CÓRDOBA.– Cada vez es más baja la edad de inicio de los adolescentes en el consumo de alcohol y, aunque el fenómeno no es nuevo, sí esta tendencia preocupa y alerta de manera creciente a los especialistas. Los médicos se encuentran con cuadros graves como pancreatitis, hepatitis agudas y cirrosis avanzadas en jóvenes de menos de 20 años. La clave, coinciden las fuentes consultadas por LA NACION, está en “las previas” (reuniones antes de las salidas) y también en la incapacidad de la mayoría de los padres para poner límites. La situación “se naturalizó”, sintetizan.

“Cuando me desperté, vi que no tenía ropa interior”; “No sé qué pasó, tengo un blanco”; “Tomo porque me animo a hacer cosas que, de otra manera, no”; “Si no tomo, mis amigos me cargan”. Esas son algunas de las frases que médicos, psicólogos y psicoterapeutas escuchan cada vez más frecuentemente. “Y los padres, ¿qué dicen?”, pregunta este diario. En las respuestas se repiten conceptos como “resignación” e “impotencia”. El consumo de alcohol convive con el auge de las apuestas online y con las tecnoadicciones.

Según los datos de la Encuesta Nacional sobre Consumos y Prácticas de Cuidado 2022, que es la última oficial disponible (realizada por el Indec y la Sedronar), la edad media de inicio en el consumo de alcohol es de 17,1 años en varones y de 18,5 años en mujeres. Los expertos sostienen que no es lo que ven en la realidad; consultados, precisan que no hay mayores diferencias entre los sexos y las clases sociales, salvo el precio de las bebidas que compran.

Enrique Orchansky, pediatra con 40 años de experiencia, docente de la cátedra de Pediatría de la Universidad Nacional de Córdoba y autor de varios libros sobre la infancia, enfatiza: “Hace diez años veíamos que empezaban a tomar entre los 15 y 16, ahora ya es a los 13. Ese el promedio del debut. Físicamente no están en condiciones de recibir tanto alcohol, es lo que llamamos ‘consumo excesivo episódico’, un ‘atracón’ de alcohol”.

Silvia Cabrerizo, pediatra toxicóloga del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez y secretaria del Grupo de trabajo de Adicciones de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), refuerza con que hace unas décadas las cirrosis se veían en gente de más de 60 años “y hoy, a los 20 esto está pasando: hígados muy dañados. Hay casos de intoxicación aguda, depresión sensorial, coma alcohólico, episodios de blackout en los que quedan vulnerables y no saben qué pasó”.

Hay casos de intoxicación aguda, depresión sensorial, coma alcohólico, episodios de blackout en los que no saben qué pasó

La Tercera Encuesta Mundial de Salud Escolar de 2018 reveló que el 77,1% de los adolescentes argentinos de 13 a 15 años consumió alcohol por primera vez antes de los 14. Además, siete de cada diez compraron bebidas alcohólicas pese a la prohibición por ley. En ese punto, Cabrerizo advierte que el desarrollo cerebral termina entre los 21 y los 25 años, “no se condice la seguridad legal con lo biológico; cuanto más precoz el consumo, más daño”.

Ambos médicos apuntan que en las previas circula alcohol de alta graduación como gin, vodka, ron (unos 40 gramos cada 100 ml) y fernet (28 cada 100). La cerveza es más frecuente en adolescentes de más edad. Pero el hígado, hasta alrededor de los 20 años, no puede procesar tanto alcohol masivo. “La intoxicación aguda cede después de seis u ocho horas, pero a largo plazo es un tóxico sistémico y puede llevar a cirrosis, pancreatitis, alteraciones neuropsiquiátricas, hematológicas, síndrome de abstinencia”, sintetiza Cabrerizo.

Orchansky cuenta que tiene un paciente que está por cumplir 18 años y espera un trasplante hepático; consume alcohol desde los 14 en las previas. Además de esos daños, están los provocados al desarrollo neuronal, el “efecto idiosincrático”. Aclara que cada persona responde distinto a la misma dosis de alcohol: “A algunos no les hace nada; a otros les rompe las uniones neuronales, hay falta de concentración, problemas de sueño, pérdida de masa muscular”.

