allá, que nos habíamos instalado en el fin del mundo. ¡Todavía había mucha tierra sin dueño en José Ignacio!”, recuerda. Sin embargo, de pronto, todos querían conocer el lugar. Empresarios, artistas, políticos, herederos…
A comienzos de 1994 a Dotto le nació una nueva obsesión: la playa propia. Lo cuenta de esta manera: “Veía que donde iba se llenaba de gente. Entonces surgió la idea de poner una playa. el primer lugar que pensé fue en lo que hoy se conoce como La Juanita, en la curva de acceso a José Ignacio, donde vive Repetto y tiene casa Suar… En esa época no había nada ahí, solo un alambrado que impedía bajar a la playa. Me reuní con el intendente de Maldonado y le presenté el proyecto. Me dijo, a principios del 94, que me quedase tranquilo, que iban a salir los permisos. Pero siempre faltaba algo… De pronto, cerca de noviembre, me dicen que no voy a poder hacer la Dotto Beach. Se me vino el mundo abajo. Yo estaba muy angustiado. Me encontré con un amigo, un agente inmobiliario que se llamaba Juan Valenza. Llorando como un chico le conté lo que me había pasado. ‘Tengo la solución’, me dijo. Agarró el teléfono, llamó al intendente de Rocha y le pidió una reunión para el día siguiente. Fuimos temprano. Primero pasamos por Laguna Garzón, la primera playa de Rocha apenas cruzando el límite con Maldonado. Cuando vi que para llegar hasta ahí había que tomar una balsa, me enamoré. Una hora más tarde, estaba en la municipalidad pidiéndole al intendente la concesión de Laguna Garzón. ‘¿Es lindo el lugar?’, me preguntó. El diálogo fue breve, más o menos así:
-¿Qué necesita usted?, me preguntó.
-Un comodato para poner una playa, le dije.
-¿Y cuántos kilómetros quiere?
-Yo no quiero kilómetros, con 300 o 400 metros estamos…
Ahí mismo, frente a la prensa que su equipo había convocado, el intendente me dio tres kilómetros de arena”, recuerda Pancho.
-Comenzó, entonces, una carrera contra el tiempo.
-Sí. Empecé el 27 de noviembre y me propuse inaugurar el 1 de enero. Primero llamé a un amigo constructor, Saúl Bustillo, y diseñamos una playa con todas las reglas que pedía el ministerio de vivienda de Uruguay. Decían, entre otras cosas, que las pasarelas debían estar a 20 centímetros de la arena. Eso era imposible. ¡Nosotros construimos a 30 centímetros, como figuraba en los planos que fueron aprobados, pero por las noches el viento tapaba las pasarelas con arena! Tuve que dejar un depósito de 50 mil dólares en el Ministerio de Vivienda como garantía. Al final de la temporada ellos me iban a descontar los gastos causados por daños que yo hubiese ocasionado al medio ambiente, según su evaluación. Todo raro.
-¿Cómo era la playa que le concesionaron?
-Espectacular, pero no tenía nada, ni siquiera sombra. La zona era un desierto, un paraje inhóspito donde vivía una sola persona: un señor que era dueño de la playa El Caracol, un visionario, pero no vendía ni un solo terreno. Llevaba 20 años peleando por un puente. Se lo querían dar, pero el proyecto quedó trabado en una pelea entre Maldonado y Rocha: Maldonado no aceptaba hacer el puente porque tenía miedo de que el turismo, y todo el dinero que genera, se fueran hacia el norte. También había habitantes de Rocha que preferían mantener lejos a los turistas, para que no molesten. Esos terrenos recién comenzaron a cotizarse muchos años después, cuando Eduardo Costantini logró destrabar el tema y construyó su maravilloso puente circular.
-Arrancaste el proyecto sin tiempo, con todo en contra.
-Sí. Pero me di cuenta cuando ya había inaugurado la playa. De todas maneras, yo estaba convencido de que la gente iba a venir, que iba a funcionar. ¡Y explotó! Había tanta gente que el cruce demoraba bastante. Entonces empecé a pedirle a cada persona que dejase el auto del lado de Maldonado. Imaginate que en la balsa entraban 80 personas apretadas… Era un favor que les pedía, y todos aceptaron. Las balsas iban y venían completas, pero siempre había gente esperando. Entonces los pescadores del lugar se armaron la changa de cruzar turistas en sus botes. Algunos, los más ansiosos, pasaban nadando. Yo llevé una lancha y también crucé gente. Pero enseguida empezaron las amenazas.
-¿Te amenazaban?
