El orden global forjado tras la Segunda Guerra Mundial se desmorona. Las reglas comerciales y las alianzas políticas que lo sostuvieron durante décadas están en crisis, sin señales de recuperación. El mundo vuelve a ser un lugar donde la fuerza bruta, económica o militar, se impone como herramienta legítima de poder. La creciente multipolaridad no solo ha intensificado la competencia entre distintos modelos de gobernanza, sino que también ha debilitado los mecanismos de cooperación global, dificultando respuestas conjuntas ante crisis compartidas.

Esta disrupción se reflejó en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC), que más que un foro sobre defensa, es un termómetro geopolítico. Allí, el debate expuso el cambio de época que vive Occidente. Mientras en 2024 la discusión giró en torno a la defensa del orden basado en reglas ante amenazas externas, en la MSC 2025 se expuso una fractura más profunda: la inminente ruptura de Occidente consigo mismo. Además, la relación transatlántica vivió el momento más tenso de los últimos años tras el discurso del vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, que no solo cuestionó la libertad de expresión y la democracia en los gobiernos europeos, sino que también puso en duda la continuidad del rol de Estados Unidos como aliado preferencial de Europa y garante del orden global.

La fuerza bruta hoy se impone como herramienta legítima

Los hechos ocurridos tras la Conferencia de Múnich confirmaron la fractura del mundo que conocíamos. La reunión entre Trump y Zelensky y la retirada del apoyo de Estados Unidos a Ucrania dejaron en claro su repliegue global, forzando a Europa a reaccionar. La convocatoria del Reino Unido a Zelensky para ofrecerle apoyo es señal de que Europa está comenzando a reorganizarse para retomar el liderazgo.

Una brecha creciente

Más allá de los interrogantes que plantea esta nueva configuración internacional, hay una certeza: Europa enfrenta la mayor crisis de su historia reciente. La dependencia de Washington en materia de seguridad y la pérdida de competitividad frente a otras potencias han convertido a Europa en un actor cada vez más vulnerable. La falta de autonomía estratégica y la incapacidad de generar sus propios recursos marcan el mayor desafío del continente en décadas.

La brecha creciente entre Estados Unidos y sus aliados europeos quedó en evidencia con el discurso de J.D. Vance en Múnich, que generó fuertes repercusiones. Su mensaje reafirmó una postura aislacionista y cuestionó el rol de Washington como garante del orden global. Esto cayó como un balde de agua fría sobre los líderes europeos. Sin embargo, no debería haber sido una sorpresa. Hace un año, en esos mismos escenarios, expertos como Timothy Garton Ash y Niall Ferguson alertaban sobre la falta de conciencia en Europa de que estaba en guerra y la ausencia de inversión en defensa. Pero el continente desoyó las advertencias y afrontó la guerra sin los recursos ni la determinación necesarios.

Ante la guerra comercial de Trump, Europa busca competitividad

Para que Europa no repita los errores del pasado, el discurso de Zelensky en Múnich advirtió que Rusia no se detendrá en Ucrania y que Europa no puede ser un espectador en las negociaciones de paz entre Putin y Trump. Para evitar que Ucrania sea moneda de cambio en un pacto entre potencias, instó a que el continente asegure su lugar en la mesa y garantice un acuerdo que proteja su seguridad a largo plazo.

En Europa tomaron nota y buscan recuperar la iniciativa y evitar que el vacío que deja Estados Unidos sea aprovechado por Rusia.

En este sentido, el pasado fin de semana, el primer ministro británico laborista, Keir Starmer, junto a líderes de Francia, Italia, Alemania y otros países europeos, se reunieron en Londres con el presidente ucraniano y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, para diseñar un plan liderado por Europa con el objetivo de alcanzar la paz en Ucrania. Entre las medidas concretas, el Reino Unido anunció un préstamo de 2200 millones de libras y un financiamiento adicional de 1600 millones en exportaciones para que Kiev pueda adquirir más de 5000 misiles de defensa aérea. Además, acordaron formar una “coalición de los dispuestos” para elaborar un plan de paz que pueda ser presentado a Trump, así como el despliegue de una fuerza multinacional de mantenimiento de la paz con tropas de Francia, el Reino Unido y otros países.

Queda claro que Europa ha tomado conciencia de la necesidad urgente de actuar de manera cohesionada y proactiva en un mundo cada vez más multipolar. La gran incógnita es si, más allá de la voluntad política, será capaz de apuntalar las condiciones económicas para que eso sea viable.

