
“¿Funciona este grabador? Bueno… ¿qué me querés preguntar, flaco?” En marzo de 2012, Alberto Laiseca nos recibió en su monoambiente del barrio porteño de Flores para que lo entrevistáramos acerca de su infancia en Camilo Aldao y su llegada, en los años ´60, a Buenos Aires.
Laiseca falleció el 22 de diciembre de 2016, nueve años atrás. En una extensa charla -como corresponde al autor de Los Sorias-, también nos habló de literatura, economía, política, el amor, la felicidad, el miedo y el más allá. Una pequeña parte de este diálogo salió en la sección “Yo nací en…”, de ÁreaUrbana, una revista sectorial de obras y servicios públicos. Por primera vez, se publica en su totalidad:
“Por casualidad, sin querer, nací en Rosario. Porque a papá le preocupaba que algo saliera mal en el parto, entonces la llevó a mamá a una clínica de Rosario. Yo nací como escupida de músico, entonces ni nos quedamos ahí. Mamá se repuso muy rápido, estuvimos tres meses en Unquillo y ya después nos trasladamos a Camilo Aldao, en la provincia de Córdoba, que es mi pueblo.
No es por falta de cariño o respeto a los rosarinos, lo que pasa es que uno se siente del lugar en donde se crió: yo no soy rosarino, soy camilense, camiloaldaense. Hice la escuela primaria. No había secundario, entonces viajábamos todos los días con los chicos de Camilo, en una camioneta que habían comprado nuestros padres, al pueblo vecino, Corral de Bustos, a 28 kilómetros. Y teníamos clase, comíamos un sandwichito, tomábamos una cervecita y volvíamos a Camilo, así de lunes a viernes.”
— AV: ¿Vas al pueblo?
— Tengo una novia, que es de allá. A veces ella viene a visitarme, pasa unos días, a veces soy yo el que va y se queda unos días. Los dos somos de Camilo. A ella le contaba la historia del pájaro azul, de (Maurice) Maeterlinck. Unos niños viven con sus padres y tienen, en su casa, en una jaulita, un pájaro azul. Resulta que un buen día, los chicos se levantan y el pájaro azul no está. Entonces creo que ni le dicen nada a los padres, juntan un poco de comida y se van al extremo del mundo a buscar al pájaro azul. Llegan al borde del mundo… no está por ningún lado. No queda más que volverse. Se vuelven, entran a la casa y ahí adentro está el pájaro azul. El pájaro azul está en el propio lugar. Tantas cosas hicimos Petrona y yo a lo largo de la vida y finalmente el pájaro azul estaba en casa, en Camilo Aldao.
— AV: ¿La conocías de chico?
— Mirá, nos hemos conocido de mentas, sabíamos que el otro existía, pero nunca tuvimos trato. Ella se casó y tuvo dos hijos, yo me casé cuatro veces. Esa chiquita que vieron acá era mi hija, se habrán dado cuenta [N. de R.: nos recibió acompañado por ella]. Ahora, de grandes, nos reencontramos, en diciembre de 2010, en la ocasión que fui a Camilo Aldao a contar unos cuentos.
— AV: Esos cuadritos que tenés ahí, ¿no?
— ¡Claro! Yo mismo les pedí que me regalaran la medalla de cuero e’sapo, entonces me la hicieron. Lo otro me lo dio el intendente: “ciudadano ilustre de Camilo Aldao”. La medalla de cuero de sapo era una joda que hacíamos los pibes cuando estábamos en la primaria: no era un blasón, era un baldón. Cuando alguien se quería burlar mucho de otro pibe, le decía: “Qué vivo que sos vos eh, te vamos a dar una medalla de cuero e´sapo”. Era un insulto, entonces yo, que nunca me olvidé, quise darlo vuelta, transformarlo en blasón. Entonces yo mismo pedí antes de viajar que me dieran la medalla, para que fuera un honor en lugar de ser un deshonor.
— AV: ¿Cómo está presente Camilo Aldao en tu literatura?
— Yo siempre lo tengo presente y en mi corazón a Camilo Aldao. Uno puede estar escribiendo sobre los Valles de la Luna y, lo sepa o no, está hablando de Camilo Aldao. Sin darse cuenta estará hablando del zanjón, un lugar de Camilo al que los pibes se iban a hacer la rabona, se escondían, se pescaban mojarritas. Con mi novia estuve en el zanjón los otros días, lo fuimos a ver. Ahora estaba feo porque está con poca agua, ¡pero cuando está con mucha agua es lindo!
Tuvimos la oportunidad de ver algo que yo no sabía que existía: una casa bastante bien puesta. Esa casa tiene 117 años, la más vieja del pueblo, la única que quedó. La Municipalidad prohibió tocarla, no se puede vivir en ella, no se puede cambiar, es patrimonio municipal, histórico y arquitectónico. No sé si se puede visitar, tal vez sí. Nosotros la vimos de afuera. Parece joven la casa, pero tiene la misma edad que el pueblo.

