Sonó el despertador del 1° de febrero, el Sol encendió el día y fue cruzando el cielo, perseguido por una escolta misteriosa. Sábado, cambio de quincena, lejos de toda rutina, medio país camina con vacaciones en la cabeza. Planes, recuerdos, playa, montaña. ¿Cuántos miraron hoy hacia arriba y descubrieron, al lado del Sol, una estilizada Luna con forma de C? Y más sutil aún, debajo de la Luna, un punto brillante. Durante el día fueron apenas visibles entre los rayos de Apolo, pero tras el ocaso, la Luna cortará la penumbra como una hoz y el punto brillará más que cualquier otro, revelando su resplandeciente personalidad: Venus, el planeta de la diosa del amor.
Toda la Argentina podrá contemplar, hoy a simple vista, una conjunción astronómica tan sutil como elegante. Una Luna que apenas muestra la décima parte de su superficie iluminada, se ubicará (al menos aparentemente) sobre el único planeta con nombre de mujer: Venus. Es simple mirar hacia el Sol para buscar ambos astros a su derecha, y será mucho más fácil luego del atardecer descubrir bajo la fina silueta de la Luna el punzante brillo de Venus. Se ubicarán sobre el oeste, arriba y a la derecha del sitio por donde se ocultó el Sol. Fácil de ver, tras la fachada de un evento simple, oculta un río de mitología, amor, traición, pasión y deseo.
En la península itálica los etruscos la bautizaron Turan, en la península helénica para los griegos fue Afrodita. Entre las siete colinas de la ciudad eterna, los romanos la adoraron como Venus. El segundo planeta en distancia al Sol (solo el pequeño Mercurio se acerca más) es Venus, el punto más brillante del cielo nocturno. Y fue Venus la diosa del amor, el sexo, la belleza y la fertilidad. Solo ella, entre la mitología griega y romana, se vinculó con medio sistema solar.
Nació cuando Saturno (el Cronos griego) castró a su padre, Urano. La sangre de su miembro cercenado cayó al mar y de la espuma se formó la bella Venus. Así la imaginó Sandro Botticelli, brotando de una caracola de mar, en el Quattrocento italiano, iluminando el inicio del renacimiento florentino. Así de hermosa la habrá visto Vulcano, el dios del fuego, su esposo, y así de sensual la habrá contemplado Marte, el dios de la guerra, su amante. Para completar el vínculo planetario, tuvo una hija con Júpiter. Y dicen que Mercurio fue quien reveló a Vulcano el alcance de su traición. Pero mientras Venus brilla en silencio bajo la Luna, y aprovechando que estarán en el cielo nocturno un par de horas, vamos a desmenuzar varios cotilleos de las deidades olímpicas.
Delaciones
Cuentan las malas lenguas, que si bien Vulcano era el dios del fuego, nunca logró encender la pasión de Venus. Pero ella no era la diosa del amor, el sexo, la belleza y la fertilidad, solo por abolengo. En sus giros alrededor del Sol, se encontró con Marte y el dios de la masculinidad le dio dos hijos: Deimos y Fobos. Parece ser que Mercurio, dios mensajero, los vio y fue presto a delatarlos con Vulcano. Y este, también dios de los oficios y maestro de la fragua, construyó una finísima red metálica, casi invisible, que tendió sobre el lecho matrimonial. Luego fingió una ausencia suficiente para que Marte visite a Venus en su propia cama y cuando yacían desnudos, la red los apresó.
Colgaban ambos dioses sin más velos que el rubor de su vergüenza, mientras el resto del Olimpo contemplaba la traición. Dijeron que Marte se alejó de ella para nunca más volver y quizás por eso, ahora casualmente, el planeta Marte se ubica por estas noches en el otro extremo del cielo. Solo se atreve a subir por el horizonte este, una vez que su amada se va retirando por el oeste. Se ve al dios de la guerra con su característico color, que le da el apodo del planeta rojo. Entre ambas deidades, el más poderoso del Olimpo, Júpiter, se ubica bien elevado al norte. Con Venus a nuestra izquierda y Marte a nuestra derecha, el planeta más grande del sistema solar, Júpiter, se encuentra frente a nuestros ojos, a unos 30° de elevación hacia el norte y brillando más que cualquier estrella. Solo superado por Venus, con la que también descubrió por qué es la diosa del amor, el sexo, la belleza y la fertilidad.
Brillo coincidente
De una noche de pasión entre Venus y Júpiter, nació Tique para los griegos, Fortuna para los romanos. La diosa del azar, el destino, la buena suerte, es hija del amor de los dos planetas que más brillan estas noches. Mientras que, silencioso, tenue, cansado y amarillento, se puede ver en el cielo a la izquierda de Venus al planeta Saturno. El menos resplandeciente de los cuatro que se observan hoy en el firmamento, el dios que al castrar a su padre formó a Venus, el planeta más lejano observable a simple vista, nos comparte la luz de su esfera y sus anillos a 1.500 millones de kilómetros de distancia. Completa la famosa alineación planetaria que nos asombró en enero y ya va llegando a su fin.
Como también van llegando a su fin los enredos de estos dioses promiscuos, ya que poco antes de las diez de la noche Venus y Saturno se ocultarán tras el horizonte oeste. Apenas diez minutos más tarde, la Luna se retirará tras ellos. Y será Júpiter quien llegue hasta la madrugada del domingo, para irse por el oeste algo antes de las dos. Cerrando Marte el desfile, cruzará con su brillo rojizo toda la noche para retirarse después de las cuatro. Entre las estrellas son solo puntos algo más brillantes, pero a millones de kilómetros ocultan mundos ardientes y congelados, con anillos diez veces más anchos que nuestro planeta y tamaños mil veces más grande que la Tierra. De igual manera, solo podemos ver puntos entre las estrellas, nada muy extraordinario o sumergirnos en el amor, la traición, la pasión y el deseo de dioses tan inmortales como humanos.