SAN CARLOS DE BARILOCHE.- La postal es fácilmente reconocible para cualquiera que haya transitado por la ruta nacional 22: el Alto Valle de Río Negro es sinónimo de árboles de peras y manzanas. Sin embargo, esa imagen viene cambiando con el desembarco de nuevos cultivos que parecen haber llegado para quedarse, como la alfalfa, el maíz, el lúpulo y los frutos secos.

El Alto Valle es uno de los tres valles productivos rionegrinos, junto con el Valle Medio y el Valle Inferior. Los datos duros indican que esa ecorregión –caracterizada desde siempre por la excelencia de sus frutales de pepita, principalmente peras y manzanas– perdió en los últimos diez años más del 40% de la superficie de esas frutas: había 55.000 hectáreas productivas y hoy el valle tiene unas 32.000 hectáreas.

Sin embargo, en el sector analizan esa reducción como parte de un proceso amplio, vinculado con cuestiones internas y externas, y prefieren poner el acento en la reconversión de hectáreas y en la puerta que se ha abierto a la diversificación de cultivos en todo el valle.

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“La fruticultura era un negocio sumamente rentable, con una condición de tipo de cambio extraordinaria. En Río Negro tenemos un clima para producir que es el mejor del mundo, es excepcional: tiene una combinación de clima desértico y abundancia de agua. Es como un gran desierto, pero con la presencia del río Negro, que vuelca 650 metros cúbicos por segundo al mar en promedio. Hay, además, muchas horas de luz”, explica Facundo Fernández, secretario de Fruticultura provincial.

Maíz en la región

Suma que, con el tiempo, las condiciones macroeconómicas hicieron que la Argentina se fuera quedando atrás tanto en programas genéticos como en incorporación de tecnologías. La maquinaria se volvió obsoleta y, a medida que en el mundo fue cambiando el clima, la producción no se tecnificó para defenderse de las potenciales inclemencias.

Competidores

En el hemisferio sur, el valle rionegrino compite en materia frutícola con Sudáfrica, Nueva Zelanda y Chile. Esos países sí fueron incorporando tecnología para hacer frente, por ejemplo, a las heladas y al granizo. Entre las innovaciones estuvieron el riego por aspersión (se riega sistemáticamente desde arriba hacia abajo cuando las temperaturas están por debajo de cero) y la malla antigranizo (ante una tormenta, se despliega una suerte de techo que impide que el granizo dañe la fruta).

Esa previsibilidad les permitió a esos competidores conseguir buenas cosechas todos los años y apoderarse de los mercados. “Si bien no tienen nuestras calidades organolépticas, la crocancia, el sabor y el dulzor de nuestra fruta, lograron tener una fruta que era todos los años igual y empezaron a producir un volumen por hectárea mucho más alto que el nuestro. Además, en los últimos años se cortó totalmente el crédito. El resto del mundo se fue eficientizando y nosotros no”, agrega Fernández.

Los datos duros indican que esa ecorregión –caracterizada desde siempre por la excelencia de sus frutales de pepita, principalmente peras y manzanas– perdió en los últimos diez años más del 40% de la superficie de esas frutas: había 55.000 hectáreas productivas y hoy el valle tiene unas 32.000 hectáreas

La situación crítica también derivó en una falta de cambio generacional en el alto valle rionegrino: en las familias de productores comenzaron a preferir que los hijos y nietos optaran por otras salidas laborales. Eso desconcentró las superficies productivas de pera y manzana. Al mismo tiempo, aquellos que sí pudieron sumar tecnología y hacerse más eficientes comenzaron a producir lo mismo en una menor superficie.

Así, algunas chacras cambiaron de manos y empezó a aparecer la diversificación de cultivos: la demanda en el mundo empujó el crecimiento de la alfalfa, así como del maíz, el lúpulo, la cereza y los frutos secos. La reducción de peras y manzanas fue tomada parcialmente por esos otros cultivos.

“Río Negro ha crecido mucho en alfalfa y tiene una proyección sin techo porque hoy tiene un potencial de crecer unas 400.000 hectáreas bajo riego para alfalfa de exportación. Tenemos casi dos horas y media más de luz que otros lugares del hemisferio y del norte argentino”, advierte el secretario de Fruticultura. Al auge de los nuevos cultivos se suman las cabezas de ganado. En el último año aumentó la faena de ganado bovino un 50%, un sector que está teniendo crecimientos exponenciales.

La superficie de fruticultura empezó a ceder aunque los expertos aclaran que sigue siendo rentable dedicarse a los frutales, siempre que se encare con eficiencia, como sucede con todos los cultivos que forman parte de las commodities en el mundo actual.

El volumen exportable de fruta también cayó en estos años (en el caso de la pera, casi un 30%), no solo por la pérdida de superficie sino también por la reducción de calidad a causa de la falta de tecnificación. Y si bien hoy se suma tecnología, la tendencia habla de una baja permanente respecto de los volúmenes históricos a causa de la diversificación en el alto valle.

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“Hablo con sinceridad de la situación de las peras y las manzanas, pero tampoco hay que dejar de notar que hay muchos otros productos que crecieron. Hay un proceso de reducción, pero también uno de diversificación. Sucede que antes la fruticultura de peras y manzanas era sumamente rentable y todos hacían eso. Pero hoy tenemos muchos cultivos que antes no existían y tenemos potencial para desarrollar muchos otros. Sólo en el último año se sumaron 8000 hectáreas de cebolla, por ejemplo. Por el cambio climático y para aprovechar la abundancia de agua en Río Negro, muchos productores de Buenos Aires y La Pampa llegan para producir en estas latitudes”, cuenta Fernández.

Los productores de fruta que se mantienen en el alto valle rionegrino son, en su mayoría, los tradicionales, que pudieron tecnificarse a tiempo, hace 10 o 15 años, y siguieron creciendo y siendo rentables.

Lote para sembrar cebolla y con plantación de alfalfa

En el nuevo contexto aparece ahora la necesidad de ser eficiente en una producción integrada: antes había productores primarios que entregaban todo al exportador y esperaban el resultado de su fruta. Hoy, el sector advierte que es necesario formar nuevos exportadores. Al reducirse la rentabilidad, las empresas frutícolas familiares encontraron más espacio para intermediarios y se pusieron a comercializar su propia fruta.

Por otro lado, los especialistas del sector remarcan que, entre la reducción de hectáreas y la diversificación de cultivos, aún queda superficie “en blanco”.

Sumando tecnología y alta densidad, ¿se podría pensar en recuperar frutales en esas hectáreas en blanco?, pregunta LA NACION. “Sí, pero no creo que suceda eso porque hay otra cuestión y es que el consumo de pera, por ejemplo, bajó casi un 20% en el mundo. Al momento de hacer un análisis de inversión, otras ofertas son más interesantes, como el lúpulo. Las hectáreas en blanco en el alto valle rionegrino se van a recuperar con actividades agrícolas, pero no sé si totalmente con fruticultura”, dice el funcionario.