Año 2016. Sofía Pisano pisó el aeropuerto de Heathrow por primera vez en su vida y una sensación extraña recorrió su cuerpo. El mismo sentir regresó poco después, mientras caminaba por las calles de Londres: “Me siento como en casa”, reveló de pronto. “Más aún, me siento mejor que en casa. Me siento alineada, en eje. Siento que este lugar está alineado con lo que soy yo”.

A Inglaterra, Sofía había llegado con la intención de mejorar su inglés, una herramienta que consideraba fundamental para la vida y, poco menos, para su profesión de abogada. Lo cierto era que había dejado su ciudad de origen, La Plata, deseosa de tener una breve experiencia en el extranjero, alejada de su mundo conocido y en soledad: “Pero jamás pensé en dejar Argentina. Es más, tenía una muy buena vida ahí”, asegura. “Recién cuando llegué a Londres descubrí que, tal vez, ese era mi lugar en el mundo”.

“Recién cuando llegué a Londres descubrí que, tal vez, ese era mi lugar en el mundo”.

En su vida platense la joven tenía mucho. Un trabajo de años como abogada en un puesto estatal, “que en Argentina es como sacarse la lotería”, una casa propia, a sus padres y su hermana casi de vecinos, y a sus amigos bien cerca. Sin embargo, Inglaterra sacudió su universo conocido y abrió en ella algunas certezas, pero más interrogantes. A su regreso, su mundo de siempre apareció ante ella cómodo, pero chato; conocido, pero conflictivo: “De pronto vi mas claro que nunca, por contraste, lo difícil que se nos hace todo a los argentinos en el día a día. Allá, en Londres, pude sentir de inmediato como las cosas fluían. Vi un lugar donde uno podía desplegar las alas. A partir de esa experiencia, en mi interior, se desató una batalla entre la culpa por irme, o quedarme donde ya todo me incomodaba”.

La culpa y contarle a la abuela: “Más duro es cuando no sabés si los vas a volver a ver”

Por entonces, Sofía tenía 30 años. Dejar una vida construida atrás parecía una locura, por lo que decidió esperar y ver cómo evolucionaban sus sentimientos. Trabajó el tema en terapia y decidió emprender otro viaje, pero esta vez a Estados Unidos. Se dijo que si la misma emoción que le había provocado Londres la invadía allí, significaba que en realidad podía vivir en cualquier lado, que la capital inglesa no poseía una cualidad mágica para su ser. Pero, al pisar el suelo americano, nada de lo vivido en Inglaterra sucedió. Si bien disfrutó del lugar, la atmósfera no se alineaba con su identidad esencial.

Aquella experiencia fue clave para su decisión, que finalmente llegó a fin de año, cuando el 2017 despedía sus últimos días. Sin embargo, no fue fácil, Sofía cargaba con una fuerte culpa por dejar el país atrás: “Mi vida era hermosa, eso es una cosa que es dura, no es que decís: me voy porque todo es insufrible, no, no era mi caso”, explica.

“Yo tenía un montón de amigos, un trabajo que amaba, tenía una casa, una familia, pero sentía que había algo más. Sentía que mi vida no se podía resumir a permanecer en ese estado para siempre. Sentía que había más mundo, mejor calidad de vida, que las cosas podían ser más fáciles. Que mi vida se podía expandir”, continúa. “Así que, durante los siguientes meses, decidí privarme de muchas cosas y ahorré hasta el último centavo para irme y dejar, a los 32 años, una vida armada atrás”.

Fiesta de despedida de Sofía, quien tiene una gran cantidad de amigos en La Plata.

Pero ella, como nieta de inmigrantes, bien conocía la historia de sus abuelos, que les habían dicho que habían dejado todo para darles un futuro mejor en Argentina, ¿qué iba a hacer ahora ella? ¿Ignorar todo el esfuerzo y sufrimiento y volver para atrás, a Europa?

Sofía lloró un océano cuando le contó a su padre, mientras él la alentaba en su decisión. Lo mismo sucedió con su madre: “El problema era con mi abuela. Tenía 90 años. Es duro irse y dejar a los seres queridos, más duro es cuando no sabés si los vas a volver a ver. Con ella yo tenía un vínculo especial, muy entrañable”, dice, conmovida.

