La paciencia, en un fútbol tan histérico como el argentino, es un privilegio que solo puede ser patrimonio de unos pocos. No es el caso de Boca. Anoche, el Xeneize detuvo su marcha en Rosario y los cuestionamientos hacia jugadores y cuerpo técnico volvieron a estar a la orden del día. Poco importó los seis triunfos consecutivos que habían dejado al equipo en los primeros puestos de la Zona A. Ni los tres encuentros sin goles en contra que posicionaron al conjunto de Fernando Gago como el menos vencido en lo que va del Apertura. No. Las esquirlas de la temprana eliminación en la Copa Libertadores aún persiguen a este Boca ciclotímico que es capaz de ganar y perder contra cualquiera, y que dio un nuevo paso justo cuando sus competidores se preparan para afrontar el máximo torneo continental. Esta vez, su verdugo fue el renovado Newell’s de Cristian Fabbiani, que llevaba 56 días sin victorias en casa y festejó con un 2-0 a lo grande en un Coloso a rebasar.
El partido, en realidad, no debió haberse disputado. En el calentamiento, Leandro Brey sufrió un profundo corte en su cuello, producto de un vidrio que cayó desde la tribuna local, donde se ubica el grueso de la hinchada leprosa. Minutos después, cuando Agustín Marchesin se prestaba a ocupar el arco, una lata de humo cayó muy cerca del arquero xeneize, por lo que el inicio del partido se demoró unos minutos. Se apostó, una vez más, a la falta de puntería de los violentos, que siguieron arrojando proyectiles ante la inacción de la Policía y del árbitro Darío Herrera.
Boca vivió una verdadera pesadilla. Porque peor que la caída fue el marcado retroceso marcado en el juego, los errores repetidos del DT, la falta de ocasiones de peligro, un nuevo gol de pelota parada y otra lesión muscular -la tercera consecutiva- de Ander Herrera, que ingresó en el entretiempo y dejó el campo cinco minutos después, sin siquiera esperar el cambio.
Newell’s golpeó en su primera llegada a fondo y con actitud y disciplina táctica manejó el trámite desde el comienzo del juego. No precisó la pelota para ser más agresivo y llevó a Boca a su terreno, lo apretó bien en el medio y no lo dejó jugar de acuerdo a su conveniencia.
El primer gol fue casi de baby-fútbol. Saque largo de Keylor Navas, peinada de Carlos González y corrida al gol de Luciano Herrera, que definió con una sutileza ante el achique de Marchesin, que volvió a sufrir goles luego de 301 minutos. El 1 a 0 dejó groggy a un Boca desorientado y sin capacidad de reacción. El Xeneize no encontraba los caminos para progresar y se repetía en centros desde la izquierda -particularmente de Lautaro Blanco, pero también de Kevin Zenón- que tuvieron la función equivocada de hacer crecer chichones en las cabezas de los defensores de la Lepra.
Boca se topó con un rival sacrificado y bien agrupado en defensa que lo forzó a tirar pelotazos o a jugar constantemente la pelota hacia atrás. Dentro del caos, tuvo oportunidad de meterse en el partido, pero no supo qué hacer con la pelota. Tomás Belmonte y Milton Delgado no fueron complemento; Alan Velasco, que jugó en lugar del sancionado Carlos Palacios (se ausentó a la práctica del lunes y Gago decidió no concentrarlo), volvió a quedar en deuda en su vuelta a la titularidad tras aquel fatídico penal contra Alianza Lima; Zenón fue de menos a más y, sin compañía, Milton Giménez y Edinson Cavani perdían casi todos sus duelos individuales.
Recién en el último cuarto de hora Boca consiguió mover la pelota de lado a lado y poner a Velasco en posición de gol, pero el ex Independiente definió desviado en su única jugada de riesgo. Fue el momento de Boca en el partido. Porque Newell’s empezó a sentir el desgaste y comenzó a dejar espacios a espaldas de sus volantes. Pero Boca no tuvo ideas ni creatividad. Y se frustró en el intento. Para colmo, cuando Gago ya empezaba a pensar en cambios, llegó el golpe de nocaut. Otro gol de pelota parada para irse 0-2 al entretiempo.
Como en los viejos partidos de visitante, Boca fue una sombra del de los últimos partidos en la Bombonera. Los primeros minutos de la segunda parte demostraron que no era la noche del Xeneize. Gago movió el banco y mandó a la cancha a Advíncula, Battaglia y Herrera para rearmar la mitad de la cancha y darle otra fluidez al juego del equipo. Pero el español duró un suspiro en el terreno y, ante la falta de variantes en el puesto, obligó al DT a seguir sumando delanteros sin sentido. Se salvó dos veces Boca en el amanecer de la segunda parte, cuando González y Gonzalo Maroni estrellaron sus remates en el palo y perdió todo tipo de esperanza cuando Cavani falló su chance de oro, luego de 41 partidos en el que al Xeneize no le marcaban un penal.
Una noche de terror que le pone un freno a la ilusión en el Apertura y abre, otra vez, un montón de interrogantes de cara a lo que viene.