— JM: Recién me hacías recordar aquella frase de Tolstoi…
“Si quieres ser universal, pinta tu aldea”. Yo estoy de acuerdo con la frase, pero creo que necesita un complemento. Yo adhiero, pero agrego, sin negar la primera frase: “Si quieres pintar tu aldea, sé universal”. Las dos son ciertas.
— JM: Pensando en tu obra, imaginaba que algo iba a agregarse, porque no has trabajado sólo sobre Camilo.
— No, pero fijate vos que Los Soria, esa enorme novela que transcurre en la Unión Soviética, en Tecnocracia y en Soria, es Camilo Aldao. Si quieres pintar tu aldea, sé universal, y Los Soria es una obra de tipo universal, ¿comprendés? A eso iba.
— JM: Llegaste a Buenos Aires a mediados de los `60, ¿cómo fue eso?
— Fue una llegada de tipo fantástico, por todo lo que me imaginé y me creí yo. Resulta que no sé si en tren o qué carajo llegué a Plaza Once. Y después de ahí me tomé un subte para ir a no sé dónde mierda. ¡Quedé deslumbrado! Porque el subte arrancaba y paraba solo, y se abrían las puertas automáticamente. ¡La Tecnocracia! ¡Qué maravilla! Yo no sabía -y después cuando lo supe me desilusioné muchísimo- ¡que en un cuartito tapado con madera había un conductor! Yo creía que desde una central remotísima, ubicada quizás en Ushuaia, se manejaba todo. ¡La Tecnocracia viva! Después vino la desilusión: “Uh, puta, había un tipo conduciendo adentro”.
— AV: Tu llegada coincide con el año del golpe de Onganía, ¿guardás un recuerdo particular de tu llegada asociado a eso?
— Yo estuve varios meses viviendo en Buenos Aires antes del golpe de Onganía… conocí a mucha gente… ¿seguro que fue en el ´66 el golpe de Onganía?
— AV: Sí, en junio.
— Entonces yo pude haber llegado a fines del ´65, porque conocí bastantes meses de Buenos Aires, antes del golpe. Me había hecho amigo de Norman Brisky, conocí a la gente del Moderno, me moví, conocí a mucha gente, eso no se puede lograr en un mes. Después sí, yo me quedé muy desconcertado, no sabía qué carajo era este señor Onganía. Es decir, no le confiaba…. Y después se probó que había razones sobradas. Nunca me gustó. Me parecía, sí, que el Doctor Illia era honesto a carta cabal, pero no sabía un carajo de economía. Sigo pensando lo mismo hoy. Así como entró, salió: con los bolsillos vacíos. Ni su peor enemigo puede decir que haya sido deshonesto. Y yo no idealizo al Doctor Illia, pero lo quiero. No lo idealizo porque recuerdo perfectamente sus errores, hizo cosas obsoletas: puso precios máximos y una cantidad de cosas pelotudas. Si no sabés el ABC de la economía, no podés gobernar, flaco, por más honesto que seas. Pero después cuando vino el bigotudo fue mucho peor, se puso muy dura la cosa. ¡Y Onganía era blando, comparado con otros… era un benefactor de la patria, comparado con marzo del ´76!
— AV: Entonces digo, según tu hipótesis, o tesis, quizás a Illia le faltó imaginación de chico…
— Sí, le faltó imaginación. Le faltó hacer algo que yo hice mucho, que aunque no pisé las aulas económicas, alguna remota idea de economía tengo, de tanto preguntar. A los tipos que estaban en Economía o que habían estudiado los tenía secos con preguntas. Y yo no pensaba ser economista, pero siempre me interesó la economía como una parte fundamental de la sociedad humana. Sin economía no funciona nada acá, viejo, así que a mis amigos o conocidos de Economía, ¡locos con preguntas! Además mis preguntas les debían resultar muy raras a ellos, porque eran propias de un tipo auténticamente ignorante. Yo ya sabía cosas, pero las preguntaba igual para ver qué me decían. Por ejemplo, no nos alcanza para pagar, ¿y entonces qué sucede si empezamos a emitir dinero? Yo sabía que no se puede hacer eso, porque se viene una inflación galopante, pero quiero que me lo digas vos, con tus palabras de tipo que pisó Económicas. Así, más o menos fui aprendiendo el ABC, no mucho, pero algo como para tener alguna idea. ¿Precios máximos? Ni se te ocurra, nunca, y los puso este Illia, me acuerdo. Subía sueldos por decreto y tenía precios máximos sujetos. No funciona así la economía.
— AV: Volviendo un poco a Camilo, muchas veces, en entrevistas y también en tu obra se nota que está presente la figura de tu padre.
