Valeria Formia recorrió con su mirada las primeras postales que recibía de Estocolmo y una sensación desconocida inundó su corazón. Argentina se sentía casi como un sueño, mientras que Madrid, ¡hermosa Madrid!, era la imagen reciente que había dejado atrás. A la capital española, su hogar hasta hacía apenas unas horas, le tenía mucha apreciación, pero nunca se había adaptado demasiado. Pero ahora, en aquella ciudad sueca, sentía algo diferente: “¡Fue amor a primera vista!”, asegura hoy, al rememorar esos días.
Con el correr del tiempo, el amor creció. Estocolmo amaneció ante ella cálida pese al frío; tranquila, ordenada, silenciosa y en contacto con la naturaleza hasta en pleno centro de la ciudad.
Fue así que Valeria comprendió que no hay mejores o peores destinos en el mundo para vivir, sino lugares que responden mejor a la identidad de cada uno, a lo que cada ser humano aprecia y necesita para sentirse mejor en la vida.
Dejar un mundo feliz atrás para empezar en España: “No nos adaptamos a Madrid”
Corría el mes de diciembre del 2009, cuando Valeria se despidió de la Argentina con destino a Madrid. En España aguardaba su madre, quien se había mudado a aquella capital casi tres años atrás. Nunca había esperado dejar su tierra, pero en una visita anterior a su mamá, sufrió un impacto inesperado: “Al regresar a Buenos Aires sentí que ya no era mi lugar”.
Para muchos fue un baldazo de agua fría. Allí, en el sur del mundo, Valeria tenía una profesión y un trabajo que amaba, donde como abogada ejercía en la justicia penal. Le apasionaba lo que hacía, y apartarse de sus afectos, de su carrera, fue uno de los retos más difíciles de su vida.
En Madrid, la joven vivió los siguientes dos años rodeada por una atmósfera a la cual nunca se pudo adaptar del todo. Pero allí atravesó uno de los hechos más significativos de su vida: se reencontró con un amor del pasado -también argentino- que por entonces vivía en Suecia.
Como argentinos, el primer impulso fue creer que para ellos, Madrid, sería el mejor lugar para iniciar una vida juntos, por lo que él hizo sus valijas y se mudó a la capital española: “Pero, contrario a lo que pensábamos, no nos adaptamos a Madrid, una ciudad preciosa, pero demasiado grande para nuestro gusto. Buscábamos un lugar más tranquilo, pequeño, ordenado”.
Ya casados, en junio de 2011, el marido de Valeria se mudó a Estocolmo, y en septiembre ella lo siguió para comenzar a narrar un nuevo capítulo totalmente diferente en su vida.
Volver a empezar en Suecia: “Al principio me daba miedo salir de noche, pero porque era desconocido para mí”
Después del primer avistaje y el enamoramiento, llegaron los desafíos. El matrimonio sabía que allí sería muy complejo hallar un lugar dónde vivir, entonces, con 29 y 31 años en aquel momento, se sumaron a la tendencia de la mayoría que llegaba a Suecia sin hijos: compartir vivienda, en su caso en las afueras de la ciudad, donde convivieron con una persona de nacionalidad chilena.
El marido de Valeria llegó con idioma y residencia, lo que le permitió comenzar a trabajar casi de inmediato. Ella, en cambio, decidió tomarse algunos meses para trabajar en la adaptación: “Pero la verdad que no me costó mucho adaptarme a la ciudad, mi enamoramiento hacia la ciudad sigue hasta el presente”, asegura con una sonrisa.
“A lo que sí fue muy difícil adaptarme fue a la oscuridad. Quizás recién ahora, después de trece años, puedo decir que es el primer año que no sufrí tanto el cambio abrupto de luz de octubre a noviembre. Noviembre es un mes muy oscuro, a las 15 ya se va el sol. Diciembre también, pero ya con el gran espíritu navideño de este país todo se hace mucho más llevadero, por eso en general las luces de navidad de todo Suecia se encienden el 16 de noviembre y están en las calles hasta el 16 de enero. Lo mismo las casas, se llenan de luces”.
“El frío es otra historia”, continúa Valeria. “Mi primer invierno fue duro, mi marido trabajaba casi todo el día, se iba al mediodía y volvía a las 12 de la noche. Al principio me daba miedo salir de noche, pero porque era desconocido para mí que a las 15 horas sea noche cerrada. La primera vez que vi menos 25 de temperatura pensé que no lo iba a resistir. Y mi primer hijo terminó naciendo un día de enero con menos 26 grados de térmica”, revela.