La competitividad en jaque

Otro tema clave de la conferencia fue la guerra comercial iniciada por Trump y la creciente fragilidad de la economía europea. En la sesión “Guerra comercial y paz”, la canciller canadiense, Mélanie Joly, advirtió que, si Estados Unidos impone fuertes restricciones incluso a socios como Canadá, Europa debe prepararse para medidas aún más duras. Los términos friendshoring y nearshoring, tan mencionados en en la Conferencia de 2024, quedaron en el pasado, por lo menos con los norteamericanos. Pero la apuesta europea debería ser diversificar mercados para reducir su vulnerabilidad. En Múnich, Manfred Weber, líder del Partido Popular Europeo, insistió en la necesidad de acelerar acuerdos comerciales, en especial con América del Sur. En este contexto, el pacto Mercosur-UE, tras años de negociaciones, vuelve a ganar relevancia como alternativa para disminuir la dependencia de Estados Unidos en sectores clave.

Un aparte en la Conferencia de Seguridad de Munich: desde la derecha, el enviado especial de EE.UU. Keith Kellogg; el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance y el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, se reúnen con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenskyy, el 14 de febrero

Sin embargo, el desafío europeo trasciende a Trump. Otro nombre que resonó casi tanto como el de Vance en los paneles y reuniones privadas fue el de Mario Draghi. Aunque ausente en la conferencia, el expresidente del Banco Central Europeo marcó el debate con su artículo en el Financial Times sobre los “aranceles autoimpuestos” de Europa. Su postura es contundente: Europa debe dejar de lamentarse por los aranceles de Estados Unidos y enfocarse en sus propias trabas internas. Draghi advierte que las barreras regulatorias dentro de la UE actúan como aranceles, fragmentando el mercado y restando competitividad a sus empresas. En particular, señala que el exceso de regulación asfixia la innovación y frena el desarrollo de sectores estratégicos como el tecnológico.

La Argentina deberá moverse con cautela en un escenario en transformación

Según Stephanie Flanders, moderadora del panel “¿Estrellas en declive? Reviviendo la competitividad europea”, si en los últimos 25 años Europa hubiese crecido al ritmo de Estados Unidos, su economía sería tres billones de dólares más grande y dispondría de decenas de miles de millones adicionales para defensa sin necesidad de tomar decisiones difíciles. Con una Europa más competitiva, muchos de los dilemas discutidos en Múnich habrían sido irrelevantes. No se trata solo de una falta de voluntad política para aumentar el gasto en defensa, sino de una falta de capacidad económica para hacerlo.

Actores tecnológicos

En el mismo panel, Joel Kaplan, director de Asuntos Globales de Meta, advirtió que el exceso de regulaciones en sectores estratégicos, especialmente en inteligencia artificial, está asfixiando la innovación y frenando el desarrollo tecnológico en Europa. Su crítica refleja un fenómeno evidente: con Trump de regreso en la Casa Blanca, las tecnológicas estadounidenses se sienten más seguras para desafiar las normativas de la UE. La discusión ya no se limita al mercado digital; ahora plantea una cuestión más profunda: ¿podrá Europa sostener su modelo regulatorio mientras Washington impone barreras comerciales y protege agresivamente a sus gigantes tecnológicos?

Ya no hay dudas de que las tecnológicas han pasado de ser simples observadores a convertirse en actores clave del orden global. En 2024 asumieron el rol de guardianes de la integridad electoral al combatir la desinformación; en 2025, su influencia se extendió aún más al ámbito de la defensa y la seguridad. Sin embargo, su creciente protagonismo ha encendido alarmas sobre soberanía digital y control democrático. La estrecha relación entre los ejecutivos de Silicon Valley y el gobierno estadounidense plantea un dilema de fondo: ¿hasta qué punto las políticas públicas siguen siendo independientes frente al poder digital?

Mensajes para la Argentina

Cuesta encontrar señales de optimismo para la Argentina en el contexto actual; este mundo solo suma incertidumbre a nuestros propios desafíos internos. Sin embargo, al menos dos oportunidades emergen en este escenario.

Por un lado, los cambios en el comercio internacional abren la puerta para que la Argentina se posicione como un socio atractivo para el comercio y las inversiones. La búsqueda global de nuevos aliados podría permitirnos acelerar la firma de acuerdos comerciales estratégicos, facilitando una inserción más abierta y estable en el mundo, que trascienda los cambios de gobierno.

Por otro, la tendencia hacia la desregulación es una agenda que el país está adoptando con fuerza y que podría convertirla en un referente, al menos para Europa, en la construcción de un marco más flexible y dinámico para el desarrollo económico.

La Argentina deberá moverse con cautela en este tablero global en transformación. Sin perder de vista sus propios intereses, deberá evitar quedar atrapada en disputas de potencias. Parafraseando a Antonio Gramsci vía Slavoj Zizek: “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

El desafío será transformar la incertidumbre en oportunidad antes de que los monstruos terminen definiendo el futuro.

Economista y diputada nacional (Pro); participó de la Conferencia de Seguridad de Múnich