— Este es mi padre (señala un cuadrito en blanco y negro en el que hay cuatro hombres con uniforme que parece militar, se refiere al de la izquierda). Hace muchos años que está muerto papá. En los últimos años me he reconciliado con él, de manera total y bien, pero me costó muchísimo. A punto tal me reconcilié que los otros días estaba yo acá solito y se me escapó decir en voz alta… ¡en voz alta, estando solo, como los locos!: “¡te extraño, papá!” Para que vos veas hasta qué punto es verdad que estoy reconciliado.
— AV: ¿Te hubiera gustado que te leyera?
—En ese momento yo estaba peleado con papá, no quería saber nada con él. Me costó mucho. Toda mi familia hizo los más heroicos esfuerzos para disuadirme del vicio de la literatura. Parece que yo tenía que ser ingeniero químico: ¡ahí estaba mi futuro! Por decreto-ley de Der Führer. Esas cosas son difíciles de perdonar, pero se puede, yo lo hice. Pero de verdad, eh, no es que me haga el pícaro.
— JM: ¿Es necesaria esa reconciliación para avanzar?
—Muy necesaria. Para tener un poco de paz de espíritu, para que también los muertos tengan paz. Los muertos viven en el otro mundo. Yo creo en el otro mundo.
— AV: ¿Cómo lo imaginás?
— Medio escaso…
— AV: ¿Como Camilo Aldao?
—(Risas) No, peor. ¡Sin tetas ni cerveza! Y sin pitulines para las chicas.
— AV: Ni whisky…
— No, ni una mierda, así que ya ahí andamos mal.
— AV: Hay que aprovechar acá…
—Sí, hay que aprovechar acá. Y no es bueno irse de esta tierra a la otra sin amor, sin haber amado y sin ser correspondido, es muy malo eso. Papá y mamá se querían muy profundamente, eso es muy bueno. ¡Y ahora ambos saben que cuentan con mi incondicional cariño! Así que la familia está aumentando.
—AV: Quizás tu padre sabe más de vos ahora que cuando estaban juntos.
— (Piensa y suspira, mirando a un costado como buscando la respuesta) Eso sí que es muy difícil de responder. Eh, algunas cosas sabe, sí. Por ejemplo, si hay cosas que me están haciendo mal acá, él se aviva… sí… sí, eso sí.
— JM: Vamos a hablar un poco más de literatura, aunque de algún modo lo veníamos haciendo. En un ensayo que escribiste sobre León Tolstói, afirmás que es un error despreciar la biografía de un autor y que, al contrario, conocerla es importante para aprehender mejor lo que ha escrito.
—Sí, lo dije no respecto a Tolstói, lo dije respecto a —o basándome en— Edgar Allan Poe, aunque sirve para cualquier autor.
—JM: En tu caso, en tus libros hay personajes que comparten con vos fragmentos de tu biografía. Sotelo, Alaralena, el gusano…
— Sí, claro, el gusano, ¿cómo no, caballero? Mis tres obras underground, en que hago un rescate de la etapa en que viví underground: El gusano máximo de la vida misma, Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati y Sí, soy mala poeta, pero…. Anduve en muchos sitios, algunos poco recomendables, debo reconocer.
— AV: No sé si en las cloacas de Nueva York, pero…
— Mirá: le pegaste en el poste (risas). He andado en lugares peores que las cloacas de Nueva York…
— AV: ¿Esas experiencias underground fueron todas en Buenos Aires?
— Yo viví la mayor parte de mi vida en Buenos Aires, flaco, así que mis experiencias son de acá, sí. También viví unas cuantas duras en el campo, eh. Yo trabajé de peón de campo dos años, así que imaginate. Ahí los capataces, en varias provincias argentinas, me enseñaron una frase que la aprendí para siempre: “Si no le gusta, váyase…”.
— AV: Me quedé con eso del otro mundo. En este último año y medio, fallecieron algunos escritores muy importantes, como Fogwill, muy cercano a vos.
— Sí, Soriano también. Era muy amigo mío Soriano.
— AV: Y David Viñas.
— Sí, yo no tuve contacto con David Viñas. Nos respetábamos, pero nunca hablamos, ni nada. Encontrarlo en un lugar, “¿cómo le va, señor?”, nada más. Nunca un “sí”, nunca un “no” con David Viñas. No así con Fogwill ni con Soriano. Soriano fue el factotum: gracias a él, me publicaron mi primera novela, Su turno.

— AV: ¿Cómo intercedió?
— En ese momento, él era la niña mimada de Corregidor. Triste, solitario y final fue un best-seller extraordinario. Él llevó Su turno y ni sé si [Manuel] Pampín la habrá leído. Por ahí sí, pero se publica porque lo dijo Soriano, se terminó, ya está.
