De pequeño Antonio Birabent debió exiliarse junto con su familia en Madrid. Su padre –el gran Moris, creador de “El oso”- se marchó del país en 1975 por la falta de trabajo y el clima sociopolítico que se vivía, antesala del inicio de la dictadura.
Cuando regresó a Buenos Aires, 10 años después, en plena primavera democrática, se encontró con otra realidad y otra ciudad que lo inspiraron. Allí empezó a escribir y a amontonar canciones, sin tener en claro aún que seguiría los pasos de su padre. Fue justamente una nueva versión del icónico tema de su progenitor el que más tarde le abriría las puertas de la industria discográfica. Ahora lleva grabados casi 30 discos y es una figura del rock por propio peso -más allá de la estirpe familiar- además de actor, con destacadas participaciones en películas, series y programas de televisión.
Para celebrar los 35 años de carrera musical y los 30 de su primer álbum (Todo este tiempo), acaba de editar su primer disco en vivo (grabado en Rosario y con su nueva banda), llamado justamente así: En vivo (en paralelo al lanzamiento de otro completamente instrumental: La lengua insegura, que reafirma su perfil de artista hiperproductivo). Próximamente presentará el nuevo opus en una gira nacional que abarcará Córdoba, Mendoza, San Juan y Buenos Aires (más un show ya confirmado el 26 de marzo en el porteño Café Berlín).
-¿Qué balance hacés de tus 35 años como músico profesional?
–En 1990, cuando yo trabajaba como periodista en El Cronista Comercial, me sumé a la banda de mi padre. O sea que empecé a hacer dos cosas en simultáneo, algo que luego fue muy común en mi vida. Al toque él hizo unos shows en el Teatro Coliseo y ése fue mi arranque profesional, cuando por primera vez cobré por tocar. Este año no solo se cumplen 35 años de carrera profesional sino 30 de mi primer disco. No soy muy de festejar, pero alguien me propuso hacer una gira para celebrar el doble aniversario y aquí estamos. Lo que me gusta de todo esto es rever las viejas canciones, aquellas que incluso escribí antes de dedicarme profesionalmente a la música, como “A mí la lluvia” y “Salí a caminar”. Por otro lado me da nostalgia pensar en el Antonio que fui y en la Buenos Aires que me albergaba.
-¿Por qué?
-Yo tengo una obsesión por la ciudad que ya no está, por todo lo que ha desaparecido. De ahí proviene mi amor por el tango y la memoria. Digamos que las transformaciones me cuestan… En fin, que soy un conservador (risas). En medio de esta revisión de temas me acordé de mí mismo caminando por una ciudad sin celulares. Pero, ojo, sí con walkman, lo que destierra aquello de que antes todo el mundo estaba muy atento. Precisamente, cuando regresé a Buenos Aires después del exilio de mi familia en España, en 1987, lo que más me llamó la atención fue la cantidad de gente con walkman y con perros en la calle. Mi mirada sobre la ciudad, después de tantos años en el exterior, era prácticamente virgen. Caminaba de un lado a otro, asombrado, con un cuadernito en la mano, y escribía más de lo que tocaba. Así nacieron todas las canciones que luego conformarían mi primer álbum: Todo este tiempo.
-¿Te considerás un hombre melancólico?
-Absolutamente. Pero activo. Porque hay una melancolía que es tristona, depresiva y pasiva, una melancolía que te lleva a no hacer. A mí la melancolía me motoriza, me pone en claro que he hecho muchas cosas y he pasado por muchos lugares. Hoy camino por la ciudad y me digo: aquí hice esto, aquí hice tal otra cosa, aquí conocí a alguien. Todo eso me alimenta y hace que me siga sintiendo cercano al espíritu de la ciudad, a pesar de que cada vez está más habitada por extraños, por personas que no son porteños. Pero, bueno, al fin y al cabo, el porteño es una mezcla. Por eso, cuando puteo un poco contra esa ciudad que a veces me parece ajena, digo: bueno, tal vez la esencia del porteño sea ser ajeno.
-¿Cuáles son tus discos favoritos de los que grabaste, y por qué?
