Según mitos nahuas, Xólotl se convirtió en ajolote como última forma para evitar su sacrificio (Cuartoscuro)

El ajolote, un anfibio único que ha cautivado tanto a científicos como a amantes de la naturaleza, tiene un lugar especial en la cultura mexicana.

Su presencia no solo adorna los billetes de 50 pesos que muchos prefieren no gastar, sino que también forma parte esencial de mitos prehispánicos, donde se entrelaza con la figura del dios Xólotl, el gemelo de Quetzalcóatl, de acuerdo con información del Museo del Ajolote, Axolotitlán.

Cada 1 de febrero, México celebra el Día Nacional del Ajolote, una fecha dedicada a destacar su importancia cultural y ecológica. Su nombre, que puede traducirse como “juguete de agua” o “monstruo acuático”, evoca su profunda conexión con los mitos de creación y sacrificio de las culturas nahuas, historias que tienen como epicentro a Teotihuacán, conocida como “el lugar donde los hombres se convierten en dioses”.

Un ícono sagrado

La tradición nahua asocia al ajolote con el dios Xólotl, quien refleja transformaciones divinas (EFE/Sergio Adrián Ángeles)

Teotihuacán, ubicada en lo que hoy es San Juan Teotihuacán, cerca de Otumba, fue el lugar donde los dioses se reunieron para dar origen al “Quinto Sol”, la era en la que vivimos según la tradición nahua.

En ese tiempo, el mundo estaba sumido en la oscuridad, y los dioses debatieron quién sería el encargado de iluminarlo. Tecuciztécatl, un dios rico y pretencioso, ofreció ser el primero en sacrificarse. Sin embargo, los dioses también eligieron a Nanahuatzin, una deidad humilde y enferma, para compartir esta tarea.

El sacrificio se llevó a cabo en el lugar llamado Teotexcalli, “La casa del peñasco de los dioses”. Durante cuatro noches, ambos dioses realizaron penitencias y ofrendas.

Mientras Tecuciztécatl ofrecía objetos preciosos como plumas de quetzal y pelotas de oro, Nanahuatzin entregaba elementos humildes como espinas de maguey impregnadas con su sangre y costras de sus heridas.

Al momento de lanzarse al fuego, Tecuciztécatl titubeó en cuatro ocasiones, lo que llevó a los dioses a pedirle a Nanahuatzin que se arrojara primero. Sin dudarlo, este último se lanzó a la hoguera, seguido finalmente por Tecuciztécatl.

Como resultado, Nanahuatzin emergió como el Sol, irradiando una luz tan intensa que los dioses no podían mirarlo directamente. Por su parte, Tecuciztécatl se convirtió en la Luna, aunque su brillo fue reducido cuando uno de los dioses lo golpeó con un conejo, dejando al satélite con el aspecto que conocemos hoy.

El Sol y la Luna permanecieron inmóviles tras su creación, por ello, los dioses concluyeron que debían sacrificarse para otorgar movimiento al Sol y permitir que el mundo funcionara. Fue entonces cuando Ehécatl, el dios del viento, asumió la tarea de sacrificar a los dioses, asegurando así el movimiento del astro rey.

El dios que se negó a morir

El ajolote habita ecosistemas acuáticos afectados por contaminación y turismo (EFE/Hilda Ríos)

En este contexto, según Axolotitlán la figura de Xólotl, el gemelo de Quetzalcóatl, se negó a participar en el sacrificio. Este dios, descrito como monstruoso y deforme, intentó escapar de su destino transformándose en diferentes formas.

Primero se escondió entre los maizales, convirtiéndose en un pie de maíz con dos tallos, conocido como xólotl, luego se transformó en un maguey de penca doble, llamado mexólotl, hasta que finalmente se sumergió en el agua y adoptó la forma del ajolote, donde fue capturado y sacrificado.

Este animal, por tanto, no solo simboliza la resistencia a la muerte, sino también la transformación y la conexión con el agua, un elemento vital en la cosmovisión nahua. Además, este animal se convirtió en un manjar reservado para los príncipes aztecas, consolidando su importancia tanto en el ámbito mitológico como en el cultural.

La figura de Xólotl y su transformación en ajolote simbolizan la lucha por la supervivencia y la conexión entre los dioses, los humanos y la naturaleza.

Hoy en día este animal se enfrenta a varios retos, pues su población se ha reducido drásticamente a lo largo de los años. Según la Unión Internacional para la Conservación de las Especies (UICN), sólo quedan entre 50 y mil ajolotes en estado salvaje.

Algunas de las causas del declive poblacional de esta especie son el desarrollo turístico y residencial, la contaminación agrícola e industrial, además de la introducción de animales invasores, como la tilapia.