—AV: Y Fogwill también le dio una mano a varios escritores.
— Él y César Aira. Y Piglia también. Me dieron una mano bárbara con Los Sorias. Porque era un best-seller en el underground, todo el mundo hablaba de esa novela y muy pocos la habían leído. Entonces cuando yo ya empezaba a perder mi fe en que me la publicaran alguna vez, creo que fue César a quien Gastón Gallo le preguntó qué escritor argentino le gustaba: “Los Soria, Alberto Laiseca”, dijo. Y me la publicaron. Pero ya se venía hablando de esa obra: Piglia hablaba, Fogwill por supuesto, y César. Ellos se encargaron de propagar el mito, ¡se transformó en mito! Pasaron 16 años desde que la terminé hasta que se publicó. Mis obras más difíciles de publicar desde el punto de vista editorial, las más gordas, Los Sorias y El jardín de las máquinas parlantes, fueron las que más se vendieron. Salió segunda edición incluso, y ahora está por salir la tercera de Los Sorias, y va a salir la segunda de El jardín de las máquinas parlantes. Así que con mis obras más imposibles es con la que me fue mejor.
— JM: También has creado tus propios personajes: de monstruo bueno, de conde, de maestro y sus discípulos. Así como muchos personajes tienen partes de tu vida, vos tenés parte de personaje. ¿Trazás una línea divisoria en algún lugar?
—Se me mezclan las cosas, negro, se me mezclan. A la hora de escribir yo no hago una gran diferencia a esa vaina. Está por supuesto la exageración del escritor, por algo lo mío es realismo delirante. Sí, delirante, pero realismo al fin. Está todo dado mediante delirio, pero no por eso deja de ser realista. Yo tengo un gran respeto por el realismo.
— AV: Y si tuvieras que definir al realismo delirante…
— Recuerdo a Oscar Wilde. A él lo acusaron, lo criticaron mucho después de que le publicaran Dorian Gray. El público inglés no estaba acostumbrado a una obra así. Entonces alguien bien intencionado hizo una crítica adversa en un diario o revista: “Mr. Wilde, debo decirle, no es que no me guste su obra, pero es excesivamente paradojal”. ¿Sabés qué le contestó Wilde? “Tiene razón, mi obra es paradojal en exceso. Lo que sucede es que yo lo hago a propósito, porque siempre conviene ver a la verdad en la cuerda floja. Y mi manera de ponerla en la cuerda floja es la paradoja”. Parafraseando a Wilde, te podría decir lo siguiente: yo creo en la verdad, creo en la realidad, pero siempre conviene ver a la verdad y a la realidad en la cuerda floja del delirio, ¿comprendés? Por eso lo mío es realismo delirante, para ver mejor a la realidad, no para ocultarla.

— JM: Sí, y de hecho vos tocás temas muy universales, como el poder, el amor, la locura, la muerte, el sexo.
— Sí, y la humanización, que es un tema mío. Los Soria es la humanización del dictador; Beber en rojo es la humanización del monstruo, de Drácula, que renuncia a su inmortalidad y a seguir mordiendo a las chicas por siete años de vida terrenal.
— JM: No se encuentran muchas obras tan cargadas, que desarrollen una cosmovisión.
— Claro, eso es Los Sorias. Tiene cosmovisión, cosa que le falta a muchas obras.
— JM: ¿Encontrás algún autor que trabaje así ahora?
—Mirá, autores geniales actuales yo te puedo mencionar toda una lista que va de la punta de la mesa hasta acá (señala con las manos uno y otro extremo del escritorio). Por de pronto, ese muchacho que se murió hace poco en Francia, Juan José Saer. Un genio Saer, ¿pero sabés qué mató su cosmovisión? Su nihilismo. El nihilismo mata a la cosmovisión, nunca te lo tenés que permitir. ¡Y te está hablando alguien que te dice que Saer era un genio! ¡Porque lo era! A un amigo mío, que es un gran escritor —no vamos a hacer nombres—, yo le dije por teléfono que acababa de leer su última novela. “Tu novela es tan genial como todas las cosas que vos escribís, pero lo único que lamento es tu nihilismo”. ¡¿Para qué?! Hubiera sido preferible que le puteara a la madre. ¡La furia que le dio!
— AV: ¿No lo nombramos en la charla antes?
— No, no sé porque soy muy desmemoriado. Soy un tipo tremendamente desmemoriado, así que es al pedo que me des nombres, porque me olvido.
— AV: ¿Vos cómo te definís si Saer y algunos más son nihilistas?