Sofía vivía en una batalla entre la culpa por irse, o quedarse donde ya todo la incomodaba.

La abuela la abrazó fuerte y la alentó a que vuele y viva su vida. De pronto, las piedras que la joven sentía que cargaba en sus hombros se diluyeron.

Reinventarse en el mundo laboral

2018. Felicidad absoluta, calma, facilidad, familiaridad, alineación con el lugar y su persona, realización personal, la sensación de estar en su lugar en el mundo, todo eso junto fue lo que sintió Sofía cuando regresó a la tierra soñada, su Londres querida. De inmediato, supo que había tomado la decisión correcta y había eliminado de su existencia la frase tormentosa: ¿qué hubiera pasado si?

La buena estrella la seguía. En Richmond, uno de los barrios más hermosos de Londres, una amiga la aguardaba para darle alojamiento hasta que hallara trabajo y pudiera conseguir su propia morada. A pesar de tanto apoyo, Sofía había dejado todo y allí debía empezar de cero, con un inglés todavía imperfecto y con poca idea de lo que iba a hacer, pero determinada a tomar los pasos que fueran necesarios y hacerlo funcionar.

“Pero todo fluyó fácil”, cuenta. “Me dieron el número de seguridad social enseguida, me postulé a todo trabajo que aparecía, y a los cinco días ya tenía empleo de recepcionista. No dije que era abogada, no quería que piensen que estaba sobrecalificada. Lo conté un año más tarde”.

De La Plata a Londres.

Para Sofía, fue el trabajo perfecto. Durante los siguientes tres años se dedicó a atender teléfonos (algo que jamás había hecho) en una clínica con un jefe exigente. Trastabilló con los modismos y el idioma, varias veces terminó agotada, pero era lo que quería: “Ser recepcionista, después de ocho años de ejercer como abogada, fue un punto medio, un trabajo no muy duro, pero en un entorno nuevo que me desafiaba”.

“Al principio ganaba un sueldo mínimo y, aún así, me alcanzaba para alquilar un cuarto en un barrio lindo, darme mis gustos, y viajar. Esa es la diferencia, en Argentina no hubiese podido alcanzar esa calidad de vida como recepcionista. Hubiese necesitado cuatro trabajos más”.

En los primeros tiempos, Sofía vivió en Richmond, una de las zonas más pintorescas de Londres.

La maravilla de ser invisible, la igualdad y las oscuridades: “La cultura alcohólica naturalizada que hay me parece un problema gravísimo”

Tal vez, Londres había llegado al corazón de Sofía por una razón potente: la invisibilidad. Jamás en su vida, ni en Nueva York, o Barcelona, menos en Buenos Aires, había visto tanta diversidad, apertura mental y ausencia de comportamientos machistas. Acostumbrada a los comentarios sexistas y muchas veces abusivos en La Plata, uno de los primeros impactos positivos fue aquel de poder caminar por la calle sin que nadie le dijera nada, ni notara su presencia: “Ser invisible es una sensación maravillosa”, asegura.

Pronto, y a medida que las amistades se afianzaban, Sofía pudo apreciar que en los hogares hombres y mujeres colaboraban por igual, tanto con los quehaceres de la casa como con los hijos.

“Todo eso me encanta, sin embargo, también hay hábitos que no me gustan. La cultura alcohólica naturalizada que hay me parece un problema gravísimo. Es terrible. Tiene que ver también con que es una cultura a la que le cuesta mostrar sus emociones, entonces lo canalizan por ahí. Los argentinos, en cambio, hablamos, confrontamos, nos lloramos todo y seguimos”.

“Ser invisible es una sensación maravillosa”, dice Sofía, quien se enamoró de la diversidad, la igualdad y la ausencia de miradas prejuiciosas y

“El hecho de no ser confrontativos viene de la mano de que están siempre muy pendientes de quedar bien ante los demás. De alguna manera son un poco hipócritas, no dicen lo que realmente les pasa. Por otro lado, esa misma actitud tiene su lado positivo: es más fácil vivir acá porque, en general, la gente es más tranquila, no grita, no hay conflictos, no hay tanto choque como en Argentina, y esa serenidad se disfruta, en especial en el ámbito laboral”.

