En el invierno de 2022, Rubén Insua, el restaurador de San Lorenzo de la última década, tomó nota de la falta de dólares y con una sola idea, anotó un nombre en un borrador. Andrés Vombergar, decía. Delantero, de un metro 87, nacido en Villa Luzuriaga con destino exótico. Primero, Ituzaingó, Fénix, Los Andés. Luego, Eslovenia, Rusia, México. Rubio, alto, ojos claros, de sangre eslovena y pasión por hacer goles en cualquier momento y lugar.

Cuenta su historia que asistió a una escuela eslovena en la Argentina y hasta alguna vez dijo que aprendió primero a hablar en ese idioma antes que en español. En ese pequeño país lo llaman Andrej y suele ser citado para el seleccionado. ¿Cómo lo descubrió el Gallego? “Nosotros buscábamos traer uno o dos delanteros, y la primera referencia es gracias a un gran amigo, como Damián Troncoso, técnico de Berazategui. Él nos había hablado muy bien de Andrés, que lo tuvo en Ituzaingó”, contó el DT que ahora se desempeña en Barracas Central.

Ruben Insua le da indicaciones a Andrés Vombergar, antes de definir un partido para San Lorenzo

¿Y qué más hizo? “Después buscamos información, miré entre 10 y 11 videos, sobre todo del último año. Me gustó y luego cerramos el círculo indagando sobre su conducta privada y profesional. Tuvimos todas la referencias que buscábamos y creímos que podía ser un jugador que nos sería útil. A partir de ahí, el club empezó a hacer gestiones a través de Matías (Caruzzo, un antiguo manager) y luego de que llegó, en los entrenamientos nos encontramos con lo que esperábamos”, detalló.

Hizo las inferiores en Ituzaingó, tuvo un breve paso por River (estuvo en la sexta y la quinta división), volvió al club del Oeste y debutó en la Primera C. “Es un jugador muy interesante. Para mí, cuando uno va a buscar un refuerzo lo importante es lo que hizo el último año y lo decisivo son los últimos seis meses. Él hizo inferiores en River, le tocó jugar en el ascenso, pasó por Europa tres o cuatro años y venía de México. Un cúmulo de factores que terminan redondeado su actualidad. Ojalá se quede por un largo tiempo”, contaba el Gallego.

Le decían “alemán”, en San Lorenzo se convirtió en “Bomba”, por la primera parte de su apellido. Cada gol, fue un bombazo. Fueron 11 gritos en 37 presentaciones, lo que le permitieron cambiar de aire, otra vez, fiel a su estilo de trotamundos. El Ciclón, además, vivía en las repetidas angustias existenciales, entre ellas, deudas y falta de divisas. Se fue a Emiratos Árabes y volvió, en silencio, sin goles, maquillado en lesiones, con murmullos de la gente, que además se metía en su cuenta bancaria. Abultada, según decían y comparaban.

Meses antes, el Gallego lamentó su salida. “El jugador se acercó a hablar conmigo el día domingo, me dijo que tenía esa opción y quería saber mi opinión: le dije que el equipo lo va a necesitar hasta que termine el campeonato. Y anoche tuve una charla con la dirigencia del club y por lo que me comentaron… no parecería ser eso lo que va a pasar”, revelaba, con detalles y cierta picardía futbolera.

El grito de gol contra Talleres

No se sentía a gusto, no estaba cómodo. Ni goles ni amores. El esloveno era un apellido prohibido en el Mundo San Lorenzo, en donde fue querido, hasta admirado. En el verano, antes de un nuevo desgarro, tomó nota del amor-odio que tantas veces envuelve al fútbol. Y se hizo público.

Con contrato hasta diciembre de 2025, el elevado valor del vínculo y el deslucido trayecto en la segunda temporada (que no siempre son buenas) parecían encaminar su salida de Boedo. Era uno de los apuntados (desde los hinchas, pasando por los dirigentes) para buscar un nuevo horizonte, pero en enero pasado se concretó una negociación determinante que transformó el rumbo.

Según se supo, semanas atrás se mostró dispuesto a bajarse el sueldo con tal de seguir vistiendo la camiseta azulgrana y revertir la imagen de ese último semestre, en el que disputó 20 partidos y apenas marcó un gol, de penal ante Boca, en la Bombonera, en un 2-3 caliente. Ya había resignado dinero meses atrás para marcharse de Ittihad Kalba y volver a vestirse de azulgrana. Se dijo que llegó a bajarse un 60 por ciento de su salario y que la deuda se iba a administrar en base a sus logros sobre el césped. Algo más que un gesto.

Su último gol había sido el 19 de agosto pasado: pasaron más de 5 meses de ese último grito, hasta los dos en continuado que acaba de sellar, para sorpresa de todos. El 1-0 a Talleres, cuando salió al rescate del Ciclón desde el banco cuando amenazaban las tormentas de los murmullos, y algo parecido ocurrió este miércoles, al señalar el primero del 2-0 contra Gimnasia, en el Bosque.

Dos goles en 68 minutos. Miguel Russo, otro conductor de ideología equilibrista, de la misma generación de cuando se jugaba con medias bajas, le abre la puerta. “Se quedó a pelearla, pasó muchas lesiones, hay que acompañarlo, ayudarlo. Lo vamos llevando de a poco. Hace goles, está bien y se quiere quedar en el club”, sostiene.

A los 30 años, Vombergar siente un volver a vivir. Justo ahora se viene River, este domingo, en el Nuevo Gasómetro. La gente ya no corea su nombre, su apodo, pero este prólogo de 2025 es una señal. “Cualquier jugador quiere jugar esta clase de partidos. Todos luchamos por un puesto, pero la decisión que tome el cuerpo técnico estará bien. Va a ser un lindo espectáculo y la gente va a copar el Gasómetro. Hay que provechar este envión y esperemos dejar los tres puntos en casa”, cuenta.

“Estoy contento, estoy bien, las molestias quedaron atrás”, insiste. Y no se refiere solamente a las físicas: el festejo con el corazón en la mano es la mejor muestra.

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