El predio de la AFA no se llamaba Lionel Andrés Messi y la selección no era todavía bicampeona de América y del mundo. Estamos en 2020 y Claudio “Chiqui” Tapia lleva tres años como “presidente del fútbol”. Su oficina en Ezeiza aporta la escenografía para una reunión con dirigentes a los que conoce desde que comenzó en Barracas Central, casi por obra del azar. Los mira a los ojos. Los escucha. Se hace silencio y les habla, casi en tono paternalista: “Muchachos, hay que dejar de rosquear un poco”, les ordena. Sus interlocutores se quedan mudos. Esperaban cualquier consejo, menos ese. De repente, la voz de un histórico rompe el mutismo: “Chiqui, nosotros somos incondicionales tuyos, pero no nos podés pedir eso. ¡Rosquear es lo único que sabemos hacer!”.

Tapia es el garante de la rosca, la materia en la que se doctoraron muchos de los directivos que posaron junto a él este jueves, en el predio ahora renombrado y con el presidente reelegido hasta 2028, aunque en suspenso por la resolución de la Inspección General de Justicia (IGJ). Esa certeza de que “Chiqui” no irá contra los métodos convencionales es una de sus armas para perpetuarse en el poder; para disgregar a la oposición. Ningún dirigente actual querrá que aparezca un reformista, un revolucionario que busque cambiar métodos y formas; que pretenda profesionalizar lo artesanal. Lo intentó Mariano Elizondo, ex CEO de la Superliga, la búsqueda superadora de la primera división. Nacida al calor del gobierno de Mauricio Macri, fue sepultada en la casa de Sergio Massa en 2019, cuando el ex candidato presidencial de Unión Por la Patria era presidente de la cámara de Diputados. “Elizondo no rosquea”, fue la explicación de algunos directivos, siempre fuera de micrófono, porque para los temas sensibles y las declaraciones jugadas siempre ruegan anonimato. Caído el CEO, ganó el presidente, que ya era Tapia, y que pasó a anexar bajo sus tentáculos a la rebautizada Liga Profesional. En la primera división quedó un gerente, Francisco Duarte, pero nadie mueve un dedo sin consultarle a Chiqui.

El presidente de la AFA Claudio Tapia frente al autobús en el que viajaron los jugadores de la selección a su regreso de la Copa Mundial de Qatar en la exhibición

El Tapia dirigente es un mero producto del azar. Un lubricentro en Barracas, a dos cuadras del sindicato de Barrenderos, es al presidente de la AFA lo que la ferretería de Sarandí era a Julio Humberto Grondona. Allí, casi de casualidad, el sanjuanino se encontraba con hinchas del Guapo que veían cómo su equipo coqueteaba con el descenso desde la primera D; con la desafiliación. Lo contó en primera persona en una entrevista con Enganche: “Pasaba siempre y, al conocerme del club, me pedían que ayudara. Barracas estaba a punto de desaparecer. Querían que fuera presidente. Yo no les creía, porque a esa altura tampoco era socio. Pero me explicaron que el estatuto lo permitía. Me convencieron de presentarme, con el equipo a un puesto del descenso. Gané, nos salvamos y ahí empezó todo”.

Y el lubricentro mutó en la cancha roja y blanca, los colores del Guapo. Y ascenso tras ascenso, Tapia ganó espacio entre los dirigentes, gracias a su carácter componedor y a escucharlos a todos, todo el tiempo. Tener de yerno a Hugo Moyano le abrió puertas, por supuesto. Tapia era delegado gremial de la rama de recolección de basura del Sindicato de Camioneros cuando conoció a Paola Moyano, una de las hijas del jefe sindical con la que tuvo dos hijos y recorrió el mundo. Una vez que forjó su pareja, se incorporó al clan y escaló hasta secretario de Organización del gremio. Pero una pelea con Pablo Moyano, con quien hoy no tiene relación a pesar de haberle conseguido una entrada preferencial a uno de sus hijos para la gran final con Francia, lo empujó a irse del sindicato.