— Yo soy creyente. Creo en la posibilidad del hombre, a pesar de ver que las cosas van cada vez más para la mierda. Pero igual tengo confianza en el ser humano. Por otra parte, si hablamos del mundo femenino, nadie va a conseguir que yo hable mal de la mujer. Y me ha ido para la mierda con muchos matrimonios, noviazgos. Pero igual, a mí las mujeres me hicieron crecer. Hay que estar un poco agradecido, che. Ya sé que pasaste dolor, sí, pero te hicieron crecer, te dieron mucho placer además, compañía, te dieron sus tetas y una manera distinta de pensar porque las mujeres lógicamente son distintas a nosotros, y eso es lo que te hace crecer, justamente, la manera distinta de ver las cosas. Así que yo no soy misógino, eh. Ni misógino ni nihilista.
— JM: Has dicho que el arte tiene que ser feliz. O que vos no podías escribir, o que escribías mal si no tenías algunas cosas personales resueltas.
— Seguro, por supuesto. Creo en la felicidad y en transmitirla. Si sos nihilista, no vas a transmitir felicidad a tu lector. Si todo es negro, si todo es una mierda, epa, no, ¿para qué mierda escribís? ¿Te puedo preguntar para qué escribís, entonces?
— AV: ¿Creés que es función del escritor transmitir felicidad al lector?
— Y sí, optimismo, vida, todas esas cosas.
— AV: ¿Concebís que una obra pueda transmitir felicidad y a la vez sentimientos contradictorios con la felicidad?
— Claro. Por ejemplo, ahí tenés el caso de Herman Hesse. En El lobo estepario, donde Harry Haller en un sueño tiene una conversación con (Johann Wolfgang von) Goethe y lo acusa de ser no sé qué mierda. Lo escucha con gran amabilidad Goethe, que ya tiene 82 años, es más, que ya ha muerto, y le dice: “Entonces La flauta mágica de Mozart a usted debe parecerle algo detestable”. Se pone hecho una furia Harry Haller: “Me viene a mencionar usted La flauta mágica, que es para mí lo más excelso”. “Bueno… pero La flauta mágica transmite optimismo y fe”. “-Sí, pero Mozart no vivió como usted 82 años años, él se murió a los 35”. Y no sé qué estupideces dice. Entonces Goethe le dice: “Mire, el hecho de haber llegado a los 82 años puede que sea imperdonable, ahora créame que no tuve tanta alegría como usted pueda creer. Bastante lo pagué”. Pero sí, las obras que más valen son las que transmiten como la de Mozart: optimismo y fe. Después no recuerdo cómo sigue, yo leí como 20 veces El lobo estepario, pero la última vez que lo leí estaba viviendo en Escobar, era principios de los años ´80, no puedo recordarlo todo.
— JM: ¿Qué encontrás en la repetición? Volver a ciertos temas, ciertas escenas, ciertos nombres, que de libro a libro…
— Y, son cosas muy fuertes para mí, por eso las vuelvo a poner. Siempre, por ejemplo, cito: “¡La conchaza!”, que está en Los Soria: “¡Qué conchaza tenía la vieja! Todas las noches en ella guardaba el piano. Luego de haberlo plumereado y envuerrrrto, envuerrrrto en celofán. Se produce un silencio tétrico. Y después… ¡trrronnnn! ¡como los guitarristas de Gardel! ¡Jajajaja!”. Sí, me encanta la repetición de ciertas cosas.
— JM: Tenés mucho reconocimiento de jóvenes, ¿no?
— ¡Por suerte! Porque si los únicos que me leyeran fueran los viejos… No los desprecio, pero si los únicos que me leyeran fueran viejos, te diría que mi obra no quedaría, seguro. Y ya tengo mis dudas, porque cada vez la gente lee menos.
— JM: A cualquiera que le comenté que hoy tenía esta entrevista, me decía que había venido o conocía a alguien que había venido al taller, o te había leído, o te conocía de I-Sat.
— Claro, de los cuentitos. [N. de R.: Laiseca protagonizó en el canal I-Sat el ciclo Cuentos de terror, dirigido por Mariano Cohn y Gastón Duprat, con quienes también colaboró en el programa Cupido y las películas El artista y Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo].

— JM: También hay una canción de Los Piojos que te homenajea.
— Así es: “El balneario de los doctores crotos”. Y Los Piojos tuvieron la deferencia de mandármela en un CD.
— JM: ¿Hablaste con ellos?
— No, muy poco. Se enteraron, me leyeron. Alguna vez nos hemos encontrado en un bar cuando todavía estaban juntos, había varios de los integrantes de Los Piojos. “Hola, Laiseca…”, nada más.
— JM: Pensaba en Néstor Sánchez, que no sé si califica exactamente como un croto, pero sí vivió despojado mucho tiempo.
— ¡Néstor Sánchez! Sí, era amigo mío. Hasta que nos peleamos, qué se yo. No solamente él estaba loco, sino que yo también en esa época. Así que una amistad así tiene que durar poco tiempo.
