SAN PABLO.- Se escuchaban los clásicos cantos en las tribunas y el aliento más directo desde los sectores aledaños del paddock. Tras el silencio respetuoso durante la mayor parte del viernes por la muerte de Leónidas Colapinto, abuelo de Franco, el ánimo de los más de 14.000 argentinos llegados a esta ciudad para apoyar a su nuevo ídolo se hacía sentir en el ambiente cuando el sábado apenas despuntaba en Interlagos. Todo llama la atención: a fin de cuentas, se trata del nacimiento de un ídolo que trasciende a su propio deporte después de presentarse en apenas seis Grandes Premios de Fórmula 1. Y también Franco trasciende fronteras. Los periodistas y gran parte de los aficionados brasileños ven en él un notable parecido con Ayrton Senna, la leyenda que se coronó tres veces campeón y, después de su partida en el GP de San Marino de 1994, se transformó en una religión en estas tierras.

El momento más fuerte de esa conexión se dio en el largo tramo de espera del comienzo de la clasificación, cuando la lluvia torrencial ya había cesado, pero la orden para salir a pista no llegaba (yo no llegaría nunca). Fue cuando el chico de 21 años se asomó delante de la tribuna junto a su amigo Bizarrap y los gritos nacieron espontáneos por Senna, justamente. Y enseguida, la nutrida concurrencia argentina entonó: “Vení vení / cantá conmigo / que un amigo vas a encontrar / que de la mano de Colapinto / todos la vuelta vamos a dar”. Él, emocionado, levantó los brazos y agradeció, una vez más, las muestras de amor que surgieron a borbotones a cada paso desde que puso sus pies en esta ciudad.

En las tribunas dominaban las camisetas amarillas y verdes con la “S” de doble trazo de Senna y las albicelestes, de la selección argentina, no con el “10″ de Messi, sino con el “43″ del nuevo jugador que mete goles en las pistas. Llegaban de todos los lados, argentinos y brasileños unidos por la pasión caliente, vibrante, por el automovilismo latinoamericano. Amir, llegado desde el nordeste brasileño, de 30 años, jamás vio correr a Senna por una sencilla condición etaria. Está envuelto en ese amarillo-verde omnipresente: “La historia de Senna me atrapó, por eso me gusta la Fórmula 1. Y los brasileños apoyamos a Colapinto ahora que no tenemos un compatriota en la Fórmula 1. Él es muy parecido a Ayrton por su agresividad, por su forma de correr”.

A 40 metros de la puerta 8 del autódromo, sobre la misma vereda se veían dos camionetas estacionadas con patentes argentinas. La de Mateo, que junto a sus tres amigos han pasado la noche durmiendo en el vehículo, ostentaba la bandera de Estudiantes de La Plata. Recorrieron La Plata-San Pablo con un coche de 12 años en dos días y medio de aventuras por las rutas tortuosas del noreste argentino y el suroeste de Brasil. “Teníamos que venir a ver a Colapinto. Somos seguidores de la F1 y no podíamos perdérnoslo. Jamás habíamos estado en un evento como este. Colapinto es un fenómeno”, apuntó Mateo. Ricardo llegó en avión, pero desde Santa Cruz. “Con Colapinto nos entusiasmamos. No sigo la Fórmula 1 pero mi hija, que lo adora, nos convenció. Colapinto es otro impulso. Moví cielo y tierra por los pasajes y lo conseguimos. Llegamos el viernes a las 3 de la mañana”. Pedro, de Recife, abundaba sobre la comparación: “Colapinto parece Senna no solo por su rostro sino también por su forma de manejar, confiado y muy aguerrido”. Vino hasta aquí para apoyar al muchacho de 21 años.

Hinchas argentinos en las afueras del circuito

Y en el Paddock, el bicampeón Emerson Fittipaldi le explicaba a LA NACION: “Franco compite muy bien. Y quiero decir que si en el fútbol argentinos y brasileños tenemos una fuerte rivalidad, en el automovilismo nos abrazamos. Hay muchos argentinos hinchas de Ayrton, ¿por qué no va a haber brasileños admiradores de Colapinto? En la Fórmula 1, Argentina tiene la tradición del maestro Juan Manuel (Fangio), Froilán González y ‘Lole’ Reutemann”.

Senna es mucho más que un ídolo en Brasil. Para el ciudadano común de ese país representa una forma de vivir y de sentir. Quienes tuvieron el privilegio de seguir la campaña del paulista desde la Fórmula Ford -cuando corría contra el bonaerense Quique Mansilla en el equipo Van Diemen-, pasando por la Fórmula 3 y después en la más espectacular trayectoria en la Fórmula 1, conocieron a una persona que tiene puntos en común con el promisorio Franco Colapinto. No solo ese parecido en el rostro sino en rasgos de personalidad muy visibles como la determinación, el permanente deseo de aprender, un alto grado de autoconciencia y una capacidad de enfocarse que siempre conduce hacia el objetivo.

Franco Colapinto y otro pilotos de F1 en Brasil, dentro de un casco homenaje a Ayrton Denna hecho con materiales reciclados

Ayrton tenía una forma de ser más bien tímida, retraída. Colapinto en ese sentido es la antítesis. El reservado Ayrton llegó a su estatus de leyenda no solo por sus resultados, sino también por su comportamiento fuera del coche. Colapinto, más allá de parecidos estéticos que resaltan los aficionados brasileños, tiene la confianza y fuerza innata para correr de Ayrton. Con su combo de comunicación más logros en pista, Franco tomó por asalto el corazón de los argentinos y ya captura a su parte de las emociones de los “sennistas” brasileños. Comunicativo, repleto de humor, espontáneo -a veces en demasía-, este fin de semana Franco ha despertado en Interlagos pasión y sensaciones como si fuera una estrella del rock.

En muy poco tiempo, desde su debut en Monza hasta este momento de altísima exposición en Brasil, Colapinto empezó a caminar en el mismo sentido que antes recorrieron otros que fueron grandes en la historia de este deporte. Tiene las capacidades de completarlo.

Esa sensación de ser testigo de los primeros pasos de alguien que va a hacer mucho ruido en la Fórmula 1 se veía, se palpaba y se escuchaba en los ingresos al Autódromo José Carlos Pace de Interlagos, en sus tribunas y en privilegiados VIPs que llenan de camisetas amarillas y albicelestes todo el entorno de un gran escenario, como su nombre lo indica, ubicado entre dos lagos artificiales. De principio a fin, una experiencia que los argentinos llegados hasta aquí querían vivir en plenitud. Y lo están consiguiendo.

Las demostraciones de afecto hacia Colapinto trascienden fronteras