La plana mayor de la AFA, con Claudio

Fue así como recaló, de la mano de Hugo y Diego Santilli, en la Coordinación Ecológica Área Metropolitana del Estado (Ceamse), el basural controlado más grande de Buenos Aires. Hoy todavía ocupa la vicepresidencia de esa entidad, un cargo designado por la Ciudad de Buenos Aires. El Ceamse tiene 1000 empleados y cuenta con un gremio propio. Su representante es Jorge Mancini, un hombre de Moyano que fue diputado provincial por Cambiemos y que es aliado de Tapia. En 2015 Macri les reconoció su apoyo y revalidó los negocios por la recolección de basura cuando los recibió junto con Santilli en su primer encuentro con sindicalistas como presidente electo.

Tapia escaló en la pirámide del fútbol. Después del 38-38 de 2015, una elección que terminó con el fútbol argentino intervenido por la FIFA, en marzo de 2017 le llegó la chance de encabezar la lista única. Y acceder por primera vez al sillón de Julio Humberto Grondona. Su primera decisión habla mucho de sus genes como máximo dirigente del fútbol argentino: apelar la sanción de cuatro partidos que la FIFA le había impuesto a un tal Lionel Messi, el capitán, por insultar a un árbitro asistente durante un encuentro por las eliminatorias sudamericanas con Chile disputado en el estadio Monumental. El 5 de mayo de 2017, y cuando Tapia apenas llevaba poco menos de 45 días al frente de la AFA, la comisión de apelaciones de la FIFA anunció que aceptaba el “recurso ejemplar” presentado por Argentina. Y Messi quedaba habilitado.

“Tapia siempre supo que si la selección funcionaba, funcionaba el fútbol. Lo internalizó mucho antes de ser dirigente”, cuenta alguien que lo sigue de cerca desde hace años. Y agrega: “La selección era lo distintivo, con Grondona se había perdido aquello de ser hincha de la selección”. Tapia revalorizó con dichos y hechos al equipo nacional, que en 2018 perdió a su entrenador -Jorge Sampaoli- tras un grotesco papel en el mundial ruso. El predio de Ezeiza pasó de ser un campo de entrenamiento más a un “lugar futurista” con canchas de un césped impecable y hotelería cinco estrellas. La AFA invirtió decenas de millones de dólares durante la gestión Tapia. “Chiqui es el conductor de la selección. En lugar de llevar a los dirigentes, viajan familiares de los jugadores. Tapia conoce a los sobrinos y los ahijados de los futbolistas por el nombre”, aporta un dirigente de su riñón. Se llama cercanía. Y los futbolistas históricos de la selección lo valoran, sobre todo porque cuando la AFA tenía las cuentas en rojo-rojísimo y se avecinaba la comisión regularizadora, el propio Tapia no dejó de acompañar al equipo. Fue el único dirigente. Chiqui no ahorra tiempo para construir poder. Entre mate y mate, escuchó a Messi, a Ángel Di María y a Nicolás Otamendi. Enojados entonces, campeones del mundo hoy; leales siempre.

Tapia en la antesala de la Argentina vs. Peru, por la Copa América 2024

A la par de Messi hay otro Lionel que influyó -y cómo- en el Tapia todopoderoso de hoy. Fue una decisión; una elección para la selección. “Tapia había quedado sorprendido con Lionel Scaloni en el torneo de L’Alcudia. Se dio cuenta de que era un distinto”, recuerda otro dirigente cercano al presidente reelecto. En plena ebullición por la final de la Copa Libertadores de 2018 en Madrid, Tapia se tomó un avión hacia la ciudad adoptiva de Messi, Barcelona. En un hotel de la capital catalana le estrechó la mano a Scaloni y lo ungió como nuevo entrenador de la selección. Era diciembre de 2018. Pero era, también, la piedra fundacional de Argentina bicampeona de América y campeona del mundo; el primer ladrillo de Tapia eterno.

“Esa apuesta desembocó en una procesión: cinco millones de argentinos volcados en las calles para festejar el Mundial de Qatar. Hay un Tapia en la calle distinto al de los medios. La gente le pide fotos todo el tiempo y a toda hora. ¿Como un rockstar? No, como alguien cercano. Lo quiere, en general, el que va a la tribuna y no a la platea”, analizan cerca suyo. Lo cierto es que en los últimos tiempos, y sobre todo en el ascenso, algunas hinchadas lo insultan. No le perdonan perjuicios arbitrales a sus equipos. Ni la forma en la que se organizan los torneos, que a partir de 2025 tendrían 70 equipos en las dos principales categorías. Un fenómeno único.

