398 obras. Un non-stop de estímulos, colores, experimentación en collages y pintura. Deseo, desbordante y homoerotismo. La muestra Este soy yo, dedicada a Alfredo Londaibere (1955-2017) en la Colección Amalita, revela la desmesura creativa de un artista en una búsqueda irrefrenable.
“Alfredo era terriblemente disciplinado. Construía series para entender su propio trabajo”, afirmó el curador Rafael Cippolini durante un recorrido con Infobae Cultura, en el que se unió más de cuatro décadas de producción, desde los primeros experimentos de mediados de los años 70 hasta las piezas finales de 2016, muchas de ellas nunca antes exhibidas.
La retrospectiva, que se despliega a partir de la construcción por parte de Cippollini de trece series cuidadosamente ensambladas, invita a sumergirse en la complejidad de Londaibere que, lejos de la formación académica tradicional, forjó su camino en talleres y a través de una autoeducación rigurosa.
El recorrido curatorial revela cuatro grandes núcleos en su producción, dos correspondientes al siglo XX y dos a su madurez en el XXI. “En todo ese arco, desde 1975 hasta 2016, él trabajó en series. De las 50 series que utilicé para la muestra, hay tres que están completas y las otras 47 están ensambladas hasta formar 13 en total”, explicó Cippolini sobre la puesta que presenta una gran cantidad de obras en papel, collages y piezas de pequeño formato.
Esta estructura responde a la propia lógica del artista, quien solía retomar temas y motivos a lo largo de los años, generando reiteraciones y variaciones que permiten rastrear sus obsesiones y transformaciones, así como a la implementación de un riguroso sistema de autoguardado y archivo en carpetas y sobres.
Londaibere es una figura central en el arte contemporáneo argentino, cuya búsqueda de identidad a través de la experimentación formal atraviesa toda la expo, que obtiene su título de una de las obras más tardías del artista y funciona como declaración de principios.
Así, Este soy yo retoma, desde otro lugar, a Yo soy santo, la muestra del Museo Moderno que en 2019, con alrededor de 100 obras, giraba en torno a la espiritualidad en Londaibere. Pero en el espacio de Puerto Madero se extiende la mirada sobre el legado del artista.
Uno de los ejes fundamentales de la obra de Londaibere es la experimentación con técnicas combinadas: dibujo, collage y pintura se entrelazan en la mayoría de sus piezas, muchas de ellas realizadas sobre papel. Esta elección de soporte no solo respondía a una cuestión práctica, contó el curador, sino que también a que “le permitía una mayor agilidad y libertad en el proceso creativo”. Y agregó: “La materialidad era fundamental en él”.
El segundo eje es el componente homoerótico y la exploración del deseo. Londaibere fue un activo participante del Grupo de Acción Gay a fines de los años 80 y principios de los 90, y su obra dialoga con las preguntas sobre la identidad, el cuerpo y la representación de la sexualidad.
“Es una búsqueda constante de uno mismo, no solo en los materiales, sino en lo que se va a ver en toda la obra”, detalló. Esta dimensión se hace especialmente visible en las series dedicadas a torsos, chongos, boxeadores, jugadores de fútbol y fisicoculturistas, donde el cuerpo masculino se convierte en territorio de exploración y afirmación.
La organización espacial responde a la diversidad y riqueza de su corpus: las 13 series seleccionadas se distribuyen en cuatro salas y un pasillo, este último reservado para las obras “periféricas”, aquellas que, según Cippolini, “se recortan del resto” y testimonian otras facetas del trabajo del artista, como la escultura en madera.
“Me parecía muy significativo que estuviera esa obra también”, comentó el curador, subrayando la importancia de mostrar la amplitud de intereses y técnicas que lo caracterizaron.
Un rasgo distintivo de la producción del artista es la ausencia de títulos en la mayoría de sus obras. Muchas piezas, especialmente las más tempranas, solo estaban numeradas o identificadas por el contenido de las carpetas donde se guardaban. Los títulos actuales, entonces, funcionan como guías indicativas o formales, y en ocasiones aluden directamente a los motivos representados, como “torsos”, “chongos” o “chicos en el bosque”.
“La parte más erótica de los cuerpos no fue tan mostrada. Ni la parte tanto de collage nunca se mostró en vivo”, enfatizó Cippolini.
La exposición también pone en relieve la relación de Londaibere con otros artistas y movimientos. Aunque no formó parte del núcleo más cerrado de figuras del Centro Cultural Ricardo Rojas, fue allí donde realizó su primera individual en 1992 que era ya “casi una retrospectiva porque tenía 15 años de producción encima” y que fue la segunda realizada en el espacio, luego de la de Liliana Maresca, que lo inauguró.
Una de las cuestiones interesantes es cómo la identidad del artista se refleja incluso en la creación de su firma. “Su apellido verdadero era Londabe’here y al principio firmaba las obras con ‘Alfredo’. Luego, se empezó a llamar Londaibere. Si se googleá eso, el único que aparece es él”, dijo Cippolini. El nombre, inventado y adaptado, responde tanto a la dificultad de escritura de su apellido original como a una voluntad de singularidad y autoafirmación. La búsqueda de ese “este soy yo” fue, en ese sentido, no solo una búsqueda interna que se manifestaba en sus recurrencias, sino también se extendía en la proyección hacia un afuera.
La muestra no solo permite acceder a la diversidad formal y temática de Londaibere, sino que también invita a reflexionar sobre la construcción de esa identidad artística y personal. “Él por principio no le interesaba hablar demasiado de su obra. Decía: ‘Hagan su experiencia’”, recordó Cippolini.
En total, decíamos, la exposición reúne 398 obras, la mayoría de pequeño formato, que dan cuenta de la minuciosidad y el rigor de su trabajo. Entre ellas, aparecen referencias a figuras de la cultura popular como Maradona, Robert Plant, David Bowie y Elvis Presley, integradas en composiciones que cruzan el arte, la música y el deporte. “En un mismo plano te ponía la selección y River con Ozzy Osbourne”, señaló Cippolini.
En el tercer y cuarto núcleo, se produce un giro hacia lo íntimo y lo espiritual, donde la religiosidad aparece de manera sutil, diseminada en detalles y referencias que requieren una mirada atenta.
“La última parte fue más pictórica, fueron las flores, su parte más formal”, detalló el curador. El componente religioso, aunque menos evidente, atraviesa la obra como un hilo sutil, exigiendo del espectador una mirada atenta y sensible.
Y finalizó: “Las últimas obras ya no buscan que la pintura sea nada más que la pintura, son más veladas, más privadas, más discretas. Hay una trama religiosa que nunca fue tan evidente, pero si la buscan, está”.
En Este soy yo se presenta a un Londaibere que se mueve por los carriles de lo mundanal, quitando la veladura mística, desnudando al hombre frente a su obra, frente a su esencia, que como en un diván, deja brotar la verbalidad pictórica de su deseo, su búsqueda irrefrenable. Y lo hace a través de 398 obras.
*“Este soy yo”, de Alfredo Londaibere, en Colección Amalita, Olga Cossettini 141, Puerto Madero, CABA, hasta el 5 de octubre de 2025. De jueves a domingos de 12 a 20. Entradas: $4000. Menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes con acreditación $2000. Jueves tarifa normal $2000 y sin cargo para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes con acreditación. Menores de 6 años sin cargo. Personas con discapacidad sin cargo.