— JM: Yo pensaba en él porque hay muchos puntos en común, como la lectura del Tao, pero quizás él no pudo salir y vos sí.
— Sí, él no pudo salir, pobrecito. Malbarató su vida y, por lo tanto, también malbarató su obra, te podrás imaginar.
— JM: Sin embargo, de lo que leí de él, lo último fue lo que más me impactó, su diario de Manhattan.
— No, no, para hacerla corta: de Néstor Sánchez conozco sus dos primeras novelas, Siberia Blues y Nosotros dos.
— JM: El diario de Manhattan es de la época en que vivió en Nueva York despojado, dormía en un auto o en una fábrica, pasaba el invierno sin ropa de abrigo.
— Sí, sí, la pasó muy mal. Nunca pudo organizarse en la vida Sánchez.
— AV: Tomando lo que decías de los jóvenes, algunas veces expresaste preocupación por el uso que tiene internet, que es peligroso en personas que no han tenido cultura lectora.
— Sí, los que se dedican nada más que a internet y no leen. A nosotros la lectura nos salvó la vida, flaco, ¿entendés? No te digo si vos pensás ser algún día escritor, no, no, no. Si vas a ser economista, ¿qué necesitás? ¿pasar por las aulas económicas? No. Para ser economista necesitás imaginación. Y la imaginación, el germen de la imaginación, no está en los libros de economía, está en las novelas, los cuentos, ¿entendés? En las revistas infantiles que leíste, ahí está la imaginación. Después sí, pisás las aulas económicas, estudiás libros de economía, relaciones de precios y salarios, inflación, todo lo que quieras. Pero eso viene después. Esos libros no te van a dar imaginación. La imaginación la tenés de chico leyendo novelas, cuentos, revistas infantiles.
— AV: Aira dice que cuando va a Pringles, su pueblo, nota que muchas personas se preocupan por lo que se hace desde el área de Cultura de la Municipalidad, que se abran bibliotecas, que los chicos lean, y él dice que no lo ve como algo tan necesario.
— Yo sí lo veo como algo absolutamente necesario. Difiero en eso con César. Las bibliotecas populares sirven porque tenés un lugar donde ir a consultar y a leer [N. de R.: la biblioteca personal de Laiseca fue donada por su hija a la Biblioteca Popular de Camilo Aldao]. De todos modos, todo depende de tu familia. Son tus padres los que te van a dar la iniciativa de la lectura, y si ellos juegan e hinchan las pelotas con internet igual que vos, te podrás imaginar que no te espera un gran futuro. Yo sí le doy una importancia trascendental a la literatura.

— AV: ¿Con la poesía cómo te llevás? Sólo tenés un libro de poemas, Poemas chinos.
— Yo escribo muy poca poesía. Escribí entero, de corrido, Poemas chinos, pero en general la poesía es una cosa poco tocada por mí. Yo admiro mucho a la buena poesía. Leí las obras completas de (William) Shakespeare: no cabe la menor duda de que en cada obra de teatro suya vas a encontrar la frase poética, galana, ingeniosa, genial. Pero además Shakeapeare tiene, específicamente, una obra lírica: Venus & Adonis, los Sonetos, La violación de Lucrecia y otras cosas más que ahora no recuerdo. Venus & Adonis es para mí lo más excelso que puede haber, se lo recomiendo a todo el mundo que me quiera escuchar. Eso sí, como en cualquier caso, necesitamos una buena traducción. Las obras completas creo que Aguilar las ha sacado, esa edición es muy buena.
— AV: De hecho, Aira alguna vez tradujo a Shakespeare.
— Bueno, él es artista y además domina el inglés. No he leído traducciones de Shakespeare hechas por César, pero no dudo de que han de ser geniales.
— AV: Hay una frase de Abelardo Castillo que dice que “ser poeta no es escribir en verso, es una postura frente al mundo”, ¿coincidís?
— Sí, puedo estar de acuerdo con esa frase, pero sigue siendo cierta también con la prosa. Con la cosmovisión, una manera de pararse frente al mundo, no es sólo la poesía. Sirve para un pintor, para un escultor.
— JM: ¿Estás escribiendo…
— ¡Conchaza!
— JM: Conchaza…
— Conchaza… Sí, terminé de escribir un cuento. Lo escribí estilo orden: mi novia me vio medio decaído, entonces me dijo “o lo escribís o te pego una patada en el orto”. Fue muy expeditiva. Bueno, ¿qué remedio me quedaba sino escribirlo? Si querés a una persona, tenés que agachar la cabeza. Pero ahora ya directamente estoy en esto, che (señala una pila de papeles apilada en un rincón del escritorio, a su derecha): en la novela que le debo a mi juventud, que ahora por fin la voy a escribir.
— JM: Sobre la guerra de Vietnam…
— Así es, La puerta del viento.