Padres y pares

La Fundación Padres viene trabajando con el alcoholismo entre niños y adolescentes desde hace unas dos décadas. “El problema se profundizó y se naturalizó –dice María Pía del Castillo, psicopedagoga y directora ejecutiva de la entidad–. La ludopatía digital desplazó la atención del consumo de alcohol, pero es muy complejo lo que se vive. Estamos atravesando un momento de salud mental delicado en esas edades que encuentran una vía de escape en estas adicciones. Hay muchos daños asociados”.

Para el psicólogo Alejandro Schujman el foco del problema es el “estado de resignación y apatía de los adultos. Domina la creencia de que todos toman y es una cuestión habilitada”, describe y señala que el problema se registra en todo el mundo. Reconoce que también juega un papel importante la presión de los pares. Un factor que mencionan las fuentes es que, por ejemplo, a los que practican deportes no les insisten en que tomen; como “un punto de anclaje que es un factor de protección al que el grupo no contradice”, lo describe Schujman.

María Zysman, psicopedagoga y directora de la ONG Libres de Bullying, ratifica que a los 12 o 13 años hay chicos y chicas que “coquetean” con el alcohol y vuelve sobre el querer ser parte. “Si para pertenecer tienen que tomar, lo hacen, y a veces en las mismas casas admiten que sea así. Los padres esperan que otros pongan los límites, como ya vimos con la norma del uso de celulares en clase que salió en la ciudad de Buenos Aires, y las escuelas reciben a los chicos borrachos porque. si no, terminan acusadas de abandono de persona. Entonces es como un acuerdo tácito”, detalla.

También juega un papel importante la presión de los pares

Los dos pediatras subrayan que la actitud de los padres puede ser “por desconocimiento o por naturalización”. Cabrerizo sostiene que “no se percatan del riesgo que implica esa cantidad de alcohol. El festejo pasa por consumir y se pierde la noción de riesgo”. Por su lado, Orchansky considera que hay una minoría que les prohíbe tomar a sus hijos (”y de ese grupo, pocos lo logran”). Caratula como el “más peligroso” al grupo que esgrime “organizo en casa y controlo”; el médico insiste en que “creen que tienen el control, pero los chicos llegan con botellas. No dimensionan, no quieren o no pueden ver el peligro”.

Los deliveries que entregan alcohol a quien lo pide sin ningún chequeo y la venta en kioscos son moneda corriente. Por efectos del alcohol en exceso hay impulsos violentos, peleas, pérdida de control sobre sus acciones. “Hay historias de actos graves en el corto plazo y otros que terminan en tragedias –continúa Schujman–. En las fiestas de 15, hay piquetes si les plantean que no habrá alcohol, extorsionan a la cumpleañera y a la familia. Los padres deben recuperar el sentido común, si a un nene de tres años no le dejan meter el dedo en el enchufe, a uno de 14 no lo tienen que dejar tomar”.

Cuál es la salida

Que los padres asuman su rol es el primer paso hacia una solución que mencionan todos los que hablaron con LA NACION. Detrás alinean que haya más charlas entre los jóvenes, entre los que sufren las consecuencias del consumo excesivo relaten al resto lo que sucede- También, que el alcohol deje de ser protagonista de las publicidades.

Los papás no nos estamos bancando el aburrimiento –admite Zysman–. Los chicos juntan figuritas y si les faltan, ellos van y las compran. No quieren que esperen, que tengan frustraciones y, entonces, nada les alcanza. La adolescencia tiene angustia existencial y el alcohol anestesia. Encima, es de fácil acceso. Las redes, en las que están mucho tiempo, les muestran alcohol, diversión, influencers, todo junto. Todos esos factores generan un escenario complejo”.

Del Castillo subraya que en la fundación trabajan para que los padres “nos hagamos cargo de lo que nos corresponde, poner límites, empujar la autoestima, lograr comunicación familiar” y también en campañas como “Menores ni una gota”, impulsada junto con la Federación Argentina de Destilados y Prevención, u otra que realizan con Cervecería y Maltería Quilmes, “Entrenadores de valores”.

Experiencias que Schujman realiza y que, en varios casos, funcionan es la de armar redes de familias que “pongan fin al disparate”. Sostiene que los chicos “se niegan, protestan, organizan fiestas paralelas”, pero algunos grupos logran su objetivo. “Los padres tienen que decidirse a tomar las riendas. Ningún adolescente se va a traumar, sí lo hará si sufre un coma alcohólico. Hay que gestionar espacios saludables que contrapesen”, concluye.