Diego Schwartzman sumaba cinco temporadas como profesional el 27 de mayo de 2015. Ya había ganado ocho Futures y cinco Challengers. Había jugado sólo tres cuadros principales de Grand Slams. Pero aquella tarde radiante de París, Ricardo y Silvana, el papá y la mamá del Peque, se emocionaron hasta las lágrimas en Roland Garros, asumiendo que todo el esfuerzo había valido la pena. Diego, siendo 62° del mundo, cayó en cinco sets frente a Gael Monfils, en el court central. El argentino, pequeño gigante, dejó el prestigioso Philippe-Chatrier endulzado por una ovación estruendosa, inolvidable.
El partido, ante un carismático ídolo local, en un horario central, ante el juicio de millones de televidentes de todo el mundo, frente a la lupa de managers y hasta del rumano Ion Tiriac, fue muy simbólico. Se trató de la confirmación del empeñoso camino correcto. Aquella tarde, con LA NACION de testigo, Ricardo y Silvana dejaron sus butacas del estadio y caminaron, despacio, temblorosos por la alegría y sosteniéndose de las paredes, hasta la zona de jugadores y familiares. Esta tarde, casi una década después, Schwartzman se despidió del tenis. Lo hizo con 32 años, en el ATP de Buenos Aires, tras una carrera muy destacada, dibujada por la superación de obstáculos, con 251 triunfos (121 sobre polvo de ladrillo; 226 derrotas), cuatro títulos individuales ATP (Estambul 2016, Río de Janeiro 2018, Los Cabos 2019 y Buenos Aires 2021) y otras diez finales. Tras el éxito emotivo éxito ante el chileno Nicolás Jarry en la primera ronda, la derrota frente al español Pedro Martínez en los 8vos de final por 6-2 y 6-2, es sólo un registro. La ovación, interminable, que se llevó del court central del Buenos Aires Lawn Tennis Club, tiene, de cierta manera, un hilo conductor con aquella de París.
Fue número 8 del mundo durante una semana en octubre de 2020, después de alcanzar las semifinales de un inusual Roland Garros jugado en septiembre, post pandemia. Luego pasó 30 semanas más como top ten, entre el 9° y el 10° (¿cuánto tiempo pasará hasta que la Argentina tenga a otro top 10?). Jugó el torneo de Maestros, en 2020, y, esa misma temporada, se dio el gusto de derrotar a Rafael Nadal sobre polvo de ladrillo, en las semifinales del Masters 1000 de Roma. Números que ilustran una campaña muy rica, que también se distinguió por la simpatía que despertó en el público de tenis de todo el mundo (incluso en celebridades como Ben Stiller o en leyendas del deporte como Diego Maradona), pero impensada cuando a los 13 años un médico le diagnosticó que no crecería más de 1,70m, una altura, según expertos en las raquetas, que no le permitiría llegar a la elite. Finalmente midió 1,70m y sí llegó a le elite.
“Le decían que era buen jugador, pero que con esa altura no iba a poder llegar. Pero para mí sí iba a llegar. Soy muy naturista. Me daba miedo. Siempre estuve segura de que iba a llegar. Y él, en su interior, también. Diego no se hizo ningún tratamiento, nada. Si llegaba sería por sus condiciones. Y con mi marido le dijimos que iba a tener que esforzarse más que otros compañeros y eso fue lo que hizo”, le confesó Silvana Daiez, la mamá del “chiquitito”, a LA NACION.
Schwartzman, nacido en 1992, el menor de cuatro hermanos, entendió desde chico que los obstáculos serían parte del camino y la búsqueda de soluciones dependería de su espíritu. La vida acomodada que la familia tenía, cimentada en el comercio de indumentaria y bijouterie, sin limitaciones durante años, con vacaciones y activa vida social en el Club Náutico Hacoaj, se interrumpió con la crisis de la década del ‘90. Los padres del Peque se fundieron, entraron en la desesperación, empezaron a pedir dinero prestado y a vivir como podían, día tras día. “Llegó un momento en el que nos quedamos sin un centavo. Todos íbamos el colegio, todos queríamos hacer un deporte. Entonces, mi vieja me acompañaba a los torneos y para ganar algo de plata y poder viajar, hasta vendía pulseras de goma que le habían quedado en el negocio familiar”, rememoró Diego, con la mirada humedecida, la misma expresión de Ricardo al contar lo que hizo una vez para que su hijo viajara a Córdoba para un torneo G1.
