Leila Peluso tiene 31 años, es de Zona Norte y creció rodeada de animales y de agua: su familia tenía en el delta un local de deportes náuticos y le inculcaron el amor por los animales. Entonces cuando terminó el colegio no lo dudó: estudió veterinaria, una carrera difícil, pero a la que se pudo dedicar al cien por ciento y recibirse joven para empezar, sin saberlo, un camino de logros en el delta.
“Me dedico a animales de compañía que serían perros y gatos, pero hay de todo en el delta y con la dificultad de trasladar animales en embarcación hago de todo. He atendido caballos, vacas, conejos, ovejas, cabras, no son mi especialidad pero como primer auxilio puedo atender”, asegura Leila.
El búfalo del barrio, un hidroavión y un león marino
Cada día Leila arma el plano de los lugares que visitará al día siguiente, recorre muchos kilómetros en el delta y tiene que optimizar los tiempos. El último censo indicó que hay 12.000 personas viviendo en las islas, y su paciente más lejano le queda en la isla Martín García a cinco horas en lancha entre ida y vuelta. Pero todo puede cambiar esa misma mañana al despertar, chequear el clima y, por ejemplo, ver que se avecina una tormenta después del mediodía. Esa es la señal para reprogamar todo: “Siempre primero la seguridad mía y de la embarcación. A veces el día está hermoso pero muy baja el agua y hay ríos por los que no puedo entrar, estoy muy limitada a las cuestiones climáticas”, asegura.
Trabajar en el delta conlleva encontrarse con varias sorpresas. Un día Leila se encontró con un elefante marino que entró perdido del mar y se mareó en el laberinto de ríos y arroyos. Junto a fundaciones hicieron el rescate del animal y su devolución al mar.
Hace poco se encontró con un búfalo nadando en el medio del río. Al parecer hace muchos años un extranjero trajo búfalos para hacer una producción, se llama búfalo de agua, hay bastantes producciones en Entre Ríos porque son animales adaptados a la humedad de las patas y bucean bastante tiempo. “Los vecinos ya lo conocen y lo ves nadando los días de calor, es un animal grande, viejo, hay que respetarlos, tener cuidado para no atropellarlo, no es peligroso para la comunidad, no es autóctono pero está hace mucho tiempo”, explica Leila.
Otro día vio un avión en el medio del río, al observarlo notó que le hacían señas, era un hidroavión que no podía trasladarse y Leila fue la encargada de remolcarlo con su lancha.
Se conoce la mayoría de los ríos, cuando están un poco más alejados mira el mapa, también pide referencias para ubicar el muelle desde la embarcación, y así una vez le pasaron el dato, “es un muelle de madera con una bolsa de basura en la punta”, cuando entró al arroyo todos tenían aquella característica. Desde entonces, les pide que cuando ella esté cerca la esperen en el muelle.
Mordeduras de carpinchos y urgencias por víbora yarará
La universidad te prepara, pero la realidad te encuentra con situaciones que.no te imaginabas. En lo que se denomina la primera sección es donde vive más gente, las casas están una al lado de la otra, los terrenos son más pequeños. Después está la segunda y tercera sección, con los terrenos más altos y animales de granja. En la primera sección algunos también tienen animales de granja, no hay cerco entre vecinos y si bien reina la armonía animal en la convivencia, cada tanto hay peleas entre animales de uno y otro terreno.
Quienes viven en esa primera sección, donde están los terrenos más inundables, construyen refugios con rampa en altura para que, por ejemplo, el caballo este protegido. “Esos animales sufren bastante en las patas con la humedad, por eso son importante los refugios para que los días que sube el agua no estén con las patas constantemente en el agua”, cuenta Leila al pensar en una dificultad con la que se topó en la zona y de la que tuvo que aprender.
En la práctica e investigando, también se encontró con dos patologías propias del delta que no están en la ciudad: dos parásitos, uno es por tomar agua del río que afecta a los riñones, otro por la picadura de mosquitos que trasmite un parásito que va a la sangre y se aloja en el corazón. “Son típicos de acá y me tuve que especializar. Con los años fui estudiando y aprendiendo a manejar las heridas por anzuelos, algo muy típico en los animales, que ven el anzuelo con la carnada en el muelle y lo tragan o lo muerden, lamentablemente es un accidente bastante típico”, cuenta Leila.