–Algunos no se conocen, pero ya deben ser como 30. ¡Perdí la cuenta! A mí me gustan mucho Anatomía, que es un disco entre misterioso, electrónico y de viajes; Cuerdas, que es raro, en el que canto con un quinteto de cuerdas; Familia canción, que hice con mi papá; y también Azar. Lo que me gusta, en general, de mis discos, es que son muchos y bien variados. No puedo parar de grabar discos. Sólo en los últimos meses lancé dos: En vivo y La lengua insegura, un álbum absolutamente instrumental. Y recientemente, en los 15 días que estuve de vacaciones en Córdoba, terminé de armar en mi cabeza uno con un repertorio de canciones que son tangos, que quiero sacar en algún momento.
-En tu nuevo disco, el primero en vivo de tu carrera, reunís buena parte de toda tu producción. ¿Cuál fue el criterio de selección de temas?
–Azaroso. Por lo pronto, no pensaba sacar un disco en vivo porque no me gustan. Fue mi productor (Juan Manuel Almada, de Eureka Pop) el que motorizó todo este festejo, disco en vivo incluido. Insistió tanto que acepté, y ahora que lo veo hecho realidad me gusta. Siempre pensé que los discos en vivo no aportaban demasiado artísticamente. Para mí eran recursos comerciales de otra época de la industria, para obtener exclusivamente dinero o porque un artista no tenía nada nuevo para decir. Y yo, para bien o para mal, siempre le he escapado a esas obligaciones comerciales. Además, siempre he tenido algo para ofrecer; si no, no hubiera sacado 30 discos y me hubiera contentado con 15. Este disco representa un momento, el que estoy viviendo junto con mi nueva banda de pibes muy jóvenes, que no superan los 27 años. ¡Ellos nunca habían escuchado mis discos! Así que la mirada que tienen sobre todos mis temas es absolutamente virgen. Son parte de otra generación y por lo tanto vienen con otra energía. Ellos me propusieron qué canciones hacer y grabar. Y yo confié en ellos: fui y canté. No me encargué de nada más, solo hice un par de comentarios, acepté todos sus arreglos y me dejé llevar, lo cual no es muy usual en mí. Y el disco en vivo refleja que eso salió bien.
-Además de ofrecer una síntesis de tu carrera, incluís tres covers de leyendas del rock nacional: “Rock and Roll y fiebre”, de Pappo; “Me gusta ese tajo”, de Pescado Rabioso, y “Jugo de tomate”, de Manal. ¿Por qué no, también, algún tema de tu padre?
–En mis recitales, con esta nueva banda, tocamos “El oso”, pero siento que ya lo he promocionado mucho. Recordemos que hace treinta y pico de años lo canté en (el filme) Tango feroz, y luego grabé con él una versión orquestal del tema. Siento que el homenaje a mi padre ya está, por eso elegí hacer otros tributos, a través de tres canciones que amo y que me devuelven a mis comienzos. Porque yo, en el 90, escuchaba mucho blues y rock and roll. Mi primer disco es así, de blues y rock and roll, de hecho hay una canción que se llama “Blues del 55″, que es un blues hecho y derecho. Por otro lado, el rock and roll siempre me ha gustado y lo llevo muy adentro. Si bien a lo largo de todos estos años he editado muchos discos que son más ambientales y elegantes, a mí me tira mucho el rock and roll, el de cantante e intérprete. Mis referentes son los artistas que agarran el micrófono y cantan; que no tocan, y si lo hacen, es solo algo circunstancial. Hacía mucho que no estaba en ese rol, el del cantante que llega a un escenario sin cargar una guitarra. Parece un detalle menor, pero no lo es. Porque los cantantes que realmente admiro no tocan la guitarra mientras cantan.
-¿Por ejemplo?
–Luis Miguel. Sinatra, Presley, Favio, Gardel. Ellos son los que más admiro. Por eso en este nuevo disco, en vivo, lo que quise destacar es al Antonio cantante, al Antonio intérprete.
“No fuerzo nada”
-Volviendo a tu padre, ¿cuán estimulante o atemorizante fue su figura a la hora de decidir dedicarte a la música?
–Nunca me dijo que me dedicara a la música ni me envió a estudiar guitarra. Recién cuando vio que mostré inquietud, me ayudó. Me llevó a estudiar bajo y batería, o me enseñó él mismo a tocar. Entiendo que su proceder fue tan respetuoso como estimulante. Yo hago lo mismo con mi hijo, no fuerzo nada. Por eso, cuando me preguntan si quisiera que él siguiera mis pasos, siempre digo: solo si él quiere. Lo que sí hice desde pequeño es acompañar a mi padre a sus shows y a sus entrevistas, como ahora está mi hijo aquí, al lado mío, en esta nota. Y así fui conociendo el mundo de la música desde adentro. En fin, mi padre nunca resultó una traba. Siempre sentí que gracias a él había conocido un oficio que luego terminó siendo también el mío.