“En ese momento teníamos un Ford Taunus 2.3 que regulaba mal, yo ya le había cambiado el distribuidor, pero se le fundió el motor, lo mandé a un taller, pero el arreglo no lo podía pagar. Entonces, el motor quedó del mecánico y, el auto, en la puerta de mi casa, juntando mugre. Un día me tocan el timbre en casa: era un hombre que quería comprarme el auto. ‘Te doy 1200 pesos’, me propuso. Para que Diego y mi mujer pudieran viajar a Córdoba necesitábamos 1250 pesos. Cerré los ojos y le respondí: ‘Dame 1250 y te lo llevás ahora’. Me dio la plata, le entregué las llaves y se fue. Esa misma tarde fui a la terminal de ómnibus, saqué los pasajes y al otro día Diego y Silvana viajaron a Córdoba”, le reveló Ricardo a LA NACION, en 2021, con la voz temblorosa.
Profesional desde 2010, jugó el primer partido ATP en 2013 (en Viña del Mar), ingresó en el top 100 en 2014, debutó en la Copa Davis y obtuvo su primer título ATP en 2016. Desde allí interpretó, con madurez, las opciones para su carrera: podía seguir igual (le alcanzaba para mantenerse en el top 60-70) o invertir para tratar de dar otro salto de calidad. Eso hizo: buscó salir de la zona de confort, armando un equipo que lo potenciara, con Juan Ignacio Chela como coach y Martiniano Orazi como preparador físico (había estado más de siete años con Juan Martín del Potro). Lo que llegó a partir de ahí fue casi todo ganancia.
Eléctrico, con una devolución a la altura de las mejores, un óptimo revés de dos manos y una capacidad atlética extraordinaria, tuvo el mérito de despegar en un tenis moderno mayormente construido por gigantes y poderosos sacadores (un golpe con el que no ganaba puntos “gratis”); es más, fue el jugador de menor altura en ser top 8 desde el N° 7 de Harold Solomon (EE.UU.), en 1981. Su chispa le permitió, además, ser parte de la Laver Cup, el innovador certamen de exhibición organizado por Roger Federer, en 2018, 2021 y 2022. “Diego fue un gigante entre los mejores de su generación”, escribió Boris Becker, leyenda alemana, en la red social X (antes, Twitter), en las últimas horas.
La Copa Davis fue, probablemente, la competencia en la que más le costó desenvolverse. Desde 2015 a 2022 actuó en doce series, con siete triunfos y la misma cantidad de caídas, una de ellas inesperada, en el BALTC, ante el bielorruso Daniil Ostapenkov (6-4 y 6-3), de 18 años y 63° en el circuito junior. También fue parte del equipo que en 2017 perdió 3-2 en Kazajistán y bajó de categoría, un año después de la conquista de la Ensaladera.
“El principio del final de mi carrera tuvo lugar en Hamburgo 2022. Perdí en la primera ronda un partido muy disputado, pero algo no estaba bien. Mi cuerpo no respondió a las preguntas ese día. Sentía emociones extrañas durante el partido. Mis manos estaban temblando y tuve calambres. Pensé que podía ser algo de cansancio y que se solucionaría con descanso. Apenas dos minutos después de salir de la cancha, me senté con mi entrenador (Chela). Me hizo varias preguntas sobre mi cuerpo, sobre mis sensaciones en cancha y sobre el partido. Las sensaciones eran simplemente distintas”, contó Schwartzman, en estas horas, en una carta publicada en atptour.com. El cuerpo y la mente le dieron señales. Desde entonces le costó competir con la fiereza y el compromiso de siempre, todo un indicio. Pero nada de lo que ocurrió en los últimos tiempos, con éxitos en cuentagotas, desvanece una carrera de súper elite, desafiando a los mejores con un pequeño cuerpo, pero con un espíritu gigante.