Pablo Solari se toca el escudo y en cada festejo de sus dos goles va incluido un pedido de disculpas a los hinchas. Hay algo más de congoja contenida que de felicidad en su rostro. Miguel Borja, que había estado calentando el banco durante un largo rato, se golpea el pecho y suelta un alarido, sintiéndose de vuelta, aunque sea con un gol decorativo en el séptimo minuto de descuento. Él lo siente como un volver a vivir, después de un viaje sin escalas de ser el goleador voraz a que se pase a dudar sobre si seguirá el año próximo.
Las crisis en el fútbol son así de virulentas y repentinas. Y este es el hoy de River, aun suturando heridas, cargando penas, inmerso en su laberinto futbolístico. Resoplando, volviéndose a nutrir de sus hinchas, que antepusieron el aliento al juicio sumarísimo por una Copa Libertadores que parecía venir con viento de cola y se transformó en una tormenta de frente que lo dejó a la intemperie.
Atlético de Mineiro lo sacó de la Copa Libertadores con un golpe de realidad y no tiene tiempo para un viaje introspectivo, reformular ahora mismo el plantel o ensayar fórmulas muy diferentes. Con lo puesto y el dolor en el alma tuvo que volver a dar la cara ante su gente para no perder el tren de la próxima Copa Libertadores, una vez ya descarrilado de la actual.
No anda lúcido de la cabeza River, se lo nota confundido, atascado. Necesitado de otros recursos para empezar a dejar el momento más traumático, encontró en los pulmones y las piernas de Solari una válvula de escape. Lejos está de ser el más pensante y criterioso el wing derecho, pero de su torbellino de aceleradas y embistes contra todo lo que se le pone adelante, cada tanto salen cosas positivas, provechosas. Contra Banfield le dio a River dos alegrías que venían siendo por demás escasas: goles y un triunfo. En otros tiempos hubiera sido un alimento de rutina, pero ahora son calorías y vitaminas en su intento por reactivarse.
Lo más destacado de River 3 – Banfield 1
En épocas de escasez y desorientación, River tiene que valorar una victoria contra un rival de poco relieve e individualidades discretas. Rústico y de pierna dura. Solari abrió el triunfo sobre el cierre del primer tiempo, con un derechazo al ángulo tras un muy buen giro con control, y lo aseguró en el arranque del segundo, con un sombrero a un defensor, la descarga a Echeverri y el pique al vacío para ir a buscar la asistencia del Diablito. Definió con uno de esos derechazos al bulto, que muchas veces rebotan en el arquero, pero contra Banfield a Solari siempre le salen inatajables: le convirtió al Taladro por cuarto encuentro consecutivo. “Esta gente se merece todo, hay que sacarse el sombrero, necesitábamos darle una victoria. El recibimiento del martes no lo había visto nunca en mi vida”, expresó Solari, tras el 3-1.
La dura eliminación en la Copa Libertadores, con un nivel muy por debajo de lo que requería la cita, iba a tener consecuencias en la formación. Más que señalar culpables, Gallardo hizo un nuevo ajuste en una formación que venía chirriando por todos lados. Al margen a último momento Pezzella por una fatiga muscular, los que pasaron de la titularidad al banco fueron Borja –se escucharon algunos silbidos cuando fue anunciado por los altoparlantes- y Kranevitter. El colombiano no solo pagaba su profundo desencuentro con el gol, sino su desconexión con lo que pasó en la semifinal del martes. “Creo que le vino bien salir del centro de atención. Fue una decisión porque necesitaba buscar otra alternativa”, dijo Gallardo para justificar la suplencia de Borja.
El puesto de volante central en River no tiene dueño, solo inquilinos que rotan a medida que son desalojados por insolvencia para cubrir las necesidades de una función tan estratégica. Este sábado fue el turno para Villagra, sobre quién no se sabe qué le pesa más: si la camiseta o la sideral cifra que pagaron por su pase. O quizá la suma de los dos ítems lo termina aplastando.
La crisis futbolística llegó a la demarcación del centro-delantero. Desaparecido Borja y con un Bareiro que nunca arrancó, el técnico ubicó a Colidio como un N° 9 postizo, ya que es un futbolista que necesita tirarse atrás, llega mejor armado al área cuando se asocia o conduce con la pelota dominada.
No jugaba bien River en el primer tiempo. Más de lo mismo. Iniciativa sin profundidad, poco cambio de ritmo, imprecisión en los pases, dificultad para encontrar al hombre libre. Se equivocó Villagra con la pelota, enseguida le ocurrió lo mismo a Bustos. Inseguridad que Banfield aprovechó para tener la primera situación de gol del encuentro, con un desborde por el sector de Acuña y el remate alto de Cañete.
Recién a los 30 minutos pudo River armar un ataque bien hilvanado. Como si River tuviera poco para ponerse nervioso, el árbitro Sebastián Martínez también lo exasperaba con su criterio desconcertante. El bombazo de Solari desató el nudo. Después, los hinchas aumentaron su entusiasmo con otros 20 minutos chispeantes de Pity Martínez. Banfield había descontado con un penal (foul de un precipitado Bareiro). Y en el cierre, gol de Borja, para que River sienta un fugaz regreso a la normalidad que se le extravió en el momento más importante de la temporada.