La resistencia a los antibióticos ya mata 20 veces más que los accidentes de tráfico en España, en lo que para muchos es ya la “era post antibiótico”. Su traducción en cifras es preocupante: el año pasado, más de 23.000 personas fallecieron en el país a causa de bacterias multirresistentes, y 700.000 en todo el mundo, según los datos que ofrece la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dicha organización se suma a la alerta emitida por una de las investigaciones más completas hasta la fecha, que, tras el análisis de más de 520 millones de datos, ha calculado que en los próximos 25 años la resistencia a los antibióticos podría ser la responsable de más de 39 millones de muertes en todo el mundo.
Si el panorama actual no varía, los cálculos del estudio, que ya han sido publicados en la prestigiosa revista científica The Lancet, pueden estar en lo cierto. Sin embargo, los expertos advierten de que quizás no estemos midiendo bien las verdaderas dimensiones de este problema. Una infección como una neumonía, que actualmente se trata con éxito gracias a los antibióticos, podría ser mortal. La doctora Ana María Molinero Crespo, vicepresidenta de la Sociedad Española de Farmacia Clínica, Familiar y Comunitaria (SEFAC), va más allá y califica que, si no revertimos esta situación, “estaríamos sentenciando a muerte” a muchos pacientes inmunodeprimidos, ingresados en la UCI o personas que han recibido un trasplante.
El cómo hemos llegado hasta aquí también es objeto de debate para farmacéuticos y demás profesionales de la medicina, aunque parece que se ha llegado a un consenso: el consumo inadecuado de los antibióticos, “bien por sobreuso, porque se utilizan cuando no están indicados o por automedicación. Esto ocurre tanto a nivel humano como animal o ambiental, y es por lo que se habla de enfrentarnos a un problema cuyo abordaje tiene que ser One Health [es decir, con un enfoque integral]”, explica la doctora Molinero para Infobae España.
El doctor William Fenical, profesor de Biología Marina, Química Marina y Geoquímica de la Universidad de California en San Diego (Estados Unidos), coincide con la vicepresidenta de la SEFAC sobre las causas de esta problemática. “Hemos creado resistencia por un uso incontrolado y masivo de los antibióticos para las personas, pero también para los animales. Literalmente se utilizan toneladas de antibióticos para alimentar al ganado. La cantidad es tal que es fácil encontrar restos de penicilina y sus derivados en las aguas residuales”, cuenta a este medio.
De la bata blanca de laboratorio al traje de buzo
La solución a la resistencia de estos fármacos podría encontrarse a 3.900 metros, que es la media de profundidad del océano. Junto con el Instituto de Oceanografía del doctor Fenical, la Universidad Friedrich Schiller de Jena (Alemania) es uno de los laboratorios pioneros en investigación de la biología marina como posible remedio a esta alarma sanitaria. Los científicos alemanes se están sirviendo de equipos de buceo para buscar planctomicetos, un tipo de bacteria acuática que compite con otros microorganismos por el hábitat y los nutrientes.
Los primeros estudios ya apuntan que la vida que habita bajo el mar podría ser el punto de inflexión. Casi el 75% de los fármacos se desarrollan a partir de sustancias naturales que producen las bacterias. Sin embargo, el abuso de ellos ha acostumbrado a nuestro organismo, por lo que cada vez resultan menos efectivos. Pero, ¿por qué hay que recurrir a la vida acuática y no a la que abunda en la superficie terrestre? De todas las especies de bacterias conocidas, el 99% no se puede cultivar en laboratorios y, por tanto, apenas se estudia. Esto deja un margen de menos del 1% para el desarrollo de sustancias activas que acaben convirtiéndose en nuevos antibióticos.
La investigación del doctor Fenical en el fondo marino ha tenido como resultado el descubrimiento de un nuevo antibiótico llamado antracimicina en la costa de Santa Bárbara, California. La antracimicina demostró ser efectiva contra la bacteria Bacillus anthracis, causante de la enfermedad del ántrax. Más allá de este antibiótico, el laboratorio ha descubierto otros dos fármacos, marizomib y plinibulina, que ya se encuentran en la última fase de desarrollo y que pueden utilizarse como tratamiento contra el cáncer.
El desinterés de las farmacéuticas
Pese a que la antracimicina demostró ser “muy potente y bastante única”, el medicamento se quedó en los estudios preliminares por la falta de interés de las farmacéuticas, según el científico estadounidense. “Una gran parte del problema es que las grandes industrias farmacéuticas ya no están interesadas en encontrar nuevos antibióticos. Puesto que solo se utilizan durante un período de tratamiento de 10 días y tradicionalmente son bastante económicos, el margen de beneficio para las industrias es escaso. Dado el enorme coste que supone desarrollar un nuevo antibiótico, unos 1.200 millones de dólares, prefieren descubrir fármacos que sean necesarios a diario y durante largos periodos. Todos los anuncios de televisión muestran medicamentos que se necesitan a diario, por los que se obtienen beneficios enormes y continuos. Hay que recordar que las industrias farmacéuticas existen para obtener enormes beneficios”, expone.
Otro de los problemas a los que se enfrenta esta exploración del océano es que la industria no está todavía lo suficientemente preparada ni cuenta con el equipo necesario para ello. Desde el mismo campo de la farmacología, la doctora Molinero Crespo también aboga por “implementar modelos para incentivar el desarrollo de nuevos antibióticos en la industria farmacéutica”. De hecho, prácticamente la totalidad de los 20 medicamentos de origen marino que se encuentran actualmente en el mercado han sido descubiertos por científicos académicos.