— AV: ¿Te está sirviendo el libro de Nixon (No más Vietnams, de Richard Nixon, está al tope de esa pila de papeles)?
— Sí, sí, sí, uno de los tantos libros que he leído, y revistas y todo que he leído sobre Vietnam. No tenés idea de todo lo que leí yo de Vietnam. Además yo leía los diarios día por día de lo que iba sucediendo, tengo bastante buena memoria.
— JM: Y quisiste ir a combatir.
— Sí, así es. Hasta le mandé una carta al presidente (Lyndon) Jonhson, que nunca me contestó. No te imaginás la desesperación que tenía cuando me di cuenta de que no me iban a llevar. No era por razones políticas, no era por razones de aventura, ¡por favor! ¿Aventura? ¿Te vas a ir de aventuras a Vietnam? Mirá, pegate un tiro mejor. Haceme caso, pegate un tiro. No, yo quería ir porque toda la vida tuve miedo.
— AV: ¿Te querías sacar el miedo en la guerra?
— Claro: vuelvo adentro de una saca verde o me saco el miedo para siempre. Hoy día sé que el miedo no me lo hubiera sacado, pero hubiera cambiado de forma. El miedo es indestructible, del miedo no te curás jamás, pero puede cambiar de forma. Hay una curación que consiste en la transformación.
— AV: ¿Y de tamaño?
— El tamaño es siempre el mismo: enorme. Indestructiblemente gigante, pero cambia de forma, eso es importante.
— AV: ¿Y hoy qué forma tiene para vos?
— Es muy difícil contestar eso. El enemigo es muy fuerte, muy fuerte, pero hay que resistir. Y confiar, como diría un chino en el cielo y en la tierra, que en los momentos justos, cuando estés más apretado, vas a conseguir la ayuda adecuada. Eso es todo lo que te puedo decir respecto del miedo. Creo haberte dicho bastante. Es más: creo que nadie te puede decir más.
— JM: ¿La carta a Johnson era una carta formal?
— Era un pedido de ayuda.
— AV: ¿Dónde la llevaste? ¿A la embajada?
— No, la envié por correo, a la Casa Blanca. Me preocupé por conseguir la dirección exacta.
— AV: No debía ser fácil de conseguir sin internet, en esa época.
— Te voy a decir cómo es el correo norteamericano: es terriblemente serio. Vos le escribís una carta al presidente, a (Barack) Obama, ¿y sabés cómo hacen? No se la dejan a un ujier, a un secretario. Se quedan esperando con la carta atravesada como si fuera un fusil, hasta que aparece el propio presidente Obama y le dicen: “Señor Presidente, esta carta es para usted”. Y se van. Se entrega en mano. Al presidente Johnson mi carta le fue entregada en mano. No le dio pelota.
— JM: ¿En qué sentido era un pedido de ayuda?
— “Lléveme, por favor”. Pero no me llevó. Posiblemente haya sido para bien.
— AV: Ya el hecho de escribir la carta supone cierta superación del miedo. Vos no fuiste a la guerra pero escribiste una carta pensando que te podían llevar.
— Y sí, claro, y lo deseaba desesperadamente. ¿Vos creés que yo no tenía miedo de que me mataran, me mutilaran? ¡Sí, muchísimo!
— AV: Pero también se puede tener miedo a mandar la carta y no hacerlo.
— No, no, no, ¡es que no podía dejar de hacerlo! De intentarlo por lo menos, y con todas las fuerzas.
— JM: ¿Es sólo sobre Vietnam la novela? ¿O es sobre Malvinas también, una guerra nuestra?
— No, no, sobre Vietnam solamente, que ya es bastante. Malvinas no fue la guerra de mi juventud. Esta es la novela que le debo a mi juventud. No se la debo a los jóvenes, aunque también va a ser para ellos.
— AV: Héctor Tizón dijo una vez que “la escritura tiene que tener un ritmo casi biológico, como el de la circulación de la sangre”, se refería a la agilidad. ¿Escribís de esa manera?
— No, mirá, con Los Soria yo tuve que parar millones de veces, porque había problemas muy difíciles de resolver. No es una novela que yo haya escrito así, “tira-líneas”. Había pedazos que los escribía entusiasmadísimo en horas, pasaba una noche entera escribiendo, pero después pasaba días detenido pensando “¿cómo carajo sigo esto?” No sabía cómo resolverlo. Hasta que una mañana alguien trabajó adentro por vos y decís “acá está la solución”.
— JM: Hablando de soluciones, o de finales, Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo tiene un final en el cuento y otro en la película. ¿A qué se debió el cambio? ¿Te gusta más un final que otro?