También suele atender heridas por mordedura de carpincho, los perros se pelean con ellos -que son animales autóctonos- por el territorio. Pero el peligro más urgente para atender es el ataque de la víbora yarará que es venenosa. Si bien no es un accidente común, al menos atiende por este motivo a cuatro o cinco animales por año. “Son casos de urgencia máxima, hay que actuar lo más rápido posible. Sucede principalmente en primavera – verano. Hay que tener las mismas precauciones que tiene la gente de campo, caminar con zapatos adecuados en pastizales, mantener las zonas perimetrales a la vivienda limpias y no acumular madera”, explica la joven veterinaria.
Sus comienzos como ayudante
Como cualquier estudiante Leila comenzó, en sus últimos años de facultad, a trabajar como ayudante en una veterinaria en el centro de Tigre y los fines de semana se iba para el delta con su familia. Eran conocidos en la zona y la gente cuando se enteró de que Leila se recibió le empezó a pedir que llevara sus materiales para tratar a los animales, y así fueron llegando los primeros pacientes de boca en boca, de isla en isla.
Si bien había otros colegas trabajando en la zona, mucha gente cruzaba a la ciudad para atender a sus animales, pero era un problema porque si el animal se sentía mal había que subirlo a la lancha y luego a un auto hasta el consultorio.
Leila se dio cuenta de que había una necesidad a la que ella podía hacerle frente. Dejó de trabajar un día en la veterinaria para dedicarse de lleno a su nueva zona de trabajo: iba con la lancha colectiva a atender a los animales. La demanda fue creciendo y se presentó la primera problemática: “Hay ríos en lo que para llegar o salir tenés una lancha a la mañana y otra a la tarde, entonces atendía treinta minutos y esperaba tres horas en el muelle a que vuelva a pasar la lancha. Al principio me lo tomaba como experiencia y diversión, pero cuando dije me gusta trabajar acá, este es mi lugar, supe que necesitaba más comodidades”, recuerda.
“Me dio un montón de independencia”
La pérdida de tiempo entre conexiones con la lancha colectiva la llevó a dar su siguiente paso: se compró su primera embarcación que era un semirrígido de cuatro metros, “era chiquito pero me dio un montón de independencia para manejarme por el delta”, asegura Leila. Para ese entonces no sabía manejar, si bien había pasado su vida yendo y viniendo al delta nunca había tenido la necesidad de aprender y sacar el registro de conductor náutico, así que con su primer gomón practicó y obtuvo su licencia.
Ahora sí había llegado el vertiginoso momento de renunciar a la veterinaria para ser independiente y dedicarse 100% a la isla. “Fue un paso grande, manejar tus tiempos, negocio, comprar tu propio stock, que no se te venzan las cosas”, dice.
Pero Leila siempre mira para adelante y va por más, tenía un nuevo obstáculo por superar, y su próxima meta: las condiciones climáticas. Los días de lluvia no tenía techo y además el semirrígido apenas la llevaba y la traía a los lugares que quería con un bolsito en la mano y nada más. Así empezó el sueño de su próxima embarcación más cómoda, con techo y una cabina donde poder poner la camilla adentro y armar su propio consultorio flotante.
“Atiendo al animal adentro de mi embarcación”
Y lo logró, “Tengo todas las comodidades de un consultorio, voy a cada muelle, a cada casa, tengo muchas más herramientas, atiendo al animal adentro de mi embarcación”, explica. En ese entonces ya se había mudado a una isla, pero cuando se casó se fue a vivir cerca, ahora va y viene a su consultorio flotante de la misma forma que uno va y viene a su oficina en capital.
Pero aún quedaba un último problema por resolver: las cirugías. Entonces Leila armó, en la isla de Jorge, un vecino amigo amante de los animales, su propio quirófano. “Construimos de cero, fue todo un mundo nuevo hacerlo en el delta, no es tan simple porque tenés que llevar todos los materiales en lancha allá. Realizamos una construcción en seco, más simple, más rápida, con paredes de chapa y telgopor que son super limpias para lo que es una veterinaria. La chapa blanca es super fácil de limpiar, por eso la usamos más que nada para el quirófano. Llevamos en barco la estructura y en una semana lo armamos”, explica sin que se le pase un detalle. Allí conviven también los animales que tienen Leila y Jorge: dos caballos, un chancho, aves de todo tipo, gatos y perros que fueron rescatados.
“Todos los planes que fui teniendo a futuro los pude ir realizando, en este momento estoy armando una página web para llegar a más gente lejos del delta con mis productos y atención online. Me gusta mucho lo que hago, disfruto este trabajo todos los días, del contacto con la naturaleza, los animales, estar rodeada de agua. Es hermoso el lugar que elegí. Es un pueblo sobre el agua, nos conocemos, todos son super amables, me quedo tomando mate en las casas, lo elegí por lo lindo de la comunidad”, concluye Leila.