Un amor inesperado: “Después de seis años donde el ámbito de las citas era la jungla”

En Argentina, Sofía había estado once años de novia y, tras aquella relación, casi abandona la idea de que un amor sano podía regresar a su vida. Cuando conoció a Tim, llevaba seis años de soltería, sin poder dar con aquella persona que se sintiera correcta para ella.

Pero Tim llegó a su vida de otra forma: “tan calmo y transmitiendo tanta paz, que quería salir corriendo”, rememora con una sonrisa. “Después de seis años donde el ámbito de las citas era la jungla, apareció un chico con ganas de vincularse, emocionalmente disponible, y yo no sabía qué hacer con eso”.

Tim trajo a la vida de Sofía una calma desconocida.

Sofía se quedó, atraída por la paz que le regalaba y la propia voz interior que le decía que era ahí, que él era el hombre que buscaba: “Ese mismo día eliminé mi aplicación de citas”, cuenta. “Tim me sorprendió positivamente con cosas que no estaban en `mi lista´; expandió mi horizonte y me influenció positivamente. Cuando me invitó de nuevo no dudé en decirle que sí. Hicimos un picnic en el parque y, desde ese día, nos volvimos inseparables”.

“Una de las cosas que nos unió fue la música. Nos gusta el mismo estilo, los padres de él son cantantes líricos, él toca la trompeta y yo el piano. Más allá de la atracción mutua, ese tipo de cosas te conectan y unen”, sonríe Sofía, quien para Tim es Sophie, su futura esposa: “¡Nos casamos en septiembre!”

Tim y Sophie se casan en septiembre de 2023.

Trabajar, estudiar y cuidar la salud: “Nunca pagué un remedio”

Los primeros tres años no habían sido fáciles para Sofía. Había dejado atrás su casa propia en Argentina para compartir una en condiciones difíciles. Tras aquel período, saltó de morada en morada, y, poco a poco, se reinventó laboralmente. La vida de abogada había quedado atrás, así como sus comodidades, pero Londres amaneció como un lienzo en blanco, lleno de posibilidades. En su puesto de recepcionista creció a fuerza de trabajar horas extras y luchar por más responsabilidades y aumentos. Hacia el final de aquella experiencia le otorgaron el puesto de mánager.

En el 2020 decidió volver a estudiar para reconstruir su identidad laboral perdida en Argentina. Se abocó al coaching y a Recursos Humanos: “No fue fácil. A veces me tocaban jornadas laborales de 14 horas, me tenía que internar los fines de semana y estaba en una metodología de estudio nueva para mí”, cuenta Sofía, quien, tras mucho esfuerzo, fue contratada como People Advisor en una multinacional: “El trabajo lo conseguí tras postularme a todo lo que veía. Es en el rubro de la construcción, en un ambiente hostil por el nivel de estrés y no es sencillo porque tengo que encarar conversaciones muy incómodas con los equipos en una jerga que aprendo cada día”.

En el 2020, Sofía decidió volver a estudiar para reconstruir su identidad laboral perdida en Argentina.

“Oportunidades acá… lo que quieras”, asegura Sophie. “Es un país que te permite crecer, no te aplasta, todo lo contrario, te da todas las oportunidades. A mí me sorprendió muchísimo acá, porque Argentina es más desafiante en ese sentido. Puede llegar a ser más sexista, el aspecto pesa más, si pasaste cierta edad tampoco te contratan para ciertos puestos. Nada de eso ocurre en Londres. He visto todo tipo de personas literalmente de cara al público, con un inglés muy básico, todo tipo de edades, cuerpos y estilos. Son situaciones que son inimaginables en las empresas argentinas. Lo mismo sucede con el idioma: es muy común ver gente con mal inglés en todo tipo de empleos. Es un lugar que se siente muy libre para vivir, tenés todas las culturas, idiomas y procedencias. Te enseña a practicar el respeto y la tolerancia, más cuando uno viene de una ciudad o país, si se quiere, que no tiene este nivel de diversidad”.