-Si desde joven descubriste cuál sería tu oficio, ¿por qué empezaste a trabajar en el medio como periodista?
-Porque necesitaba plata. Y como me gustaba escribir y mi madre tenía un contacto en El Cronista Comercial, empecé a trabajar allí. El mismo Eduardo Eurnekián (por entonces dueño del periódico) me dio empleo. Me preguntó sobre qué tema sabía algo, le dije que de música, y ahí quedé. De esa etapa tengo los mejores recuerdos. Viví la última etapa de la bohemia periodística: nunca fichábamos y si resolvías tu trabajo en dos horas te ibas a tu casa. Yo me sentía más cerca de Roberto Arlt y del periodismo lumpen, literario y libre que del operario robótico, que ficha y escribe a pedido como un autómata. Para mí ese trabajo fue una plataforma. Yo aproveché toda esa libertad que me daban para hablar con Roberto Goyeneche, con Susana Rinaldi, con Juan Carlos Copes; en fin, con grandes del tango, un género que, como ya lo he dicho, siempre me interesó.
-¿Y cuándo decidís abandonar el periodismo y abrazar la música?
-Fue todo muy simultáneo. Entré a El Cronista Comercial en 1990, con 20 años, y ya estaba ensayando con mi papá para tocar en el Teatro Coliseo y luego, al año siguiente, hacer una gira por todo el país. En cuanto a mi música, yo venía escribiéndola desde hacía bastante. Lo que cambia todo es cuando me convocan para participar en el filme Tango feroz (1993) y ahí la gente de BMG me escucha cantar “El oso”. Inmediatamente me proponen grabar un disco y ahí comienza mi carrera solista. Y a esa película, que me brindó el contrato con la grabadora, llegué porque alguien me vio conduciendo por TV el programa Rocanrol (1992), por América TV. Luego Marcelo Piñeyro se enteró que era hijo de Moris y me convocó para dar una prueba de cámara, que aprobé. No me quito méritos, pero digamos que tuve mucha suerte, porque estuve en el momento y el lugar correctos. Encima después, cuando sale lo del disco, me dicen que lo va a producir (el chileno) Carlos Narea, que venía de trabajar en “El amor después del amor”, de Fito Páez. Con él, finalmente, elegimos las 12 canciones que quedaron en Todo este tiempo.
-¿Tu inicio en la actuación fue por pura casualidad o algo que en algún momento evaluaste y propiciaste?
-Yo no lo busqué. Con Fernán Mirás y Federico D´Elía había participado en un taller intensivo de actuación de (la entrenadora y directora norteamericana) Joy Morris, que se llevó a cabo en El Codo, sí, pero con la única intención de “ablandarme” un poquito en el escenario a la hora de tocar. Pero Adrián Suar se enteró y les preguntó a Fernán y Fede: `Che, ¿Antonio está para actuar?´. Los dos, con absoluta generosidad, le dijeron que sí y es entonces cuando Adrián me llama para hacer (el exitoso unitario) Verdad/consecuencia. Y a partir de ahí, además de tocar en vivo y grabar discos, no paré de actuar. Por ejemplo, hice tres películas al hilo: Pequeños milagros, El impostor y ¿Sabés nadar? Después, en 2014, participé de Epitafios, la primera serie argentina emitida por HBO. Para ese entonces yo ya tenía como 10 discos grabados y mantenía independientemente mis carreras de músico y actor.
-¿Cuáles son los trabajos actorales que más te llenan de orgullo?
