En el sur de la Argentina, en la ciudad más poblada de la provincia austral, Río Grande, se encuentra la Misión Salesiana Nuestra Señora de la Candelaria. En el complejo fundado por la congregación religiosa de los Salesianos de Don Bosco, se constituyó una de las escuelas agrotécnicas salesianas.
Acá, los alumnos no solo estudian teoría, sino que también se ponen manos a la obra: elaboran dulces, vinos, aceites, yerba y hasta quesos. Lo recaudado de la producción artesanal se destina a propuestas educativas y de formación para el trabajo para jóvenes en contextos vulnerables.
En 1893, Monseñor Fagnano tomó la iniciativa de fundar la Misión Salesiana de Nuestra Señora de la Candelaria, con el objetivo de ayudar al pueblo Selk’nam, un pueblo indígena que habitó la isla Grande de Tierra del Fuego.
“La comunidad era perseguida, acosada, hostigada y asesinada en manos del hombre occidental”, explicó Carlos Martinic, quien está a cargo del Archivo histórico de la Casa Salesiana Don Bosco. “La pregunta fundante es ‘¿Cómo los ayudamos?’ y la única respuesta que encontraron fue intentar de integrarlos a la sociedad que se les estaba imponiendo de la manera menos traumática posible”, dijo.
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Los salesianos se dedicaron a la administración de una estancia, que tenía carácter educativo. Desde distintos espacios de fueron, fueron enseñando a los nativos Selk’nam a trabajar con el ganado, cultivar, construir, entre otros. Por su lado, las Hijas de María Auxiliadora hicieron lo mismo con las nativas, aunque se trataron de tareas más de la época: canto, bordado, tejido, hilado, cocina, etc.
Hacia mediados de la década de 1920, con los sobrevivientes de la comunidad originaria incorporada en la sociedad civil de Río Grande, la misión de los salesianos había perdido sentido. Sin embargo, con ayuda, decidieron transformar el lugar en una escuela agraria que iba a ser un espacio de formación para todos los jóvenes de Río Grande.
En la actualidad, la misión del colegio está centrada en la promoción de la juventud. “Se los acompaña a través de las distintas actividades a encontrarse como miembros activos y comprometidos de la sociedad”, informó Martinic, y agregó: “Los estudiantes recorren a lo largo de su trayectoria escolar distintas secciones didáctico-productivas y en ellas trabajan con pollos, vacunos, ovinos, cerdos, caballos y especies vegetales, además de otros espacios como carpintería, electricidad, etc. Se producen pasturas, verduras, lana, pollos, carne… un poco de todo”.
Durante el séptimo año, los espacios didácticos-productivos están pensados como industrias a pequeña escala, donde los estudiantes pasan por tres espacios: chacinados, dulcería y quesería, donde las estrellas son los quesos de oveja y vaca.
“Participar en la elaboración de productos significó bastante para mi. Es genial saber todo el proceso que lleva fabricar un producto apto para el consumo teniendo en cuenta todos los factores que entran en juego”, expresó Tomás Narvaes, exalumno. “Por ejemplo, conocer de los puntos de maduración de las frutas para producir una mermelada o conocer sobre la contaminación que se puede crear si no se tienen ciertos cuidados en el momento de la elaboración”, añadió.
Cada año se propone a los grupos de estudiantes realizar distintas tareas de servicio, donde ponen en práctica los conocimientos adquiridos. Desde la escuela acompañaron a los alumnos a jardines y escuelas para crear y mejorar espacios de producción, micro túneles, invernaderos en la ciudad de Tolhuin y en escuelas rurales. Además, brindan talleres para las familias sobre la producción de alimentos.
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“El trabajo educativo en la Misión también tiene un impacto positivo en la educación de otros jóvenes en distintos puntos del país”, dijo Martinic. “Porque las empresas que adquieren los productos de escuelas agrotécnicas salesianas a través del programa están dándole la oportunidad a muchos jóvenes de seguir estudiando y formándose para el trabajo, especialmente en aquellas zonas donde la vulnerabilidad es mayor y las oportunidades para esos jóvenes son más escasas”.
De cara al futuro, la institución busca dar una mejor respuesta a los desafíos que se presentan en el mundo actual. “Creo que uno muy importante es la conciencia ecológica y el bienestar animal. En esto de la ecología, está bueno conocer el lugar donde vivimos y conocer Tierra del Fuego. Por último, tenemos la convicción de que solos no podemos; por eso la escuela busca la colaboración entre lo público y privado, por lo que nos encontramos trabajando con el estado municipal en materia de soberanía alimentaria”, continuó.
La escuela abre sus puertas a cualquier persona que quiera conocer el Museo Monseñor Fagnano, recorrer los cuatro monumentos históricos nacionales que forman parte del patrimonio de la obra y adquirir los productos que fabrican en la escuela.
“Participar y colaborar en la elaboración de los productos me benefició en la vida, porque había cosas que no tenía en cuenta a la hora de cocinar. Aprendí a elaborar cosas nuevas y a utilizar materia prima autóctona”, rescató el exalumno. “Además, lo que más valoro es la buena predisposición de los profesores y preceptores para acompañar a los alumnos. Si necesitabas hablar, te hacían saber que están para cualquier cosa”.
“Nos encantaría que la Misión siga siendo ese faro, que siga mostrando que es posible producir en Tierra del Fuego: que la producción local y la elaboración de productos son una alternativa y una salida que puede ayudar a las personas en situación de vulnerabilidad. Con más de 130 años de historia, seguirá siendo un lugar de innovación y de búsquedas personales y comunitarias, que por sobre todas las cosas tengan a los pibes y las pibas en el centro”, finalizó Martinic.