-Me amenazaban, me decían que me iban a matar, que iban a plantar droga en La Posada del Faro. Eso me tenía loco, vivía estresado. Algunos diarios, menos El País, decían que yo estaba destruyendo la flora y la fauna del lugar. Me ponían en la tapa… De hecho, la prefectura me hizo una multa tremenda por usar mi lancha, por el motor. Tuve que donar una cantidad enorme de chalecos salvavidas que compré en la Argentina e hice la importación. Un día, Valenza me dijo ‘Pancho, tenés que ir a ver a tal persona’. Fui, le conté lo que me estaba pasando, medio llorando para variar, y me dijo: ‘Quedate tranquilo, no te van a molestar más’. Y, efectivamente, no me volvieron a llamar. Después comprendí que todo tenía que ver con la guerra entre Maldonado y Rocha.
Mientras construía Dotto Beach a las apuradas, Pancho tropezó con uno de los peores negocios de su vida. Lo cuenta así: “En plena vorágine, yendo a Laguna Garzón, pasé por el cruce de José Ignacio y ví que estaban haciendo una obra. Paré y pregunté por el responsable. ‘Roberto Santamarina’, me respondieron. Me reuní con él y me contó que estaba construyendo 5 o 6 locales para alquilar. Yo me acordé que unos meses antes Bárbara Durand me había dicho que quería poner un restaurant… ‘¿Cuánto querés por todos los locales?’. Me pidió 50 mil dólares. Traté de negociar pero no me rebajó nada. Ahí nomás le di 20 mil dólares que llevaba encima, de anticipo. Miramos los planos juntos y le dije ‘acá vamos a armar un restaurant con una modelo, al lado dejame un local para poner unos metegoles y en un tercer local, más chico, voy a armar la agencia’. Cuatro días después le dejé los otros 30 mil”.
-No sabía que tuviste un restaurante en José Ignacio.
-No, nunca se concretó. El tipo hizo la obra que le pedí. Fui contento a decirle a Bárbara que tenía el local para su restaurant, que teníamos 20 días para armarlo y me contestó: “No, me da mucha fiaca”. ¡No lo podía creer! Mientras me volvía loco con el armado de la Dotto Beach, me puse a pensar cómo resolver este problema. Lo fui a ver a Osvaldo Brucco, un amigo de toda la vida, dueño de Gardiner y Tequila. Le propuse abrir un restaurant ahí pero no le interesó. Me mandó a ver a los dueños de Coyote ‘que se van a volver locos cuando te vean y les hagas la propuesta’. Fui a ver a los Coyote boys, que eran Pablo Cosentino y sus socios. Yo solo quería recuperar los 50 mil dólares que había puesto en el alquiler, pero ellos subieron la apuesta: ‘te vamos a dar la plata y te vas a quedar con el 10 por ciento de la ganancia’. Así fue llegó cómo llegó Coyote al cruce, de mi mano. E hizo historia: anduvo espectacular todo el verano, vendieron 10 licencias, facturaron 2 ó 3 millones de dólares… obviamente nunca me dieron el 10 por ciento. A mediados de enero les pedí una liquidación y me dijeron que facturaban 500 dólares por día. ‘Quedate con la plata’, le dije. Esa fue una de las historias horribles que me pasaron ese verano.
-La gran mayoría de la gente nunca había ido hasta Laguna Garzón. ¿Cómo los guiaste?
-Con folletos y carteles que sembré al costado del ripio. En Uruguay, para poder tener publicidad en un terreno, al costado de la ruta, tenés que arreglar con el dueño y esa persona te cobra el alquiler. En mi locura por hacer la playa en La Juanita, en uno de mis viajes a la Municipalidad de Maldonado, conocí a un señor que me dijo que tenía un terreno en La Juanita. Me pidió 8 mil dólares. Se lo compré cuando cerramos con el intendente de Rocha, sólo para poner un cartel en la vía pública que decía: “Dotto Beach 8 kilómetros”.En esa operación compré también dos terrenos sobre el mar, primera fila en La Juanita. Pagué 20 mil dólares por los dos. Esos terrenos también los vendí, poco después, sin necesidad. Mal negocio.
-¿Cómo quedó la Dotto Beach?
-Espectacular. En la playa construí una agencia de modelos, que era Dotto Models, que decoré con gigantografías de tapas de revista. Era una casa de madera gigante, una locura, que pinté de rosa. Después había un parador donde se jugaba al metegol. La casilla de las guardavidas, porque contraté guardavidas mujeres, era el doble que las de Miami. Estaba todo en regla: no se vendía nada, ni siquiera bebidas… en horarios determinados regalábamos Pepsi, que era sponsor. Armábamos partidos de fútbol entre modelos, algunas ya muy famosas, y chicas visitantes. Teníamos buen equipo, el año anterior le habíamos ganado a las chicas de Tinelli. La senadora Carolina Losada era parte del equipo. También Moira Gough, Katja Fucks y Luciana García Pena, quien luego fue la mujer de Matías Almeyda. Yo era el árbitro. Se hacían campeonatos de metegol y de truco. Era todo muy lindo… pero yo vivía estresado porque cada noche volvía con los modelos varones para bajar la arena de las pasarelas para respetar la regla de los 20 centímetros y no recibir multas. Fue una locura. Ah, también construí una casilla para un casero y compré dos generadores.