–A mí me gusta mucho lo que logré en El impostor, la película de Alejandro Macci, que para mí es una de las mejores de los últimos 30 años y un anticipo de lo que hoy hace Lucrecia Martel ; también Perfidia, la serie que dirigió Juan Pablo Laplace; y Por ese palpitar, una serie no muy conocida (que se vio por América TV) que hicimos con Andrea Pietra, Emilia Mazer y Carlos Santa María. También Epitafios y una serie que hicimos en Brasil, que se llamó Supermax y que no tuvo mucho éxito. A veces lo que uno rescata de un trabajo o de un producto televisivo o cinematográfico no es necesariamente lo que rescata la gente. Yo rescato siempre la experiencia, que en este último caso significó vivir dos meses en Rio de Janeiro, hacer grandes amigos y ser dirigido por Daniel Burman. Otro trabajo que atesoro entre los mejores de mi carrera fue el de El tiempo no para, una ficción que me parece maravillosa.
-Al principio eras convocado para interpretar roles de seductor; luego te empezaron a llamar para personajes conflictuados o directamente oscuros. ¿En qué área del arco interpretativo te sentís hoy más cómodo?
–Con el tiempo me han llamado mucho para hacer de perverso, parece que me sale bien (risas). Y aunque me han convocado muy poco para encarnar personajes humorísticos, cuando los he hecho me han gustado mucho. Por ejemplo, lo que me tocó hacer en el programa especial de la Fundación Huésped para El Trece, que dirigió en 2015 Ariel Winograd: Dispuesto a todo. De todos modos, sí, me gustan más los personajes oscuros o un tanto irreales. Como el que me acaba de tocar en la serie próxima a estrenarse de Amazon Prime: Amor animal. Allí hago de padre de un muchacho de 30 años, de Franco Masini. Increíblemente empecé en la televisión, con Verdad/Consecuencia, también haciendo de padre. Por entonces yo tenía 26 y mi hijo en la ficción, tres.
El rol más encantador
-Tenés un hijo de 14 años: Oliverio. ¿Cómo te llevás con el rol de padre en la vida real?
-Ser padre es la tarea más difícil y más encantadora. Un hijo es una bomba atómica que explota para que nada vuelva a ser igual. En general los padres no reconocen esto, solo hablan de “las flores”, de lo bonito de la paternidad. Para mí la parte amorosa de la paternidad es tan evidente que no hace falta nombrarla. De lo otro es de lo que hay que hablar. Es que este ser que está acá, muy cerca de mí [N. del R.: Oliverio presenció buena parte de la entrevista sentado junto a su padre y luego optó por retirarse a otra mesa] es el que me trae más alegrías y más desgracias. Ser padre no es solo una experiencia “bonita”, esa es una mirada un poco tonta sobre la paternidad.
-En tu libro Tres, que publicaste en 2022, abordaste, entre otros temas, la relación con tu padre y tu hijo. ¿Cómo es hoy el vínculo con cada uno de ellos?
–Con mi padre es una relación estable. Quiero decir con esto que tenemos una relación que va por un carril firme. Hablamos siempre de lo mismo, al punto que parecemos una obra de teatro. Tenemos siempre los mismos diálogos, casi de una forma guionada, pero por otro lado la relación es absolutamente genuina. Volvemos a hablar una y mil veces de cómo canta Luis Miguel, de Elvis Presley, de Little Richard, de Frank Sinatra y del tango, siempre del tango. Pero lo hacemos siempre como si fuera la primera vez. Con Oliverio la relación es… la improvisación permanente. Porque me tengo que acomodar a un pibe de 14 años que es muy independiente, tiene mucho carácter, no le gusta estudiar y a veces me obliga a replantear mis argumentos. Lo bueno es que tengo una cercanía con él que no tenía, a su edad, con mi padre. Yo no tenía una relación muy cotidiana con mi padre, él siempre estaba en su mundo. Pero, ojo, cuando tenía que estar estaba. Y eso se lo reconozco y agradezco.
-¿Un ejemplo?
-Cuando regresamos del exilio, aquí aún existía la conscripción. Me sortearon y saqué número bajo. Eso, en teoría, me exceptuaba de hacer el servicio militar. No obstante, existía el riesgo de que cuando fueras al regimiento para que te firmaran la libreta, si había pocos conscriptos, te dejaran adentro. Y una vez que entrabas no volvías a salir por un año y medio. Entonces mi padre me acompañó hasta el Regimiento de Patricios, me dejó esperando en el auto y entró él. No me preguntes qué hizo ni qué dijo, pero salió con la libreta de enrolamiento firmada y, de alguna manera, con mi pasaporte a la libertad. Ese es mi padre, por eso no tengo nada que reprocharle.
Agradecimiento: Kopi Café (Agüero 1468)