“Con los días me di cuenta de que la gente hacía vida normal y de a poco fui dejando la inseguridad de lado. Empecé a salir bien abrigada, con las luces o los réflex colgando de la campera y la cartera para que me vieran caminando o cruzando la calle y así hacía diez minutos de bosque caminando hasta la estación de subte y lo iba a buscar a mi esposo al trabajo”.
Vivienda, trabajo y el significado de calidad de vida: “Los primeros meses junto a mis hijos no se comparan con nada”
En 2013 y 2016, en Estocolmo, nacieron los hijos de Valeria, quien experimentó otra forma de enamoramiento con Suecia, pero ahora en relación a su sistema parental pago, donde el país escandinavo cuenta con 480 días de licencia por nacimiento, lo que permite que mamá o papá (a elección) se queden en casa a cuidarlos durante el primer año y medio de vida.
Para Valeria, su experiencia con la maternidad marcó en ella una vara clara de lo que significa calidad de vida, asociado a cuidar el presente para un mejor futuro. Asimismo, la inspiró a abrir su cuenta de Instagram para contar cómo es vivir en Suecia: “Los primeros meses junto a mis hijos no se comparan con nada”, dice en relación al sistema parental. “Por otro lado, me encanta ayudar a la gente que va llegando al país o viene de paseo”, agrega.
Con la llegada de su primer hijo, Lautaro, el matrimonio ya alquilaba su primer departamento propio. Y con el arribo de Francesco, habían logrado comprar su primer hogar, gracias a una hipoteca a 35 años. Valeria, para entonces, trabajaba online para agencia de turismo en España, lo que le daba la comodidad de no tener la necesidad de aprender el idioma. Pero en 2019, con sus hijos ya en jardín de infantes, decidió revertir su situación.
“Me puse con todo con el idioma, hasta ese momento me defendía o me hacía entender, pero no lo hablaba para nada fluido”, continúa Valeria. “Así que empecé a ir a la escuela a estudiar sueco todos los días de 8 a 12 del mediodía. Salía de ahí directo a buscar a los nenes al jardín y a casa a trabajar”.
“Ya en la pandemia, me quedé sin trabajo y fue ahí donde decidí volver a estudiar otra carrera. Opté por una carrera terciaria que acá te permite trabajar como maestra jardinera o auxiliar de maestra primaria hasta 4 grado y entonces emprendí ese camino, estudié 18 meses, y a la semana de recibirme, encontré trabajo. Con 40 años y sin experiencia en ese ambiente, entré a trabajar de maestra suplente en un jardín de infantes y así fue como llegué a mi día hoy, trabajando ya desde hace casi dos años en el jardín al que fueron mis hijos”.
El lugar ideal cambia según la esencia del viajero
Trece años pasaron desde que Valeria dejó Argentina atrás. Su otra vida parece lejana, pero permanece en sus recuerdos con alegría: no fue fácil dejar toda una vida armada, una carrera apasionante y a tantos afectos.
En su vuelo hacia una nueva vida, jamás imaginó que Suecia aparecería en el camino, y que allí, en un país que muchos consideran demasiado tranquilo y frío, ella encontraría justo lo que su alma andaba buscando. Ese fue, tal vez, uno de los grandes aprendizajes: el lugar ideal cambia según la esencia del viajero.
Volver a la Argentina, mientras tanto, es una cuota pendiente que ya acumula años, las raíces, sin embargo, flotan en el hogar de Valeria cada día: “Mi casa es un mix cultural, cenamos temprano, nos acostamos temprano y planeamos los encuentros con amigos tres semanas antes, bien a lo sueco. Pero en casa predomina la comida argentina, tomamos mate, hablamos argentino y por supuesto hinchamos por Argentina primero y por Suecia después. Creo que eso quedó decretado cuando en 2016 fuimos a ver el partido Suecia – Argentina y claramente todos con la camiseta argentina, Lautaro tenía veinte días de nacido”.
“Los viernes a la noche no hay excusa para no hacer fredagsmys, una costumbre sueca, donde se junta la familia a cenar algo muy parecido a nuestra picada y así cerrar la semana laboral y escolar, y charlar sobre todo lo que pasó en esos días, nosotros le sumamos música argentina, mis hijos te cantan desde Virus hasta Los Palmeras, pasando por Sergio Denis”.
“Hoy tengo otra profesión que amo, casi tanto como el derecho, soy educadora infantil”, dice con una sonrisa. “Y en el camino aprendí el famoso bajar un cambio, mi marido tiene mucho que ver en eso, me insiste en que me permita darme ese gusto de decir: trabajé toda la semana, el domingo quiero ver una película con mi familia, sin preocupaciones, no se va venir el mundo abajo en dos horas por mi culpa. Aprendí a disfrutar de los momentos de felicidad”, concluye.
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