-Imagino que estabas lleno de sponsors.
-Los sponsors en ese momento eran VCC, Sancor… John L Cook fue el main sponsor, que puso como 200 mil dólares. En definitiva, yo tenía 700 mil dólares de sponsors, y puse otros 400 mil dólares míos… Y perdí todo. Había 90 personas que comían, vivían, se transportaban y tenían sus heladeras llenas.
-A propósito, ¿adónde vivían tus modelos?
-Alquilé 4 o 5 propiedades que me costaron una fortuna. Recuerdo una chacra que se llamaba Don Valentín para algunas modelos, una casa que se llamaba Casa Braga para los hombres, en José Ignacio. Soledad Solaro, por ejemplo, vivía en La Posada del Faro con su mamá. Ahí también estaban vivía Moira (Gough), Carolita (del Bianco) y demás… Yo estaba de novio con Dolores Barreiro.
-¿Cómo puede ser que, habiendo recaudado 700 mil dólares de sponsors, hayas perdido plata?
-La playa fue un éxito, todo fue color de rosa (como la agencia), pero yo perdí todo el dinero que tenía. Cualquier persona normal, si tiene 700 mil dólares de sponsors gasta 300 y con mucho esfuerzo se queda con 400 mil. Bueno, yo en vez de quedarme con 400 mil dólares, le puse otros 400 mil arriba. Tal era la locura que Martín Pitaluga, dueño de La Huella, me preguntó “Pancho, ¿vos blanqueás plata?”. En ese momento, en el año 95, con un millón de dólares te comprabas la mitad de José Ignacio. Un terreno que hoy cuesta dos millones de dólares, costaba 7 mil dólares…
-¿Qué pasó con toda la infraestructura que construiste en Laguna Garzón?
-Aníbal Marzano, el intendente de Rocha, me había dado el comodato “solo hasta el 15 de febrero” porque había elecciones. ¿Qué pasó? Perdió las elecciones, ganó otro partido. Entonces presenté otra carpeta diciendo que poníamos a disposición del municipio la construcción durante el año para hacer un museo sobre la flora y la fauna, que tanto los preocupaba. La idea era que desde fines de febrero hasta el 15 de diciembre dispusieran ellos y después lo tomábamos nosotros otra vez. Después de mucho cabildeo emitieron una resolución que decía que tenía que desarmar todo de forma urgente. Es decir que tuve que pagar el desarme. Las maderas se hicieron pomada… Recuerdo que volví el 27 de febrero para desarmar y reclamar los 50 mil dólares al ministerio.
-¿Cómo repercutió todo esto en tu vida?
-Impactó por todos lados. Yo estaba de novio y muy enamorado de una chica que me demostraba que también estaba muy enamorada de mí. Pero se cansaba, discutíamos todo el día porque ella quería que yo le dedicase tiempo… y yo no podía parar. Me acuerdo de que el único momento que paré fue para celebrar la Navidad, con mi mamá y mi hermana en la casa de los Barreiro. Ella quería una atención diaria como cualquier chica normal de 19 años. Cuando volví a Buenos Aires, la relación con Dolores ya estaba muy complicada.
-También impactó en tu salud.
-Cuando volví a mi casa no me podía levantar de la cama. Empecé a llamar a todos lados para internarme porque estaba muy estresado. Me recomendaron Vida Sana, en Entre Ríos. Fui manejando la Land Rover, fumando como un escuerzo. Dolores, mi hermana y mi mamá me acompañaron en otro auto hasta el puente Zárate Brazo Largo. A partir de ahí se cortaba la red del celular. Yo siento que fue el principio del fin de mi noviazgo con Dolores. Sufrí muchísimo. Llegué muy mal, entré fumando, me retaron. Estuve 14 días ahí. Con las charlas del pastor Picasso, la actividad física, la caminata a las 6 de la mañana, las clases de esto y lo otro, en 14 días quedé como nuevo y me enamoré de Libertador San Martín.
-Justamente, hoy vivís la mayor parte del año allá.
-Sí, claro. Después de las temporada de Punta del Este, tomé el hábito de ir a Vida Sana. Ahí pasaba entre 10 y 15 días, que eran las únicas vacaciones que tomé en mis 30 años con la agencia. Todos los que me vieron en Nueva York, con modelos en Ibiza, en París y Milán… Yo siempre estaba muy estresado, trabajando. Mis únicas vacaciones eran en Libertador San Martín, donde compré una chacra y construí mi casa.
-A 30 años de la Dotto Beach, ¿volverías a hacerlo?
-De ninguna manera. ¿Estás loco? En ese proyecto perdí a mi amor, porque yo estaba muy enamorado, mi salud y todo mi dinero.