— Mirá, el cuento es de Alberto Laiseca, pero la película es de un colectivo. Entonces hubo varias opiniones trabajando ahí, que yo respeté. Cuando trabajás en un colectivo, no podés ni intentar, ni siquiera conviene, ser el gran dictador. Si no, deja de ser colectivo: es una obra tuya, nada más, y de nadie más. Porque al que interviene le cortás la cabeza si tenés el poder para hacerlo. A mí me gustó la película, muchísimo, creo que enriqueció al cuento con sus cambios.
— AV: ¿Y la experiencia de actuar en la película El artista como fue?
— Lo que dije fue “¿cómo mierda voy a hacer esto?” Porque era un desafío muy grande. Yo, que estaba acostumbrado a hablar, lo único que podía decir era “¡Pucho!”, y nada más [N. de R.: Laiseca interpreta a un artista plástico que vive en un geriátrico y sólo abre la boca para pedir cigarrillos]. Entonces tuve que inventar, tenía nada más que mi cara y los dedos para hacer cosas. Por eso me hizo crecer mucho El artista, porque me obligó a trabajar con lo que tenía.

— AV: Una última pregunta, por lo menos de mi parte. Escapa un poco a lo que veníamos hablando, pero mañana es 24 de marzo (de 2012) y, como todos los años, va a haber marchas masivas. ¿Qué representa esa fecha para vos?
— En esa fecha y a partir de ahí yo estuve bastante guardado. No comulgaba con nadie en realidad: ni con el Proceso ni con la subversión. Eran para mí como dos errores de la misma moneda. Y aunque esa misma moneda cayera de canto, también iba a caer mal. Todo se hizo mal, hubo muchísimos muertos, mataron gente querida para mí incluso, así que te podrás imaginar… Cuando Sabato y su equipo sacaron Nunca más, yo leí la versión definitiva, lo leí todo, de pe a pa. No por ganas, sino como un deber cívico, incluso leí la lista que pone Sabato a lo último de muertos verificados, que son casi 10 mil. Yo te puedo asegurar que son más de 10 mil, porque una amiga mía no está. Una amiga que yo quería mucho. Si yo tengo una que no está, vos tendrás otro, y así mucha gente. Así que me siento inclinado a pensar que fueron 30 mil nomás, como se anda diciendo por ahí. Porque mi amiga no está. Yo leí la lista entera de muertos, nombre por nombre, después de leer el libro completo, así que ya ves… faltan.
En esa época todo fue horrible, y lo anterior también. Todo muy mezquino, muy jodido. No te podías poner de parte de nadie, por lo menos desde mi punto de vista. Era algo tremendamente jodido. Por ejemplo, incluso, si alguien hubiera ganado, igual creo que perdimos todos. La izquierda actual, muy fragmentada, muy peleada entre sí, pero existe una izquierda hoy… ¡no saben un carajo de economía! Si llegasen, vamos a lo mismo que te decía, no hay imaginación. Si llegasen al poder, por artes mágicas, no sabrían cómo conducir el país. Yo creo que el socialismo real intentó imponer de verdad el principio de Marx: de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades. Creo que lo intentaron de verdad, de veras, pero fracasaron porque esa no es la economía. Y a la derecha ya la conocemos. La historia de la Argentina se repite, cíclicamente, y no podemos salir de esa vaina. En la economía vos tenés que dar incentivos: el que más produce tiene que ganar más, si no, todo se estanca. Y el estancamiento dura un minuto, después viene el hundimiento. Es un poco desagradable lo que estoy diciendo, pero ustedes me preguntaron: la culpa la tienen ustedes, por andar haciéndome preguntas.
— JM: ¿“Imaginación y economía” sería tu slogan?
— Uno de mis slogans. Sin imaginación, no hay economía. Tampoco la hay sin buenas intenciones. El tipo que más sabía de economía en la República Argentina era el ingeniero Álvaro Alsogaray. Sí sabía, sí, pero lo usó para el mal. Lo usó para su neoliberalismo. ¡Estuvo 50 años hinchando las pelotas con su neoliberalismo! Hasta que consiguió a uno: Méndez (SIC).
— AV: Y antes, él siempre estuvo vinculado a las Fuerzas Armadas.
— Sí, pero recién con Méndez (SIC) consiguió poner a la UCeDé. La UCeDé desapareció precisamente porque llegó al poder e hizo todo lo que quería. Nos quedamos sin ferrocarriles, Teléfonos del Estado se fue a la mierda… lo tengo muy presente porque yo trabajé en Teléfonos del Estado. Así que él triunfó, era el que más sabía, pero no tenía buenas intenciones, tenía intenciones liberales.
— JM: Alguien a quien mencionás mucho es a Ayn Rand…
— Sí, Ayn Rand, con grandes errores ella también, eh. Al lado de esa mujer no podía vivir nadie… no vamos a hablar de Ayn Rand ahora, eso queda para otra entrevista…