El Tapia de 2017 era un arribista del poder. Llegó “sin construir tapismo” en la primera división, y apalancado por sus laderos de siempre. El suyo fue el triunfo del “fútbol pobre y relegado del interior”. El fatídico 38 a 38 de 2015 le había incrustado una mueca de bronca. Se autopercibió ganador, como recordó en la asamblea de este jueves. Vino la FIFA e interpuso un comité de regularización que, en acuerdo con el entonces presidente Mauricio Macri, presidió Armando Pérez. Tapia puso a quien se transformaría en su canciller desde aquel momento: Pablo Toviggino. Lo hizo tesorero. Le dio la caja, que maneja hasta el día de hoy.

Claudio Chiqui Tapia junto a Gianni Infantino y demás autoridades de FIFA y CONMEBOL previo al partido entre Argentina y Canada por el
Grupo A de la Copa America 2024

En las elecciones de marzo de 2017, Tapia asumió sin oposición y gracias, en parte, a sus nexos con Daniel Angelici y el macrismo no de Macri sino de Santilli. A la fuerza, el PRO lo aceptó para que gobernara el fútbol. La primera división se convenció de que era el elegido y sucedió a Grondona. En 2019 dejó en claro que la selección era como una hija: le pidió a Toviggino una durísima carta para protestar por el VAR en la Copa América de Brasil, torneo en el que hasta Messi fue sancionado con sus declaraciones. Tapia fue castigado con el ostracismo: Conmebol -es decir, Alejandro Domínguez- lo eyectó de FIFA, donde ocupaba una silla en el consejo, con viáticos y sueldo en euros.

La Copa América de Brasil, que la Argentina le ganó al local en esa catedral llamada Maracaná, cambió para siempre la mirada que muchos tenían de Tapia. Si la selección era su criatura, el éxito del equipo albiceleste sería, también, el triunfo de Tapia. Luego llegó la Finalissima y, más tarde Qatar 2022. Domínguez entendió entonces que debía dejar atrás las rencillas y darle la bienvenida al nuevo Tapia. Al Tapia empoderado y exitoso; al Tapia campeón.

El encuentro entre Claudio Tapia, Lionel Messi y Rodrigo De Paul

En el Tapia 2017-2024 hay, también, un proceso interno. Cambios personales y sentimentales; estéticos y emocionales. No es más un sindicalista, sino el presidente de la asociación de fútbol campeona del mundo. Algo parecido sucede con su aspecto, mucho más cuidado que cuando presidía las reuniones de la mesa de alguna categoría de ascenso. Tomó clases para mejorar su oratoria y le secaron la nuca en plena Copa América, como si fuera una deidad. En la asamblea del jueves dio su discurso más contundente desde que preside la AFA. Les habló al presidente Milei -al que combate incluso desde la campaña electoral de 2023- y a los -pocos, escasísimos- opositores que tiene en la asociación. No los nombró. Sobre el final de su discurso, ya reelecto hasta 2028, le recordó al gobierno que “el fútbol es cultura”. Un teledirigido a quienes “estudian” eliminar el régimen especial de aportes patronales y sociales para los clubes, que rige el decreto 1212/03.

Cerca del “comandante” hablan convencidos. “Hoy, Chiqui es el político más importante de la Argentina junto con el presidente Milei”. Niegan que tenga aspiraciones de diputado, senador o gobernador provincial. Al menos, por ahora. Este viernes, y por iniciativa de la diputada porteña Maia Daer (Unión por la Patria), Tapia fue homenajeado por la Legislatura porteña. “Por su labor en la conducción del fútbol argentino y los éxitos de gestión como la obtención de la Copa América 2021, Finalissima 2022, Copa del Mundo 2022 y Copa América 2024″, decía la invitación oficial. El Tapia dirigente que nació en un lubricentro no imaginó los lugares de poder que llegaría a conquistar.