“Por otro lado, acá está el NHS, la salud pública, que es para todos. No es que el que no tiene se atiende ahí: desde el más rico al más pobre lo hacen. Yo, perteneciendo a la comunidad europea por mi pasaporte italiano, nunca pagué un remedio. Me médico por hipotiroidismo y me subsidian todo”, asegura. “Acá todo es fácil, nada de órdenes, filas, autorizaciones. Al banco solo fui hace cinco años cuando llegué. Todo es por internet. Todo es aparte limpio y organizado. Nadie te roba ni esperan que les robes, hasta parecen inocentes. Nadie piensa en avivadas, tienen confianza absoluta en el sistema. Como es una cultura muy aferrada al deber ser y al respeto por la ley, hay menos control”.

Sofía y Tim se conocieron en 2019. Junto a él, ella ya ha vivido una de las cosas que más disfruta en Inglaterra: la época de las fiestas, en especial la Navidad.

“Casi no ves policía en las calles y la mayoría no tiene armas”, agrega. “Otra cosa es que nadie se desespera por un título universitario ni tenés que tener tres trabajos. Incluso con un empleo poco calificado se vive decentemente”.

De dimensiones y aprendizajes: “Londres me tranquilizó, me bajó mucho las reacciones como leche hervida que tenemos los argentinos”

Algunas personas se van para escapar de su realidad, otras para perseguir un sueño, y están aquellas, como Sofía, que simplemente llegaron de visita a una tierra y hallaron en ella su lugar en el mundo. Sucede que, a veces, por más que amemos nuestras raíces, el suelo donde nacimos no se alinea con nuestro cuerpo, mente y alma. El hogar, entonces, yace allí donde uno se siente mejor. Aún así, dejar atrás una vida armada y empezar de cero, en ningún caso es sencillo y la joven argentina fue y sigue siendo testigo de ello.

“Cuando llegué acá vine con la idea de construir todo de nuevo, incluyendo las amistades y creí que sería fácil. Que ahí iba a estar yo, en poco tiempo con mis amigos londinenses. Con los años me di cuenta de que probablemente eso no iba a pasar, que en realidad yo me sentía mejor con mis amigos extranjeros: mi amigo indio, mi amiga argentina, mi amiga española. No calculé la parte cultural, me tomó tiempo darme cuenta de que no iba a ser parte de la cultura inglesa en sí, tenemos códigos muy diferentes. A pesar de que tengo una pareja inglesa, con el tema amistades no hice clic. Ahí me di cuenta del contraste tan grande de culturas”.

Sofía, junto a su sobrina en Argentina.

“Pensaba que, al igual que en Argentina, en el trabajo iba a hacer amigos. Pero nada de eso sucedió, se mantiene distancia, pero aprendí que eso puede ser muy bueno, te permite trabajar bien incluso con quien te cae mal. Te permite funcionar y no estar tan afectado emocionalmente”.

“Londres me tranquilizó, me bajó mucho las reacciones como `leche hervida´ que tenemos los argentinos. Al observar la calma me di cuenta de que eso es lo bueno, no lo que traía. De eso se trata en definitiva, de aprender de lo positivo que tiene cada cultura”.

“A mí no me costó la adaptación. Sin embargo, aprendí que siempre voy a ser visitante. Esto se acentuó al estar en pareja: es su familia, sus amigos, su barrio, su pasado que está acá. Mi lado no existe, vos no tenés forma de que ellos vean quién sos vos en tu ambiente natural, con tu gente. A la familia de él la amo, pero a veces uno necesita tener un lugar donde dejar de ser ajena, un lugar donde descansar”.

A pesar de que el costo de emigrar es alto, Sofía se siente feliz en Londres, donde la espera otro nuevo comienzo.

“Pero, tal vez, uno de los aprendizajes más grandes no fue darme cuenta de que el entorno de Tim no me conoce del todo. En Argentina, ahora, tampoco me conocen del todo. Fue fuerte verlo. Ahora a ellos les falta una gran parte de mí: todo el quién soy acá, en Londres. Por mi parte, nunca extrañé, ni me arrepentí, pero es raro. Ahora vivo en dos dimensiones paralelas de dos mundos que no se tocan y yo soy la única testigo”, concluye.

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